Columna PLAZA PÚBLICA /
Cara a cara, las víctimas y el poder/ Miguel Ángel Granados Chapa
Tan torcido y atrasado es nuestro pacto entre poderes y ciudadanos que tenemos que festejar como un logro lo que debiera ser un uso normal, una costumbre establecida. Pero lo festejamos, por su excepcionalidad
Reforma 26 junio 2011.- Algo cambió en la relación de gobernantes y gobernados el jueves 23 de junio, en el Castillo de Chapultepec. Por primera vez en la historia estuvieron frente a frente, cara a cara, las víctimas y el poder. Un sistema político entre cuyos rasgos cuenta el desdén del gobierno a los ciudadanos experimentó una mudanza cuyos alcances están todavía por definirse. Porque la reunión en la antigua residencia presidencial fue, al mismo tiempo, culminación y comienzo, logro y expectativa, exposición de agravios y avistamiento de remedios.
Javier Sicilia no logró que el presidente Calderón pidiera perdón a la nación como le demandó hacer. Calderón se parapetó en circunloquios para no ceder en ese momento central del diálogo con el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad. Reconoció la necesidad de hacerlo, pero en vez de dar el paso éticamente obligado: hacer lo que admitía como necesario y expresarlo sin ambages, aprovechó el requerimiento de Sicilia para reiterar su terco aferramiento a una estrategia probadamente fallida. En un desliz verbal aceptó sin querer su renuencia a pedir perdón: al contestar el reproche sobre la impertinencia de un desfile militar en Ciudad Juárez, a fines de mayo: "Lejos de mi intención el ofenderlos, y ahí sí les pido, si es una ofensa para ustedes, me perdonen".
Ahí sí. En el planteamiento de fondo no.
El encuentro del jueves es el primero de los que el Movimiento por la paz sostendrá con los Poderes de la Unión. Esa movilización ciudadana se propuso dialogar con el Estado, y está consiguiéndolo. Después de la cita con el Ejecutivo, se cumplirá la que el Congreso, a través de la Comisión Permanente, se ha mostrado abierta a establecer. Y, aludido con severidad por las dos partes en el Castillo, la Suprema Corte venció sus últimas reticencias y anunció su disposición a recibir a las víctimas y a quienes han logrado hacerlas visibles y audibles. Tan torcido y atrasado es nuestro pacto entre poderes y ciudadanos que tenemos que festejar como un logro lo que debiera ser un uso normal, una costumbre establecida. Pero lo festejamos, por su excepcionalidad.
Entre muchos rasgos que confirieron importancia al diálogo del jueves, el protagonismo de las víctimas y de los deudos es uno de los principales. Como ocurrió desde que Javier Sicilia se plantó en el centro de Cuernavaca a comienzos de abril, poco después del asesinato de su hijo Juan Francisco, y después a lo largo de sus caminatas y caravanas, su dolor, su indignación, su protesta han servido de imanes para atraer la exposición de tragedias semejantes a la suya. O peores, si cabe la gradación, porque el reclamo del poeta por el sacrificio de su hijo fue escuchado y presumiblemente se encamina hacia su desenlace judicial, el proceso y sentencia de quienes ultimaron a Juan Francisco. Pero en el resto de los casos la desatención, a menudo agresiva, la sordera de las autoridades han dado pábulo a la impunidad, han añadido ofensa al agravio.
Durante las tres horas del diálogo, cinco personas -de 20 presentes- representantes del pesar y la impotencia expusieron sus propios casos y los de otros muchos que conocen o cuya representación se les ha confiado. En la narración de asesinatos y desapariciones invariablemente se incluía una denuncia por el desdén y la indiferencia de las autoridades a que los familiares de las víctimas acudieron. Además de relatar el caso de su hija Paloma, muerta en la ciudad de Chihuahua sin que en nueve años se haya hecho justicia, Norma Ledesma reprochó directamente a Calderón no haber recibido a Marisela Escobedo, que le solicitó audiencia directamente y en vez de recibir atención gubernamental fue asesinada en diciembre pasado mientras demandaba castigo para el asesino de su hija. La denuncia comprendió también a la Policía Federal, que recibió de Marisela Escobedo información para detener a quien mató a su hija, refugiado con Los Zetas en Zacatecas. Esa corporación, ejemplar según Calderón, compuesta por héroes según su jefe Genaro García Luna, "protegió y sigue protegiendo" al asesino de Marisol Rubí Frayre.
