¿Existe o no existe Al Qaeda?/Fernando Reinares, director del Programa sobre Terrorismo Global en el Real Instituto Elcano, catedrático de Ciencia Política y Estudios de Seguridad en la Universidad Rey Juan Carlos, y miembro del Council on Global Terrorism
Publicado en EL PAÍS, 12/03/2008;
Desde hace algunos años se escucha o se lee con frecuencia, como si de un hecho irrefutable se tratara, que Al Qaeda ya no existe. Se aduce que ha dejado de ser una organización para convertirse en una ideología o que ha dejado de ser una organización para convertirse en un movimiento. Igualmente se afirma que el conjunto del terrorismo yihadista ha evolucionado hacia entidades amorfas e independientes. Que, como consecuencia, la amenaza ya no emana de Al Qaeda, sino de grupos locales independientes o de células autoconstituidas, de precaria articulación interna, que intentan emularla y que formarían un disperso entramado de yihad global sin liderazgo. Pero las cosas no son exactamente así.
Esos argumentos invitan desde luego a que nos interesemos en una serie de cambios recientes por los cuales parece haber atravesado Al Qaeda, ahora parte de un conjunto más amplio y diversificado de actores que, aunque heterogéneos, en lo fundamental comparten sus mismos planteamientos. Pero al mismo tiempo tales argumentos adolecen de imprecisión y suscitan no pocos equívocos, que a su vez pueden afectar, distorsionándola, nuestra percepción sobre la actual urdimbre del terrorismo global. Como también pueden distorsionar la valoración que se haga sobre los retos para la seguridad nacional o la paz mundial inherentes a este fenómeno tan inusitadamente extendido dentro y fuera del mundo islámico.
El caso es que Al Qaeda continúa existiendo, si bien se ha transformado a lo largo de los últimos años. Más concretamente, tras haber perdido el santuario del que disfrutó en Afganistán, al amparo de los talibanes, entre mediados de los años noventa y el otoño de 2001. Entonces fue cuando tropas estadounidenses, con la aquiescencia de la comunidad internacional, invadieron dicho país, reaccionando con medios militares a los atentados ocurridos semanas antes en Nueva York y Washington. Hasta ese momento, aquella estructura terrorista dispuso en suelo afgano de una amplia infraestructura, incluyendo campos destinados al adoctrinamiento ideológico o la capacitación en el uso de armas y explosivos.
Una vez que estas instalaciones fueron destruidas y buena parte de sus miembros cayeron muertos, fueron capturados o emprendieron la huida, Al Qaeda quedó seriamente debilitada. Pero consiguió reubicarse al otro lado de la frontera, más concretamente en las áreas tribales de Pakistán y, por extensión, los territorios colindantes de Afganistán. Allí es desde donde sus máximos dirigentes esperaban que, tras haber provocado a los Estados Unidos y una vez que tropas de este país hubiesen entrado en Afganistán, masas de musulmanes se movilizarían a su favor en todo el mundo islámico. Las cosas no ocurrieron de ese modo, pero tampoco Al Qaeda desapareció. Más bien se transformó, obligada por las nuevas circunstancias.
Pero no sólo eso. Al Qaeda ha dado muestras de una gran resistencia, se ha regenerado y su situación organizativa es en la actualidad de una relativa robustez. Aun cuando no pocos de sus dirigentes han sido detenidos o abatidos desde 2002, sobre todo pero no exclusivamente en Asia del Sur y Oriente Medio, el núcleo de liderazgo se ha reconstituido en distintas ocasiones y permanece básicamente asentado en la zona fronteriza de Pakistán con Afganistán. Incluidos Osama Bin Laden y el segundo en la jerarquía de autoridad, Ayman al Zawahiri. Ambos estarían acompañados en esa misma demarcación por otros destacados subalternos y, por debajo de ellos, entre algunos centenares o quizá incluso unos pocos miles de miembros propios.
Al Qaeda dispone además de tramas y células con capacidad operativa, así como de un reseñable elenco de intermediarios y colaboradores, fuera de aquella zona donde se localiza su nueva base de operaciones. Más concretamente, en Asia Central y el sudeste asiático, Oriente Medio y la región del Golfo, el este de África o el norte del Cáucaso, por ejemplo. La presencia de miembros destacados de aquella estructura terrorista en esas regiones obedece en parte al hecho de que muchos de ellos se dispersaron tras la pérdida del santuario afgano a finales de 2001. Durante los años 2006 y 2007, individuos con esas características fueron detenidos o abatidos en países como Rusia, Turquía, Líbano, Jordania, Yemen o Kenia.
Eso sí, a lo largo de los últimos años, Al Qaeda ha venido subsanando su nuevo estado, como remanente de la estructura terrorista que existía antes del 11-S, con una extraordinaria campaña de propaganda a través de canales de televisión vía satélite y sobre todo de internet. Lo cual no significa que haya dejado de ser una organización para convertirse en una ideología, como tan a menudo se sostiene. Se trata de una estructura terrorista hoy sustancialmente recuperada y que mientras tanto ha dedicado una atención especial a tareas de producción y reproducción ideológica, como referencia para sí misma, otros componentes insertos en las redes del terrorismo global y, por supuesto, la población a la que se dirige.
