Qué sabemos/Jaime Sánchez Susarrey
Publicado en Reforma (www.reforma.com) 8 Nov. 08;
¿Accidente o atentado? No hay certeza. Ambas posibilidades existen. Habrá que esperar el fin de las investigaciones. Sin embargo, hay una serie de cosas que sí sabemos y que son muy relevantes. Las enumero a continuación.
Sabemos que hay una guerra abierta, cada vez más cruenta, con el crimen organizado. La capacidad económica y la potencia de fuego de los narcotraficantes son enormes. El propio Felipe Calderón reconoció no haber tenido idea de la magnitud del problema cuando decidió combatirlo frontalmente. La imagen que utilizó fue muy clara: hasta que intervine al paciente me di cuenta que tenía un cáncer muy desarrollado. Por eso los enfrentamientos son cada vez más intensos. La violencia no es sólo entre los distintos cárteles, sino que se centra en los cuerpos de seguridad y en los funcionarios y políticos. Ahí están los atentados contra alcaldes y regidores.
Sabemos que la escalada va más allá de los asesinatos de policías y soldados. El estallido de las granadas en Morelia lo confirma. Se trata de narcoterrorismo. El uso de granadas en otras partes de la República contra instalaciones policiacas ha cobrado víctimas entre la población. No es casual. Desestabilizar y crear pánico es el objetivo. Sembrar la sensación de que nadie está a salvo. Y, sobre todo, que no hay fuerza pública que sea capaz de proteger al ciudadano común y corriente. Por eso los actos de violencia son tan sangrientos y se multiplican. Las decapitaciones se han vuelto cosa de todos los días. Y por eso, también, las incursiones se efectúan a cielo abierto con armas muy superiores a las de los cuerpos policiacos. El mensaje es claro: nadie está a salvo ni hay corporación capaz de doblegarnos.
Sabemos que José Luis Santiago Vasconcelos estaba en la mira del crimen organizado. En los últimos años sufrió varios atentados. En 2003, Osiel Cárdenas Guillén, líder del cártel del Golfo, ofreció cinco millones de dólares por los asesinatos de Macedo de la Concha, procurador general de la República, y de Santiago Vasconcelos, titular de la Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada. En 2005, el diario Milenio dio a conocer la existencia de un video en el que aparecían torturados cuatro narcotraficantes del grupo de Los Zetas que revelaban los planes del cártel del Golfo para matar a los citados servidores públicos. Según otros funcionarios, ese grupo de sicarios estuvo a punto de asesinar a Santiago Vasconcelos en Tamaulipas en tres ocasiones. Y ya como subprocurador Jurídico y de Asuntos Internacionales en la administración de Felipe Calderón, la Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal detuvo a tres personas en las inmediaciones de la colonia Fuentes del Pedregal, que resultaron ser gatilleros de Los Zetas y pretendían liquidarlo. A esto se suma otro intento frustrado el 22 de diciembre de 2007, también en las inmediaciones de su domicilio.
Sabemos que fue un grave, gravísimo error, que ambos funcionarios, Juan Camilo Mouriño, mano derecha del presidente de la República, y Santiago Vasconcelos, en la mira del crimen organizado desde el 2003, viajaran en el mismo avión para firmar un acuerdo de cooperación, en materia de seguridad pública, con el gobierno de San Luis Potosí. Más absurdo resulta si se toma en cuenta el contexto: los enfrentamientos cada vez más cruentos y los ataques directos contra altos integrantes del gobierno federal. Todo indica que no se respetó el principio elemental que todos los funcionarios federales, incluyendo el propio presidente de la República, repiten a diestra y siniestra: estamos en guerra y antes de ganarla habrá muchas bajas.
Sabemos que el poder de corrupción del crimen organizado es enorme. Vaya, para fines prácticos, puede considerarse ilimitado. Los ejemplos sobran y no son de ahora. Ahí está el caso del general Gutiérrez Rebollo durante la presidencia de Ernesto Zedillo. Lo ocurrido recientemente en los altos mandos de la Policía Federal Preventiva lo confirma. No parece haber oficial que soporte cañonazos de 450 mil dólares mensuales. Contra ese poder corruptor no hay vacuna ni medicina. Y lo más grave es que una vez que el enemigo se instala en casa utiliza los recursos y la información del Estado a su favor. La penetración exitosa de la embajada de Estados Unidos en México se inscribe en la misma lógica. Lo aterrante de esta situación no es sólo lo que ha sucedido, sino que ahora, más que antes, el Ejército se encuentra en la primera línea de combate.
