Ahora
nosotros podemos hacerlo muy bien.
"Es una
prioridad defender el Estado de Derecho"
Ollanta Humala quiere que la
Administración llegue a todos los rincones de su país. Y se muestra contrario a
la legalización de las drogas
JUAN LUIS CEBRIÁN entrevista
a Ollanta Humala, Presidente de Perú
El País 22/01/2012
Sin disciplina no
funciona nada".
Le bautizaron como
Ollanta, "el guerrero que todo lo ve", y ya en su juventud anidó en
él la vocación militar. "Yo aconsejaría a los jóvenes, hombres y mujeres,
que vivan esa experiencia. El Ejército me ayudó a conocer mejor el Perú, a
valorar su diversidad: es un país informal, a muchos de cuyos territorios el
Estado simplemente no llega. También me enseñó el tema del orden, aprendí a
trabajar en el seno de una institución. Se ha hecho una lectura equivocada de
mi condición de militar. Parte de mi vida la he pasado ahí y por eso lo que
quiero es institucionalizar. En mi caso, que procedo de una familia de clase
media acomodada, me ha permitido además interactuar con otros niveles
socioeconómicos de la población. Es otra forma de escuchar al pueblo".
En el primer
encuentro que sostuvimos, antes de celebrar esta entrevista, me sorprendió su
timidez, que le hacía parecer huidizo. También el hecho de que, contra lo que
suelen hacer los políticos, estuviera dispuesto a escuchar, sin sentir la
necesidad imperiosa de colocarme un discurso, de demostrar que todo lo sabe. Yo
tenía de él la imagen estereotipada que la mayoría de los medios occidentales y
la casi totalidad de los de su país habían difundido: un militar golpista, un
Chávez a la peruana que había cambiado la exuberancia caribeña por la severidad
del inca, pero que en el fondo constituía la misma amenaza para la democracia
que la representada por cualquiera otro de los caudillos latinoamericanos de
nuevo cuño. Cuando, contra muchos pronósticos, se situó como el candidato capaz de disputarle a la hija de Fujimori la banda presidencial, la derecha de su país alineó todas las fuerzas frente a este hombre menudo, cuya sobriedad impresiona. Se acumularon contra él procesos judiciales, historias macabras y acusaciones, algunas tan peregrinas como la de ser propietario de un buen reloj que su esposa le había regalado en su aniversario de boda. Pero incluso los más eclécticos analistas europeos no tuvieron empacho en señalar que la elección entre Keiko y Ollanta era algo muy parecido a optar entre la peste y el cólera. Según ellos, la primera respondía al modelo de capitalismo corrupto y sanguinario que el padre había encarnado mientras el comandante era una versión local del castrismo del siglo XXI que acabaría hundiendo al país en la miseria y la represión. Quien primero me ayudó a escapar de este diagnóstico tan sectario y simplista fue Lula, poco tiempo después de abandonar el sillón presidencial brasileño. Así se lo comenté, por cierto, a Mario Vargas Llosa durante el descanso de un partido Madrid-Barcelona en el Bernabéu. Poco después, un artículo del premio Nobel en EL PAÍS contribuía a disipar los temores y la confusión de muchos votantes que, detestando lo que significaba Keiko, no se decidían a apoyar con su sufragio la llegada al poder de un militar de tintes progresistas. La actitud de Mario resultó probablemente decisiva para el resultado final de los comicios. La derechona no se lo ha perdonado, porque Perú se sumaba así a la lista de las repúblicas de América Latina encabezadas por un gobernante de izquierdas.
-¿De
izquierdas?
-Yo no soy de
izquierdas -protesta Humala con rotundidad-. Yo soy un nacionalista que ha
recogido las banderas de la justicia social. En realidad, esa división entre
izquierda y derecha es algo del pasado. Terminó con la caída del muro de
Berlín.
Le comento una frase
suya, leída en el único libro en el que ha explicado de alguna manera su
ideario, una larga entrevista con el todavía candidato a presidente, realizada
por el periodista canario Ramón Pérez Almodóvar.
