Columna Itinerario Político/Ricardo Alemán
Publicado en El Universal, 17 de febrero de 2008;
- Que el ‘hombre bomba’ en realidad no era más que un mensajero
- Venganza, cobro de facturas, lección; lo que sea, pero terrorista
Hasta la noche de ayer nadie había confirmado la participación del crimen organizado y el narcotráfico en el estallido del pasado viernes en avenida Chapultepec —que le costó la vida a un hombre—, a pesar de que son muchos los indicios de que, en efecto, se trató de una fallida reacción terrorista de alguno de los cárteles de la droga que operan en la capital del país, y que de manera esporádica han sido combatidos en la gestión de Marcelo Ebrard.
Pero en el fondo —y más allá de que en cualquier momento se confirme la mano del narcotráfico en lo que no puede ser llamado de otra manera que un acto terrorista—, el espectáculo que millones de capitalinos presenciaron estupefactos el pasado viernes —de un hombre despedazado por una bomba que presuntamente él mismo haría estallar cerca de donde ocurrió la tragedia—, no es más que la confirmación dolorosa, trágica, de una realidad que a lo largo de toda una década se han empeñado en negar los gobiernos amarillos del Distrito Federal: que la capital del país es un paraíso para los cárteles de la droga y el crimen organizado.
Y en efecto, las bandas criminales operan en el Distrito Federal desde siempre —bueno, desde que la región es la capital del país y el centro político, económico y financiero—, pero también es cierto que a la llegada de los llamados “gobiernos de izquierda” al DF, sus mandatarios en turno se empeñaron en negar una realidad que era del tamaño de su ineficacia para hacerle frente. Parecía que nos querían decir que los criminales organizados y el narcotráfico no sólo son respetuosos de la democracia y la pluralidad, sino que defienden la ideología de izquierda. Por esa razón, porque llegó la izquierda a gobernar el DF, habían convertido a la capital del país en una suerte de zona libre de criminales.
Pero tampoco podemos permanecer estupefactos frente a lo que presenciamos —con la conveniente dosis de estupidez que supone la estupefacción—, porque nadie está descubriendo el hilo negro y menos el agua tibia. Ataques con granadas, enfrentamientos a tiros en plena zona urbana de esta o aquella capital, peliculescas persecuciones entre policías y ladrones en las carreteras de todo el país, cuerpos decapitados, entambados, ejecuciones y espectaculares operativos de rescate de mafiosos en cárceles y hospitales, asesinato y desaparición de periodistas que reportan sobre el narco —por citar sólo algunas de las modalidades de esa guerra del crimen organizado y el poder público—, son la comidilla de todos los días a lo largo y lo ancho del territorio nacional.
Pero: ¡Claro! Todo lo feo había ocurrido en cualquier parte menos en el Distrito Federal. Y hoy ya ocurrió en la capital del país. ¡Claro...! Entonces ya el asunto es grave.Terror y narco
Si, a pesar de que el suceso se quedó en grado de tentativa —porque según los primeros indicios, el hombre que resultó muerto era el mismo que portaba el explosivo, y que éste podía haber sido detonado en la Secretaría de Seguridad Pública o en otro lugar de alto impacto social, como el Metro o incluso un restaurante—, nadie puede negar el tamaño de su gravedad, las repercusiones que tuvo, tiene y tendrá —principalmente en todos los espacios sociales, políticos y económicos—, y que se trata de un suceso que marca el inicio de un clima de terror que sólo produce el terrorismo. ¿Detrás de esa tragedia había o no un acto terrorista?
Está claro que sí, a pesar de que a estas alturas aún no se cuente con indicios sobre los autores intelectuales. ¿Qué hacía un hombre portando un explosivo de alta potencia y peligrosidad en la calle, como si nada? ¿Por qué razón ese hombre vestía, sobrepuestos, dos o hasta tres mudas de ropa —según las versiones periodísticas—, lo que sólo hace quien pretende no ser identificado? ¿Por qué la cercanía con la policía capitalina? Las anteriores y muchas otras son interrogantes cuyas respuestas apuntan a un solo objetivo. Pero nos parece que la pregunta fundamental es otra. ¿Qué pretendían los autores intelectuales?