Es de suponerse, si no está Calderón tan alejado de la realidad porque se le hurta esa información, que el Presidente tenía alguna noticia de los casos que escuchaba, porque los más de ellos fueron conocidos cuando sus relatores se incorporaron a la Caravana del Consuelo, que recorrió 3 mil kilómetros de Cuernavaca a Ciudad Juárez. Pero, sabedor de ellas o no, Calderón escuchó de modo directo esas cuitas profundas, que estremecen o desgarran. E invariablemente oyó también la imputación a la insensibilidad de funcionarios, los que él tiene a sus órdenes u otros: Araceli Rodríguez, madre de un agente de la Policía Federal desaparecido con otros compañeros en Michoacán, en un caso que la propia corporación quiso ocultar y rehúsa investigar, increpó a García Luna por facilitar equipo e instalaciones de su Secretaría para grabar una serie de televisión en vez de dedicarlos a la localización de su hijos y otros ofendidos, o la de sus verdugos. Tras ese reproche cobró mayor fuerza su cuestionamiento a la estrategia contra la delincuencia organizada: "No es ético, no es justo, no es cristiano -dijo a Calderón, bautizado católico, practicante de esa fe- derramar tanta sangre, sembrar tanta desolación en el país y dejar intactos a los principales beneficiarios de la industria del narcotráfico".
(Desde el gobierno se insiste en la eficacia de la estrategia porque se detiene a jefes de banda buscados desde hace tiempo. El ejemplo más a la mano es el de José de Jesús, El Chango, Méndez, uno de los fundadores de La Familia Michoacana. Tras su captura Alejandro Poiré, vocero del gobierno en materia de seguridad, y Facundo Rosas, comisionado de la Policía Federal, se ufanaron de la contundencia del golpe. Mencionaron desde desmantelamiento hasta destrucción de aquella peculiar banda. Prefirieron ignorar que, de ser verdadera su aseveración, la captura de El Chango podría ser inocua en el fondo, porque el vacío que ya ahora deja La Familia está siendo colmado por Los Caballeros Templarios).
En sus turnos, Javier Sicilia, alma y motor de esta movilización, fue de la denuncia severa, el cuestionamiento sin ambages hasta un gesto de ternura, acaso incomprensible y hasta chocante a quienes se hallen lejanos de la religiosidad popular. Entregó a Calderón un escapulario y un rosario que le habían sido obsequiados o confiados para hacerlos llegar al Presidente. Son, ciertamente, objetos ajenos a la doctrina de la fe católica, más amuletos vinculados a la superstición que adminículos para la liturgia. Pero antes de ese acercamiento personal, antecedente de un abrazo que no llegó a consumarse, Sicilia había hecho admoniciones severas a Calderón:
"El problema es que usted presume que los malos están afuera y que los buenos están adentro. El problema es que usted se lanzó a la guerra con instituciones podridas, con instrumentos que no dan seguridad a la nación, con instituciones con altos grados de impunidad".
Le dijo también que está "obligado a reconocer que la estrategia ha sido contraproducente. Miles de muertos, putrefacción de instituciones, fortalecimiento de cárteles, tal como lo dijo Obama cuando habló de su frustración. Señor Presidente: ¿dónde están las ganancias de la estrategia? No hay un solo indicador que nos hable de la ruta correcta". Y lo encajonó al preguntarle si "¿le cuesta trabajo reconocer que no se ha hecho nada o casi nada para desmontar la estructura de protección con la que cuentan los criminales? ¿Tiene algo que decir sobre la corrupción y el encubrimiento de funcionarios?".
Calderón no tuvo respuesta a esas interrogantes. Su ánimo fue también de un extremo a otro. Se sintió compelido de abrazar a María Elena Herrera, madre de cuatro desaparecidos a los que nadie busca. Pero también manoteó en defensa de su estrategia. En ese punto se mostró como siempre inamovible.
Habrá que hacerlo moverse. Sicilia hizo propuestas concretas, y orilló a Calderón a aceptar una nueva reunión dentro de tres meses, con una comisión de seguimiento entretanto. El Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad llegó a un punto alto de su misión. Pero está lejos de haberla concluido. Tiene que continuarla. Para ello requiere la tenacidad y constancia de que ya dio muestra, y del acompañamiento de todos los que creen en los valores que lleva su nombre.
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