Hacia la paramilitarización
Ricardo Ravelo,
Los Zetas, el grupo formado por el cártel del Golfo para contener a sus rivales, no sólo se deslindó de sus creadores, sino que decidió formar su propia organización y lanzarse contra el gobierno federal. Además, impone sus reglas a los otros cárteles de la droga. Luis Astorga, especialista en temas de seguridad nacional y narcotráfico, sostiene que la violencia impulsada por la estructura de "la última letra del abecedario" obliga a los demás organismos criminales a reforzar sus estructuras. La paramilitarización empieza a hacerse presente, dice.
Violentos de origen, creados a finales de los noventa para proteger al cártel del Golfo, Los Zetas se transformaron rápidamente y ahora son un cuerpo paramilitar que utiliza tácticas guerrilleras y estrategias de la mafia italiana para imponer su hegemonía a lo largo del territorio nacional.
En plena guerra contra el gobierno federal, esta organización logró diversificar sus actividades criminales y ahora impone sus criterios a las bandas rivales; lo mismo cobra impuestos que participa en secuestros y controla la piratería de discos compactos con la música que ellos seleccionan.
Tal es su poder que están obligando al resto de los cárteles de la droga a desechar sus plantillas de sicarios tradicionales para que estén en condiciones de enfrentar a sus "núcleos paramilitares", que ya actúan prácticamente en todo el territorio nacional.
Luis Astorga, especialista en temas de seguridad y narcotráfico, considera que "justamente esta variable (el paramilitarismo) que introduce el cártel del Golfo obliga a los demás a tratar de competir con esa lógica y a medir fuerzas para ver quién dispone del aparato paramilitar más poderoso".
Autor de los libros El siglo de las drogas y Seguridad, traficantes y militares, Astorga sostiene que lo anterior "tiene que ver con el hecho de que el Estado ya no es el árbitro de las disputas entre las organizaciones del tráfico de drogas; ya no tiene esa capacidad que tuvo en la época del sistema de partido de Estado. Al perder esa capacidad, los grupos criminales luchan por imponer su hegemonía, y en medio de sus competencias por tener el control territorial surge el paramilitarismo".
Adscrito al Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, Astorga insiste: en esta etapa de disputas entre los cárteles los sicarios tradicionales, los que participaban en las ejecuciones de policías o de rivales, están en desuso. Según el investigador, ahora los nuevos grupos paramilitares ponen en práctica las lecciones que les inculcaron los militares de élite que los entrenaron.
Dice: "No es lo mismo contar con un aparato sicarial de origen civil, que forma parte de los cuerpos de seguridad de cualquier organización dedicada al tráfico de drogas, que disponer de un grupo entrenado con técnicas y estrategias militares. Hoy, los cárteles de la droga ya no pueden competir con un grupo de sicarios (como Los Zetas).
"Si una organización criminal quiere realmente tener la hegemonía, no tiene más alternativa que utilizar el paramilitarismo como arma, o asociarse con el grupo más fuerte y formar una coalición."
La sustitución de las bases de sicarios por grupos paramilitares bien entrenados ocurre precisamente en el momento de mayor violencia, precisa Astorga y afirma que estas estrategias son copiadas de Italia, pero sobre todo de Colombia, país donde los cárteles de la droga se enfrentaron al Estado en la década pasada, como ocurre hoy en México.
Explica que en Colombia hubo una fragmentación cuando los cárteles de Medellín y de Cali fueron desarticulados. "Eso dio origen al cártel del Norte del Valle, conformado por 'traficantes pura sangre' que vieron modificar el mapa criminal con la irrupción de los paramilitares y las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), cuyos miembros comenzaron a controlar buena parte del mercado de la cocaína", asegura.
Esa situación, agrega, "aún no la vemos en México... Aquí se da una división y el mercado de las drogas en Colombia ahora está manejado por narcotraficantes puros, grupos paramilitares y la guerrilla".