En efecto, sembrar terror, miedo, zozobra entre la ciudadanía, además de que detrás pudieron existir otros motivos, como una venganza por los “golpes” de la policía capitalina contra cárteles como el del Chapo Guzmán en la capital del país; como un cobro de facturas a policías o mandos que no cumplieron con su cuota de complicidad o, incluso, como un escarmiento a los grupos de policías que tienen el control en la Secretaría de Seguridad Pública del DF, de la que, por cierto, uno de los jefes recientes fue precisamente el señor Marcelo Ebrard.
Con un poco de imaginación, cualquiera puede pensar lo que pudo haber ocurrido si ese explosivo —que según algunos especialistas contenía una carga relativamente pequeña— detona en una oficina pública, en el Metro o en uno de los muchos restaurantes de la zona. En efecto, estaríamos hablando de una tragedia de magnitudes pocas veces vistas en México. Bueno, el objetivo parece que era ése, pensar lo que pudiera pasar si el explosivo detona en uno de esos lugares.
El pleito estúpido
Pero el asunto tiene que ser visto desde muchas otras vertientes. Nadie en su sano juicio nos puede decir que el florecimiento del crimen organizado y su brazo en el narcotráfico son nuevos en el DF. Quien así lo declare, nos estará tomando el pelo. Todos saben, en las distintas corporaciones policiacas, en los centros políticos y de poder, que todas las vertientes del crimen organizado —robo de vehículos, de partes, venta de drogas al menudeo, prostitución y muchos otros—, son posibles en el Distrito Federal, por una vergonzosa —por tolerada— complicidad de las policías con los delincuentes.
Todos saben que en las corporaciones policiacas del DF y federales —las cuales cohabitan en la capital del país— existen hermandades formadas para la corrupción, la extorsión, el soborno a criminales organizados y, por supuesto, para favorecer la impunidad. Un caso muy reciente, en realidad una perla para ejemplificar la escandalosa corrupción y la impunidad que propician y ofrecen las policías del DF al crimen organizado, quedó el descubierto con el frustrado atentado del narcotráfico contra José Luis Santiago Vasconcelos, subprocurador federal. Resulta que cuando policías del DF detectaron a los sicarios que pretendían matarlo, los mismos policías del DF que los capturaron dejaron escapar el jefe de la banda. ¿Por qué ocurrió eso? Porque un alto mando de la Secretaría de Seguridad Pública lo ordenó. ¿Y qué pasó...? Lo de siempre, nada.
Bueno, lo curioso del caso es que de manera repentina, cuando el señor Marcelo Ebrard ya no es jefe de la policía del DF, cuando ya es jefe de Gobierno, y cuando todos los días alardea de la estupidez de un pleito infantil con el gobierno federal, entonces sí son efectivos los policías del DF para perseguir a los narcotraficantes. ¿Por qué no fueron efectivos antes, cuando el jefe de la policía era Marcelo Ebrard? ¿A poco no había narcos en la capital del país en el anterior gobierno del DF? La realidad es que el narcotráfico y el crimen organizado siempre han existido en el Distrito Federal, pero también siempre han sobrevivido la complicidad, la corrupción y la protección de policías hacia los criminales. ¿Qué pasó entonces?
