14 ene 2008

Comentarios sobre Chávez y las FARC

Columna Razones/Jorge Fernández Menéndez
Chávez, las FARC y el narcotráfico

Para Vanesa y Miguel, deseándoles lo mejor
Para Ana y Mario, con un abrazo solidario
El escándalo internacional que generó el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, pidiendo el reconocimiento como parte beligerante de las FARC y el ELN en Colombia y diciendo, además, que esas organizaciones no son terroristas sino “verdaderos ejércitos” que enarbolan un “proyecto bolivariano” que coincide con el del gobierno que él encabeza y por lo tanto tienen su “respeto y respaldo”, es un tema que trasciende las relaciones bilaterales entre Colombia y Venezuela y confirma que los documentos programáticos del gobierno de Chávez, donde se llama a extender el “proyecto bolivariano” al resto del continente, incluido específicamente México, no es una vacilada más de Chávez, sino una estrategia que, incluso en sus trazos más burdos, éste piensa continuar.
No es un tema menor: Chávez ha intervenido abiertamente por lo menos en dos elecciones, las que llevaron al poder a Evo Morales en Bolivia y a Rafael Correa en Ecuador. Aunque no tenía muchos problemas para ganar los comicios, ha generado un intenso conflicto político en Argentina, por las acusaciones de que financió parte de la campaña de Cristina Fernández. También lo hizo con la campaña de Daniel Ortega en Nicaragua y Ollanta Humala en Perú, aunque éste perdió en la segunda vuelta ante Alan García. En México, hubo insistentes versiones de que apoyó, con los comités bolivarianos, la candidatura de López Obrador y, varios dirigentes perredistas, en forma destacada Camilo Valenzuela, se han declarado partidarios de Chávez. En un hecho que primero se ocultó y que publicamos en nuestro libro Calderón presidente (Grijalvo, 2007), pero que nunca se ha explicado: la hija de Chávez fue detenida ingresando con documentos con una identidad falsa, en el Aeropuerto de la Ciudad de México, el mismo día en que el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación declaraba oficialmente el triunfo de Felipe Calderón. Fue liberada cuando pidió la intervención de su embajada, luego de aceptar su verdadera identidad y después de estar detenida durante varias horas. Nunca se explicó a qué venía.
El caso de su relación con las FARC es más grave aún: Chávez reconoce su apoyo a una organización terrorista, que está involucrada en el narcotráfico, tiene en su poder a más de 700 secuestrados (quienes están detenidos en condiciones infrahumanas, encadenados de pies y manos y atados a árboles, como lo ha relatado la recientemente liberada rehén Consuelo González), pero, además, en nuestro caso, está comprobado que ha tenido relaciones con el crimen organizado a través, por lo menos, del cártel de los Arellano Félix, en un negocio de intercambio de drogas por armas. Ha sido el frente que encabeza Jorge Briceño, apodado el Mono Jojoy, el que tiene en su poder a los rehenes más importantes, el que opera en la frontera con Venezuela (y, según informes de prensa y de inteligencia, con campamentos dentro de ese país) y el más involucrado en el narcotráfico, quien manejó esos acuerdos, por lo menos en un caso documentado plenamente, con el cártel de Tijuana.
Hay más: los explosivos que ha utilizado el EPR, en los atentados a Pemex, son similares a los que usan las FARC con el mismo objetivo: dinamitar los oleoductos que cruzan Colombia. No estamos, entonces, ante un conflicto ajeno a nuestra realidad. El gobierno de Felipe Calderón ha hecho un esfuerzo sistemático por mejorar las relaciones con Venezuela, pero también deben colocarse límites y exigir reciprocidad. No parece haberla en muchos capítulos: Venezuela se ha convertido en el principal distribuidor de cocaína (que precisamente generan las FARC desde Colombia) hacia Brasil y Europa, pero cada vez más envíos desde ese país pasan por o llegan a México. La reciente intervención del aeropuerto de Cuernavaca y varias pistas privadas en Morelos obedeció a que una avioneta procedente de Venezuela, cargada con cocaína, aterrizó clandestinamente en ese aeropuerto. Ha habido casos similares en Quintana Roo (un estado donde existe una fuerte presencia del gobierno de Chávez por medio de distintos programas “sociales”) y en Yucatán. Como el gobierno de Chávez ha expulsado a la DEA y a todas las agencias antinarcóticos de su país, no hay forma de saber si existe o no algún tipo de control sobre esas actividades o si, como se denuncia en forma insistente, son protegidas por grupos en el poder. Es más, como dice Chávez, si el que una organización armada, ligada al narcotráfico y que combate contra un gobierno democrático y legítimo, por el solo hecho de declararse “bolivariana” merece el apoyo y el respeto de su gobierno, ¿qué sucedería, por ejemplo, si mañana, el Ejército Popular Revolucionario se declarara parte del “proyecto bolivariano” o si alguna de las organizaciones del narcotráfico, por ejemplo Los Zetas, que son muy proclives a intervenir en política, se declararan también parte de ese mismo proyecto?
Nadie pide que se rompan relaciones o algo similar con Venezuela, pero debe haber, insistimos, reciprocidad y límites. No es un caso exclusivo de México: el gobierno de Luis Inácio Lula da Silva, en Brasil, tiene fuertes divergencias con el de Chávez, que pasan por una larga lista de temas que van desde la producción de etanol hasta las bases del ingreso de Venezuela al Mercosur. El llamado de Chávez ha puesto en el límite del rompimiento la relación con Colombia. Y, para México, en términos estratégicos, sobre todo en lo relacionado con la seguridad nacional, la relación con Colombia es prioritaria. Chávez quiere suceder a Castro como líder de las izquierdas en América Latina, pero está haciendo y diciendo cosas que el viejo dictador, incluso en sus peores momentos, se ha cuidado de no hacer públicas. No es un tema menor ni ajeno a nosotros.

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