Aunque las capacidades operativas de Al Qaeda no sean ahora las mismas que en el pasado, han vuelto a ser considerables. Sus dirigentes continúan empeñados en tareas de financiación y reclutamiento, en la formación de adeptos con muy diversos orígenes gracias a nuevos campos de entrenamiento, o en la consolidación de alianzas y la difusión transnacional de tramas afines. Han logrado establecer extensiones territoriales en la Península Arábiga -a partir de sus propios elementos-, en Irak y más recientemente en el Magreb -por medio de acuerdos con organizaciones preexistentes en esos dos ámbitos-. Asimismo, han logrado que Al Qaeda absorba algunos grupos yihadistas y estreche vínculos con cerca de una veintena de otros.
Pero esos mismos dirigentes continúan también empeñados en la planificación de atentados dentro y fuera de las zonas tribales de Pakistán o las áreas colindantes de Afganistán. En estas, para las que disponen de un mando específico de operaciones, a menudo actúan en colaboración con los talibanes, colectivos foráneos de yihadistas e incluso algún señor de la guerra local que ha ofrecido sus servicios. Fuera de ese conflictivo escenario, el control que Al Qaeda ejerce sobre la planificación y ejecución de atentados parece ser mucho más limitado, aunque mantenga otro mando para operaciones externas y continúe aspirando a perpetrar algunos espectaculares, sobre todo, pero no exclusivamente, contra blancos occidentales.
Sin embargo, desde el 11-S se han registrado distintos episodios en los que esa estructura terrorista ha tenido una participación que fue más allá de la mera instigación. Entre ellos, los de abril de 2002 en la isla tunecina de Yerba, noviembre de 2003 en Estambul o julio de 2005 en Londres, además de otras tentativas fallidas. Quizá también el 11-M, cuestión ésta que aún no está cerrada. Según los casos, Al Qaeda puede implicarse bien para que en la realización de un atentado intervengan individuos bajo su inmediato control, bien para que lo hagan otros integrados en sus propias extensiones territoriales o en los grupos y las organizaciones afines, que a su vez pueden movilizar retículas locales ad hoc para culminar sus intenciones.
En suma, Al Qaeda ha compensado su minoración con la diseminación de propaganda, pero no es una mera ideología. Ha compensado su fragmentación mediante el establecimiento de extensiones territoriales y la intensificación de ligámenes con organizaciones afines, pero no se ha diluido en el movimiento yihadista global. Ha compensado sus restricciones operativas contribuyendo a las actividades de esos otros actores colectivos, que hoy perpetran la inmensa mayoría de los atentados atribuibles al terrorismo global, pero tiene renovadas capacidades. Conviene, claro está, no desdeñar el desafío de grupúsculos y células locales aparentemente independientes, especialmente en las sociedades occidentales. Ahora bien, sin tomar esta parte por el todo, olvidando que Al Qaeda no ha dejado de existir.
Esos argumentos invitan desde luego a que nos interesemos en una serie de cambios recientes por los cuales parece haber atravesado Al Qaeda, ahora parte de un conjunto más amplio y diversificado de actores que, aunque heterogéneos, en lo fundamental comparten sus mismos planteamientos. Pero al mismo tiempo tales argumentos adolecen de imprecisión y suscitan no pocos equívocos, que a su vez pueden afectar, distorsionándola, nuestra percepción sobre la actual urdimbre del terrorismo global. Como también pueden distorsionar la valoración que se haga sobre los retos para la seguridad nacional o la paz mundial inherentes a este fenómeno tan inusitadamente extendido dentro y fuera del mundo islámico.
El caso es que Al Qaeda continúa existiendo, si bien se ha transformado a lo largo de los últimos años. Más concretamente, tras haber perdido el santuario del que disfrutó en Afganistán, al amparo de los talibanes, entre mediados de los años noventa y el otoño de 2001. Entonces fue cuando tropas estadounidenses, con la aquiescencia de la comunidad internacional, invadieron dicho país, reaccionando con medios militares a los atentados ocurridos semanas antes en Nueva York y Washington. Hasta ese momento, aquella estructura terrorista dispuso en suelo afgano de una amplia infraestructura, incluyendo campos destinados al adoctrinamiento ideológico o la capacitación en el uso de armas y explosivos.
Una vez que estas instalaciones fueron destruidas y buena parte de sus miembros cayeron muertos, fueron capturados o emprendieron la huida, Al Qaeda quedó seriamente debilitada. Pero consiguió reubicarse al otro lado de la frontera, más concretamente en las áreas tribales de Pakistán y, por extensión, los territorios colindantes de Afganistán. Allí es desde donde sus máximos dirigentes esperaban que, tras haber provocado a los Estados Unidos y una vez que tropas de este país hubiesen entrado en Afganistán, masas de musulmanes se movilizarían a su favor en todo el mundo islámico. Las cosas no ocurrieron de ese modo, pero tampoco Al Qaeda desapareció. Más bien se transformó, obligada por las nuevas circunstancias.