En efecto, algo se rompió. ¿Y qué fue lo que se rompió? El punto de equilibrio que hacía posible la sobrevivencia armónica de la policía del DF, la federal, y los distintos cárteles y del crimen organizado. Es decir, esos centros de poder real tenían bien repartidos los territorios, los mercados, las distintas ramas del negocio, mediante pactos alianzas y acuerdos entre narcos y policías. Pues eso fue lo que se rompió con el pleito entre el GDF y el gobierno federal. Sí, cuando desde las cabezas se fracturó el delgado hilo que mantenía funcionando el estado de cosas, también se fracturaron los acuerdos básicos de corrupción y complicidad; acuerdos que aún y todo lo que se quiera se mantuvieron en los gobiernos de Fox y AMLO. El pleito estúpido entre Ebrard y el gobierno de Calderón terminó por desatar la guerra entre mafias, las de crimen organizado y el narco, pero también las mafias de las distintas policías. Y una parte de esa guerra es lo que vimos el viernes.
La guerra que viene
Pero no, que nadie crea que ahí terminó todo. Conocedores del tema y quienes se especializan en leer el hilo fino de las guerras entre policías y narcotraficantes dicen que el estallido que vimos el pasado viernes no fue más que un mensaje. Según esa hipótesis, el hombre que murió en la explosión pudo haber sido, en efecto, el encargado de colocar un artefacto explosivo en alguno de los lugares hipotéticos cercanos a la sede de la Policía capitalina, incluso en la misma dependencia. Pero él no sabría de la existencia de un “plan B”. En efecto, y siempre según los autores de la misma hipótesis, el hombre muerto no estaba enterado que sería utilizado como “hombre bomba”. ¿De qué estamos hablando?
Según la misma teoría —la de que no se trató más que de un mensaje, con una fuerte dosis de terrorismo—, la bomba que portaba el desconocido que murió fue detonada sin qué él lo supiera, desde otro lugar. Y claro, el mensaje lleva el “sello” de la casa; es un mensaje de muerte. Pero además de terror colectivo. Sin embargo, aún no queda claro el origen del rompimiento entre policías federales, los del DF y los barones del narco.
Bueno, tampoco es un asunto de mucha ciencia, y aquí de nueva cuenta aparece el pleito entre los gobiernos federal y el del DF. Si acudimos a la hemeroteca de los asuntos policiacos, y sobre todo de los golpes que han dado en la capital del país las autoridades federales, veremos que en casi todo el primer año del gobierno de Marcelo Ebrard, los grandes golpes los habían dado los federales. Aún más, cuando aparecieron cabezas de personas que fueron decapitadas por presuntos narcos, cerca del aeropuerto capitalino, se desató la guerra sobre el “nido de ratas” que es la terminal aérea internacional.
Los nidos y las ratas
Todos sabían y saben —otra vez según las versiones de policías y conocedores del tema—, que el aeropuerto internacional es la principal puerta de entrada para todo tipo de mercancías y sustancias ilegales, y que las aduanas, las empresas privadas de seguridad y, sobre todo los policías federales, son los que tienen el control. Bueno, algunas de las cabezas encontradas en las inmediaciones del aeropuerto desde hace un par de meses eran —según la policía del DF—, de empleados de empresas privadas de seguridad, que no se alinearon a lo que habrían ordenado los policías federales.
Y en efecto, el gobierno de Ebrard hizo pública la denuncia sobre ese “nido de ratas” que es el aeropuerto. Pero en respuesta, aparecieron evidencias, también públicas, de que en los reclusorios del DF se localizaban las grandes bodegas de droga y que mandos del GDF y de la Secretaría de Seguridad Pública de la capital del país estaban involucrados en el narco. También se conoció que los sicarios que pretendían asesinar a José Luis Santiago Vasconcelos, estaban vinculados con mandos policiacos del GDF. En respuesta, el señor Ebrard ordenó una limpia y un repliegue táctico. Algunos policías de alto rango desaparecieron de sus cargos, otros fueron perseguidos sin pruebas, en tanto que desde la oficina de Marcelo Ebrard se ordenó a los policías dar muestras de eficacia.
