29 oct 2007

L Osservatore Romano

Carta de Benedicto XVI al nuevo director de «L'Osservatore Romano» profesor Giovanni Maria Vian el sábado 27 de octubre, día en que asumió el cargo.
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Al Ilustrísimo SeñorProfesor Giovanni Maria Vian
Con gran estima y sincero afecto le dirijo mi saludo en el momento en que usted, querido profesor, asume el cargo de director de «L'Osservatore Romano», una tarea de gran responsabilidad dada la naturaleza peculiar del diario Vaticano.
Su formación cultural como historiador del cristianismo, en especial su conocimiento de la historia del papado contemporáneo, su experiencia periodística como editorialista de diversos diarios y periódicos, la decenal colaboración con «L'Osservatore Romano» y también la pertenencia a una ilustre familia de gran tradición cristiana en el fiel servicio a la Santa Sede, constituyen una garantía segura para la delicada función a usted confiada.
Se introduce así usted en la larga y gran historia del «diario del Papa» que, iniciada en 1861, ha visto sucederse en la dirección a diversas personalidades, desde el abogado de Forli Nicola Zanchini, junto al periodista Giuseppe Bastia, que asumieron en primer lugar el cargo, hasta el apreciado profesor Mario Agnes.
Nacido para sostener la libertad de la Santa Sede en un momento crítico y providencial de su historia, «L'Osservatore Romano» siempre ha difundido las enseñanzas de los Romanos Pontífices y las intervenciones de sus más estrechos colaboradores sobre los problemas cruciales que la humanidad encuentra en su camino.
Es conocida la opción de imparcialidad que caracterizó la información del diario vaticano durante la primera guerra mundial. En la vorágine de los acontecimientos que se sucedieron entonces, y después durante la segunda tragedia bélica del siglo XX, «L'Osservatore Romano» --desde finales de 1929 trasladado dentro del Estado vaticano-- incrementó ulteriormente su prestigio y su difusión, gracias también a la posibilidad que tenía el periódico de acudir a fuentes de información que en aquel período sólo la independencia vaticana podía garantizar.
Órgano de información autorizado y respetado, precisamente entonces fue acompañado por importantes periódicos («L'illustrazione vaticana», «L'Osservatore della Domenica», «Ecclesia»), mientras que más tarde comenzó a ser publicado en ediciones periódicas en distintos idiomas, a fin de asegurarle una difusión realmente internacional.
Esta dimensión mundial, que se hará ahora más concreta y eficaz a través de las posibilidades actualmente ofrecidas por la presencia «en red», resulta cuánto más importante para expresar en verdad la realidad de la Iglesia universal, la comunión de todas las Iglesias locales y su enraizamiento en las distintas situaciones, en un contexto de sincera amistad con las mujeres y los hombres de nuestro tiempo.
Buscando y creando ocasiones de diálogo, «L'Osservatore Romano» podrá servir cada vez mejor a la Santa Sede, mostrando la fecundidad del encuentro entre fe y razón, gracias al cual se hace posible también una cordial colaboración entre creyentes y no creyentes. Su tarea fundamental sigue siendo obviamente la de favorecer en las culturas de nuestro tiempo esa apertura confiada y, a la vez, profundamente razonable al Trascendente sobre el cual, en última instancia, se funda el respeto de la dignidad y de la auténtica libertad de todo ser humano.
Invocando sobre usted, sobre el subdirector --el doctor Carlo Di Cicco--, así como sobre sus colaboradores y sobre cuantos trabajan por la realización del diario, la materna protección de María Santísima y la intercesión de San Pedro, gustosamente imparto a todos, como prenda de copiosos favores celestiales, mi Bendición.
En el Vaticano, 27 de octubre de 2007
BENEDICTUS PP. XVI

