18 dic 2006

Conocer el Holocausto

Debate sobre el Holocausto.

  • Negación del Holocausto. mi historia personal/Ayaan Hirsi Alí, escritora de origen somalí
Tomado de EL PAÍS, 17/12/2006);
Un día de 1994, cuando vivía en Ede, una pequeña ciudad holandesa, recuerdo que recibí la visita de mi hermanastra. Ella y yo habíamos solicitado asilo en Holanda. A mí se me concedió, a ella le fue denegado. El hecho de que yo recibiera el asilo me dio la posibilidad de estudiar. Mi hermanastra no pudo hacerlo. Para ser admitida en el instituto de educación superior al que quería asistir, tuve que aprobar tres cursos: uno de Lengua, uno de Educación Cívica y otro de Historia. Fue en este último cuando oí hablar por primera vez del Holocausto. Por aquel entonces yo tenía 24 años, y mi hermanastra 21.

En aquella época, el genocidio de Ruanda y la limpieza étnica de la antigua Yugoslavia plagaban las noticias diarias. El día en que me visitó mi hermanastra, me encontraba dándole vueltas a lo que les había ocurrido a seis millones de judíos en Alemania, Holanda, Francia y Europa del Este. Supe que hombres, mujeres y niños inocentes fueron separados unos de otros. Con estrellas prendidas al hombro, fueron trasladados en tren a los campos y gaseados por la sola razón de ser judíos. Fue el intento más sistemático y cruel de la historia de la humanidad por aniquilar a un pueblo.
Vi fotografías de masas de esqueletos, incluso de niños. Escuché aterradores relatos de algunas personas que habían sobrevivido al terror de Auschwitz y Sobibor. Le conté todo esto a mi hermanastra y le mostré las imágenes de mi libro de historia. Lo que me dijo me horrorizó todavía más que la atroz información de mi libro. Con gran convicción, mi hermanastra espetó: “¡Es mentira! Los judíos saben cómo cegar a la gente. No fueron asesinados, gaseados ni masacrados. Pero rezo a Alá para que algún día todos los judíos del mundo sean destruidos”. Me horrorizó su reacción.
Recuerdo que de niña, cuando me criaba en Arabia Saudí, mis profesores, mi madre y nuestros vecinos nos decían casi a diario que los judíos eran malos, los enemigos declarados de los musulmanes, cuyo único objetivo era destruir el islam. Nunca nos informaron sobre el Holocausto. Más tarde, en Kenia, cuando era una adolescente y nos llegaba a África la filantropía saudí y de otra zonas del Golfo, me acuerdo de que la construcción de mezquitas y las donaciones a hospitales y a los pobres iban juntos con los insultos a los judíos. Se decía que ellos eran los responsables de la muerte de bebés y de epidemias como el sida. Eran avariciosos y harían cualquier cosa por acabar con los musulmanes. Si algún día queríamos conocer la paz y la estabilidad, tendríamos que destruirles antes de que ellos nos destruyeran a nosotros.
Los líderes occidentales que dicen sentirse escandalizados por la conferencia de Ahmadineyad en la que niega el Holocausto necesitan despertar a esa realidad. Para la mayoría de los musulmanes del mundo, el Holocausto no es un gran acontecimiento histórico que neguemos. Sencillamente no lo conocemos porque nunca se nos ha informado sobre él. Y lo que es peor, a la mayoría se nos prepara para que deseemos un holocausto de los judíos.

Recuerdo la presencia de filántropos occidentales, ONG e instituciones como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Sus representantes hacían llegar a quienes consideraban necesitados medicamentos, preservativos, vacunas o materiales de construcción, pero ninguna información sobre el Holocausto. A diferencia de la filantropía, ofrecida en nombre del islam, los donantes laicos y cristianos y las organizaciones de ayuda no llegaban con un programa de odio, pero tampoco con un mensaje de amor. Sin duda, ésta fue una oportunidad perdida si nos fijamos en las organizaciones benéficas que propagaban el odio procedentes de países musulmanes ricos gracias al petróleo.
Se calcula que, en la actualidad, la cifra total de judíos en del mundo ronda los 15 millones, y sin duda no supera los 20 millones. En lo relativo a la fertilidad, su crecimiento puede compararse con el del mundo desarrollado, al igual que su envejecimiento. Por otro lado, se calcula que las poblaciones musulmanas están entre 1,200 y 1,500 millones de personas, y que no sólo están creciendo con rapidez, sino que son muy jóvenes. Lo sorprendente de la conferencia de Ahmadineyad es el (tácito) consentimiento del musulmán medio al deseo no sólo de negar el Holocausto, sino de exterminar a los judíos.