Explica que en el caso de México los cárteles de la droga están utilizando estrategias de la guerrilla para multiplicarse en células y así ocupar mayor espacio territorial.
Dice Astorga: "Aquí los grupos violentos ya no se disfrazan tanto de militares o de policías federales; ya tienen sus propios uniformes. La gente de los hermanos Beltrán Leyva y de La Familia están diseñando sus propios atuendos para distinguirse de los demás y para marcar la identidad del grupo.
"Dentro de esta lógica paramilitar, estos ejércitos del narcotráfico tienen la característica de contar con entrenamiento de tipo militar, capacitación con base en estrategias contrainsurgentes y tácticas guerrilleras, pues vemos grupos pequeños bien entrenados dando golpes por aquí y por allá cuyo objetivo es desarticular a las fuerzas federales y atomizar la capacidad del Estado. Esto es justamente una técnica de guerrilleros aplicada por el narcotráfico con un fin no ideológico, sino de clara defensa de su negocio."
Poder expansivo
A finales de los noventa, como parte del reforzamiento de la lucha contra el narcotráfico, la PGR solicitó el apoyo del Ejército para disponer de personal en varias regiones del país donde la violencia del narcotráfico ya era avasallante.
Así fue como el gobierno de Ernesto Zedillo dispuso de unos 30 elementos del Grupo Aeromóvil de Fuerzas Especiales (Gafes) para incorporarlos a la recién creada Fiscalía Especializada para la Atención de Delitos contra la Salud (FEADS).
Sin embargo, de manera paralela a la estrategia del gobierno, Osiel Cárdenas, entonces jefe del cártel del Golfo, urdió su propio plan en Tamaulipas. Ante el temor de ser asesinado por su socio Salvador Gómez Herrera, El Chava, le pidió a su amigo Arturo Guzmán Decenas conformar un grupo y capacitarlo para que le brindara protección. Así surgieron Los Zetas. Guzmán fue conocido como Z-1 y fue ejecutado en 2003.
Diez años después, y tras la captura de Cárdenas Guillén, Los Zetas no sólo dejaron de servir al cártel del Golfo como escudo protector, sino que ahora actúan de manera independiente. Según las autoridades, son mil 200 los elementos que conforman este grupo y cada día se refuerza.
Los nuevos zetas entrenan dentro y fuera de México y se especializan en técnicas militares; incluso ampliaron su abanico de actividades delictivas y ahora controlan mayor espacio territorial. Cobran derechos de piso, extorsionan, secuestran, trafican con personas, controlan el mercado de la piratería, así como a los dueños de table dances, casas de citas, prostíbulos, bares, cantinas, además de agiotistas, tratantes de blancas y abigeos.
En las entidades que dominan -Veracruz, Tabasco, Campeche, Michoacán, Estado de México, Morelos y Guerrero, entre otras-, Los Zetas cobran a transportistas y a empresarios cuotas de mil pesos semanales; cuando participan en secuestros cobran entre 2 y 3 millones de pesos; además, mantienen amenazados de muerte a los vendedores de música robada, y los autorizan a vender sólo los discos que ellos les distribuyen.
Así mismo, Los Zetas apuntalaron su estructura con exmilitares guatemaltecos, de los conocidos como kaibiles, y lograron afianzarse en México como grupo paramilitar al servicio del narcotráfico.
En la causa penal 10/2006 se incluye información proporcionada por William Mendoza González, El Cerebro, El Kaibil o El Dandy, acerca de la forma en que Los Zetas reforzaron su aparato paramilitar con kaibiles:
"Luego de salirse del ejército de Guatemala (Mendoza González) permaneció como un mes en su casa; al cabo de ese tiempo, un amigo de nacionalidad guatemalteca, también exkaibil y al que había conocido en el Primer Grupo de Fuerzas Especiales del Ejército de Guatemala, Eduardo Morales Valdez, quien también se hace llamar Juan Carlos Fuentes Castellanos o El Trinquetes, le dijo que si quería trabajar en México como encargado de darle seguridad a un empresario, sin explicar más, que recibiría 3 mil pesos quincenales, que luego de algunos meses de trabajo le aumentarían el sueldo.
