Sin pelos en la lengua
- Calderón y Sicilia; sensato diálogo entre católicos.
- La violencia y el crimen, responsabilidad colectiva.
Columna Itinerario Político/Ricardo Alemán
Excélsior, 26 de junio de 2011
Aquí y allá, la interrogante menudeó. ¿De qué sirvió el encuentro entre el presidente Calderón y el poeta Sicilia?
Está claro que en opinión de los vividores de la política, de los oportunistas del poder y de los mercaderes de las “causas populares”, el encuentro sirvió de poco o, acaso de nada. ¿Por qué?
Porque a los ojos de los mercenarios del poder no hubo ganador, no hubo renta electoral.
Y es que para los sembradores de odio y del falso debate entre buenos y malos, para los que han intentado tumbar al segundo gobierno azul, y aquellos que como mafia siciliana asaltaron e intentaron secuestrar el movimiento de Javier Sicilia —como los falsos profetas de “No más Sangre”—, no se produjo el esperado “choque de trenes”, la confrontación entre Calderón y Sicilia.
Ni odio ni venganza
En realidad el encuentro entre el Presidente y el poeta —a despecho de los malquerientes de Calderón —, fue un diálogo entre voces amigas, entre líderes de formaciones paralelas que —por si existe alguna duda—, provienen de una genética común; los católicos que han caminado por el sendero del poder político y los católicos sobrevivientes de la teología de la liberación que se refugiaron en la palabra, la poesía.
Está claro que la violencia y la tragedia —y la voz de los agraviados—, colocaron a Calderón y a Sicilia frente a frente.
Pero también es cierto que la formación liberal y la genética católica de ambos hicieron posible el resto; un encuentro en donde los mandantes —origen y razón de ser del Estado—, exigieron cuentas al mandatario en jefe, al Presidente, en su calidad de responsable de conducir los destinos del país.
Por eso el resultado fue un diálogo fuerte, pero respetuoso; profundo, pero alejado del insulto vulgar y la estridencia; por eso fue ejemplar la lección didáctica de democracia participativa, por eso el sano ejemplo de civilidad, por eso la impensable muestra de tolerancia y, por todo eso, el aplauso de casi todos.
Claro, menos el aplauso de los mercaderes de las causas populares, de los sembradores de odio; creadores del falso debate de buenos contra malos.
Sembradores de paz
Todo eso se ganó en tiempo real, en las tres horas de un diálogo sin pelos en la lengua. Pero no puede ser menor la ganancia colateral. Resulta que Sicilia y su ejército de agraviados no sólo sacudieron la modorra social provocada por los actos repetitivos del terror interminable, sino que el dolor de sus testimonios y la pesada carga de impunidad, despertaron la esperanza.
Se avanza, a paso lento, pero se avanza.
La gran marcha por la paz en 2004, los gritos de Martí, de Vargas, de Wallace… y hoy el diálogo de Sicilia, piedras que de a poco construyen un dique social contra el crimen.
Lecciones que algunos como Julián LeBaron, sintetizan con filosofía contundente; “las semillas de paz y justicia” que siembra la movilización social.
Pero en el otro extremo, y contra lo que muchos auguraban, el encuentro entre Calderón y Sicilia también arrojó un invaluable beneficio colateral para el Presidente de México. ¿Por qué?
Porque nunca, en sus cinco años de gestión, Calderón había tenido el foro, el tiempo y el interlocutor para hablar —como lo hizo frente al poeta y de cara a la nación—, del tema central de su gobierno; la lucha contra el crimen organizado.
En realidad el encuentro entre Calderón y Sicilia le abrió el espacio y el foro al Presidente para explicar con precisión, tino, puntualidad y hasta diligencia lo que nunca antes —ni con la más costosa y eficaz campaña publicitaria—, había logrado.
Meses y años de discursos, comunicados, mensajes, encuentros y entrevistas no habían logrado lo que consiguieron tres horas de diálogo con Sicilia.
Mitos contra Calderón
En los hechos, Calderón derribó buena parte de los mitos que le han endilgado sus malquerientes; la campaña de odio y la venganza lanzada contra su gobierno —por haber derrotado a Andrés Manuel López Obrador y su templo de fanatismo y odio—, y que permeó también durante años en amplios sectores sociales.
Calderón mostró que es un gobernante sensible, tolerante, capaz de pedir perdón por la ineficacia de las instituciones del Estado —a pesar de que se negó a pedir perdón por haber lanzado todo el peso del Estado contra los criminales—, pero también y se dijo dispuesto a cambiar lo que no está funcionando en la lucha contra el crimen.