Sabemos que atentado o no, el país está frente a una encrucijada. La presión sobre el Estado jamás había tenido estas dimensiones. La pérdida de control de territorios que gobierna el narco, la penetración de los municipios y el sometimiento o compra de alcaldes y cabildos, la estrategia exitosa de guerra de guerrillas que golpea rápido y duro por toda la República, la abierta superioridad del armamento de los sicarios sobre los cuerpos policiacos y el enorme poder de corrupción son los datos fundamentales. En ese contexto, el tiempo no corre a favor del Estado ni del gobierno. Al crimen organizado se le puede aplicar la vieja sentencia de Nietzsche: lo que no te mata, te fortalece. Con una pequeña apostilla: estamos ante una hidra de mil cabezas. Por cada una que se corta aparecen tres o cuatro y así sucesivamente.
Sabemos que el presidente de la República deberá nombrar al nuevo secretario de Gobernación en cuestión de días. Hasta ahora Felipe Calderón ha operado con un criterio rector: la lealtad. Los secretarios más importantes de su gabinete, con la notable excepción de Hacienda y la Procuraduría General de la República, pertenecen al círculo íntimo del presidente de la República o a compromisos partidarios previamente establecidos. De ahí la queja de que no son los mejores ni los más capaces. La pregunta a formularse es si el nuevo secretario de Gobernación será nombrado de acuerdo al mismo criterio: la lealtad o se optará por un personaje de peso, experiencia e inteligencia. La respuesta la conoceremos en breve. Entonces podrá concluirse si el presidente de la República reconoce y entiende la complejidad y los enormes riesgos que su gobierno, el Estado y los ciudadanos estamos corriendo.
Sabemos, por último, que la fortuna sí existe. Todos los días hay gente que se saca la lotería o gana una rifa. No sólo eso. Los accidentes en tiempos de guerra también existen. Así que si no hubo atentado, habrá que concluir: los narcotraficantes, además de los enormes recursos financieros y bélicos que los hacen tan temibles, tienen muy, pero muy buena suerte.
Sabemos que hay una guerra abierta, cada vez más cruenta, con el crimen organizado. La capacidad económica y la potencia de fuego de los narcotraficantes son enormes. El propio Felipe Calderón reconoció no haber tenido idea de la magnitud del problema cuando decidió combatirlo frontalmente. La imagen que utilizó fue muy clara: hasta que intervine al paciente me di cuenta que tenía un cáncer muy desarrollado. Por eso los enfrentamientos son cada vez más intensos. La violencia no es sólo entre los distintos cárteles, sino que se centra en los cuerpos de seguridad y en los funcionarios y políticos. Ahí están los atentados contra alcaldes y regidores.
Sabemos que la escalada va más allá de los asesinatos de policías y soldados. El estallido de las granadas en Morelia lo confirma. Se trata de narcoterrorismo. El uso de granadas en otras partes de la República contra instalaciones policiacas ha cobrado víctimas entre la población. No es casual. Desestabilizar y crear pánico es el objetivo. Sembrar la sensación de que nadie está a salvo. Y, sobre todo, que no hay fuerza pública que sea capaz de proteger al ciudadano común y corriente. Por eso los actos de violencia son tan sangrientos y se multiplican. Las decapitaciones se han vuelto cosa de todos los días. Y por eso, también, las incursiones se efectúan a cielo abierto con armas muy superiores a las de los cuerpos policiacos. El mensaje es claro: nadie está a salvo ni hay corporación capaz de doblegarnos.
