8 nov 2008

De la tragedia a la decisión

Columna SOBREAVISO/René Delgado
De la tragedia a la decisión
Reforma (
www.refoma.com) 8 Nov. 08;
No hay mayor tragedia que la muerte. Tiene por único remedio la resignación. Más fuerte todavía cuando la tragedia alcanza al amigo y al colaborador, y más aún cuando la amistad y la colaboración se fincan en el campo de lo público y lo privado.
Cuando una tragedia se da en el ámbito de lo público y lo privado, del servicio público dispensado en razón de la convicción de una causa y de la lealtad al amigo, es muy difícil fijar límites y horizontes. El dolor borra las fronteras. Los valores de la amistad y de la colaboración llegan a fundirse, lo mismo que los servicios dispensados al amigo y a la nación. Incluso, los tiempos llegan a confundirse. No es para menos. La muerte toma a uno invariablemente por sorpresa, aun siendo ésta previsible.
El suceso del martes fue lamentable. Segó la vida del secretario Juan Camilo Mouriño y dejó una tragedia al presidente Felipe Calderón. Amigos y colaboradores, ambos.
La vida de Juan Camilo Mouriño valía tanto como la de los cinco funcionarios públicos y los tres miembros de la tripulación que viajaban con él, y la de las cinco personas alcanzadas por el siniestro. De eso no hay duda y, por lo mismo, el pesar no puede hacer distingos. Todas esas vidas importaban.
La relevancia del cargo público y la relación personal de Juan Camilo Mouriño con el presidente de la República le dan a su muerte, sin embargo, otro significado. El mismo jefe del Ejecutivo así lo ha dicho y así lo ha hecho sentir. Los faustos de la ceremonia fúnebre fueron elocuentes. El Estado rindió honores inusitados que, sin duda, algunos otros mexicanos, hombres de Estado excepcionales, también debieron recibir en su momento.
Todavía mañana, el Partido Acción Nacional rendirá honores a los servidores públicos muertos poniendo el acento, como hasta ahora se ha hecho, en la figura de Juan Camilo Mouriño.
De la hondura de la relación de Juan Camilo Mouriño con el jefe del Ejecutivo no hay duda.
El presidente de la República hizo manifiesta, explícita e implícitamente, la pena que le deja esa ausencia. Lo distinguió y lo reivindicó en forma impresionante. Sin duda, la hondura de su relación explica y justifica incluso el tono bíblico de su discurso. De la eficiencia y eficacia de los servicios prestados por Juan Camilo Mouriño, el presidente Felipe Calderón sabe mejor que nadie.
Tal parece que lo mejor de Mouriño tuvo expresión en el ámbito del quehacer político marcado por la discreción y el trabajo distante de los aparadores y los reflectores políticos. Ahí es, probablemente, donde el mandatario calibró la talla de su colaborador y supo de su grandeza.
En el campo público, fuese en el partido o en el gobierno, la figura de Juan Camilo Mouriño no llegó a alcanzar ese brillo. En los tiempos de la campaña presidencial es donde varios de sus amigos y compañeros reconocen su inteligencia y dedicación política. Sin embargo, en su breve desempeño en la Secretaría de Gobernación no dejó ver lo que en él distingue el presidente de la República. No hay demérito alguno en decirlo. Su paso en Gobernación estuvo marcado por la polémica. Sencillamente, el político que se vio desde la calle, desde la crítica política, desde el análisis, no alcanza la talla y la estatura, advertida por su jefe.
En todo caso, es una pena que un hecho como el acontecido impida aquilatar en su justo peso y medida a Juan Camilo Mouriño.
Cada gobierno requiere de su propia liturgia, razones tristes han obligado a la administración de Felipe Calderón a integrar las pompas fúnebres como parte de esa liturgia.
El Campo Marte forma ya parte de la escenografía política de los gobiernos de Acción Nacional. Ahí se rinden honores a los caídos en el servicio público, militar y policial. Los funerales del secretario Martín Huerta en el sexenio anterior y del secretario Juan Camilo Mouriño en el actual enmarcan esas ceremonias. Como es natural, esos actos van generando iconos que, aun cuando así se quisiera, no necesariamente son heroicos por cuanto que falta la hazaña o la epopeya de su gloria.
Otros espacios de la liturgia han desaparecido o, bien, han sido copados por la crispación y la tensión política que también marca a la actual administración. El mandatario ha procurado montar otros escenarios, pero no han llegado a institucionalizarse como, de seguro, desearía.
Desde esa perspectiva, la administración del presidente Calderón requiere encontrar otros escenarios y otra liturgia. Frente a la muerte y lo fortuito, es cierto, nada puede hacerse. Pero frente a la vida, mucho. Ahí es donde los amigos y colaboradores del Presidente deben empeñarse, inventando -en el mejor de los sentidos- otras historias. Historias de vida y de victorias.
Pasado el luto, superado el dolor, el presidente Felipe Calderón tiene frente a sí una importante decisión: nombrar un nuevo, tercer secretario de Gobernación.
La decisión es importante. Los tiempos políticos, económicos, electorales, diplomáticos y sociales exigen de un cuadro político que, como Juan Camilo Mouriño, sea leal al mandatario, pero sobre todo cuente con la experiencia, la capacidad y la destreza para entablar las relaciones políticas hacia dentro y hacia fuera del gobierno. Un capítulo que, desde el arranque de la administración, falta por escribir.
Es claro que la crispación de la atmósfera política nacional no facilita las funciones del secretario de Gobernación. Estructuralmente, esa dependencia ya no tiene las palancas y resortes de poder que la caracterizaron; coyunturalmente, la situación complica aún más el desempeño de su titular. Por eso, la decisión es importante.
En esa decisión, esta vez, debe gravitar la lealtad y la cercanía con el jefe del Ejecutivo pero, sobre todo, la capacidad y la destreza política. En ese terreno, las experiencias de gobierno de Acción Nacional no han sido buenas. Excepción hecha de Carlos Abascal, los secretarios de Gobernación albiazules han empezado por satisfacer más a sus jefes o servir a sus propios intereses que a la función pública, supuesta en el deber de llevar las relaciones políticas internas.
Esa decisión exige velocidad y serenidad. No hay por qué precipitarla, pero tampoco por qué dilatarla.
El mejor homenaje a Juan Camilo Mouriño bien podría ser ése: nombrar a un sustituto, proveniente o no del gobierno, capaz de rehacer el tramado de la política que le permita al mandatario ampliar su margen de maniobra. Salir de la idea de que los secretarios de Estado sólo están para dar satisfacción a su jefe o, peor aún, a sí mismos. Muchos de los colaboradores del mandatario parecieran encontrar en esos márgenes el límite y el horizonte de su función.
Hoy, la prioridad es doble: servir al Presidente en tanto se sirve a la nación. Es una pena que una tragedia recoloque al mandatario en la necesidad de tomar de nuevo esta decisión; la realidad, sin embargo, es ésa. Es hora de hacer votos porque el presidente Calderón encuentre, en medio del dolor, la paz necesaria para tomar esa decisión. Resultará central en el porvenir de su administración.
Es una pena lo ocurrido. Sin embargo, es menester continuar.
Correo electrónico: sobreaviso@latinmail.com

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