Pero acaso lo más importante para el gobierno de Calderón fue que, en respuesta a los planteamientos de Sicilia, desmontó mitos y simplificaciones que han estimulado la complicidad de buena parte de la clase política con los criminales, sea por omisión, sea por comisión.
Luego del diálogo quedó claro que es una patraña “los 40 mil muertos de Calderón”, ya que una gran mayoría de esas muertes fueron causadas por el crimen; quedó claro que el gobierno federal y que el Presidente son responsables parciales de aciertos y errores, ya que la responsabilidad del ejercicio de gobierno es compartida entre los tres Poderes de la Unión —Ejecutivo, Legislativo y Judicial—, y los tres órdenes de gobierno; municipal, estatal y federal.
A cada quien su culpa
Pero además, y en palabras de uno de los más lúcidos, claros y sensatos líderes surgidos de la tragedia —el elocuente Julián LeBarón—, la responsabilidad de la violencia, el incremento en la criminalidad y las muertes son “una responsabilidad compartida por todos”. Y al hablar de todos el señor LeBarón incluye desde el presidente Calderón, pasando por todo su gabinete, pero también a todos los partidos políticos, dirigentes partidistas, legisladores —la clase política en general—, sin olvidar a ministros de la Corte, jueces, gobernadores, alcaldes, empresarios, jerarcas de las denominaciones religiosas y, por supuesto, incluye la responsabilidad de los ciudadanos.
En realidad la gran lección del encuentro entre Calderón y los ciudadanos agraviados por el crimen organizado y la violencia, es que la realidad de esos flagelos colocó a cada quien en su lugar. Y es que junto a Felipe Calderón debieron estar los adelantados precandidatos presidenciales, los vulgares ambiciosos del poder por el poder.
Ahí debieron estar los arrogantes ministros de la Suprema Corte, los poco creíbles jueces y los corruptos jefes de las policías estatales; los legisladores de todos los partidos —no pocos de ellos verdaderos vividores del poder—, los convenencieros líderes o dueños de los partidos políticos, los caciques y virreyzuelos en que se han convertido gobernadores y alcaldes de las grandes ciudades, los insaciables dueños de los bancos, los empresarios que juegan con fortunas del lavado de dinero… El diálogo puso a cada quien en su lugar.
2011-06-26 00:00:00
Está claro que en opinión de los vividores de la política, de los oportunistas del poder y de los mercaderes de las “causas populares”, el encuentro sirvió de poco o, acaso de nada. ¿Por qué?
Porque a los ojos de los mercenarios del poder no hubo ganador, no hubo renta electoral.
Y es que para los sembradores de odio y del falso debate entre buenos y malos, para los que han intentado tumbar al segundo gobierno azul, y aquellos que como mafia siciliana asaltaron e intentaron secuestrar el movimiento de Javier Sicilia —como los falsos profetas de “No más Sangre”—, no se produjo el esperado “choque de trenes”, la confrontación entre Calderón y Sicilia.
Ni odio ni venganza
En realidad el encuentro entre el Presidente y el poeta —a despecho de los malquerientes de Calderón —, fue un diálogo entre voces amigas, entre líderes de formaciones paralelas que —por si existe alguna duda—, provienen de una genética común; los católicos que han caminado por el sendero del poder político y los católicos sobrevivientes de la teología de la liberación que se refugiaron en la palabra, la poesía.
Está claro que la violencia y la tragedia —y la voz de los agraviados—, colocaron a Calderón y a Sicilia frente a frente.
Pero también es cierto que la formación liberal y la genética católica de ambos hicieron posible el resto; un encuentro en donde los mandantes —origen y razón de ser del Estado—, exigieron cuentas al mandatario en jefe, al Presidente, en su calidad de responsable de conducir los destinos del país.
Por eso el resultado fue un diálogo fuerte, pero respetuoso; profundo, pero alejado del insulto vulgar y la estridencia; por eso fue ejemplar la lección didáctica de democracia participativa, por eso el sano ejemplo de civilidad, por eso la impensable muestra de tolerancia y, por todo eso, el aplauso de casi todos.
Claro, menos el aplauso de los mercaderes de las causas populares, de los sembradores de odio; creadores del falso debate de buenos contra malos.