-Usted dijo que
Sendero Luminoso, en su violencia, hizo imposible el proyecto de izquierda en
el Perú por muchos años.
-Y así es, por eso
añado que yo soy de abajo, y ahora soy de todos, el presidente de todos los
peruanos, no solo de quienes me votaron.
-También asegura que
lo más trabajoso y difícil es construir una alternativa política dentro del
sistema democrático y contar con una buena base ideológica. La alternativa la
logró, ha llegado al poder. ¿Cuál es su ideología?
-Me he comprometido a
respetar el Estado de derecho. Como digo, esas divisiones entre izquierda,
derecha y centro están obsoletas, pero sigue siendo difícil construir un
movimiento político nuevo.
Esboza una sonrisa
pícara cuando le digo que en todo caso vendrá de abajo, pero ahora está arriba,
oteando el horizonte como el antiguo jefe inca. "Hay que gobernar para
todos", insiste, "y muchas veces es preciso tomar decisiones que
sorprenden a algunos de los que nos apoyaron, pero por lo demás está claro que
yo no me identifico con la derecha".
Se le nota a gusto
hablando de estas cuestiones. Todavía en el Ejército, y después de su
alzamiento en armas contra Fujimori, del que fue amnistiado durante la
transición a la democracia, Humala obtuvo un título en Ciencias Políticas por
la Universidad Católica de Lima y más tarde prosiguió estudios de la misma
especialidad en París, donde ocupó el cargo de agregado militar en la embajada,
igual que en Corea del Sur.
-A mí me interesa que
me juzguen por mis hechos, más que por mis palabras. No doy muchas entrevistas,
prácticamente ninguna, quizá porque sufrí durante mucho tiempo la animadversión
casi general de los medios. La idea que yo tengo del nacionalismo no tiene nada
que ver con lo que sugieren los movimientos nacionalistas europeos. Nos
encontramos ante realidades muy diferentes. Mientras en Europa es de día, en
Sudamérica es de noche; mientras allí es invierno, aquí es verano. En Europa,
el nacionalismo contribuyó a la división y el enfrentamiento, generó incluso
dos guerras mundiales. En el caso de los llamados Estados emergentes, nuestro
nacionalismo trata de integrar la realidad del Estado, y también las relaciones
con el resto de los países de la zona.
En mi opinión, le
comento, América Latina ha retrocedido en ese proceso de integración. Hay
varias líneas de fractura en el continente, algunas tan obvias como la que
separa las naciones del Pacífico de las del Atlántico, otras encarnadas por
experimentos políticos que amenazan la institucionalidad democrática si no han
acabado ya con ella. "Ustedes en el Perú tienen suerte", añado,
"están en la orilla de moda, en la que mira hacia Asia".
Él discrepa de mi
análisis. "Han mejorado las perspectivas de integración en la
región", asegura. "No soy partidario de distinguir entre países pro y
antidemocráticos. Fortalezcamos lo que nos une. Hemos logrado que América
Latina no tenga tropas extranjeras en su territorio. Unasur es una realidad
pujante, ayudará a que las decisiones que se tomen en la OEA sean más
eficientes, o, en todo caso, puede convertirse en una
alternativa...".
¿Hay forma de
solucionar los problemas latinoamericanos en una institución en la que no están
los Estados Unidos?
-Existen allí
cincuenta millones de hispanohablantes y el producto interior bruto que generan
es superior incluso al de España. En mi opinión -abundo- los Estados Unidos
también pertenecen a Latinoamérica. "Pero América Latina no pertenece a
los Estados Unidos", replica. "Unasur responde a una realidad, a un
mercado de más de setecientos millones de habitantes en el que hay dos grandes
polos, Brasil y México, pero del que se benefician mucho los países medianos y
pequeños.
