El calendario de la paz/Iñaki González, periodista
EL PERIÓDICO, 06/10/10;
Desde que, el 5 de septiembre, se hiciera público el comunicado de ETA en el que anunciaba con un lenguaje sui géneris que se encuentra en tregua desde hace algún tiempo, parece haberse activado una vertiginosa carrera de escenificaciones que sugieren la existencia de un calendario de pasos hacia el final definitivo de la violencia en Euskadi. El anuncio dotó de fondo argumental los movimientos que venían protagonizando en el espacio aberzale de izquierda diversos partidos y fracturas de tales que hasta hace bien poco se disputaban ese terreno electoralmente y que hoy señalan una hoja de ruta de concurrencia en la que aspira a aterrizar la ilegalizada Batasuna.
En las últimas semanas tocaba poner letra a esa música y es aquí donde se perciben dificultades que nadie sino ese mundo puede resolver. En primer lugar, al anuncio de tregua le ha seguido en este tiempo una inusitada actividad comunicativa de ETA. Un segundo comunicado y una entrevista publicada en prensa han pretendido aclarar aquel primer mensaje. Sin embargo, ni uno ni otra han despejado con claridad lo que pasa por las cabezas encapuchadas sobre su propio futuro. De hecho, hoy sabemos más de todo eso por lo que nos han interpretado otros.
Los portavoces reconocibles que gestionan la herencia de Batasuna han sido los encargados de calificar el anuncio de tregua: indefinida, unilateral y permanente, dijeron de ella en cuestión de horas tras el anuncio. Algo que no ha corroborado la propia ETA de su boca hasta la fecha. Además, se trataría de una decisión que haría suyas las exigencias del grupo de mediadores internacionales, entre ellas los llamados principios Mitchell, aplicados en el caso norirlandés, y que implica que el alto el fuego sea verificado y controlado por una comisión independiente. De nuevo son palabras no explícitas de ETA sino de quienes la interpretan. La organización se limitó a prometer su disposición a ese escenario y a más una vez acometa una negociación con los propios mediadores, lo que no deja de ser esquizofrénico.
Quizá el paso más explícito fue el dado el pasado día 25 con la llamada Declaración de Gernika, a la que se adhirieron los partidos y agentes sociales que vienen participando en esta larga hoja de ruta. La novedad de la adhesión de Aralar y la explícita demanda a ETA de un alto el fuego, una vez más, «permanente, unilateral y verificable (…) como expresión de voluntad para un definitivo abandono de su actividad armada» iba mucho más allá de lo que la propia ETA puso sobre la mesa el mismo día a través de su entrevista. El anuncio simultáneo y la publicación solo unas horas después del acto de Gernika constituyó un ejercicio de comunicación que pareció más destinado a marcar el terreno a los firmantes del documento que a reforzar su postura con un gesto.
Seguimos sin saber si todos los implicados manejan el mismo calendario o si ni siquiera tienen decidido quién pasa las hojas del mismo y a qué velocidad: quién marca el paso de quién. Parece obvio que a la izquierda radical ilegalizada le falta tiempo hasta las elecciones de primavera. Su continuo pedalear va mucho más allá de los ritmos que parece dispuesta a asumir ETA en el mejor de los casos, que sería el de la convicción de que, medio siglo de dolor después, esto se acaba. Durante el proceso negociador del 2006, el escenario que manejaban las partes apuntaba a un larguísimo camino con horizonte en prácticamente una década. Hoy, seis meses parecen demasiado poco y, sin embargo, la continua apelación a la inmediatez por parte de Batasuna genera una tensión añadida porque ETA sigue reclamándose como agente político y esa es una vía muerta.
En Euskadi, las continuas apelaciones al PNV fueron respondidas con su disposición a abrir un diálogo con todas las fuerzas para que el esfuerzo realizado por quienes en la izquierda aberzale radical creen en las vías políticas no se malogre. Mal comienzo fue la manifestación convocada bajo un lema por el fin de las prohibiciones y reivindicar los derechos humanos, sociales y políticos de todos. Más allá de los insultos a los representantes del PNV, la reconocible instrumentalización del acto por parte de Batasuna ha escaldado a los jeltzales, que hoy se preguntan de nuevo si este proceso es hacia la paz o solo hacia una plataforma política alternativa a su liderazgo en el nacionalismo.
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