- Transformar el futuro/Martín Ortega Carcelén, investigador en el Instituto de Estudios de Seguridad de la Unión Europea en París
Tomado de EL PAÍS, 21/12/2006);
Durante mucho tiempo, para predecir el futuro se utilizaron los astros, el vuelo de las aves, las cartas del tarot o textos enigmáticos escritos siglos atrás. Hoy el interés por saber qué nos depara el porvenir sigue siendo grande. Pero es inútil utilizar esos métodos.
Si una persona quiere saber si va a vivir mucho o poco, no tira los dados, sino que va al médico, quien dirá que fumar, comer en exceso y beber demasiado alcohol acortan (y empeoran) la vida. Cuando una empresa planea su estrategia, no escudriña una bola de cristal, sino que hace estudios de mercado y cuida la innovación. A diferencia de lo que ocurría en el pasado, los gobernantes no tienen adivinos a sueldo, sino que encargan estudios a expertos para saber cómo orientar las políticas de su país. En el plano global también disponemos de numerosos informes que, con datos sólidos, indican las direcciones en que se encamina la historia.
Entre esas direcciones, hay buenas y malas noticias. El avance de la ciencia y la tecnología, la expansión de la democracia, el libre comercio y la globalización apuntan a un mundo mejor. Sin embargo, hay otras tendencias preocupantes, entre las que pueden destacarse tres. El uso desenfrenado de combustibles fósiles (carbón, gas y petróleo) junto a la explotación de otros recursos vivos y no vivos de nuestro planeta conducirán a una catástrofe ecológica. Segundo, las tendencias económicas y de población en África y en Europa son inversas. Dentro de unas décadas Europa será un continente más viejo y más rico, mientras que África será paupérrima y superpoblada, con las enormes tensiones migratorias que esos desequilibrios provocan. Por último, teniendo en cuenta que no se aportan medidas internacionales eficaces, la región más inestable del planeta, Oriente Medio, seguirá siendo un semillero de conflictos y exportará inseguridad al resto del mundo.
En efecto, hemos avanzado mucho en el análisis y previsión de las relaciones internacionales. Ahora bien, ¿de qué sirve predecir el futuro si no hacemos lo necesario para evitar los desastres que se anuncian, para hacer el futuro más vivible y humano, para transformarlo?
Lo primero que habría que responder es que el futuro se encuentra en gran medida en nuestras manos. El porvenir no está escrito. El futuro no es un territorio ignoto, con sus montañas, ríos y valles, que está esperando a ser descubierto, como eran las regiones inexploradas del globo hace siglos. Más bien, existen varios futuros posibles. El futuro que llegaremos a conocer será lo que nosotros hagamos de él. Al avanzar, con nuestras acciones, iremos dibujando el paisaje que encontremos.
Para apropiarnos del futuro en la medida de lo posible, debemos apartar los restos de dogmatismo que todavía pueblan nuestro pensamiento. Por ejemplo, en la religión cristiana existen dos maneras de entender el futuro. Según una forma más oscura, el fin de los tiempos llegará con el juicio final, imagen que, tras una larga trayectoria, se ha hecho hoy popular en Estados Unidos. Allí, muchos cristianos pertenecientes a corrientes evangélicas, que se llaman “los olvidados” (left behind), hacen una lectura del Apocalipsis muy en línea con las tradiciones milenaristas. Antes de la segunda parusía, habrá un momento de tribulación y guerra (Armageddón), seguido de un largo reinado de los justos. Hasta decenas de millones de creyentes están convencidos de que los sucesos internacionales actuales, sobre todo los relativos a Estados Unidos y Oriente Medio, constituyen señales claras de las profecías del Apocalipsis. Según esos iluminados, frente a tales evoluciones ineluctables nuestro papel es muy limitado.
Afortunadamente, en la misma religión cristiana se da otra interpretación más moderna y razonable. En el cristianismo se ha impuesto de hecho la idea de libertad, que permite conformar nuestro destino y se convierte en fuente de responsabilidad. Además, la idea de esperanza, que se simboliza con la maravillosa metáfora del nacimiento recurrente de un niño, complementa a la anterior e introduce optimismo.
Sin embargo, esto no debe interpretarse de manera ingenua como la solución definitiva de nuestros problemas. La clave de una actitud más valiente y confiada ante el futuro es rechazar la conclusión ilusoria de que alguien, humano o divino, va a resolver las cuestiones globales más importantes. Sólo nosotros, a través del trabajo y el compromiso ético y político, podemos mejorar la condición humana, detener el deterioro del medio ambiente, la terquedad de la guerra o las terribles desigualdades que asuelan el mundo. Hoy sabemos que un niño, muchos niños que nacen pueden hacer un mundo mejor, pero también que pueden terminar de destruirlo.
Cuando se trata de construir el futuro y no sólo de predecirlo, hay que tener en cuenta igualmente que las contribuciones de los más diversos horizontes son necesarias. Los Estados por sí solos ya no pueden satisfacer las necesidades políticas de los ciudadanos, por lo que es precisa la intervención de otros actores. Desde arriba, la acción de organizaciones internacionales de ámbito universal o regional, como la Unión Europea, complementa a la de los Estados. Desde abajo, en una dirección ascendente, las empresas, organizaciones no gubernamentales, medios de comunicación y, sobre todo, los ciudadanos individuales, tienen también un importante papel a la hora de actuar para conseguir un futuro mejor.
No obstante, es triste constatar que, en el momento actual, esa conjunción de esfuerzos no está dando los frutos deseados, y las principales amenazas sobre nuestro futuro persisten e incluso crecen. Muchos expertos internacionales coinciden en advertir que numerosas señales de alarma están encendidas. El hecho de que el liderazgo global de Estados Unidos, que es aceptado por las demás potencias, no haya sabido identificar los verdaderos retos de nuestro tiempo tiene que ver con esta situación. También la indecisión de la Unión Europea tras el frenazo del proyecto constitucional. A todo esto, el planeta fenece, Oriente Medio arde y la gobernanza global brilla por su ausencia.
En estas circunstancias, el riesgo es que, de los diversos futuros hoy posibles, en lugar de crear uno a nuestra medida, tengamos que sufrir lo que venga, un futuro residual resultado de nuestro conformismo. En lugar de transformar el futuro, soportarlo.
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