Los conflictos entre
Ecuador y Colombia, por ejemplo, se han podido resolver gracias a esa
organización, que en este punto ha sido mucho más eficaz que la propia OEA. Y
tenemos proyectos muy interesantes, como la creación de un cuerpo de
observadores electorales latinoamericanos que garantice la limpieza democrática
de los comicios. Si vienen observadores de fuera, ¿por qué no podemos nosotros
también tenerlos?".
Cuando pasamos, sin
embargo, de las generalidades a los casos concretos, aprecio una leve inseguridad
en sus respuestas, quizá fruto de un discurso elaborado con posterioridad al
triunfo electoral. Pero suena sincero y parece decidido a poner en práctica lo
que dice. Ollanta Humala saltó a la fama, en su país y fuera de él, el 29 de
octubre del año 2000. Ese día se levantó en armas en la ciudad de Locumba al
frente de una tropa de 72 soldados y dirigió un Manifiesto a la Nación,
documento que dio carta de naturaleza a sus aspiraciones y visión política. Él
ha explicado hasta la saciedad que su pronunciamiento fue en defensa del orden
constitucional vulnerado por Fujimori, y también como protesta por la
aplicación del Manual de Contrainsurgencia ME 41-7, que ordenaba a los
militares la liquidación física de los líderes y colaboradores de los movimientos
terroristas, aun cuando no estuvieran armados.
-Aquel documento
vulneraba todas las convenciones internacionales sobre trato al enemigo y
derecho humanitario. Hubo muchos oficiales que se negaron a aplicarlo, yo entre
ellos. El levantamiento de Locumba fue contra Fujimori porque él había violado
la Constitución, con el apoyo del alto mando de las Fuerzas Armadas. Como
oficial tuve que plantearme si debía ser leal a los vladigenerales (1) o
a mi Ejército, la Constitución y las leyes. Decidí esto último.
-Como consecuencia de
aquel manual antiterrorista se cometieron muchos delitos de lesa humanidad.
Usted protestó durante la campaña por el hecho de que se haya perseguido a
militares, la mayoría de baja o media graduación, por la comisión de dichos
crímenes, mientras ningún político o autoridad civil, ninguno de los que
podríamos llamar autores intelectuales del genocidio, ha sido sancionado.
¿Abrirá ahora desde el poder un proceso de responsabilidades al respecto?
-Lo que yo he
expresado es mi pensamiento, pero no está en nuestras políticas inmediatas
exigir una rendición de cuentas. Y no creo que eso deba hacerse desde la
Presidencia de la República. En todo caso, le correspondería al Poder Judicial,
o al Congreso de la Nación. Nuestra prioridad es pacificar el país. A partir de
que eso se logre, podrán asumirse las responsabilidades de los Gobiernos que
cometieron delitos.
Humala estuvo
destinado en 1992 como capitán de un batallón en el pueblo de Madre Mía, en el
Alto Huallaga. Participó en varias acciones armadas contra Sendero Luminoso y
fue testigo de la forma de actuar y de relacionarse con la población de aquel
movimiento subversivo que tuvo en jaque al Perú durante quince años. En las
zonas remotas del país, donde el Estado brillaba por su ausencia, Sendero se
comportaba como la verdadera autoridad local, dirigía las actividades
educativas y sanitarias, incluso las comerciales, sometiendo a los lugareños
mediante la amenaza de enfrentarles a "juicios populares" que les
llevaban al fusilamiento si no cumplían con lo establecido. Le pregunto si
podría considerarse que lo que vivió Perú aquellos años tuvo las
características de una guerra civil.
-¡De ninguna manera!
-enfático-. Sendero, en su desesperación porque no lograba los objetivos que
perseguía, decidió concentrarse en el terrorismo y el sabotaje. Ni siquiera
practicaba la lucha de guerrillas.
-¿Qué proyecto
político se puede construir en base a ese pasado?
El Perú no puede
perder la memoria, las heridas no están cerradas y aún quedan grupos violentos
que continúan operando en algunas zonas. Todavía no podemos voltear la página,
pero lo que está claro es que estos movimientos no tienen ninguna chance, su
derrota total es solo cuestión de tiempo.
