Ratzinger:
fue idea mía cambiar la cúpula del IOR en 2012
En
el libro-entrevista «Últimas conversaciones», el Papa emérito reivindica el
cambio de Gotti Tedeschi con von Freyberg. Una vez más, Benedicto XVI se sale
de los clichés “ratzingerianos” y no ofrece ningún apoyo para los que, con
maldad patológica, tratan de utilizarlo en contra de su sucesor
ANSA .El
Papa emérito Benedicto XVI
Vatican Insider, 09/09/2016
ANDREA
TORNIELLI
El
libro entrevista de Peter Seewald con Benedicto XVI titulado «Últimas
conversaciones» (título perentorio, pero, como es el cuarto de una serie
afortunada, no habría que dar por último) se encuentra a partir de hoy en las
librerías italianas, publicado por Garzanti, y encierra en sus páginas varias
entrevistas de diferentes épocas. Algunas entre 2010 y 2013, cuando Ratzinger
todavía era Papa, y otras en los meses que siguieron a su renuncia. Una vez
más, de la lectura de las más de 630 preguntas y respuestas que hay en el
volumen, hay que reconocer que el periodista alemán tuvo muy buen tino, más que
cualquier otro, para hacer surgir al «verdadero» Ratzinger. Un teólogo y un
Papa que se aleja de los clichés de los auto-proclamados «ratzingerianos»,
desde los que tratan de encerrarlo en el recinto de los conservadores o de los
tradicionalistas, hasta los que en c+la actualidad, con características
patológicas y con paroxismos, lo utilizan cotidianamente para desacreditar a su
sucesor Francisco.
Un
ejemplo hasta ahora descuidado por quienes han reseñado el libro se relaciona
con el Instituto para las Obras de Religión (IOR). Una cierta «vulgata» ha
divulgado la idea de que la clamorosa destitución del presidente Ettore Gotti
Tedeschi (nombrado en 2009, es decir en pleno Pontificado ratzingeriano), que
se llevó a cabo con modalidades muy discutibles, fue fruto de un complot
orquestado por el cardenal Secretario de Estado Tarcisio Bertone. Una decisión
que Benedicto XVI habría padecido, incapaz de reaccionar. Pero en la página 209
del libro-entrevista, el Papa emérito responde sin medias tintas a Seewald,
reivindicando la decisión: «Para mí, el IOR fue desde el principio un gran
punto interrogativo, y traté de reformarlo. No son operaciones que se llevan a
cabo rápidamente, porque es necesario ser un experto. Fue importante haber
alejado a la dirigencia anterior. Había que renovar la cúpula y me pareció
justo, por muchas razones, no volver a poner a un italiano a la guía del banco.
Puedo decir que la elección del barón Freyberg se reveló una óptima solución».
«¿Fue idea suya?», le preguntó el periodista. «Sí», respondió Ratzinger.En otra
respuesta, Benedicto XVI, refiriéndose a sus años de juventud, dijo: «Éramos
progresistas. Queríamos renovar la teología y con ella a la Iglesia, para
hacerla más viva. Éramos afortunados porque vivíamos en una época en la que,
siguiendo el impulso del movimiento juvenil y del movimiento litúrgico, se
abrían nuevos horizontes, nuevas vías. Queríamos que la Iglesia progresara y
estábamos convencidos de que de esta manera habría rejuvenecido. Todos teníamos
cierto desprecio (entonces era una moda) por el siglo XIX, es decir por el
neo-gótico y todas esas imágenes y estatuas de santos un poco kitsch. Queríamos
superarlos para entrar en una nueva fase de la devoción, y la renovación
comenzó justamente desde la liturgia, recuperando su sobriedad y su grandeza
originales».
Pero
el Papa emérito también se aleja de todos los que en la actualidad, sobre todo
en el mundo tradicionalista, lo han transformado en un heraldo de la fijeza del
antiguo rito. Ratzinger reivindica la importancia de haber creado una nueva
oración para el rito del Viernes Santo del viejo misal, declarando no
utilizable la oración anti-hebrea. En otra respuesta afirmó: «El rito debe
evolucionar. Por ello fue anunciada la reforma. Pero la identidad no debe
romperse».
«Yo
estoy feliz de las reformas del Concilio, cuando son acogidas honestamente, en
su verdadera sustancia. Sin embargo, se han difundido también muchas ideas
bizarras y tendencias destructoras a las que había que ponerles un freno.
Claro, no en San Pedro, en donde tratamos de mantener sin alteraciones la
liturgia. La comunión en la boca no es una imposición —explicó Ratzinger,
desmintiendo a los que afirman que la hostia en la mano es lícita—, y yo
siempre he practicado ambas formas».
Con
la humildad que siempre ha caracterizado a Benedicto XVI, respondió
tranquilamente a las preguntas de Seewald sobre intrigas y escenarios de su
renuncia, aderezados por los que se dedican, cada vez con mayor maldad verbal y
excesos de odio más patológicos que cismáticos, a la cotidiana demolición de su
sucesor. Y se aferran a una imagen falsa de Ratzinger, afirmando que detrás de
la renuncia habría presiones inconfesables de quién sabe cuáles diabólicos
poderes. «Son todas absurdidades», responde el Papa emérito, tildando como
«fanta-thrillers»todas estas elucubraciones y los pseudo-videntes que las
corroboran. «Nadie trató de chantajearme. No lo habría tampoco permitido. Si
hubieran tratado de hacerlo, no me habría ido, porque no hay que abandonar
cuando uno está bajo presión. Y tampoco es cierto que estaba desilusionado o
cosas semejantes. Es más, gracias a Dios, tenía el estado de ánimo pacífico de
quien ha superado las dificultades. El estado de ánimo en el que se puede pasar
tranquilamente el timón a quien viene después».
De
las últimas palabras se nota, una vez más, la mirada de una fe profunda. La que
lleva a Benedicto XVI a afirmar, a propósito de la novedad inesperada que
representa su sucesor Francisco, primer Papa latinoamericano: «Significa que la
Iglesia está en movimiento, es dinámica, abierta, con perspectivas frente a sí
de nuevos desarrollos. Que no está congelada en esquemas: siempre sucede algo
sorprendente, que posee una dinámica intrínseca capaz de renovarla
constantemente. Lo que es bello y da ánimos es que justamente en nuestra época
suceden cosas que nadie se esperaba y demuestran que la Iglesia está viva y
llena de nuevas posibilidades».
En
cada página del libro, gracias a la honestidad intelectual del entrevistados y
del entrevistado, se nota todo lo contrario de ese Ratzinger que hoy es
descrito por ciertos auto-proclamados «ratzingerianos», los mismos que en
sitios y blogs lo atacaban durante el Pontificado porque era demasiado
«conciliar» o porque iba a rezar a Asís con los demás líderes religiosos,
siguiendo las huellas de su santo predecesor.
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