No puedo evitar preguntarme: ¿por qué no se celebra una contraconferencia en Riad, Cairo o Lahore, Jartum o Yakarta condenando a Ahmadineyad? ¿Por qué guarda silencio la Conferencia Islámica ante esto? Puede que la respuesta sea tan sencilla como horrenda: durante generaciones, los líderes de los denominados países musulmanes han alimentado a su población con una dieta constante de propaganda similar a la que recibieron generaciones de alemanes (y otros europeos), según la cual los judíos son alimañas y hay que tratarlos como tales. En Europa, la conclusión lógica fue el Holocausto. Si Ahmadineyad se sale con la suya, no le faltarán musulmanes dóciles dispuestos a acatar sus deseos.

El mundo necesita un fomento del entendimiento entre culturas, pero necesita con más urgencia ser informado sobre el Holocausto. No sólo en el interés de los judíos que sobrevivieron al Holocausto y el de sus descendientes, sino en el de la humanidad en general. Quizá haya que empezar por contraatacar la filantropía islámica surcada de odio contra los judíos. Las organizaciones benéficas cristianas y occidentales en el Tercer Mundo deberían ocuparse de informar sobre el Holocausto a los musulmanes y no musulmanes en sus áreas de actuación.
  • El pecado de Israel/Rafael L. Bardají

Publicado en ABC, 16/12/2006);
El actual presidente de Irán, Mahamud Ahmadinejad no es un teórico, ni de profesión historiador. Por eso, la Conferencia que ha auspiciado contra la existencia del Holocausto no puede ser interpretada más que como lo que es, un acto político. Ahmadinejad quiere negar la realidad del crimen cometido contra el pueblo judío por cuestiones muy prácticas. Israel fue fundado por la ONU en 1947 precisamente por el reconocimiento del genocidio cometido por los nazis, si se hace de la realidad un mito, se le estaría hurtando a Israel la legitimidad de su nacimiento y el derecho a su existencia. No lo digo yo, lo ha dicho el ministro de asuntos exteriores iraní, Manuchehr Mottaki, anfitrión oficial de esta Conferencia: «si se pone en cuestión la versión oficial del Holocausto, se está poniendo en cuestión la identidad y la naturaleza de Israel».