[Traducción del original italiano realizada por Zenit]
«Tradición y futuro»: primer editorial del nuevo director de «L'Osservatore Romano» profesor Giovanni Maria Vian, publicada en su edición del 28 de octubre.
Tradición y futuro
Un diario difícil, más aún, dificilísimo, pero sobre todo un «gran diario». Quien definía así «L'Osservatore Romano» era en 1961 el cardenal Giovanni Battista Montini. Casi medio siglo después, cuanto escribía el futuro Pablo VI, en el número por el centenario del diario vaticano, sigue siendo actual. Igual que las potencialidades del diario --descritas en el célebre articulo y tan grandes como importantes son su historia y tradición-- merecen un nuevo desarrollo. Mirando con confianza hacia el futuro, porque esta apertura representa el sentido más profundo de la tradición, que significa precisamente transmisión en una continuidad vital.
¿Por qué es dificilísimo «L'Osservatore Romano»? El entonces arzobispo de Milán --que en la Secretaría de Estado durante más de quince años, como se subrayó, también ejerció «la alta dirección del diario»-- respondía indicando «la desproporción entre el vastísimo campo, del que el diario habría debido ser espejo, el campo católico, y la relativa exigüidad de sus noticias, es más, hablando claramente, de la misma capacidad de darles voz y relieve», sin descuidar el punto apesadumbrado de su restringida difusión. Montini enumeraba además, con leve ironía, dificultades menores ligadas a la naturaleza especial del diario: «Diario serio, diario difícil, ¿quién lo leería alguna vez en el tranvía o en el bar; quien haría de él un corrillo de charla?»; mientras su crónica vaticana «nos procura, sí, el placer de un espectáculo áulico incomparable, pero no sin cierta duda de haberlo ya experimentado igual otras muchas veces».
¿Cómo hacer entonces de «L'Osservatore Romano» un gran diario? Esto se preguntaba el futuro papa, que no olvidó jamás al padre, director del pequeño pero luchador diario «Il Cittadino di Brescia». Y daba una respuesta clara: desarrollando su naturaleza de «periódico de ideas». Sí, porque el diario vaticano --escribía-- «no es, como muchísimos otros, un sencillo órgano de información; quiere ser y creo principalmente de formación. No quiere sólo dar noticias; quiere crear pensamientos. No le basta con referir los hechos como suceden: quiere comentarlos para indicar como deberían o no haber ocurrido. No mantiene sólo coloquio con sus lectores; lo tiene con el mundo: comenta, discute, polemiza». Con una vocación por lo tanto universal, análoga a la de la sede romana a la que el diario intenta servir.
En este empeño cotidiano «el periodista es intérprete, es maestro, es guía, es a veces poeta y profeta». Un arte difícil --concluía Montini-- y en el diario vaticano «cuánto más delicado y exigente». Por la necesidad de un «continuo testimonio al panorama de verdad moral y religiosa, en el que cada cosa de enmarcarse», y por la naturaleza a la vez oficial y oficiosa del diario de la Santa Sede: periódico «de ideas», pero también «de ambiente», no fácil pero del cual saca autoridad y fuerza. Así fue durante la segunda guerra mundial, y entonces «ocurrió como cuando en una sala se apagan todas las luces, y queda encendida una sola: todas las miradas se dirigen hacia la que permanece encendida; y por fortuna esta luz era la luz vaticana, la luz tranquila y llameante, alimentada por la apostólica de Pedro». Con una imagen de orgullo humilde y seguro que remite a la evangélica del candelabro que arde e ilumina.
