El Secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño, dio fe en carne propia de lo que significa salir de Los Pinos a la intemperie, al quedar en el centro de una polémica por acusaciones del PRD de tráfico de influencias, pues supuestamente gestionó contratos de Pemex en beneficio de la empresa paterna Ivancar -denominación formada con un acrónimo de su apelativo, Iván, y el nombre de su hermano, Carlos-
(Roberto Rock, en columna Expedientes abiertos/Roberto Rock, El Universal, 3/03/2003);
¿Cuánto vale Mouriño?,
(Roberto Rock, en columna Expedientes abiertos/Roberto Rock, El Universal, 3/03/2003);
¿Cuánto vale Mouriño?,
Columna Itinerario Político/Ricardo AlemánEl Universal, 3 de marzo de 2008;
Durante décadas, los sucesivos gobiernos del PRI edificaron lo que luego fue conocido como la ortodoxia de la clase política mexicana. Es decir, los usos y costumbres que regulaban la política y a los políticos. Y de las muchas lecciones que cobraron carta de naturalización durante las siete décadas de dominio priísta, destaca una que es facultad exclusiva del presidente en turno, que poco se exhibe en el espectro mediático y que en sus dos extremos sirve lo mismo para garantizar la continuidad del gobierno que, en el otro lado, como “blindaje de marcha”.
¿A qué nos referimos? Muy fácil, a esa facultad metaconstitucional que tienen los presidentes mexicanos —en realidad de casi todo el mundo— para sembrar, cuidar y cosechar saludables los frutos de lo que será su herencia política. A su sucesor, en pocas palabras. ¿Pero qué es lo que ordena esa ortodoxia política? Bueno, que al o los potenciales sucesores se les debe preparar cuidadosamente, deben pasar por el gabinete, pero de preferencia alejados de la línea de fuego; deben conocer las entrañas de su partido pero también los secretos del Congreso. Deben asumir hasta donde sea posible responsabilidades de primer nivel, pero estar lejos de los costos y riesgos que ello implica. La lista es larga.
Y viene a cuento el tema porque todos sabemos que apenas cumplido un año del gobierno de Felipe Calderón, el Presidente hizo cambios en su gabinete que colocaron al todopoderoso Juan Camilo Mouriño como el “hombre del Presidente”. Es decir, el brazo operador de Los Pinos, pero en la casona de Covián. Al nombramiento de Iván como secretario de Gobernación, casi todas las voces lo colocaron como potencial sucesor de Calderón, a pesar de que las señales enviadas iban precisamente en sentido contrario a la ortodoxia de la que hablamos líneas arriba. ¿Por qué?
Porque para empezar, el señor Mouriño está muy lejos del prototipo del panista que es y que ha dibujado el presidente Calderón para el futuro no sólo en su partido, sino en el gobierno. Porque los antecedentes y el pasado académico, político, de nacionalidad y ahora hasta empresarial lo convierten en un político endeble, frágil, poco confiable y, por si fuera poco, riesgoso para el propio gobierno de Calderón.
Pero si no fuera suficiente con todo lo anterior, ahora se confirma que para Felipe Calderón los secretarios de Estado no son más que lo que siempre han sido —según, claro, la enseñanza de esa vieja ortodoxia creada y probada por el PRI— fusibles intercambiables de un sistema creado para que cualquiera de esos fusibles se reviente sin que el cortocircuito deje sin energía al que manda en Los Pinos. Aquí dudamos de la seriedad de la opinión de quienes aseguraron que Mouriño fuera considerado el “hombre de la sucesión”. ¿Por qué? Por eso, porque era muy pronto para quemarlo, porque su cargo es —en el ejemplo de los fusibles— el de un transformador; el que recibe debe resistir y regular todas las descargas políticas, y porque de suyo tenía y tiene muchos flancos de alta fragilidad.
Dicen algunos que fue un error llevarlo a Gobernación. Dicen otros que las descargas de alta tensión a las que ha sido sometido en los días recientes lo harán reventar y que esa será una derrota para Felipe Calderón. En tanto que los malquerientes del Presidente ya le dan al legítimo la cabeza de Mouriño. Es posible cualquiera de esas hipótesis.
