Un gran sentido del humor/Xavier Sala i Martín*
Este año Estados Unidos ha conseguido el pleno: todos, absolutamente todos los premios Nobel científicos han ido a parar a ciudadanos norteamericanos, que han estudiado en el sistema educativo norteamericano y que dan clases en universidades norteamericanas: un médico de Stanford y otro de la Massachusetts Medical School, un economista de Columbia, un químico de Stanford y un físico de Berkeley, además de un físico de la NASA. Toda una demostración de la superioridad universitaria de Estados Unidos a la que, si quieren, pueden añadir al premio de Literatura turco, que es profesor de la Universidad de Columbia.
El ranking mundial producido por la Jiao Tong de Shanghai en China muestra que, en el año 2006, 17 de las 20 mejores universidades del mundo eran americanas (las otras tres eran dos inglesas, Oxford y Cambridge, y una asiática, Tokio).
Ni una sola era de la Europa continental. Además, Estados Unidos produce el 30% de los artículos en ciencias e ingeniería, el 44% de los artículos científicos más citados y el 70% de los premios Nobel. Lejos quedan los días en que las grandes universidades estaban en Alemania, Francia e Inglaterra. ¿A qué se debe ese cambio copernicano?
Una explicación es que los americanos entienden que la educación es prioritaria y, a diferencia de los europeos, ellos no sólo lo dicen sino que actúan… y gastan el doble que nosotros en educación. Otra explicación es que ellos han entendido que el derecho a la educación no quiere decir necesariamente que toda la educación deba ser pública. Aunque tampoco quiere decir que las universidades públicas sean malas: de las 17 mejores universidades americanas, 8 son públicas (entre ellas está la famosa Universidad de Berkeley en California). El debate no es sobre si pública o privada, sino si la universidad se enfrenta a un sistema de incentivos que la lleva a buscar la excelencia.
Y el mejor sistema de incentivos que se ha inventado el hombre es el de la competencia. Sí, sí: competencia, ese fenómeno tan odiado por los intelectuales de izquierda europeos, ese fenómeno que impone disciplina, obliga a conseguir resultados y asegura que las cosas funcionen en la economía… y también en la universidad. En Estados Unidos las universidades (públicas y privadas) compiten para atraer a los mejores estudiantes y contratar a los mejores profesores; en Europa, por el contrario, los estudiantes vienen casi dados por la geografía, y los profesores son funcionarios. Los americanos compiten por obtener financiación pública y privada y eso les lleva a hacer cosas útiles para la sociedad; el presupuesto de los europeos viene dictado por los burócratas del Gobierno. Los americanos compiten por hacer un plan de estudios mejor que el de los rivales, lo que les obliga a actualizar contenidos a medida que la ciencia avanza y los tiempos cambian; los planes de estudios europeos viene dictados centralmente por un conjunto de sabios iluminados.
Los americanos compiten para atraer las donaciones de los ex alumnos, cosa que obliga a los profesores a dar una buena educación; en Europa nadie tiene incentivos para satisfacer a los estudiantes porque la financiación viene dada por el Estado.
Hagamos un ejercicio mental: ¿se imaginan dónde estaría el Barça si se viera encorsetado por las reglas que oprimen a nuestra universidad? ¿Qué pasaría si todos los jugadores fueran funcionarios con salarios fijados por el ministerio y si todos ellos debieran jugar cada día independientemente de su actitud en los partidos y entrenamientos? ¿Qué pasaría si los ingresos del club no estuvieran ligados al éxito deportivo, si no se pudiera pagar más para atraer a los mejores jugadores del mundo o si no pudiera deshacerse de los jugadores que no han rendido lo que se esperaba de ellos? ¿Qué pasaría si las tácticas que debe seguir el equipo fueran decididas por el Gobierno y no por el entrenador? ¿No creen que eso hundiría al Barça en un mar de mediocridad? Y si es así, ¿por qué permitimos que pase eso mismo en nuestras universidades? Pues no lo sé… aunque supongo que eso refleja que, en el fondo, nos importa más el fútbol que la educación de nuestros hijos.
