11 may 2014

¡Oh, jóven y sutil Camba!


¡Oh, jóven y sutil Camba!/Arcadi Espada
El Mundo |11 de mayo de 2014
Querido J:
Esta semana he recibido dos libros maravillosos. Por lo que sus autores cuentan y por el objeto donde lo cuentan. El primero es ¡Oh, justo, sutil y poderoso veneno! Los escritos de la Anarquía. Su autor es Julio Camba y lo ha editado Pepitas de Calabaza. El segundo es El Interior, de Caparrós, y lo ha editado Malpaso: una primorosa cajita con hojas cosidas. Estos libros de Malpaso demuestran además cómo han de editarse todos los libros en nuestro tiempo. Tú lo compras, escribes tu nombre en la primera página, haces una foto y la envías a la editorial. Al cabo de un rato llega el ebook a tu correo. De la gran crónica de Caparrós te hablaré otro día. Vamos hoy por Camba, pasado por Pepitas de Calabaza, y por el editor y prologuista, Julián Lacalle. Oh, justo, sutil… es una antología, prácticamente una edición completa, de lo que escribió Camba entre 1901 y 1907, es decir, y sujeta bien la cifra, cuando tenía entre 16 y 22 años. A excepción de la pieza cumbre, El destierro, que durante tantos años hizo pasar por el cuento de que era una novela, los demás eran casi todos desconocidos. Imagino, y casi me viene el ahogo, el enorme trabajo que habrán tenido los editores rastreando esos primeros textos de nuestro Camba en viejas publicaciones anarquistas. El trabajo de recopilación ha sido ejemplar, y de todas las antologías que se han hecho recientemente sobre Camba es la que mayor novedad y sentido tiene.

No conozco a Julián Lacalle y el resto de colaboradores. Los sospecho, sin embargo, profundamente tocados por la Idea, que es como siempre debería llamarse al Anarquismo. Lacalle parece haberse propuesto sacar a Camba de las garras del franquismo, de la modorra de la posguerra y de esa lectura una poco úrica que a veces se hace de sus textos y de su devenir en la vida. Me parece muy bien. Un hombre son muchos hombres y cada uno tiene derecho a apropiarse del que más le convenga. Se queja Lacalle de que sobre la obra juvenil de Camba se haya extendido el anatema de que se trata de pecadillos de juventud. ¡Aunque lleva mal que fuera el propio Camba el que muchas veces dijera eso o cosas parecidas, mientras miraba con tierna y cínica condescendencia esos años de su vida y de su obra! En este punto creo que el editor no apura hasta el fondo la estocada como debería hacerlo. Porque hay una posibilidad razonable de considerar, con el consiguiente beneficio para la Idea, que Camba nunca dejó de ser anarquista. Es probable que pasara de su anarquismo político de juventud a un anarquismo, digamos vital. Pero lo cierto es que ese paso no lo desprecia en modo alguno el anarquismo, grosso modo considerado, cuya relación con la política ha sido tradicionalmente dudosa. Camba siempre llevó una vida poco convencional. Nunca fundó una familia. Nunca tuvo un trabajo con horarios. Para su suerte o para su desgracia la República, a la que amó tanto como despreció, nunca lo hizo embajador. ¡Ni mayordomo de semana! Repito, Lacalle: Camba nunca dejó de ser anarquista. Lo único que hizo fue añadirle melancolía a la Idea, que es lo mismo que añadir melancolía a la vida.
La importancia, sin embargo, de esta antología preciosa no son las ideas de Camba. ¡Atención, de todos modos!: Camba es un hombre que ni siquiera a los 16 años dice bobadas, lo que resulta una cosa absolutamente prodigiosa. Camba es uno de esos seres especialísimos que han pasado de la infancia a la edad adulta, ahorrándose la adolescencia salvaje y estéril. Se extrañan las gentes que con 15 años embarcara de polizón rumbo a la Argentina. Pero es que era ya un hombre. Insisto: no son ni siquiera la corrección y seriedad insólitas de las ideas las que hacen del ejemplo juvenil de Camba algo pasmoso. Es la sintaxis. Un hombre que a los 16 años tiene esa sintaxis padece una enfermedad. Leyendo estos artículos, inflamados pero nunca de humo, pienso que su melancolía del Palace, donde vivió después de la guerra sometido a una férrea dieta de lenguados, se basa en la evidencia de que todo lo tenía escrito desde los 16. No conozco demasiados casos parecidos. El único comparable es el de Raymond Radiguet, el autor de Le bal au corps y de una excelente serie de artículos periodísticos culminados todos antes de los 20 años, cuando murió de fiebres tifoideas. Es verdad que uno puede echar mano de los poetas, y del arquetípico Rimbaud y sus 17 años, On n’est pas sérieux, quand on a dix-sept ans (aunque, como es evidente, lo único que alguien es a los 17 años es serio, absurda, grotesca, tremendamente serio), pero la poesía es un género menor que no se atiene a la sintaxis. No. No conozco ninguna precocidad como la de Camba. Tampoco la de Azorín o de Unamuno que me susurra, tratando de aplacarme, mi amigo Andrés Trapiello: los dos empezaron a escribir en torno de los 20 años. Y lo que es más importante: ¡hacían pinitos! Por el contrario nuestro Camba fue nacido roble. Releo algunas páginas de El destierro. Debo confesar que nunca pensé, a pesar de las abrumadoras pruebas, que pudiera haberlas escrito a los 22. Pero esta antología de Pepitas no deja lugar a dudas: no sólo escribió esas memorias de juventud, tan singulares en la literatura española del siglo XX, sino un puñado de artículos a los que no se puede llamar juveniles sin ofensa.
No sé exactamente a qué se refería Valéry cuando dijo que la sintaxis era una facultad del alma. Los antiguos hacen todo tipo de manierismos semánticos con este tofu. Sé, sin embargo, que hay unos pocos afortunados que escriben como la araña segrega su tela. Desde el principio y porque sí.
Sigue con salud,

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