Sembradores de paz
Todo eso se ganó en tiempo real, en las tres horas de un diálogo sin pelos en la lengua. Pero no puede ser menor la ganancia colateral. Resulta que Sicilia y su ejército de agraviados no sólo sacudieron la modorra social provocada por los actos repetitivos del terror interminable, sino que el dolor de sus testimonios y la pesada carga de impunidad, despertaron la esperanza.
Se avanza, a paso lento, pero se avanza.
La gran marcha por la paz en 2004, los gritos de Martí, de Vargas, de Wallace… y hoy el diálogo de Sicilia, piedras que de a poco construyen un dique social contra el crimen.
Lecciones que algunos como Julián LeBaron, sintetizan con filosofía contundente; “las semillas de paz y justicia” que siembra la movilización social.
Pero en el otro extremo, y contra lo que muchos auguraban, el encuentro entre Calderón y Sicilia también arrojó un invaluable beneficio colateral para el Presidente de México. ¿Por qué?
Porque nunca, en sus cinco años de gestión, Calderón había tenido el foro, el tiempo y el interlocutor para hablar —como lo hizo frente al poeta y de cara a la nación—, del tema central de su gobierno; la lucha contra el crimen organizado.
En realidad el encuentro entre Calderón y Sicilia le abrió el espacio y el foro al Presidente para explicar con precisión, tino, puntualidad y hasta diligencia lo que nunca antes —ni con la más costosa y eficaz campaña publicitaria—, había logrado.
Meses y años de discursos, comunicados, mensajes, encuentros y entrevistas no habían logrado lo que consiguieron tres horas de diálogo con Sicilia.
Mitos contra Calderón
En los hechos, Calderón derribó buena parte de los mitos que le han endilgado sus malquerientes; la campaña de odio y la venganza lanzada contra su gobierno —por haber derrotado a Andrés Manuel López Obrador y su templo de fanatismo y odio—, y que permeó también durante años en amplios sectores sociales.
Calderón mostró que es un gobernante sensible, tolerante, capaz de pedir perdón por la ineficacia de las instituciones del Estado —a pesar de que se negó a pedir perdón por haber lanzado todo el peso del Estado contra los criminales—, pero también y se dijo dispuesto a cambiar lo que no está funcionando en la lucha contra el crimen.
Pero acaso lo más importante para el gobierno de Calderón fue que, en respuesta a los planteamientos de Sicilia, desmontó mitos y simplificaciones que han estimulado la complicidad de buena parte de la clase política con los criminales, sea por omisión, sea por comisión.
Luego del diálogo quedó claro que es una patraña “los 40 mil muertos de Calderón”, ya que una gran mayoría de esas muertes fueron causadas por el crimen; quedó claro que el gobierno federal y que el Presidente son responsables parciales de aciertos y errores, ya que la responsabilidad del ejercicio de gobierno es compartida entre los tres Poderes de la Unión —Ejecutivo, Legislativo y Judicial—, y los tres órdenes de gobierno; municipal, estatal y federal.
A cada quien su culpa
Pero además, y en palabras de uno de los más lúcidos, claros y sensatos líderes surgidos de la tragedia —el elocuente Julián LeBarón—, la responsabilidad de la violencia, el incremento en la criminalidad y las muertes son “una responsabilidad compartida por todos”. Y al hablar de todos el señor LeBarón incluye desde el presidente Calderón, pasando por todo su gabinete, pero también a todos los partidos políticos, dirigentes partidistas, legisladores —la clase política en general—, sin olvidar a ministros de la Corte, jueces, gobernadores, alcaldes, empresarios, jerarcas de las denominaciones religiosas y, por supuesto, incluye la responsabilidad de los ciudadanos.
En realidad la gran lección del encuentro entre Calderón y los ciudadanos agraviados por el crimen organizado y la violencia, es que la realidad de esos flagelos colocó a cada quien en su lugar. Y es que junto a Felipe Calderón debieron estar los adelantados precandidatos presidenciales, los vulgares ambiciosos del poder por el poder.
Ahí debieron estar los arrogantes ministros de la Suprema Corte, los poco creíbles jueces y los corruptos jefes de las policías estatales; los legisladores de todos los partidos —no pocos de ellos verdaderos vividores del poder—, los convenencieros líderes o dueños de los partidos políticos, los caciques y virreyzuelos en que se han convertido gobernadores y alcaldes de las grandes ciudades, los insaciables dueños de los bancos, los empresarios que juegan con fortunas del lavado de dinero… El diálogo puso a cada quien en su lugar.
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