Los detractores oficiales de lo americano dicen que la competencia conlleva elitismo y que en EE UU. sólo los ricos pueden acceder a la universidad. Esto no es del todo cierto: todos los ciudadanos americanos tienen derecho a asistir a una universidad pública gratuita (e, insisto, muchas de esas públicas son líderes mundiales), el Gobierno federal gasta unos 100,000 millones de dólares en becas, el 25% de los hijos de familias pobres van a la universidad y, lo más importante, las mejores universidades privadas son gratis para los estudiantes de las menos favorecidas: Harvard, por ejemplo, no cobra matrícula a las familias con ingresos inferiores a 40,000 dólares anuales y ofrece grandes descuentos a las que cobran menos de 60,000 dólares. Todo eso conlleva que no sólo la proporción de jóvenes americanos que va a la universidad sea superior (repito, superior) a la europea, sino que, además, tienen el privilegio de ir a las mejores universidades del mundo.
En el año 2000, los líderes europeos se reunieron en Lisboa y proclamaron que Europa sería el líder mundial en tecnología, conocimiento y competitividad en el 2010. Si no están dispuestos a arreglar el problema de fondo de nuestras universidades, esas declaraciones de falsa grandeza sólo sirven para demostrar que ellos, nuestros políticos, también tienen un gran sentido del humor.
Tomado del periódico La Vanguardia; 17/11/2006
*Fundació Umbele, Columbia University y UPF; catedrático de economía de Columbia University i Professor Visitant de la Universitat Pompeu Fabra; una de las principales figuras mundiales de la economía del desarrollo; premioRey Juan Carlos y el Kenneth Arrow 2000; es un observador de la vida política y social catalana.
Otros datos del autor; en una na entrevista al profesor Xavier Sala i Martín; publicado en El País, 26/08/2005.
Pregunta: -¿Es usted emergente o divergente?
Respuesta:No puedo ser emergente, acabo de hacer 42 años.
P: -Pero provocador sí es.
R: Si por eso entendemos que no soy un borrego intelectual, sí. La corrección política tendría que estar divorciada de la intelectualidad, pero lamentablemente no lo está. El progreso está hecho contra la mayoría, y la corrección política la dicta la mayoría.
P: ¿El Estado de bienestar es políticamente correcto?
R. Lo políticamente correcto para una nación no es ganar pasta, sino aumentar el bienestar. Obviamente, como dice Woody Allen, lo más importante no es el dinero, sino las tarjetas de crédito. La ONU habla de índice de bienestar midiendo salud, renta, desarrollo, educación... Al final del día, todo eso se compra con dinero.
P: ¿Por eso dicen que el poder global es de las multinacionales?
R: Si en el mundo mandaran las empresas, no intentarían meter en la cárcel a Bill Gates. El poder lo tienen los países.
P: ¿Es usted lo que se llama un hombre de derechas?
R: Ni de izquierdas ni de derechas, sino todo lo contrario. Las dos son esquizofrénicas. La derecha predica libertad cuando se habla de economía, pero si hablamos de sexo, religión o gays pide al Estado que preserve los valores. La izquierda es igual, pero al revés. El individuo es estúpido a la hora de gastar, pero a la hora de casarse, no. Yo soy igual las 24 horas del día. Mi lema es: ¡Que no me toquen la cartera ni la bragueta! La derecha mete la mano en la bragueta. La izquierda, en la cartera.
"Algunos oyen su nombre y huyen al grito de "ultraliberal". Otros le dan el Premio de Economía Juan Carlos I. La FAES lo invita y él suelta una soflama proafricana que ya quisiera Bono. Reniega de izquierda y derecha. Da clases en la Columbia de Nueva York y en la Pompeu Fabra de Barcelona. Preside la Comisión Económica del Barça. Tiene una fundación en África (Umbele) que manda dinero a los misioneros... Con ustedes, el paradójico, incisivo e irritante Xavier Sala i Martín."
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Dime con quien andas y te diré quien eres (Dicho popular)
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