Muro (en EE UU) y sus significados/Juan A. Herrero Brasas, profesor de Ética y Política Pública en la Universidad del Estado de California
La gigantesca muralla que, a lo largo de miles de kilómetros, marcará la frontera entre Estados Unidos y México inevitablemente se convertirá en uno de los símbolos de la división entre los ricos y los pobres de este mundo.
Dicho muro será más un símbolo que una división real entre los extremos de riqueza y pobreza en el planeta. De hecho, México es el país con el PIB per cápita más alto de Iberoamérica y, si bien la diferencia en el nivel de vida entre ambos países se puede considerar como muy grande -el PIB per cápita de Estados Unidos sextuplica el de México-, la distancia económica entre los dos no es realmente abismal. México, a fin de cuentas, -al igual que una buena parte de Latinoamérica-, no es en realidad el Tercer Mundo, sino el Segundo. Los verdaderamente pobres de este mundo están principalmente en Asia y Africa.
Aunque más pequeños y menos publicitados que el muro que está construyendo Estados Unidos, España ha levantado también muros en torno a Ceuta y Mellilla, sus dos ciudades asentadas en suelo africano, que marcan la más radical separación entre riqueza y pobreza en el mundo. Con un PIB per cápita en Marruecos 15 veces inferior al de España, la frontera marítima -y terrestre, en el caso de Ceuta y Melilla- entre ambos países supone, como señalaba recientemente el periódico The Economist, la separación más abismal entre el mundo rico y el mundo pobre, una división mucho más radical que la que marca la frontera entre México y Estados Unidos.
Aunque todo lo que se hace en la superpotencia americana es más grande y resulta más espectacular, España tiene el dudoso mérito de haber sido la primera nación occidental en erigir un muro para frenar la inmigración ilegal, un muro físico y al mismo tiempo simbólico de separación económica y cultural.
Estos muros -el americano y los españoles- se nos presentan como un último y extremo recurso para frenar a toda costa la inmigración ilegal. Centrándonos en el caso norteamericano, tal justificación sirve para encubrir un prejuicio antihispano en la mente de muchos de los que apoyan la construcción de la muralla. Es de sobra reconocido, por ejemplo, el papel que ha desempeñado la inmigración masiva de México y Centroamérica en la economía de California, contribuyendo decisivamente a convertir este Estado en el más rico de Estados Unidos. Pero en la ecuación también entran cálculos políticos. Hay quienes ven como una amenaza el crecimiento exponencial de la minoría hispana, que compite en números con la minoría afroamericana.
El muro que levantará Estados Unidos es también un muro cultural, un muro que se viene levantado desde hace mucho tiempo, traducido en distintas iniciativas como las votaciones en varios Estados -California entre ellos- para declarar el inglés lengua oficial. Tampoco eso debería sorprendernos mucho. En España también nos traemos nuestras batallitas con el asunto de las lenguas. Pero el hecho es que, en el liberalismo cultural y económico norteamericano, el concepto de lengua oficial no tenía tradicionalmente ningún significado. Ahora lo tiene. Y es un significado puramente simbólico, pues el uso del español en Estados Unidos no alcanza ni remotamente los niveles institucionales que las lenguas autonómicas tienen en España. Nadie daría un discurso en español en el Parlamento de California, por ejemplo. Ni tampoco se darían clases en español a exclusión del inglés, salvo en los programas bilingües cuyo objetivo es precisamente que el alumno haga una transición lo menos traumática posible a la lengua de Shakespeare.
El establecimiento del inglés como lengua oficial no tiene, como digo, ningún efecto práctico. Su objetivo es simbólico: el de mantener a toda costa la hegemonía cultural de un determinado grupo. Es parte de ese muro invisible que divide a la sociedad norteamericana en minorías étnicas.
No es buena idea eso de construir muros -ya sean físicos, legales o puramente simbólicos- para impedir la entrada de inmigrantes. Es importante mantener la cabeza fría y no dejarse arrastrar por alarmismos sin fundamento. España debe mucho a la inmigración masiva de los últimos años. Gracias al impulso de la inmigración, nuestra economía ha alcanzado un impresionante crecimiento anual del 3,7%, colocándose ya en el umbral mismo del club de las siete mayores potencias económicas del mundo. De hecho, la economía española ha alcanzado ya a la canadiense y, en términos reales, posiblemente esté ya por encima de la italiana, en opinión de cualificados economistas (Italia y Canadá son miembros del G-8).
Los efectos de la inmigración masiva han sido un beneficio neto para los españoles. Es importante no olvidar esto. Los extraordinarios pagos a la Seguridad Social que están entrando gracias a las nóminas de los inmigrantes es algo que deberán agradecer las próximas generaciones de jubilados. Y sería un acierto permitir el libre movimiento de trabajadores rumanos y búlgaros desde el 1 de enero próximo. Ello permitiría, entre otras cosas, sacar a la superficie mucho dinero negro, con el consiguiente beneficio para las arcas públicas.
Los inmigrantes han dinamizado repentinamente nuestra economía; una economía que, por la falta de crecimiento demográfico, estaba destinada a entrar en un letargo de consecuencias impredecibles. La actividad comercial se ha revitalizado por el notable aumento de la demanda que ha traído consigo la mera presencia de los inmigrantes. Otros dos efectos importantes de la inmigración masiva han sido el abaratamiento de los costes laborales e, indirectamente, el control de la inflación, algo muy importante, incluso en pequeña escala, por la endémica tendencia inflacionaria de la economía española. Un resultado de todo esto ha sido el impresionante descenso del paro que hemos experimentado en los últimos años.
Tomado de El Mundo. 17/11/2006
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