Alianza ¿de qué?/Pilar Rahola
Publicado en LA VANGUARDIA, 01/16/08;
Decía Anatole France: “Un necio es mucho más funesto que un malvado. Porque el malvado descansa algunas veces; el necio jamás”. No estoy muy segura de compartir al ciento por ciento esta ocurrente afirmación, pero es verdad que, en nombre de la bondad se han hecho algunas de las grandes necedades de la historia. No hay nada peor que un ignorante bienintencionado, porque entonces, ciertamente, no tiene remedio. Por supuesto, no osaría nunca considerar al presidente ZP un necio, pero sí creo que su buenismo internacional le ha llevado a cometer algunas de las grandes boberías de su mandato. Ahí está, por ejemplo, el paseo de Moratinos por Cuba, legitimando al régimen y dejando en el ostracismo a la oposición democrática. O la venta de armas al imprevisible y peligroso Hugo Chávez. O el desplante a los norteamericanos, insultando a su bandera. O, ¿cómo no?, el lamentable episodio de la kefia palestina, en plena guerra de Líbano.
Si el balance de Zapatero se basara, exclusivamente, en su política internacional, recuperaríamos el epíteto de Bambi, y no precisamente para considerarlo un estadista. Lamentablemente, la altura internacional de muchos líderes españoles está al nivel de su dominio de idiomas extranjeros: well very bad…A diferencia de su política interior, donde ha prometido mucho, pero ha incumplido más o no ha tenido demasiados problemas en mentir (al menos, respecto a sus promesas catalanas), en política exterior ZP ha sido un hombre coherente, lo cual es una pésima noticia. Porque si la coherencia naciera de una estrategia planificada, una visión profunda de la geopolítica y una seria independencia de criterios, estaríamos ante un líder internacional. Cuando la coherencia, en cambio, es la aplicación sistemática y acrítica del libro rojo del buen progre, con todos los mandamientos de la corrección política - “odiarás a EE. UU. por encima de todo”, etcétera- llevados a las últimas consecuencias, lo que tenemos es un severo fiasco. Y una permanente improvisación.
De esa factura buenista y políticamente correcta, nacida del catecismo de Mafalda, surgió en su momento una idea tan pomposa como altamente inquietante, la alianza de civilizaciones, argumentada en la ONU con un simplismo que, aún hoy, escuece en algunas mentes inteligentes de izquierdas. En ese discurso se dieron cita todos los lugares comunes que, respecto al islam, tiene determinada izquierda paternalista, de la cual Zapatero es un notable exponente. Si la derecha adolece, tradicionalmente, de falta de sensibilidad solidaria, la izquierda padece un empacho de solidaridad tuerta, y acaba aliándose con importantes enemigos de la libertad. Veamos la cuestión de la alianza de civilizaciones, que ha iniciado su sorprendente andadura en Madrid. Pareció nacer, en su momento, como contraste al concepto de choque, y así suscitó el aplauso fácil de todos aquellos que creen que los problemas complejos requieren de intenciones simples. Sin embargo, ni se trata de choque, ni de alianza, entre otras cosas porque no existe ningún contraste de civilizaciones. Existen la civilización - que concibe al ser humano libre- y aquellos que quieren mantener a sus ciudadanos, escudados en excusas religiosas o ideológicas, en la pura barbarie. La civilización no es la que obliga a una mujer de Yemen a vivir en cruel esclavitud, ni la que justifica la lapidación en Arabia Saudí, ni la que, en nombre de un dios, anima a un joven a suicidarse matando, en cualquier lugar del mundo. Eso es ideología totalitaria, fanatismo religioso y concepción medieval de la sociedad. Es decir, es la anticivilización. Cuando Zapatero, en pleno debate sobre el terrorismo islamista, plantea la alianza y sugiere, como interlocutores, a algunos de los tiranos más notables del mundo musulmán, crea un equívoco enormemente peligroso, y muy injusto para quienes luchan, desde el islam, por la libertad. Por ello su alianza tiene mucho de perversa, mucho de paternalista y todo de ineficaz.
He hablado de injusticia, y esta es la más lamentable de las consecuencias de esta improvisada idea. Si Erdogan, por ejemplo, es el cofundador de la alianza, ¿significa que no forman parte de la alianza los kurdos masacrados por Erdogan? ¿Y los miles de ciudadanos turcos que luchan contra la islamización de Turquía? ¿Con quién nos aliamos? ¿Con los sátrapas que van a las cenas de la Moncloa o con los opositores de todos estos regímenes? ¿Con el machismo violento del islam integrista y sus reyezuelos del petróleo o con las mujeres que han alzado la voz, jugándose la vida, para denunciarlos? ¿Estamos con el rey Abdulah bin Abdulaziz o con Ayan Hirsi Ali, Wafa Sultan, Talisma Nasrim y tantas otras mujeres islámicas valientes? La respuesta parece clara, a tenor de la ausencia de los conceptos de fondo: no se habla de libertad de la mujer, no se habla de fanatismo totalitario, no se habla de anticristianismo, ni antisemitismo (convertidos en ley en muchos de estos países), ergo nos queda el folklore, la gastronomía y la belleza de sus playas. Coros y danzas, en versión Bambi. Realmente lamentable y, en los tiempos que corren, altamente irresponsable.
