Chávez decapitado/Luz Mely Reyes
El País, Domingo, 04/Ago/2024;
Al menos 79 adolescentes han sido encarcelados entre los más de 800 detenidos tras las protestas que han seguido a la elección presidencial en Venezuela. Las manifestaciones están protagonizadas por gente muy joven, como algunos de los que participaron en el derrumbamiento de estatuas de Hugo Chávez. Por lo menos cinco efigies del carismático líder bolivariano fueron tiradas del pedestal en dos días. Una de ellas, fue decapitada. Nicolás Maduro dijo que todos “los delincuentes” han sido capturados: “Si vieran cómo lloran, no habrá perdón, habrá justicia”.
La imagen de un Chávez descabezado puede convertirse en un lugar común para quienes intentan explicar la transformación que ha vivido el país. Sin embargo, el diablo está en los detalles. En realidad, la guillotina con la que cortaron la cabeza de un proyecto que puso a los más pobres como prioridad, activó un sistema que impuso Nicolás Maduro, quien, encerrado en su búnker, dejó hace mucho tiempo de escuchar a los más vulnerables. Ahora, en plena ebullición de la protesta en los sectores populares, los persigue, los apresa y los expone como criminales, solo por votar y exigir respeto a su decisión.
El parricidio político se comenzó a fraguar apenas se entendió la gravedad de la enfermedad de Chávez, en diciembre 2012. Once años después de su muerte y justo el día que se cumplían 70 años de su nacimiento, el 28 de julio, el heredero le asestó el golpe más brutal al legado del líder: ignoró la voluntad popular. Gran parte de la ascendencia de Chávez sobre sus seguidores se apoyaba en que ganaba las elecciones, para lo cual invirtió en un sistema potente de voto electrónico. Tan seguro estaba el comandante de su capacidad de convocar las voluntades de las mayorías.
Antes del deceso del mandatario, la nueva nomenklatura fue eliminando, uno a uno, a los llamados “hijos de Chávez”: primero a los rivales políticos, luego los principios. Esto llevó a que a emblemáticos dirigentes se les calificara de disidentes, incluso dentro del histórico Partido Comunista de Venezuela.
Maduro estableció su círculo de confianza, algo natural en una sucesión. Aplicaba la mano dura contra los opositores tradicionales. Tampoco le temblaba el pulso para despedir, encarcelar o ver morir a fieles colaboradores de Chávez. Uno de ellos fue el general Isaías Baduel, muerto en prisión sin juicio. Fue el artífice de la operación que restituyó a Chávez, en abril de 2002, cuando grupos opositores le dieron un golpe de Estado. Otro ha sido el general Miguel Rodríguez Torres, encerrado durante cinco años en una prisión, de la cual salió exiliado hacia España después de las gestiones del expresidente español José Luis Rodríguez Zapatero.
Las protestas de esta semana se volvieron virales rápidamente en las redes sociales. Especialmente un video en el que un joven amarra a una cuerda la cabeza de una de las estatuas defenestradas. La arrastra en su motocicleta por el barrio. Mientras la testa de latón choca contra el pavimento, se van sumando otras motos. Al fondo del martilleo del descontento se escucha el coro: “Y va a caer, y va a caer, este Gobierno va a caer”.
Uno de los muchachos detenidos en los últimos cinco días tiene 12 años. Las cifras de la organización Foro Penal detallan 835 arrestos verificados, con un promedio de edad de los detenidos de 23 años: 79 de ellos no pasan de 17 años. Otra organización, Monitor de Víctimas, reporta 19 personas asesinadas en el marco de las protestas. Entre los fallecidos hay un adolescente. La mayoría de las víctimas no pasan los 30 años. Gonzalo Himiob, un abogado defensor de derechos humanos, asegura que uno de los jóvenes detenidos es autista y no le han permitido contactar a sus padres.
El Gobierno asegura, orgullosamente, que ha privado de libertad a más de 1.200 personas. Algunos funcionarios actualizan sus estados de WhatsApp con peticiones a los vecinos de “sapear” (denunciar) a los manifestantes. Como en una noche de los cristales caribeña, los cazan en la oscuridad.
Mientras, los testimonios se van repitiendo en las barriadas pobres: “Lo sacaron de la casa”; “el Sebin se llevó a mi prima”; “agarraron a mi hermano”; “se llevaron a mi esposa”; “nos están cazando”; “no encuentro a mi muchacho”; “por favor, díganos dónde está”…
En las afueras de los recintos donde los hacinan, decenas de familiares ruegan que les informen, que les permitan verlos. En Caracas, este jueves, una multitud de buscadores rodeaba a un hombre que leía una lista, cuando se topó con los nombres de los suyos, ya no pudo seguir.
-“Fuerza”, le dijo una mujer, que lo relevó en tan macabra función.
El viernes, el conductor de un taxi, recibió una llamada. De repente estalló en llanto. Le contó a la pasajera que le informaron que la policía política se acababa de llevar detenida a su esposa.
Las fuerzas represivas han ido por los manifestantes en sus casas. Maduro, al estilo Nayib Bukele, anunció que los recluirá en dos cárceles de alta seguridad, para que luego hagan carreteras, “como antes y se reeducarán” (en referencia a la dictadura de Juan Vicente Gómez que gobernó Venezuela por 27 años). Los juicios los están iniciando en audiencias masivas, telemáticamente, porque los jueces antiterroristas solo despachan desde Caracas.
Contrario, tal vez, a la creencia de que el derribamiento de las estatuas de Chávez obedece a una rabia contra el exmandatario, más bien es un símbolo de que el madurismo ya no tiene que rendir tributo al padre fundador. El desmembramiento del proyecto Chávez no solo fue en lo político. Al mismo tiempo que en Venezuela se producía una sustitución de élites, proliferan aún más la corrupción y la violación de derechos humanos. Chávez hacía la vista gorda con las malversaciones de los fondos públicos, pero durante los gobiernos de Maduro se hizo un estilo de vida. Además, los asesinatos, la tortura y la persecución contra las disidencias llevaron a la Fiscalía de la Corte Penal Internacional a abrir una investigación por crímenes de lesa humanidad desde 2014.
En la agonía del presidente, se instaló una imagen icónica. Eran los ojos del líder, que fueron pintados en edificios de la Misión Vivienda, un programa de gobierno. Desde distintas paredes, parecían vigilar cualquier movimiento. El carácter autoritario del expresidente se matizaba con un lema: “Chávez, corazón del pueblo”.
Los ojos de Chávez fueron borrados de casi todos los espacios públicos. Donde no lo hicieron es porque no había dinero para la pintura. La estética, llena de color rojo —hasta en documentos oficiales usaban la tinta roja— fue poco a poco sustituida por colores tipo Google. En diciembre de 2023, la Navidad en Caracas estaba decorada con pinos canadienses y luminarias que buscaban recordar un aburrido pueblo estadounidense. Los adornos estaban también en la entrada del Cuartel de la Montaña, en Caracas, donde reposa el sarcófago con los restos del exmandatario.
“Maduro no es Chávez”, es una afirmación que se solía usar en Venezuela para echar de menos al carismático líder. Durante años, el sucesor del mandatario buscó imponer su propia huella. Hoy lo ha logrado, desgraciadamente. Para lograrlo, descuartizó los ideales del padre.
Luz Mely Reyes es periodista y analista política. En 2015 cofundó el medio independiente Efecto Cocuyo, del que es directora.
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