12 mar 2008

Germán, Ricardo, Mouriño y el Presidente

Columna Itinerario Político/Ricardo Alemán
Publicado en El Universal, 12 de marzo de 2008;
Sí, mohína; pero también ilícito
Mouriño fue declarado culpable por la opinión pública porque eligió una defensa suicida
Nos guste o no, él no es más que un invento de Calderón. Por eso sorprende la vehemencia por protegerlo
Germán Martínez Cázares, el dirigente nacional del PAN, dice de Andrés Manuel López Obrador (EL UNIVERSAL 11/03/08, Pág. A16): “Está enojado. Sigue violento, no se sosiega. Pasar el trago de la derrota electoral le sigue costando muchísimo trabajo. Vivir el trance del fracaso en la elección presidencial pasada debe ser duro, máxime cuando ya despachaba en dos cuartos en Palacio Nacional…”.
Con prosa que quiere ser cáustica y sorna que pretende elocuencia, Germán Martínez taladra: “Es humanamente comprensible la mohína. Pero no puede convertir el descalabro en una causa nacional, y oponerse sistemáticamente a cualquier medida impulsada por el gobierno o el Congreso. Eso no sólo es un despropósito… es simple y llanamente una deslealtad a la República y sus instituciones”.
Luego, el dirigente del PAN parece rematar: “Cuando López Obrador manda al diablo a las instituciones tiene, ¿faltaba más?, el derecho de sacar del infierno a las que le garanticen el aplauso a sus pamplinas. Ahora quiere una comisión de investigación para crucificar a todos los que fueron los responsables de su derrota, empezando por Juan Camilo Mouriño”.
Y en efecto, no le falta razón al señor Germán Martínez Cázares. Sí, la persecución emprendida por el señor “legítimo” y por un sector del PRD contra el secretario de Gobernación —como en su momento se desplegó una persecución contra el IFE y su presidente— tiene buena dosis de rencor, enojo y cobro de facturas. Queda claro que el señor López Obrador quiere la cabeza del señor Mouriño, primero, y luego la del propio Felipe Calderón, por eso que en política llaman “cobro de facturas”. Y es cierto que AMLO no digiere la derrota. Y que nunca la va a digerir.
Pero lo que Germán Martínez Cázares se niega a ver, lo que sus sentidos no quieren percibir o, de plano, no le aportan sus “entendederas”, es que en la guerra del señor “legítimo” contra el secretario de Gobernación el asunto ya no es de “enojos”, “desasosiegos” o “mohínas”. El dirigente del Partido Acción Nacional parece no entender que el de su amigo y “hombre del Presidente” ya es un caso perdido, porque más allá de la simpática y desesperada defensa del joven Mouriño; más allá de que sea o no culpable por tráfico de influencias, lo cierto es que para esos poderes fácticos que son la opinión pública y el árbitro mediático, el señor Juan Camilo Mouriño ya fue juzgado. Y sí, la sentencia dice “culpable”.
¿Por qué culpable? ¿Culpable de qué?
En efecto, el dirigente del PAN debiera buscar —de lo perdido, lo que aparezca—, precisamente en la respuesta a las anteriores interrogantes. ¿Que por qué es culpable el señor Mouriño? Por lo menos —y a reserva de que las investigaciones oficiales del caso digan lo conducente— por algo que los señores del PAN y del gobierno de Calderón parece que no quieren ver o no quieren entender. Por un asunto de principios que se llama ética.
Si los panistas creen que la ética es el arte de verse bien —como en su momento los caciques de horca y cuchillo del viejo PRI creían que moral era un árbol que da moras—, resulta que los ciudadanos en general sí saben que un servidor público no puede ser al mismo tiempo empresario y menos servirse del cargo para beneficiar a su empresa. ¿Qué cuestionó durante décadas el PAN doctrinario del que forma parte el señor Germán Martínez, del que es líder el señor Felipe Calderón y del que parece que no entiende nada el señor Mouriño? Precisamente eso, que los gobiernos del PRI se valían del poder para beneficio personal o familiar.
El señor Mouriño fue declarado culpable por la opinión pública —y sólo basta que le echen una mirada a la encuesta reciente de María de las Heras—, no por los contratos, no por los rencores y enojos del señor “legítimo”, sino porque eligió una defensa suicida —verdadera estupidez—, que rompió una de las reglas de oro de la política: la del sentido común. Y en esa dizque simpática y candorosa defensa, el señor Mouriño cruzó la línea que lo colocó en el territorio del cinismo. “Sí, firmé los contratos, pero eso no es ilegal”. Pues sí, puede ser que no sea ilegal, pero todos creen que es inmoral. Por eso es culpable.
¿Que de qué es culpable? La respuesta se pudiera dar con muchas palabras, adjetivos que son fuertes y ofensivos. Pero no es el caso. En realidad la culpa de que Mouriño haya llegado como titular a la Secretaría de Gobernación, que se haya creado una grosera mitología de poder sobre sus supuestas capacidades —hoy sabemos que nunca fueron reales— y que muchos se hayan tragado el anzuelo, no es del señor Mouriño, sino de su jefe, el presidente Calderón.
Nos guste o no a los panistas, el señor Mouriño no es más que un invento del candidato presidencial Felipe Calderón y luego del presidente Calderón. Por eso sorprende la vehemencia presidencial por protegerlo —aunque en realidad quienes conocen a Felipe Calderón dicen que no es novedad su terquedad—, al grado de que son muchos los que se preguntan: ¿Vale más Juan Camilo Mouriño que el gobierno de Calderón? Si la respuesta es afirmativa, entonces tenemos derecho a afirmar que el gobierno de Calderón vale muy poco. Si es negativa, podemos suponer que muy pronto dejará su cargo. Y en eso debía estar el presidente del PAN. ¿O no?
aleman2@prodigy.net.mx

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