"Como le pareció atractivo el sueldo, dijo que sí, contestando que él (Morales Valdez) le avisaría cuándo partirían, que mientras iba a buscar más exmilitares guatemaltecos porque así se lo había pedido el empresario al que iban a dar seguridad... Que dos días después acudió a su domicilio en Santa Amelia para decirle que en ese momento quería que fuera a la casa de un sujeto al que conocía como El Ponchado, para ver lo del trabajo en México; haciéndolo así, se dirigieron al barrio de Poptún, departamento de El Petén, en Guatemala.
"Que estando en ese domicilio, donde ya estaba El Ponchado, fueron llegando más sujetos hasta completar 13, compuestos por 12 exkaibiles guatemaltecos, entre ellos Eduardo Morales Valdez, Édgar Giovanni Reyes López, quien dice llamarse José María Calderón García o Carlos Enrique Martínez Méndez, alias El Panudo, Mario Enrique Gómez, Sebastián N. y otros más, así como un exmiembro de la Policía Nacional de Guatemala..."
Una vez organizados, el testigo Mendoza González refiere que llegaron a México el 12 de mayo de 2004, ingresaron por Tenosique, Tabasco, y que al llegar a la garita "las autoridades aduanales de México les dieron permiso por 72 horas para pasar a México, como normalmente ocurre con la gente que desea entrar a conocer y a comprar ropa".
El grupo permaneció dos días en el puerto de Veracruz y, según Mendoza González, de ahí se trasladó a Tampico, Tamaulipas, donde se hospedó en un hotel. Ahí los recibieron dos sujetos. Ellos "nos dijeron que éramos bienvenidos al grupo de Los Zetas".
La policía del calendario
Ante el avasallante poder de fuego de Los Zetas, los otros cárteles decidieron crear sus propios ejércitos. Los hermanos Arellano Félix, por ejemplo, desmantelaron su estructura sicarial por incosteable. Desde 2005 este grupo criminal contrata los servicios de particulares, a quienes les paga por cada trabajo que realicen.
A su vez, el cártel de Sinaloa creó el grupo armado Los Pelones, que en 2004 hicieron su aparición en Guerrero, territorio dominado entonces por la célula de los hermanos Beltrán Leyva. Conformado por unos 350 hombres, según datos oficiales, este grupo incorporó a sus filas a elementos de la Mara Salvatrucha, quienes suelen decapitar y mutilar a sus víctimas. Pronto comenzaron a competir con Los Zetas en niveles de violencia.
Un grupo novedoso es la llamada "policía del calendario", cuyos integrantes presuntamente tienen formación militar y están al servicio exclusivo del El Mayo Zambada, uno de los pilares del cártel de Sinaloa.
En la averiguación previa PGR/SIEDO/UEIDCS/256/2008, integrada contra el presunto narco colombiano Ever Villafañe Martínez o Marco Antonio Espinoza Tovali, se refiere que tanto él como su pareja Altagracia Espinoza Aguilar fueron secuestrados por elementos de esa "policía del calendario" el 30 de julio pasado, cuando circulaban por la carretera libre a Cuernavaca, Morelos.
A Villafañe Martínez se le relaciona con capos colombianos vinculados con Arturo Beltrán Leyva, El Barbas, rival de El Mayo Zambada y de El Chapo Guzmán.
En su declaración ministerial, Altagracia Espinoza cuenta que ese 30 de julio, como a las 20:00 horas, cuatro vehículos les cerraron el paso. En éstos iban hombres armados que portaban placas de policías. "Pensé que se trataba de un secuestro", dice.