¿Y qué creen? Pues sí, los policías del DF dieron muestras de eficacia. Empezaron a caer capos y arsenales. ¿De quién? Dizque del Chapo, dizque de Los Zetas... de quien hayan sido, pero empezaron a dar muestras no sólo de eficacia, sino de arrogancia. El jueves, en un dispositivo de oropel, trasladaron a un grupo de presuntos narcos, a los que se les incautaron armas de alto poder, un arsenal impensable, y que supuestamente pertenecía al Chapo. Ese espectáculo fue la tarde-noche del jueves. Y el viernes estalló el “hombre bomba”, con todo y su carga de narcoterror.
Pero en el fondo —y más allá de que en cualquier momento se confirme la mano del narcotráfico en lo que no puede ser llamado de otra manera que un acto terrorista—, el espectáculo que millones de capitalinos presenciaron estupefactos el pasado viernes —de un hombre despedazado por una bomba que presuntamente él mismo haría estallar cerca de donde ocurrió la tragedia—, no es más que la confirmación dolorosa, trágica, de una realidad que a lo largo de toda una década se han empeñado en negar los gobiernos amarillos del Distrito Federal: que la capital del país es un paraíso para los cárteles de la droga y el crimen organizado.
Y en efecto, las bandas criminales operan en el Distrito Federal desde siempre —bueno, desde que la región es la capital del país y el centro político, económico y financiero—, pero también es cierto que a la llegada de los llamados “gobiernos de izquierda” al DF, sus mandatarios en turno se empeñaron en negar una realidad que era del tamaño de su ineficacia para hacerle frente. Parecía que nos querían decir que los criminales organizados y el narcotráfico no sólo son respetuosos de la democracia y la pluralidad, sino que defienden la ideología de izquierda. Por esa razón, porque llegó la izquierda a gobernar el DF, habían convertido a la capital del país en una suerte de zona libre de criminales.
Pero tampoco podemos permanecer estupefactos frente a lo que presenciamos —con la conveniente dosis de estupidez que supone la estupefacción—, porque nadie está descubriendo el hilo negro y menos el agua tibia. Ataques con granadas, enfrentamientos a tiros en plena zona urbana de esta o aquella capital, peliculescas persecuciones entre policías y ladrones en las carreteras de todo el país, cuerpos decapitados, entambados, ejecuciones y espectaculares operativos de rescate de mafiosos en cárceles y hospitales, asesinato y desaparición de periodistas que reportan sobre el narco —por citar sólo algunas de las modalidades de esa guerra del crimen organizado y el poder público—, son la comidilla de todos los días a lo largo y lo ancho del territorio nacional.
Pero: ¡Claro! Todo lo feo había ocurrido en cualquier parte menos en el Distrito Federal. Y hoy ya ocurrió en la capital del país. ¡Claro...! Entonces ya el asunto es grave.Terror y narco
Si, a pesar de que el suceso se quedó en grado de tentativa —porque según los primeros indicios, el hombre que resultó muerto era el mismo que portaba el explosivo, y que éste podía haber sido detonado en la Secretaría de Seguridad Pública o en otro lugar de alto impacto social, como el Metro o incluso un restaurante—, nadie puede negar el tamaño de su gravedad, las repercusiones que tuvo, tiene y tendrá —principalmente en todos los espacios sociales, políticos y económicos—, y que se trata de un suceso que marca el inicio de un clima de terror que sólo produce el terrorismo. ¿Detrás de esa tragedia había o no un acto terrorista?
Está claro que sí, a pesar de que a estas alturas aún no se cuente con indicios sobre los autores intelectuales. ¿Qué hacía un hombre portando un explosivo de alta potencia y peligrosidad en la calle, como si nada? ¿Por qué razón ese hombre vestía, sobrepuestos, dos o hasta tres mudas de ropa —según las versiones periodísticas—, lo que sólo hace quien pretende no ser identificado? ¿Por qué la cercanía con la policía capitalina? Las anteriores y muchas otras son interrogantes cuyas respuestas apuntan a un solo objetivo. Pero nos parece que la pregunta fundamental es otra. ¿Qué pretendían los autores intelectuales?
