En el confesionario/ Carlos Marín
(El Padre) Miguel Concha se preguntó el sábado en La Jornada si quien escribió el jueves en MILENIO acerca de “los que medran con la versión marquista de la masacre de Acteal” es el Carlos Marín que, a doce días de ocurrida, reveló el plan de guerra que el Ejército del salinato elaboró para sofocar el alzamiento zapatista.
Y sí: es el mismo.
El sacerdote dominico recordó que Las Abejas y el Centro Fray Bartolomé de las Casas presentaron ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (febrero de 2005) “una petición contra el Estado mexicano, por la actuación de miembros de grupos paramilitares, con la aquiescencia y participación de agentes de la República”, y que “los peticionarios (…) refirieron una información del periodista Carlos Marín” (Plan del Ejército en Chiapas, desde 1994: crear bandas paramilitares, desplazar a la población, destruir las bases de apoyo del EZLN), publicada el 3 de enero de 1998.
Si no se sabe de otro reportero que se llame igual (y aunque haya marines hasta en Bagdad), ¿a qué viene la pregunta de Concha, de no ser sembrar la insidia?
En aquel reportaje se planteó que la matanza parecía corresponder a una estrategia contrainsurgente “precisa, diseñada en octubre de 1994 por la Secretaría de la Defensa Nacional”, en que “los servicios de Inteligencia Militar debían organizar secretamente a ciertos sectores de la población civil; entre otros a ganaderos, pequeños propietarios e individuos caracterizados con un alto sentido patriótico, quienes serán empleados en apoyo de nuestras operaciones.
Se reprodujeron las partes esenciales el documento y Marín se lo regaló completo al escritor Carlos Montemayor para que lo aprovechara en alguno de sus libros.
En ninguna parte del reportaje se dijo que el plan contemplara perpetrar la de Acteal o cualquier otra matanza, pero sí la creación de o el apoyo a “fuerzas de autodefensa” como lo era Máscara Roja –se acotó–, el grupo que según la Procuraduría General de la República perpetró la matanza de Acteal.
Se consignó también que a principios de 1997, en Santa Martha y Pechiquil; en Yaxjemel, Los Chorros y Puebla –estos en la región de Chenalhó– comenzaron a funcionar campos de entrenamiento de organizaciones paramilitares, entre las que sobresalían Paz y Justicia, Los Chinchulines, Alianza Fray Bartolomé de los Llanos, Movimiento Insurgente Revolucionario Antizapatista, Brigada Tomás Munzer, Fuerzas Armadas del Pueblo y Los Degolladores.
¿Qué tiene todo esto que ver con que Marín sostenga hoy que “los que medran con la versión marquista de la masacre de Acteal” son quienes se oponen a una revisión historiográfica del caso y saber si se ha hecho justicia?
Nomás faltaba: quedar bajo sospecha por haber dado a conocer un documento verificado sobre el Ejército y grupos “de autodefensa” o paramilitares, pero que desconfía de informaciones anónimas y abomina la invención de cuentos con que muchos intentan ajustar sus cuentas.
Y sí: es el mismo.
El sacerdote dominico recordó que Las Abejas y el Centro Fray Bartolomé de las Casas presentaron ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (febrero de 2005) “una petición contra el Estado mexicano, por la actuación de miembros de grupos paramilitares, con la aquiescencia y participación de agentes de la República”, y que “los peticionarios (…) refirieron una información del periodista Carlos Marín” (Plan del Ejército en Chiapas, desde 1994: crear bandas paramilitares, desplazar a la población, destruir las bases de apoyo del EZLN), publicada el 3 de enero de 1998.
Si no se sabe de otro reportero que se llame igual (y aunque haya marines hasta en Bagdad), ¿a qué viene la pregunta de Concha, de no ser sembrar la insidia?
En aquel reportaje se planteó que la matanza parecía corresponder a una estrategia contrainsurgente “precisa, diseñada en octubre de 1994 por la Secretaría de la Defensa Nacional”, en que “los servicios de Inteligencia Militar debían organizar secretamente a ciertos sectores de la población civil; entre otros a ganaderos, pequeños propietarios e individuos caracterizados con un alto sentido patriótico, quienes serán empleados en apoyo de nuestras operaciones.
Se reprodujeron las partes esenciales el documento y Marín se lo regaló completo al escritor Carlos Montemayor para que lo aprovechara en alguno de sus libros.
En ninguna parte del reportaje se dijo que el plan contemplara perpetrar la de Acteal o cualquier otra matanza, pero sí la creación de o el apoyo a “fuerzas de autodefensa” como lo era Máscara Roja –se acotó–, el grupo que según la Procuraduría General de la República perpetró la matanza de Acteal.
Se consignó también que a principios de 1997, en Santa Martha y Pechiquil; en Yaxjemel, Los Chorros y Puebla –estos en la región de Chenalhó– comenzaron a funcionar campos de entrenamiento de organizaciones paramilitares, entre las que sobresalían Paz y Justicia, Los Chinchulines, Alianza Fray Bartolomé de los Llanos, Movimiento Insurgente Revolucionario Antizapatista, Brigada Tomás Munzer, Fuerzas Armadas del Pueblo y Los Degolladores.
¿Qué tiene todo esto que ver con que Marín sostenga hoy que “los que medran con la versión marquista de la masacre de Acteal” son quienes se oponen a una revisión historiográfica del caso y saber si se ha hecho justicia?
Nomás faltaba: quedar bajo sospecha por haber dado a conocer un documento verificado sobre el Ejército y grupos “de autodefensa” o paramilitares, pero que desconfía de informaciones anónimas y abomina la invención de cuentos con que muchos intentan ajustar sus cuentas.
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