Institucionalizar,
institucionalizar, institucionalizar, esa parece ser la obsesión de este
militar metido a político que durante dos horas de entrevista hizo no menos de
una decena de referencias a la necesidad de reforzar y respetar el Estado de
derecho. ¿Cómo concretar este programa, cuáles son los objetivos a
plazo inmediato?
"Llevar el
Estado al interior del país. Un Estado que garantice la diversidad, la
multiculturalidad, pero funcione como una unidad. Fortalecer el mercado interno
también, porque no hay una demanda nacional fuerte. Y diversificar la
economía".
-No me negará que por
mucho que la diversifique, la minería es un factor esencial en el desarrollo
peruano que está generando mucha controversia. Usted enfrenta ahora un
contencioso con las autoridades locales de Cajamarca que ha provocado incluso
un cambio de gabinete y la caída del primer ministro.
-El cambio de
gabinete se debió a la necesidad de mejorar el ensamble del mismo,
estableciendo una sola línea política que sea seguida por todos los ministros.
Es el presidente el que tiene la responsabilidad de marcar esa línea, porque lo
ha elegido el pueblo. En cuanto a lo de Cajamarca, se inscribe en una serie de
conflictos que son herencia del pasado. Hay una mala relación histórica entre
la minería y las actividades renovables. Perú era una sociedad agraria hasta la
llegada de los españoles, que fueron quienes comenzaron las explotaciones
mineras. Desde entonces se ha vivido esta tensión, agudizada ahora porque los
pueblos altoandinos padecen un estrés hídrico. Simplemente no tienen agua. Mejor
dicho, la tienen, pero no se ha construido la infraestructura que permita su
represamiento. La población ha perdido además la confianza, tanto en las
empresas mineras como en el Estado. Ahora se pretende decir que hay que elegir
entre el oro y el agua, pero han coincidido siempre, y pueden seguir
haciéndolo. Como nacionalista, pienso que ambos son regalos de Dios, aunque
para nosotros lo fundamental es el agua, para el consumo de la población
primero y para las actividades agrícolas o industriales después. Se da la
circunstancia de que Cajamarca es una zona que aporta mucho al desarrollo
minero y sin embargo es de las regiones más pobres del país. Por eso las dudas
que exhiben las comunidades son legítimas, y el Estado debe resolverlas, pero
también es una prioridad defender el Estado de derecho.
Me permito argumentar
nuevamente sobre la importancia de las inversiones en minería para el
desarrollo y crecimiento del país y me comenta que solo se explotan ahora entre
el 12% y el 14% de los recursos potenciales, al tiempo que insiste en su
concepto del necesario orden de las cosas ("me gustan que funcionen dentro
de una institución") y en la prioridad de las atenciones sociales, que
deben prestarse incluso antes que la propia actividad de las empresas.
"Los proyectos mineros han de ir acompañados de otros de carácter agrícola
o ganadero. Minería y agricultura pueden convivir". Restablecer la
confianza sigue siendo algo clave y reitera su deseo de hacerlo mediante el
diálogo, sin que nadie "se dé a las trompadas", de modo que si hay
ocupaciones, cortes de carreteras o acciones similares, avisa estar dispuesto a
aplicar la ley sin titubeos.
-En medio de esa
política de impulso a la agricultura, ¿qué hacer con los cultivos masivos de
hoja de coca? ¿Qué le parecen los reclamos de expresidentes de varios países
como Zedillo (México), Gaviria (Colombia), Lagos (Chile) o Cardoso (Brasil)
para legalizarla o despenalizarla?
-Hay que distinguir
entre la hoja de coca y la droga.
-De acuerdo, pero la
hoja sigue siendo la materia prima indispensable para la fabricación de
cocaína.