En efecto, sembrar terror, miedo, zozobra entre la ciudadanía, además de que detrás pudieron existir otros motivos, como una venganza por los “golpes” de la policía capitalina contra cárteles como el del Chapo Guzmán en la capital del país; como un cobro de facturas a policías o mandos que no cumplieron con su cuota de complicidad o, incluso, como un escarmiento a los grupos de policías que tienen el control en la Secretaría de Seguridad Pública del DF, de la que, por cierto, uno de los jefes recientes fue precisamente el señor Marcelo Ebrard.
Con un poco de imaginación, cualquiera puede pensar lo que pudo haber ocurrido si ese explosivo —que según algunos especialistas contenía una carga relativamente pequeña— detona en una oficina pública, en el Metro o en uno de los muchos restaurantes de la zona. En efecto, estaríamos hablando de una tragedia de magnitudes pocas veces vistas en México. Bueno, el objetivo parece que era ése, pensar lo que pudiera pasar si el explosivo detona en uno de esos lugares.
El pleito estúpido
Pero el asunto tiene que ser visto desde muchas otras vertientes. Nadie en su sano juicio nos puede decir que el florecimiento del crimen organizado y su brazo en el narcotráfico son nuevos en el DF. Quien así lo declare, nos estará tomando el pelo. Todos saben, en las distintas corporaciones policiacas, en los centros políticos y de poder, que todas las vertientes del crimen organizado —robo de vehículos, de partes, venta de drogas al menudeo, prostitución y muchos otros—, son posibles en el Distrito Federal, por una vergonzosa —por tolerada— complicidad de las policías con los delincuentes.
Todos saben que en las corporaciones policiacas del DF y federales —las cuales cohabitan en la capital del país— existen hermandades formadas para la corrupción, la extorsión, el soborno a criminales organizados y, por supuesto, para favorecer la impunidad. Un caso muy reciente, en realidad una perla para ejemplificar la escandalosa corrupción y la impunidad que propician y ofrecen las policías del DF al crimen organizado, quedó el descubierto con el frustrado atentado del narcotráfico contra José Luis Santiago Vasconcelos, subprocurador federal. Resulta que cuando policías del DF detectaron a los sicarios que pretendían matarlo, los mismos policías del DF que los capturaron dejaron escapar el jefe de la banda. ¿Por qué ocurrió eso? Porque un alto mando de la Secretaría de Seguridad Pública lo ordenó. ¿Y qué pasó...? Lo de siempre, nada.
Bueno, lo curioso del caso es que de manera repentina, cuando el señor Marcelo Ebrard ya no es jefe de la policía del DF, cuando ya es jefe de Gobierno, y cuando todos los días alardea de la estupidez de un pleito infantil con el gobierno federal, entonces sí son efectivos los policías del DF para perseguir a los narcotraficantes. ¿Por qué no fueron efectivos antes, cuando el jefe de la policía era Marcelo Ebrard? ¿A poco no había narcos en la capital del país en el anterior gobierno del DF? La realidad es que el narcotráfico y el crimen organizado siempre han existido en el Distrito Federal, pero también siempre han sobrevivido la complicidad, la corrupción y la protección de policías hacia los criminales. ¿Qué pasó entonces?
En efecto, algo se rompió. ¿Y qué fue lo que se rompió? El punto de equilibrio que hacía posible la sobrevivencia armónica de la policía del DF, la federal, y los distintos cárteles y del crimen organizado. Es decir, esos centros de poder real tenían bien repartidos los territorios, los mercados, las distintas ramas del negocio, mediante pactos alianzas y acuerdos entre narcos y policías. Pues eso fue lo que se rompió con el pleito entre el GDF y el gobierno federal. Sí, cuando desde las cabezas se fracturó el delgado hilo que mantenía funcionando el estado de cosas, también se fracturaron los acuerdos básicos de corrupción y complicidad; acuerdos que aún y todo lo que se quiera se mantuvieron en los gobiernos de Fox y AMLO. El pleito estúpido entre Ebrard y el gobierno de Calderón terminó por desatar la guerra entre mafias, las de crimen organizado y el narco, pero también las mafias de las distintas policías. Y una parte de esa guerra es lo que vimos el viernes.