Y agrega: Nos apuntaron con sus armas y nos obligaron a bajar, por lo que me asusté y empecé a correr, ya que no nos presentaron ninguna orden de detención, por lo que temí que fuera un secuestro... Me sometieron a mí y a mi acompañante y nos metieron en la parte de atrás de mi camioneta, preguntándoles si nos estaban secuestrando, a lo que contestaron que ellos eran "policías del calendario", y que nos calláramos.
Mi pareja les insistía si se trataba de un secuestro, repitiendo ellos que eran "policías del calendario", y empezaron a hablar por celular. Decían que ya tenían los paquetes... Me hicieron muchas preguntas sobre personas que no conozco y me dijeron que esto era un levantón y que si no coo-peraba iban a matar a mis hijos, les iban a mochar la cabeza. Al ver que no les contestaba, me empezaron agarrar de todo mi cuerpo, me quitaron mi pantalón. Para entonces estaba esposada, me pusieron frente a un carro y me comenzaron a violar entre cuatro o cinco personas, quienes me insultaban y me tomaban fotografías.
... Les pregunté por qué me tomaban fotografías, y dijeron "esta pinche vieja nos está viendo y nos va a reconocer", por lo que una mujer me puso un kotex en los ojos y me volvieron a vendar, dejándome un rato sin hacerme tocamientos ni violarme, pero me decían que iban a matar a mis hijos, ya que según ellos ya los tenían en mi casa... Después sentí como que me bajaron a un pozo que olía muy feo y estaba muy frío, diciéndome que me iban a matar.
Altagracia Espinoza asegura que durante la tortura le mostraron una fotografía -presuntamente la de Arturo Beltrán- y le preguntaban si era socio de su marido. Luego el grupo armado entregó a la pareja a la policía, y ésta los puso a disposición de la Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada (SIEDO), donde siguieron las amenazas: "Me dijeron que si declaraba en contra suya y no decía lo que me habían ordenado, sólo vería la cabeza de mis hijos".
Refiere que después de estar en la SIEDO fue llevada a su casa de Yautepec, Morelos, por los policías, entre los que se encontraban Miguel y Roy, dos agentes de la agencia federal antidrogas de Estados Unidos que traían una camioneta blindada.
Violentos de origen, creados a finales de los noventa para proteger al cártel del Golfo, Los Zetas se transformaron rápidamente y ahora son un cuerpo paramilitar que utiliza tácticas guerrilleras y estrategias de la mafia italiana para imponer su hegemonía a lo largo del territorio nacional.
En plena guerra contra el gobierno federal, esta organización logró diversificar sus actividades criminales y ahora impone sus criterios a las bandas rivales; lo mismo cobra impuestos que participa en secuestros y controla la piratería de discos compactos con la música que ellos seleccionan.
Tal es su poder que están obligando al resto de los cárteles de la droga a desechar sus plantillas de sicarios tradicionales para que estén en condiciones de enfrentar a sus "núcleos paramilitares", que ya actúan prácticamente en todo el territorio nacional.
Luis Astorga, especialista en temas de seguridad y narcotráfico, considera que "justamente esta variable (el paramilitarismo) que introduce el cártel del Golfo obliga a los demás a tratar de competir con esa lógica y a medir fuerzas para ver quién dispone del aparato paramilitar más poderoso".
Autor de los libros El siglo de las drogas y Seguridad, traficantes y militares, Astorga sostiene que lo anterior "tiene que ver con el hecho de que el Estado ya no es el árbitro de las disputas entre las organizaciones del tráfico de drogas; ya no tiene esa capacidad que tuvo en la época del sistema de partido de Estado. Al perder esa capacidad, los grupos criminales luchan por imponer su hegemonía, y en medio de sus competencias por tener el control territorial surge el paramilitarismo".