-Yo estoy en contra
de la legalización de las drogas. A las drogas hay que combatirlas mediante la
interdicción y la investigación en el lavado de activos y dinero. El agricultor
que cultiva coca no es el primer eslabón en la cadena de la droga, sino su
primera víctima. Se puede crear una política de cultivos alternativos de modo
que, por ejemplo, la Empresa Nacional de Hoja de Coca se plantee comprar
también café o cacao, que aun siendo menos rentables empiezan a alcanzar
precios competitivos.
-¿Está dispuesto a
utilizar al Ejército en la represión de las mafias del narcotráfico, como se ha
hecho en México?
-No es una tarea que
corresponda a las Fuerzas Armadas, sino a la Policía. Y es algo que no podemos hacer
solos, se trata de una tarea, ¿cómo diría?... transnacional. Por supuesto, no
es imaginable un Plan Colombia para Perú.
-Hablábamos antes de
falta de confianza en la cuestión minera. A partir de la actual crisis
internacional, esa ausencia de fe en los que gobiernan por parte de numerosos
sectores de la población se da en muchos países. Hay una tendencia en Europa a
denigrar a la clase política, a todos los políticos, a los que se les califica
de ineptos y corruptos de forma generalizada. ¿Siente como propias estas
acusaciones?
-El político es un
hombre público, y todos tienen derecho a opinar sobre él y emitir un juicio
particular. Yo creo que en el Perú y en otros países de América Latina el
problema fundamental es la falta de institucionalidad, que afecta a muchos
sectores, pero primordialmente a la existencia y funcionamiento de los
partidos. También es verdad que el político cuando llega al poder tiende a
distanciarse de la gente, le rodea una parafernalia de honores y seguridad que
le atrapa por completo y no le deja moverse libremente. Yo trato de evitar esta
soledad, este distanciamiento, me gusta hacer deporte, correr por las calles
vecinas a palacio y manejar mi auto. Cuando lo hago, me detengo en los
semáforos en rojo y dejo cruzar a los peatones, que se sorprenden al verme al
volante. En la política hago también de chófer. Conduzco una combi (2) que
me han dado con muchos pasajeros. No todos quieren que yo sea el que guíe y
discuten sobre adónde hay que ir. Además la combi y la carretera no están en
muy buen estado y tengo que tener cuidado en las curvas, no agarrarlas a mucha
velocidad, no vayan a marearse algunos o tengamos un accidente. Pero yo te
aseguro que soy un hombre de palabra y al final de mi periodo les habré
conducido hacia donde he prometido hacerlo.
-¿Y a una futura
reelección? Usted es muy joven...
-No es un tema en la
agenda.
De momento, el
autobús se dirige a Europa, a dos destinos muy precisos: España y Davos.
-Usted sabe que Davos
está considerado como la feria mundial del capitalismo. ¿Qué les va a decir a
los ricos del mundo allí reunidos?
-Les voy a explicar
la realidad del Perú y a animarles a que inviertan en el país. Tenemos un
manejo serio y estable de la política macroeconómica, perfectamente compatible
con nuestra lucha por la inclusión social y en favor de la igualdad. Perú es un
país muy atractivo para hacer negocios y las proyecciones apuntan que la
economía crecerá en un rango de 5.5% este año, lo que la ubica como una de las
de mayor desarrollo de la región, a pesar de la crisis internacional. Pero no
todo es crecimiento. Hay que dar la batalla contra la pobreza, promoviendo
políticas de inclusión social.
Tenemos metas muy
claras: eliminar la desnutrición crónica y la mortalidad infantil, por ejemplo.
Estamos también garantizando que cada vez haya más hogares que cuenten con
servicios básicos como agua potable, electricidad, saneamiento y tecnología.
Hemos puesto varios planes en marcha que potencian la educación, a través de la
concesión de becas, y mejoran la dieta alimentaria de la población, pues las
escuelas proporcionan desayuno diario a todos los alumnos.