Si el balance de Zapatero se basara, exclusivamente, en su política internacional, recuperaríamos el epíteto de Bambi, y no precisamente para considerarlo un estadista. Lamentablemente, la altura internacional de muchos líderes españoles está al nivel de su dominio de idiomas extranjeros: well very bad…A diferencia de su política interior, donde ha prometido mucho, pero ha incumplido más o no ha tenido demasiados problemas en mentir (al menos, respecto a sus promesas catalanas), en política exterior ZP ha sido un hombre coherente, lo cual es una pésima noticia. Porque si la coherencia naciera de una estrategia planificada, una visión profunda de la geopolítica y una seria independencia de criterios, estaríamos ante un líder internacional. Cuando la coherencia, en cambio, es la aplicación sistemática y acrítica del libro rojo del buen progre, con todos los mandamientos de la corrección política - “odiarás a EE. UU. por encima de todo”, etcétera- llevados a las últimas consecuencias, lo que tenemos es un severo fiasco. Y una permanente improvisación.
De esa factura buenista y políticamente correcta, nacida del catecismo de Mafalda, surgió en su momento una idea tan pomposa como altamente inquietante, la alianza de civilizaciones, argumentada en la ONU con un simplismo que, aún hoy, escuece en algunas mentes inteligentes de izquierdas. En ese discurso se dieron cita todos los lugares comunes que, respecto al islam, tiene determinada izquierda paternalista, de la cual Zapatero es un notable exponente. Si la derecha adolece, tradicionalmente, de falta de sensibilidad solidaria, la izquierda padece un empacho de solidaridad tuerta, y acaba aliándose con importantes enemigos de la libertad. Veamos la cuestión de la alianza de civilizaciones, que ha iniciado su sorprendente andadura en Madrid. Pareció nacer, en su momento, como contraste al concepto de choque, y así suscitó el aplauso fácil de todos aquellos que creen que los problemas complejos requieren de intenciones simples. Sin embargo, ni se trata de choque, ni de alianza, entre otras cosas porque no existe ningún contraste de civilizaciones. Existen la civilización - que concibe al ser humano libre- y aquellos que quieren mantener a sus ciudadanos, escudados en excusas religiosas o ideológicas, en la pura barbarie. La civilización no es la que obliga a una mujer de Yemen a vivir en cruel esclavitud, ni la que justifica la lapidación en Arabia Saudí, ni la que, en nombre de un dios, anima a un joven a suicidarse matando, en cualquier lugar del mundo. Eso es ideología totalitaria, fanatismo religioso y concepción medieval de la sociedad. Es decir, es la anticivilización. Cuando Zapatero, en pleno debate sobre el terrorismo islamista, plantea la alianza y sugiere, como interlocutores, a algunos de los tiranos más notables del mundo musulmán, crea un equívoco enormemente peligroso, y muy injusto para quienes luchan, desde el islam, por la libertad. Por ello su alianza tiene mucho de perversa, mucho de paternalista y todo de ineficaz.
He hablado de injusticia, y esta es la más lamentable de las consecuencias de esta improvisada idea. Si Erdogan, por ejemplo, es el cofundador de la alianza, ¿significa que no forman parte de la alianza los kurdos masacrados por Erdogan? ¿Y los miles de ciudadanos turcos que luchan contra la islamización de Turquía? ¿Con quién nos aliamos? ¿Con los sátrapas que van a las cenas de la Moncloa o con los opositores de todos estos regímenes? ¿Con el machismo violento del islam integrista y sus reyezuelos del petróleo o con las mujeres que han alzado la voz, jugándose la vida, para denunciarlos? ¿Estamos con el rey Abdulah bin Abdulaziz o con Ayan Hirsi Ali, Wafa Sultan, Talisma Nasrim y tantas otras mujeres islámicas valientes? La respuesta parece clara, a tenor de la ausencia de los conceptos de fondo: no se habla de libertad de la mujer, no se habla de fanatismo totalitario, no se habla de anticristianismo, ni antisemitismo (convertidos en ley en muchos de estos países), ergo nos queda el folklore, la gastronomía y la belleza de sus playas. Coros y danzas, en versión Bambi. Realmente lamentable y, en los tiempos que corren, altamente irresponsable.
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