Adscrito al Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, Astorga insiste: en esta etapa de disputas entre los cárteles los sicarios tradicionales, los que participaban en las ejecuciones de policías o de rivales, están en desuso. Según el investigador, ahora los nuevos grupos paramilitares ponen en práctica las lecciones que les inculcaron los militares de élite que los entrenaron.
Dice: "No es lo mismo contar con un aparato sicarial de origen civil, que forma parte de los cuerpos de seguridad de cualquier organización dedicada al tráfico de drogas, que disponer de un grupo entrenado con técnicas y estrategias militares. Hoy, los cárteles de la droga ya no pueden competir con un grupo de sicarios (como Los Zetas).
"Si una organización criminal quiere realmente tener la hegemonía, no tiene más alternativa que utilizar el paramilitarismo como arma, o asociarse con el grupo más fuerte y formar una coalición."
La sustitución de las bases de sicarios por grupos paramilitares bien entrenados ocurre precisamente en el momento de mayor violencia, precisa Astorga y afirma que estas estrategias son copiadas de Italia, pero sobre todo de Colombia, país donde los cárteles de la droga se enfrentaron al Estado en la década pasada, como ocurre hoy en México.
Explica que en Colombia hubo una fragmentación cuando los cárteles de Medellín y de Cali fueron desarticulados. "Eso dio origen al cártel del Norte del Valle, conformado por 'traficantes pura sangre' que vieron modificar el mapa criminal con la irrupción de los paramilitares y las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), cuyos miembros comenzaron a controlar buena parte del mercado de la cocaína", asegura.
Esa situación, agrega, "aún no la vemos en México... Aquí se da una división y el mercado de las drogas en Colombia ahora está manejado por narcotraficantes puros, grupos paramilitares y la guerrilla".
Explica que en el caso de México los cárteles de la droga están utilizando estrategias de la guerrilla para multiplicarse en células y así ocupar mayor espacio territorial.
Dice Astorga: "Aquí los grupos violentos ya no se disfrazan tanto de militares o de policías federales; ya tienen sus propios uniformes. La gente de los hermanos Beltrán Leyva y de La Familia están diseñando sus propios atuendos para distinguirse de los demás y para marcar la identidad del grupo.
"Dentro de esta lógica paramilitar, estos ejércitos del narcotráfico tienen la característica de contar con entrenamiento de tipo militar, capacitación con base en estrategias contrainsurgentes y tácticas guerrilleras, pues vemos grupos pequeños bien entrenados dando golpes por aquí y por allá cuyo objetivo es desarticular a las fuerzas federales y atomizar la capacidad del Estado. Esto es justamente una técnica de guerrilleros aplicada por el narcotráfico con un fin no ideológico, sino de clara defensa de su negocio."
Poder expansivo
A finales de los noventa, como parte del reforzamiento de la lucha contra el narcotráfico, la PGR solicitó el apoyo del Ejército para disponer de personal en varias regiones del país donde la violencia del narcotráfico ya era avasallante.
Así fue como el gobierno de Ernesto Zedillo dispuso de unos 30 elementos del Grupo Aeromóvil de Fuerzas Especiales (Gafes) para incorporarlos a la recién creada Fiscalía Especializada para la Atención de Delitos contra la Salud (FEADS).
Sin embargo, de manera paralela a la estrategia del gobierno, Osiel Cárdenas, entonces jefe del cártel del Golfo, urdió su propio plan en Tamaulipas. Ante el temor de ser asesinado por su socio Salvador Gómez Herrera, El Chava, le pidió a su amigo Arturo Guzmán Decenas conformar un grupo y capacitarlo para que le brindara protección. Así surgieron Los Zetas. Guzmán fue conocido como Z-1 y fue ejecutado en 2003.
Diez años después, y tras la captura de Cárdenas Guillén, Los Zetas no sólo dejaron de servir al cártel del Golfo como escudo protector, sino que ahora actúan de manera independiente. Según las autoridades, son mil 200 los elementos que conforman este grupo y cada día se refuerza.