En el Perú hay mucho
potencial para hacer empresa. Lo que queremos es que las inversiones se hagan
teniendo en cuenta que el progreso debe ser para todos. En Davos voy a explicar
también que en el Perú hay seguridad jurídica para sus inversiones, que
respetamos lo que firmamos. Algunos no entienden que yo pueda tener mis
sentimientos y convicciones particulares, pero que en ningún caso van a primar
respecto a lo que se tiene que hacer. Dicen que soy un pragmático, pero yo
considero que más bien soy objetivo, o trato de serlo, así como trato de ser
justo. Ser bueno no es muy difícil, lo difícil es ser justo, y a eso me aplico.
-¿En cuanto a España?
-Es nuestro socio más
relevante en la Unión Europea y nos une a ella un pasado centenario, una
lengua, una cultura, una tradición. Nuestras relaciones políticas y
empresariales tienen una larga data y son muy importantes para mi país. España
acierta en su política de seguir fomentando las cumbres iberoamericanas y es de
admirar el esfuerzo que hace el Rey por no estar ausente de ninguna, incluso
cuando ha sufrido alguna enfermedad o impedimento físico.
-¿Cómo se comportan
los inversores españoles en Perú?
-Son muchos, y
algunos tan considerables como Telefónica o Repsol, pero hay cada vez más
pequeñas y medianas empresas que se están instalando aquí, e incluso jubilados
que han decidido cobrar la pensión en España y residir en nuestro país. (3) Yo
enfatizaría a los dirigentes de esas empresas la importancia de lo social, la
necesidad de que establezcan buenas relaciones con las comunidades y
contribuyan a las políticas de inclusión. Por lo demás, el Perú es un país de
oportunidades, la puerta de América; bueno, ya sé que hay otras puertas, o
ventanas, por donde ingresar, pero la nuestra es la principal -sonríe.
-¿Y han hecho los
españoles algo mal, de lo que arrepentirse?
-Se llevaron dos
cuartos de plata y uno de oro -estalla en carcajadas, rememorando el rescate
que los incas pagaron por su jefe Atahualpa, secuestrado por Pizarro. Una vez
los españoles hubieron cobrado, asesinaron al inca.Todavía en España cuando
queremos ponderar el alto precio o exaltar la calidad de algo decimos que
"vale un Perú". El antiguo virreinato, en donde los conquistadores
persiguieron ávidamente el descubrimiento de El Dorado, se emancipó de la
metrópoli en 1821.
No mejoraron con ello
las condiciones de los indígenas y desde entonces queda pendiente la resolución
de eso que Humala llama la inclusión social. Sigue siendo en muchos aspectos un
país en busca de su propia identidad, aquella que le permita construir un
Estado presente en todo el territorio y asumir una movilidad social que
ensanche su clase media y fortalezca el mercado interno, en la estela de las
experiencias que Brasil ha protagonizado en las últimas décadas.
Este guerrero que
todo lo ve y que hoy gobierna el Perú es un hombre correoso y amable. Posee
mayores inquietudes intelectuales que la generalidad de los de su profesión y,
desde luego, transmite sinceridad y convicción en lo que dice. Proyecta además
una imagen de decencia muy necesaria en los tiempos que corren.
Humala pertenece a
una nueva generación de políticos latinoamericanos que ha emergido de lo que él
conceptualiza como golpes de Estado de masas (aunque no se refiere directamente
a ello, pienso yo que también en esa categoría encajarían los cambios políticos
del norte de África).
-En cierta medida,
algo tienen que ver con los indignados. En apenas unos años, las movilizaciones
populares tumbaron tres presidentes en Ecuador, dos en Bolivia, uno en
Argentina y uno en el Perú (Fujimori). Eso propició el nacimiento de nuevos
líderes, pero la clase política peruana tradicional creó una transición que les
permitiría seguir en el poder. En otros países, esa clase política fue borrada
del mapa. En el Perú no, y hasta seis meses antes de las elecciones no me daban
ninguna chance. Y ya usted ve.
Lo que mucha gente
quiere saber es si el triunfador del torneo cambiará las reglas del juego. Todo
indica que no lo hará.
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