La izquierda europea, con nuestro actual gobierno a la cabeza, ha explicado el odio hacia Israel por el conflicto con los palestinos. Hasta gente supuestamente sabia como James Baker argumenta en su reciente informe sobre Irak que la solución de los problemas que asolan a ese país pasa por que Israel haga más concesiones en su proceso de paz. El talante de Ahmadinejad y demás ayatolas iraníes deberían bastar para sacarles de su sueño. A los árabes les importa más bien poco el destino de sus hermanos palestinos (al fin y al cabo muy poco han hecho por los millones que guardan hacinados y aislados en campos de refugiados, sin permitir su integración), lo que no pueden soportar es la existencia de Israel. Porque el pecado de Israel, para ellos, no es lo que haga, sus políticas, sino su misma existencia.
El mundo árabe odia a Israel esencialmente por una cosa: A diferencia de sus vecinos, Israel no cuenta con riquezas naturales ni dispone de petróleo y aún así, frente a todas las adversidades, es una nación rica, próspera y dinámica; Israel, sin perjuicio de constituirse como una sociedad religiosa, es un país científica y tecnológicamente avanzado; es más, Israel es una democracia plena, que mantiene sus consultas electorales, que cambia regularmente de líderes, que se basa en una estricta separación de poderes, que cuenta con una prensa libre y una opinión pública donde hombres y mujeres por igual participan vivamente. Frente al éxito histórico de Israel, los líderes árabes sólo pueden presentar a sus pueblos su fracaso nacional. Eso sí, aderezado por la riqueza de la corrupción. Los árabes odian a Israel porque les vuelve insoportable su propio fracaso. Los palestinos nada tienen que ver con que en Egipto, a pesar de las pingües ayudas ofrecidas por americanos y europeos, cuatro de cada diez adultos sean analfabetos, que en todo el mundo árabe se hayan traducido menos libros en los últimos 50 años que los que se publican en España en un solo año, que los chiítas sean, junto con las mujeres, ciudadanos de segunda clase (excepto en Irán, por supuesto) o que el Rey de Jordania se guarde muy mucho la potestad de disolver su parlamento nacional según le convenga.
No es por los pobres palestinos que un líder iluminado como Ahmadinejad, que no cree en el Holocausto, está dispuesto a recrearlo en cuanto pueda si se le deja. La tiranía impuesta por la izquierda hace que lo políticamente correcto sea decir que el conflicto israelí-palestino es el elemento que emponzoña nuestras relaciones con el mundo árabe. Incluso hay quien cree, como los miembros de la Comisión Baker-Hamilton, que su resolución es crucial para librar a Irak de sus graves problemas. Nada más erróneo y peligroso a la vez. Israel ni puede ni debe hacer más concesiones. Por una cuestión bien sencilla: cada vez que lo ha hecho, incluso unilateralmente como la retirada de Gaza, sus enemigos lo han interpretado como un evidente signo de debilidad. Y se han crecido. La primera salida del Líbano, como la de este verano pasado, no ha favorecido más que al campo de los radicales que no buscan la paz, sino la destrucción de Israel. Al igual que ocurrió en Gaza convertida rápidamente en Hamastán, el reino desde el que lanzar el terror contra suelo israelí.
Los europeos hemos presionado a Israel para que ceda una y otra vez. A veces hasta con amenazas de boicot. Con el resultado psicológico de que los israelíes nos temen más que a sus enemigos más próximos. El problema hoy es que ya no vale eso de tierra por paz. La cuestión palestina ha dejado de ser una cuestión puramente de nacionalismo. Israel está en el ojo del huracán del fundamentalismo islámico.
Cuando Ahmadinejad afirma que borrará del mapa a Israel lo hace porque cree que no puede haber infieles y judíos que no se sometan al Islam, que no puede haber tierra del Islam que no esté regida por la ley coránica. Los dirigentes de Hizbolá en el Líbano o de Hamas en Gaza y Cisjordania no piensan muy diferente. No les basta el estado palestino, aspiran a la eliminación de Israel. Pero hay más, en la destrucción de Israel los islamistas no sólo ven la destrucción de todo un pueblo, sino que ven su victoria sobre lo que consideran que es la cabeza de playa en tierra del Islam del mundo occidental. El pequeño Satán, Israel, sólo se entiende en relación al Gran Satán, América. La derrota de Israel es el primer paso de la derrota de Occidente. De nosotros.
Por eso es tan importante que Israel siga siendo un país próspero y libre. Por eso es tan importante para nosotros que Israel siga existiendo. Y debería serlo también que pueda hacerlo en unas condiciones libre de amenazas, lluvia de cohetes katiuskas y de terroristas suicidas. El pueblo de Israel debe contar con nuestro apoyo para vivir libre de bombas, dentro de unas fronteras reconocidas y defendibles. No es una aspiración desorbitada, me parece.
Un primer paso es parar en seco a Ahmadinejad. Las protestas orales por la convocatoria de la Conferencia contra el Holocausto están bien, pero son del todo insuficientes. Mientras nuestros diplomáticos se expresan enérgicamente, el presidente iraní le sigue diciendo a su audiencia que los días de Israel están contados. «Así como la Unión Soviética fue derrotada y no existe hoy, muy pronto el régimen sionista será eliminado gracias al deseo de Aláh» fueron sus palabras del pasado martes en Teherán. Aún peor, mientras el gobierno de Rodríguez Zapatero se empeña en liarse con Irán en su niña bonita exterior, la Alianza de Civilizaciones, los iraníes siguen su curso imparable hacia el arma atómica. Con sus continuas provocaciones, Teherán se ha hecho merecedora de represalias por nuestra parte. Las sanciones económicas y personales contra sus dirigentes son un primer paso necesario.
Puede que Irán nos parezca muy lejano. Pero si abandonamos a Israel en estos momentos, estaremos cavando nuestra propia tumba. Los enemigos de Israel son nuestros enemigos. Nuestra existencia, en tanto que sociedades libres y prósperas, depende vitalmente de su existencia. Es nuestro deber moral y nuestro propio interés garantizar que Israel siga existiendo y llegue a vivir en paz. Y los Ahmanidejads del mundo deben saberlo. Como deben ser conscientes de que el Holocausto, por desgracia, sí existió y que no estamos dispuestos a aceptar un nuevo genocidio. Decírselo y hacérselo ver. Alto y claro.

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