La guerra que viene
Pero no, que nadie crea que ahí terminó todo. Conocedores del tema y quienes se especializan en leer el hilo fino de las guerras entre policías y narcotraficantes dicen que el estallido que vimos el pasado viernes no fue más que un mensaje. Según esa hipótesis, el hombre que murió en la explosión pudo haber sido, en efecto, el encargado de colocar un artefacto explosivo en alguno de los lugares hipotéticos cercanos a la sede de la Policía capitalina, incluso en la misma dependencia. Pero él no sabría de la existencia de un “plan B”. En efecto, y siempre según los autores de la misma hipótesis, el hombre muerto no estaba enterado que sería utilizado como “hombre bomba”. ¿De qué estamos hablando?
Según la misma teoría —la de que no se trató más que de un mensaje, con una fuerte dosis de terrorismo—, la bomba que portaba el desconocido que murió fue detonada sin qué él lo supiera, desde otro lugar. Y claro, el mensaje lleva el “sello” de la casa; es un mensaje de muerte. Pero además de terror colectivo. Sin embargo, aún no queda claro el origen del rompimiento entre policías federales, los del DF y los barones del narco.
Bueno, tampoco es un asunto de mucha ciencia, y aquí de nueva cuenta aparece el pleito entre los gobiernos federal y el del DF. Si acudimos a la hemeroteca de los asuntos policiacos, y sobre todo de los golpes que han dado en la capital del país las autoridades federales, veremos que en casi todo el primer año del gobierno de Marcelo Ebrard, los grandes golpes los habían dado los federales. Aún más, cuando aparecieron cabezas de personas que fueron decapitadas por presuntos narcos, cerca del aeropuerto capitalino, se desató la guerra sobre el “nido de ratas” que es la terminal aérea internacional.
Los nidos y las ratas
Todos sabían y saben —otra vez según las versiones de policías y conocedores del tema—, que el aeropuerto internacional es la principal puerta de entrada para todo tipo de mercancías y sustancias ilegales, y que las aduanas, las empresas privadas de seguridad y, sobre todo los policías federales, son los que tienen el control. Bueno, algunas de las cabezas encontradas en las inmediaciones del aeropuerto desde hace un par de meses eran —según la policía del DF—, de empleados de empresas privadas de seguridad, que no se alinearon a lo que habrían ordenado los policías federales.
Y en efecto, el gobierno de Ebrard hizo pública la denuncia sobre ese “nido de ratas” que es el aeropuerto. Pero en respuesta, aparecieron evidencias, también públicas, de que en los reclusorios del DF se localizaban las grandes bodegas de droga y que mandos del GDF y de la Secretaría de Seguridad Pública de la capital del país estaban involucrados en el narco. También se conoció que los sicarios que pretendían asesinar a José Luis Santiago Vasconcelos, estaban vinculados con mandos policiacos del GDF. En respuesta, el señor Ebrard ordenó una limpia y un repliegue táctico. Algunos policías de alto rango desaparecieron de sus cargos, otros fueron perseguidos sin pruebas, en tanto que desde la oficina de Marcelo Ebrard se ordenó a los policías dar muestras de eficacia.
¿Y qué creen? Pues sí, los policías del DF dieron muestras de eficacia. Empezaron a caer capos y arsenales. ¿De quién? Dizque del Chapo, dizque de Los Zetas... de quien hayan sido, pero empezaron a dar muestras no sólo de eficacia, sino de arrogancia. El jueves, en un dispositivo de oropel, trasladaron a un grupo de presuntos narcos, a los que se les incautaron armas de alto poder, un arsenal impensable, y que supuestamente pertenecía al Chapo. Ese espectáculo fue la tarde-noche del jueves. Y el viernes estalló el “hombre bomba”, con todo y su carga de narcoterror.
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