La experiencia de la guerra dejó así un legado al diario, porque «su sede, su función, su red de informadores y de colaboradores, su autoridad y su libertad, la misma antigüedad y experiencia pueden hacer de él un órgano de prensa de primerísimo orden»; y hasta las dificultades pueden ser consideradas –finalizaba el futuro Pablo VI-- «peculiaridades, y como tales constituir una interesantísima originalidad del periódico. Ningún otro puede tener horizonte más amplio de observación; ningún otro puede tener fuentes más ricas de información; ningún otro temas de desarrollo más importantes y más variados; como ningún otro juicio de orientación más autorizado y más beneficiosa función de educación en la verdad y en la caridad».
La permanente actualidad de las observaciones de Montini justifica que se vuelvan a proponer hoy, en un panorama mundial e informativo profundamente cambiado. La realidad global de hecho hace aún más necesario y amplio ese alcance internacional característico del diario vaticano, y esta misma realidad mundial hoy requiere su presencia en red real y eficaz, cuya urgencia ha sido recientemente anunciada por el cardenal secretario de Estado, Tarcisio Bertone, quien varias veces ha expresado atención y estima por el diario de la Santa Sede, al que ha querido acercarse en persona.
«L'Osservatore Romano» --esto es, el diario y sus distintas ediciones periódicas-- es ante todo el «diario del papa», y difundirá de dos modos la enseñanza y la predicación del obispo de Roma: conservando su peculiar naturaleza documental y desarrollando la de la información periodística. Pero también haciéndose mayor expresión de los organismos y de las representaciones de la Santa Sede, en Roma y en el mundo. Al servicio de Benedicto XVI, pontífice teólogo y pastor, el «siervo de los siervos de Dios» que sin cansarse, con mansedumbre confiada y firme, a las mujeres y a los hombres de nuestro tiempo testimonia y repite con el apóstol Juan que «Dios es amor» y que «en el inicio de ser cristiano no hay una decisión ética o una gran idea, sino el encuentro con un acontecimiento, con una Persona», como ha subrayado en el comienzo de su primera encíclica.
Desde Roma el diario vaticano continuará observando con mirada atenta y amiga la realidad internacional, manteniendo en esta perspectiva la atención por esa Italia de la que el papa es primado y por su diócesis, donde tantos obispos y sacerdotes de cada continente han estudiado y con la que mantiene vínculos fecundos. Y alcance internacional tendrá la atención por los fenómenos culturales, reservando espacio a la comparación de ideas, con una apertura cordial respecto a la razón, a la que Benedicto XVI se remite para favorecer el coloquio y el debate, como ocurrió con la lección de Ratisbona, cuyos frutos empiezan a madurar. Y al mundo mirará el diario del papa informando sobre la comunión católica en los distintos continentes, sobre Iglesia y confesiones cristianas, judaísmo, islam y otras religiones, en la realización del Concilio Vaticano II interpretado a la luz del histórico discurso que el romano pontífice pronunció por el cuadragésimo aniversario de su conclusión.
Siguiendo el ejemplo de Benedicto XVI y difundiendo sus enseñanzas, su diario quiere dirigirse con amistad a todos, creyentes y no creyentes, y con todos hablar con respeto y claridad sobre temas como la dignidad del ser humano y la promoción de la justicia. Para hacer cada vez más evidente el testimonio y la verdad de Cristo en el mundo moderno. En la vitalidad de una tradición por su naturaleza abierta al futuro, y en la certeza de que la palabra del único Señor, Jesús, sembrada en el íntimo de las almas, prevalecerá sobre las fuerzas del mal y permanecerá para siempre.
g..m.v.
[Traducción del original italiano realizada por Zenit]