Los nuevos zetas entrenan dentro y fuera de México y se especializan en técnicas militares; incluso ampliaron su abanico de actividades delictivas y ahora controlan mayor espacio territorial. Cobran derechos de piso, extorsionan, secuestran, trafican con personas, controlan el mercado de la piratería, así como a los dueños de table dances, casas de citas, prostíbulos, bares, cantinas, además de agiotistas, tratantes de blancas y abigeos.
En las entidades que dominan -Veracruz, Tabasco, Campeche, Michoacán, Estado de México, Morelos y Guerrero, entre otras-, Los Zetas cobran a transportistas y a empresarios cuotas de mil pesos semanales; cuando participan en secuestros cobran entre 2 y 3 millones de pesos; además, mantienen amenazados de muerte a los vendedores de música robada, y los autorizan a vender sólo los discos que ellos les distribuyen.
Así mismo, Los Zetas apuntalaron su estructura con exmilitares guatemaltecos, de los conocidos como kaibiles, y lograron afianzarse en México como grupo paramilitar al servicio del narcotráfico.
En la causa penal 10/2006 se incluye información proporcionada por William Mendoza González, El Cerebro, El Kaibil o El Dandy, acerca de la forma en que Los Zetas reforzaron su aparato paramilitar con kaibiles:
"Luego de salirse del ejército de Guatemala (Mendoza González) permaneció como un mes en su casa; al cabo de ese tiempo, un amigo de nacionalidad guatemalteca, también exkaibil y al que había conocido en el Primer Grupo de Fuerzas Especiales del Ejército de Guatemala, Eduardo Morales Valdez, quien también se hace llamar Juan Carlos Fuentes Castellanos o El Trinquetes, le dijo que si quería trabajar en México como encargado de darle seguridad a un empresario, sin explicar más, que recibiría 3 mil pesos quincenales, que luego de algunos meses de trabajo le aumentarían el sueldo.
"Como le pareció atractivo el sueldo, dijo que sí, contestando que él (Morales Valdez) le avisaría cuándo partirían, que mientras iba a buscar más exmilitares guatemaltecos porque así se lo había pedido el empresario al que iban a dar seguridad... Que dos días después acudió a su domicilio en Santa Amelia para decirle que en ese momento quería que fuera a la casa de un sujeto al que conocía como El Ponchado, para ver lo del trabajo en México; haciéndolo así, se dirigieron al barrio de Poptún, departamento de El Petén, en Guatemala.
"Que estando en ese domicilio, donde ya estaba El Ponchado, fueron llegando más sujetos hasta completar 13, compuestos por 12 exkaibiles guatemaltecos, entre ellos Eduardo Morales Valdez, Édgar Giovanni Reyes López, quien dice llamarse José María Calderón García o Carlos Enrique Martínez Méndez, alias El Panudo, Mario Enrique Gómez, Sebastián N. y otros más, así como un exmiembro de la Policía Nacional de Guatemala..."
Una vez organizados, el testigo Mendoza González refiere que llegaron a México el 12 de mayo de 2004, ingresaron por Tenosique, Tabasco, y que al llegar a la garita "las autoridades aduanales de México les dieron permiso por 72 horas para pasar a México, como normalmente ocurre con la gente que desea entrar a conocer y a comprar ropa".
El grupo permaneció dos días en el puerto de Veracruz y, según Mendoza González, de ahí se trasladó a Tampico, Tamaulipas, donde se hospedó en un hotel. Ahí los recibieron dos sujetos. Ellos "nos dijeron que éramos bienvenidos al grupo de Los Zetas".
La policía del calendario
Ante el avasallante poder de fuego de Los Zetas, los otros cárteles decidieron crear sus propios ejércitos. Los hermanos Arellano Félix, por ejemplo, desmantelaron su estructura sicarial por incosteable. Desde 2005 este grupo criminal contrata los servicios de particulares, a quienes les paga por cada trabajo que realicen.
