17 feb 2008

La advertencia narcoterrorista

La advertencia narcoterrorista/Jorge Medina Viedas
Publicado en Milenio Diario, 17/02/3008;
Anadie le gusta lo que pasó. Y si el blanco de los hampones (¿habrá que llamarles narcoterroristas?) era, como parece evidente, la Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal, hay que poner las barbas del antiterrorismo a remojar. Y buscar explicaciones.Se puede aceptar que el frustrado atentado es, en efecto, una respuesta a las exitosas acciones de las policías local y federal contra los delincuentes, que han logrado detener a capos y sicarios, y arrebatarles, en una semana —se dice— cerca de 60 millones de dólares por concepto de decomisos de armas y drogas.

Pero ante un intento de ataque de estas dimensiones, también se puede inferir que los narcotraficantes tienen tiempo operando en la capital; y sería de lógica simple afirmar que, así como se ha dicho que durante el sexenio de Vicente Fox crecieron las ramas del narcotráfico en todo el país, durante los diez años de los gobiernos del PRD en la Ciudad de México, aumentaron las operaciones de la droga y el consumo. Perversa la deducción, pero lógica.
Para nadie es un secreto que la Ciudad de México es víctima de una dinámica urbana que, además de que la ha convertido en nuestra ciudad prodigio financiera, cultural, comercial y políticamente, la ha transmutado en un territorio social desintegrado, ajeno a los valores comunitarios y a la solidaridad, ideal para el anonimato, donde las conspiraciones delictivas (no sólo políticas) encuentran el espacio propicio para gestarse y llevarse a la práctica.
Dos factores importantes ayudan a que esto sea así: la fragilidad del estado de derecho que incide en el funcionamiento de los órganos policiacos, y la ausencia de la virtud pública de la razonabilidad, entendida ésta como la virtud civil de ser justo y que debe orientar a las instituciones bajo los principios de la tolerancia, la libertad y la igualdad (Luis Muñoz Oliveira, 2008).
El clima social de la Ciudad de México es de confrontación, de intolerancia y de un individualismo feroz, cotidianamente beligerante, y si no que lo digan los millones de personas que conducen un automóvil, los que cruzan una calle, los que venden, los que compran, los que asisten al cine, a un restaurante, los que viven en un condominio o en una privada habitacional. Lo mismo pasa con el ambiente político: lo que se decide desde el Ejecutivo y Legislativo local, son ordalías polémicas, atentatorias de la convivencia; se legisla o se decide de manera casi inconsulta; promueven temas conflictivos: el aborto, la prohibición de fumar en lugares públicos, etc.; el jefe de Gobierno, Marcelo Ebrard, mantiene pulsiones institucionales y mediáticas lo mismo con las autoridades de la Catedral Metropolitana que con políticos de la misma estirpe intemperante como el secretario del Trabajo, Javier Lózano; critica a la autoridad federal cada vez que puede y le llama “huésped indeseable” e “incómoda y latosa”, para reiterar su sesgo lopezobradorista.
Sus correligionarios del PRD, que no apuestan por su candidato a la presidencia de ese partido, Alejandro Encinas, lo denuncian por meter las manos (y los recursos) en el proceso interno a favor de éste.
La modalidad de gobernar agrediendo y criticando verbalmente a los rivales políticos e incluso a los grupos y personas que discrepan con sus decisiones; la modalidad de ejercer el poder partiendo de que las decisiones que se toman son buenas a priori, sin conceder a nadie el valor de sus puntos de vista, esto es, la idea de que se ha de hacer sentir a la sociedad que se gobierna per se, ha normado a Ebrard y a sus antecesores. Eso han hecho los gobiernos del PRD en la capital: segundos pisos, playas y pistas artificiales, festivales, y toda una serie de artificios populistas con fines mediáticos. Inversiones en la ampliación del Metro, en el drenaje profundo o en obras de largo plazo, no. Eso no reditúa en lo inmediato políticamente.
Un gobierno así, abusivo, autoritario y excluyente siempre actuará en los límites de la legalidad democrática. Por lo tanto, le será más difícil llevar a cabo prácticas políticas razonables y que la sociedad acepte como legítimas. Eso hace Marcelo Ebrard: gobernar para el corto plazo, para su proyecto político personal y para los medios de su predilección y a su servicio. Así actuaron López Obrador, Rosario Robles y el propio Cárdenas, dejando la impronta que Ebrard ha seguido puntualmente.
Una impronta, sin embargo, que trasciende a la sociedad, propiciatoria de desequilibrios, de disputas y de un cinismo social de cara a la ilegalidad y la violencia, que en una ciudad como el Distrito Federal, puede tener consecuencias verdaderamente peligrosas.
No digo de manera alguna que toda la culpa de las causas del intento de atentado ha de recaer en las autoridades del Distrito Federal. Pero como dice el mismo filósofo Luis Muñoz: la actuación injusta de instituciones que deberían ser justas es fuente de desintegración social. No debe sorprendernos, entonces, que nuestra maltrecha y entrañable ciudad sea ese espacio que el narcoterrorismo ha seleccionado para elevar la mira de sus objetivos bélicos. Y habrá que hacer todo lo posible por impedirlo.

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