Pero no sólo eso. Al Qaeda ha dado muestras de una gran resistencia, se ha regenerado y su situación organizativa es en la actualidad de una relativa robustez. Aun cuando no pocos de sus dirigentes han sido detenidos o abatidos desde 2002, sobre todo pero no exclusivamente en Asia del Sur y Oriente Medio, el núcleo de liderazgo se ha reconstituido en distintas ocasiones y permanece básicamente asentado en la zona fronteriza de Pakistán con Afganistán. Incluidos Osama Bin Laden y el segundo en la jerarquía de autoridad, Ayman al Zawahiri. Ambos estarían acompañados en esa misma demarcación por otros destacados subalternos y, por debajo de ellos, entre algunos centenares o quizá incluso unos pocos miles de miembros propios.
Al Qaeda dispone además de tramas y células con capacidad operativa, así como de un reseñable elenco de intermediarios y colaboradores, fuera de aquella zona donde se localiza su nueva base de operaciones. Más concretamente, en Asia Central y el sudeste asiático, Oriente Medio y la región del Golfo, el este de África o el norte del Cáucaso, por ejemplo. La presencia de miembros destacados de aquella estructura terrorista en esas regiones obedece en parte al hecho de que muchos de ellos se dispersaron tras la pérdida del santuario afgano a finales de 2001. Durante los años 2006 y 2007, individuos con esas características fueron detenidos o abatidos en países como Rusia, Turquía, Líbano, Jordania, Yemen o Kenia.
Eso sí, a lo largo de los últimos años, Al Qaeda ha venido subsanando su nuevo estado, como remanente de la estructura terrorista que existía antes del 11-S, con una extraordinaria campaña de propaganda a través de canales de televisión vía satélite y sobre todo de internet. Lo cual no significa que haya dejado de ser una organización para convertirse en una ideología, como tan a menudo se sostiene. Se trata de una estructura terrorista hoy sustancialmente recuperada y que mientras tanto ha dedicado una atención especial a tareas de producción y reproducción ideológica, como referencia para sí misma, otros componentes insertos en las redes del terrorismo global y, por supuesto, la población a la que se dirige.
Aunque las capacidades operativas de Al Qaeda no sean ahora las mismas que en el pasado, han vuelto a ser considerables. Sus dirigentes continúan empeñados en tareas de financiación y reclutamiento, en la formación de adeptos con muy diversos orígenes gracias a nuevos campos de entrenamiento, o en la consolidación de alianzas y la difusión transnacional de tramas afines. Han logrado establecer extensiones territoriales en la Península Arábiga -a partir de sus propios elementos-, en Irak y más recientemente en el Magreb -por medio de acuerdos con organizaciones preexistentes en esos dos ámbitos-. Asimismo, han logrado que Al Qaeda absorba algunos grupos yihadistas y estreche vínculos con cerca de una veintena de otros.
Pero esos mismos dirigentes continúan también empeñados en la planificación de atentados dentro y fuera de las zonas tribales de Pakistán o las áreas colindantes de Afganistán. En estas, para las que disponen de un mando específico de operaciones, a menudo actúan en colaboración con los talibanes, colectivos foráneos de yihadistas e incluso algún señor de la guerra local que ha ofrecido sus servicios. Fuera de ese conflictivo escenario, el control que Al Qaeda ejerce sobre la planificación y ejecución de atentados parece ser mucho más limitado, aunque mantenga otro mando para operaciones externas y continúe aspirando a perpetrar algunos espectaculares, sobre todo, pero no exclusivamente, contra blancos occidentales.
Sin embargo, desde el 11-S se han registrado distintos episodios en los que esa estructura terrorista ha tenido una participación que fue más allá de la mera instigación. Entre ellos, los de abril de 2002 en la isla tunecina de Yerba, noviembre de 2003 en Estambul o julio de 2005 en Londres, además de otras tentativas fallidas. Quizá también el 11-M, cuestión ésta que aún no está cerrada. Según los casos, Al Qaeda puede implicarse bien para que en la realización de un atentado intervengan individuos bajo su inmediato control, bien para que lo hagan otros integrados en sus propias extensiones territoriales o en los grupos y las organizaciones afines, que a su vez pueden movilizar retículas locales ad hoc para culminar sus intenciones.
En suma, Al Qaeda ha compensado su minoración con la diseminación de propaganda, pero no es una mera ideología. Ha compensado su fragmentación mediante el establecimiento de extensiones territoriales y la intensificación de ligámenes con organizaciones afines, pero no se ha diluido en el movimiento yihadista global. Ha compensado sus restricciones operativas contribuyendo a las actividades de esos otros actores colectivos, que hoy perpetran la inmensa mayoría de los atentados atribuibles al terrorismo global, pero tiene renovadas capacidades. Conviene, claro está, no desdeñar el desafío de grupúsculos y células locales aparentemente independientes, especialmente en las sociedades occidentales. Ahora bien, sin tomar esta parte por el todo, olvidando que Al Qaeda no ha dejado de existir.
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