A su vez, el cártel de Sinaloa creó el grupo armado Los Pelones, que en 2004 hicieron su aparición en Guerrero, territorio dominado entonces por la célula de los hermanos Beltrán Leyva. Conformado por unos 350 hombres, según datos oficiales, este grupo incorporó a sus filas a elementos de la Mara Salvatrucha, quienes suelen decapitar y mutilar a sus víctimas. Pronto comenzaron a competir con Los Zetas en niveles de violencia.
Un grupo novedoso es la llamada "policía del calendario", cuyos integrantes presuntamente tienen formación militar y están al servicio exclusivo del El Mayo Zambada, uno de los pilares del cártel de Sinaloa.
En la averiguación previa PGR/SIEDO/UEIDCS/256/2008, integrada contra el presunto narco colombiano Ever Villafañe Martínez o Marco Antonio Espinoza Tovali, se refiere que tanto él como su pareja Altagracia Espinoza Aguilar fueron secuestrados por elementos de esa "policía del calendario" el 30 de julio pasado, cuando circulaban por la carretera libre a Cuernavaca, Morelos.
A Villafañe Martínez se le relaciona con capos colombianos vinculados con Arturo Beltrán Leyva, El Barbas, rival de El Mayo Zambada y de El Chapo Guzmán.
En su declaración ministerial, Altagracia Espinoza cuenta que ese 30 de julio, como a las 20:00 horas, cuatro vehículos les cerraron el paso. En éstos iban hombres armados que portaban placas de policías. "Pensé que se trataba de un secuestro", dice.
Y agrega: Nos apuntaron con sus armas y nos obligaron a bajar, por lo que me asusté y empecé a correr, ya que no nos presentaron ninguna orden de detención, por lo que temí que fuera un secuestro... Me sometieron a mí y a mi acompañante y nos metieron en la parte de atrás de mi camioneta, preguntándoles si nos estaban secuestrando, a lo que contestaron que ellos eran "policías del calendario", y que nos calláramos.
Mi pareja les insistía si se trataba de un secuestro, repitiendo ellos que eran "policías del calendario", y empezaron a hablar por celular. Decían que ya tenían los paquetes... Me hicieron muchas preguntas sobre personas que no conozco y me dijeron que esto era un levantón y que si no coo-peraba iban a matar a mis hijos, les iban a mochar la cabeza. Al ver que no les contestaba, me empezaron agarrar de todo mi cuerpo, me quitaron mi pantalón. Para entonces estaba esposada, me pusieron frente a un carro y me comenzaron a violar entre cuatro o cinco personas, quienes me insultaban y me tomaban fotografías.
... Les pregunté por qué me tomaban fotografías, y dijeron "esta pinche vieja nos está viendo y nos va a reconocer", por lo que una mujer me puso un kotex en los ojos y me volvieron a vendar, dejándome un rato sin hacerme tocamientos ni violarme, pero me decían que iban a matar a mis hijos, ya que según ellos ya los tenían en mi casa... Después sentí como que me bajaron a un pozo que olía muy feo y estaba muy frío, diciéndome que me iban a matar.
Altagracia Espinoza asegura que durante la tortura le mostraron una fotografía -presuntamente la de Arturo Beltrán- y le preguntaban si era socio de su marido. Luego el grupo armado entregó a la pareja a la policía, y ésta los puso a disposición de la Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada (SIEDO), donde siguieron las amenazas: "Me dijeron que si declaraba en contra suya y no decía lo que me habían ordenado, sólo vería la cabeza de mis hijos".
Refiere que después de estar en la SIEDO fue llevada a su casa de Yautepec, Morelos, por los policías, entre los que se encontraban Miguel y Roy, dos agentes de la agencia federal antidrogas de Estados Unidos que traían una camioneta blindada.
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