Sabemos que José Luis Santiago Vasconcelos estaba en la mira del crimen organizado. En los últimos años sufrió varios atentados. En 2003, Osiel Cárdenas Guillén, líder del cártel del Golfo, ofreció cinco millones de dólares por los asesinatos de Macedo de la Concha, procurador general de la República, y de Santiago Vasconcelos, titular de la Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada. En 2005, el diario Milenio dio a conocer la existencia de un video en el que aparecían torturados cuatro narcotraficantes del grupo de Los Zetas que revelaban los planes del cártel del Golfo para matar a los citados servidores públicos. Según otros funcionarios, ese grupo de sicarios estuvo a punto de asesinar a Santiago Vasconcelos en Tamaulipas en tres ocasiones. Y ya como subprocurador Jurídico y de Asuntos Internacionales en la administración de Felipe Calderón, la Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal detuvo a tres personas en las inmediaciones de la colonia Fuentes del Pedregal, que resultaron ser gatilleros de Los Zetas y pretendían liquidarlo. A esto se suma otro intento frustrado el 22 de diciembre de 2007, también en las inmediaciones de su domicilio.
Sabemos que fue un grave, gravísimo error, que ambos funcionarios, Juan Camilo Mouriño, mano derecha del presidente de la República, y Santiago Vasconcelos, en la mira del crimen organizado desde el 2003, viajaran en el mismo avión para firmar un acuerdo de cooperación, en materia de seguridad pública, con el gobierno de San Luis Potosí. Más absurdo resulta si se toma en cuenta el contexto: los enfrentamientos cada vez más cruentos y los ataques directos contra altos integrantes del gobierno federal. Todo indica que no se respetó el principio elemental que todos los funcionarios federales, incluyendo el propio presidente de la República, repiten a diestra y siniestra: estamos en guerra y antes de ganarla habrá muchas bajas.
Sabemos que el poder de corrupción del crimen organizado es enorme. Vaya, para fines prácticos, puede considerarse ilimitado. Los ejemplos sobran y no son de ahora. Ahí está el caso del general Gutiérrez Rebollo durante la presidencia de Ernesto Zedillo. Lo ocurrido recientemente en los altos mandos de la Policía Federal Preventiva lo confirma. No parece haber oficial que soporte cañonazos de 450 mil dólares mensuales. Contra ese poder corruptor no hay vacuna ni medicina. Y lo más grave es que una vez que el enemigo se instala en casa utiliza los recursos y la información del Estado a su favor. La penetración exitosa de la embajada de Estados Unidos en México se inscribe en la misma lógica. Lo aterrante de esta situación no es sólo lo que ha sucedido, sino que ahora, más que antes, el Ejército se encuentra en la primera línea de combate.
Sabemos que atentado o no, el país está frente a una encrucijada. La presión sobre el Estado jamás había tenido estas dimensiones. La pérdida de control de territorios que gobierna el narco, la penetración de los municipios y el sometimiento o compra de alcaldes y cabildos, la estrategia exitosa de guerra de guerrillas que golpea rápido y duro por toda la República, la abierta superioridad del armamento de los sicarios sobre los cuerpos policiacos y el enorme poder de corrupción son los datos fundamentales. En ese contexto, el tiempo no corre a favor del Estado ni del gobierno. Al crimen organizado se le puede aplicar la vieja sentencia de Nietzsche: lo que no te mata, te fortalece. Con una pequeña apostilla: estamos ante una hidra de mil cabezas. Por cada una que se corta aparecen tres o cuatro y así sucesivamente.
Sabemos que el presidente de la República deberá nombrar al nuevo secretario de Gobernación en cuestión de días. Hasta ahora Felipe Calderón ha operado con un criterio rector: la lealtad. Los secretarios más importantes de su gabinete, con la notable excepción de Hacienda y la Procuraduría General de la República, pertenecen al círculo íntimo del presidente de la República o a compromisos partidarios previamente establecidos. De ahí la queja de que no son los mejores ni los más capaces. La pregunta a formularse es si el nuevo secretario de Gobernación será nombrado de acuerdo al mismo criterio: la lealtad o se optará por un personaje de peso, experiencia e inteligencia. La respuesta la conoceremos en breve. Entonces podrá concluirse si el presidente de la República reconoce y entiende la complejidad y los enormes riesgos que su gobierno, el Estado y los ciudadanos estamos corriendo.
Sabemos, por último, que la fortuna sí existe. Todos los días hay gente que se saca la lotería o gana una rifa. No sólo eso. Los accidentes en tiempos de guerra también existen. Así que si no hubo atentado, habrá que concluir: los narcotraficantes, además de los enormes recursos financieros y bélicos que los hacen tan temibles, tienen muy, pero muy buena suerte.
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