Fuente: Agencia Zenit

Subdirector de «L'Osservatore Romano»: «El camino en profundidad de Benedicto XVI

»Primer artículo de comentario de Carlo Di Cicco desde su cargo en el diario
publicado en la edición del 28 de octubre de «L'Osservatore Romano», primera en la que ha asumido oficialmente su función como subdirector.
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El camino en profundidad de Benedicto XVI
El hombre en una dimensión, sin al menos una ventana abierta a la Trascendencia, no convence a Benedicto XVI. Por su naturaleza el hombre tiene una capacidad de dialogar con Dios y con una referencia a Dios, también en el respeto de la sociedad pluralista, las cosas podrían ir mejor. Y esta convicción va proponiendo el papa a la reflexión común.
Dios constituye el centro de la acción pastoral y cultural de Benedicto XVI. Intenta hablar ante todo y sobre todo de Dios como una clave posible de lectura de la realidad. El diálogo de fe y razón se mueve respecto a dos grandes interlocutores que son actores de él: Dios mismo y el hombre, antes aún que laicos y creyentes.
El humanismo de Benedicto XVI es igual a su pasión por Dios. El Dios bíblico, que ha entrado en la historia con Jesús de Nazaret, es un Dios que salva y un Dios que dialoga.
Si la razón está llamada a medirse con este anuncio, la fe está llamada a conformarse con él, conformarse al amor. Por ello el binomio de fe y razón tan querido al teólogo Ratzinger, cuando se dirige a los fieles se amplía a un tercer elemento: la oración. El nombre de Benedicto XVI fue elegido por el papa para llamar en el plano histórico a los hombres al primado de la paz y en el plano de la fe para devolver a Dios el primado de la acción: ora et labora.
Caminar en profundidad, transformarse en discípulos del Evangelio para aprender a orar, es el primer mandamiento del pontificado. El fino teólogo que actualiza la reflexión racional sobre la fe, expresa clara su convicción: los nudos históricos que hacen difícil el diálogo entre creyentes y no creyentes, las angustias que parecen endurecer en occidente credibilidad y dinamismo de las Iglesias y confesiones cristianas, se disolverán no tanto transformando a los cristianos en activistas cuanto en discípulos de la oración. Empeño político, competencias profesionales, capacidad planificadora para liberar solidaridad y libertad, que derechos y justicia no se arrinconen; pero se pide a los cristianos como a cualquier otro habitante en la ciudad del hombre. En su especificidad los cristianos elevan la oración al Dios viviente, al Dios de Jesucristo. Y esto especialmente deben practicar.
Orar, según el papa Ratzinger, no quiere decir, en cambio, repetir fórmulas a un Dios «apaga-fuegos». Representa una experiencia de vida que transforma, mejora la capacidad de amar, permite entrever el camino hacia la felicidad interior. Es un principio activo para hombres nuevos.
Benedicto XVI lo ha dicho en circunstancias importantes, como el discurso a los católicos italianos en el congreso de Verona; lo ha repetido hablando recientemente de emergencias ambientales, económicas, políticas y sociales. Junto a desarrollo sostenible, economía social que modera el lucro y rescata el trabajo, lucha contra la camorra, resistencia a la violencia con el compromiso civil y la acción no violenta, Benedicto XVI sitúa, sin falta, la oración. No como añadido que se espera de un sacerdote y más todavía de un papa. La consigna, primera entre todas las consignas a los católicos italianos y no sólo, no ha sido agitación activista alguna, sino la oración. «Antes de cualquier programa nuestro, en efecto, debe estar la adoración, que nos hace verdaderamente libres y da los criterios de nuestra actuación», afirmó en Verona.
«La fuerza que en silencio y sin clamores cambia el mundo y lo transforma en el Reino de Dios –dijo a la ciudad de Nápoles-- es la fe, y expresión de la fe es la oración. Cuando la fe se colma de amor por Dios reconocido como padre bueno y justo, la oración se hace perseverante, insistente, se convierte en un gemido del espíritu, un grito del alma que penetra el corazón de Dios. De tal modo la oración se transforma en la mayor fuerza de transformación del mundo. Frente a realidades sociales y difíciles y complejas, como ciertamente también es la vuestra, es necesario reforzar la esperanza, que se funda en la fe y se expresa en una oración incansable».
La oración nos devuelve a la vida cotidiana como hombres y mujeres convertidos, libres de intereses, dispuestos a actuar por el bien de los débiles y de los más pobres.
Relatar a Benedicto XVI saliendo de la leyenda es relatar un recorrido cultural que apunta a lo esencial. Es encontrarse así en la oración que requiere comenzar a examinarse uno mismo en lugar de señalar la paja en el ojo ajeno. Es un modo de ver cada gran cuestión del vivir y del morir no como ocasión de contienda, sino como momento para reencontrarse entre diferentes para la afirmación del bien común. Cosa que significa para cada uno dejar fuera de la puerta los respectivos atrasos y prejuicios.
El Dios al que Benedicto XVI invita a orar es un Dios liberador, que no está presente a destellos, sino que se ha introducido en nuestra existencia, garantizándonos un «despertar a la vida» más allá de la muerte. Ésta, de hecho, no logra romper el diálogo entre Dios y el hombre que, una vez iniciado, nos libera de la angustia del límite mortal.
El papa no está preocupado por una imaginaria hegemonía, sino más bien por el testimonio cristiano que ahora cuesta percibir. No se testimonia nada de Dios si antes no se ha vivido al menos algún tiempo con Él. Orar y tener experiencia de Dios. Es la experiencia la que lleva a un testimonio sin palabras. Benedicto XVI lo repite desde el momento de su elección relatando en las audiencias generales la historia de los grandes testigos de la fe, empezando por los apóstoles. El teorema ratzingeriano se presenta con toda evidencia y honestidad intelectual. Con sus consecuencias.
cdc
[Traducción del original italiano realizada por Zenit]

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