Sin embargo, aquí sostenemos —como lo hicimos desde que fue nombrado como secretario de Gobernación— que el señor Mouriño fue llevado a ese cargo para eso, para recibir las descargas políticas que van destinadas al Presidente, para fundirse si es necesario —en cuyo caso sería reemplazado—, y para hacer el trabajo sucio del gobierno de Calderón. Un dato para ilustrar la hipótesis. ¿En cuántas de las reformas aprobadas por el Congreso se ha hablado de que el presidente Calderón metió la mano?
Pero, además, vale recordar que durante el gobierno de Vicente Fox los problemas de esa gestión pegaban directamente en el Presidente, en tanto que sus secretarios de Estado se escondían detrás de Fox. Hoy las cosas son en sentido contrario. Para Calderón casi todos en su gabinete son sacrificables, porque la prioridad es mantener intocada la figura presidencial y, de manera especial, sus objetivos y sus reformas. Por eso también insistimos en que más allá de la suerte del señor Mouriño, la reforma energética va. El problema, y también hay que insistir, es qué tipo de reforma, una de gran alcance o una que sólo sea un parche.
Y no faltan, por supuesto, los que en el debilitamiento del señor Mouriño quieren ver una suerte de “marcha atrás” a la reforma energética, o incluso otros quieren adivinar un recule del PRI, a partir de que Manlio Fabio Beltrones, el poderoso jefe en el Senado de los tricolores, dijo que “no hay condiciones” para la inversión extranjera en materia energética. Está claro que no conocen a Calderón y menos entienden la importancia que para su gobierno tiene el asunto de la energía y sobre todo Pemex. Por eso la pregunta inicial: ¿cuánto vale Juan Camilo Mouriño? Su posición como secretario de Gobernación vale mucho menos que una reforma a Pemex.
Y para los que hablan del supuesto recule del PRI en la reforma energética, vale recordar —y aquí lo revelamos en su momento— que fue el senador Manlio Fabio Beltrones quien en una reunión de priístas con el presidente Calderón dijo que él y su partido se negaban a una reforma constitucional en materia petrolera, “porque si tú cambias la Constitución lo haces presidente”, en referencia al petróleo y al legítimo. También se equivocan muchos de los que en forma gratuita se han comprado el cuento no sólo de la privatización de Pemex y de la intención de permitir la intervención de empresas extranjeras.
No, los señores del PRI, del PAN y hasta uno que otro del PRD tienen puesta la mira precisamente en una reforma a las leyes secundarias, que permiten la participación de empresas mexicanas —sin que para ello se tenga que modificar la Constitución—, porque las empresas mexicanas vinculadas con la energía han abierto sus puertas precisamente a fuertes inversiones foráneas y a la participación de socios vinculados con la política. Y si no, al tiempo.aleman2@prodigy.net.mx
Columna Bucareli/Jacobo ZabludovskyEl Universal, 3 de marzo de 2008
La mujer del César no sólo debe ser honrada, debe parecerlo.Juan Camilo Mouriño, secretario de Gobernación, no sólo debe ser honrado, debe parecerlo, y mientras se demuestra o no su culpa, ha perdido la apariencia de funcionario inmaculado.
Mouriño era coordinador general de Asesoría y Enlace Institucional en la Secretaría de Energía cuando, el 29 de diciembre de 2003, firmó un contrato de transporte de derivados del petróleo con duración hasta el 31 de diciembre de 2004. El 20 de diciembre de 2002 era presidente de la Comisión de Energía de la Cámara de Diputados cuando firmó su primer negocio con Pemex.
Además de posible tráfico de influencias, hay un evidente conflicto de intereses. Andrés Manuel López Obrador exhibió los documentos que había ofrecido en la entrevista que le hice por radio, algunos de cuyos fragmentos presenté en Bucareli de hace tres semanas.
A la publicación de los contratos millonarios y el consecuente escándalo, el secretario de Gobernación respondió a botepronto, cometiendo un error táctico tanto en la precipitación como en el contenido y el estilo de su respuesta. Apenas había concluido la reunión de la Alianza para la Seguridad y Prosperidad de América del Norte, en San José del Cabo, Baja California, cuando, sin afeitarse, sin corbata y con cierto aire de enfado y descontrol, se presentó ante los periodistas para hacer un poco de historia familiar pintoresca pero inútil ante el hecho del que se le acusa. López Obrador había dicho: ”Lo único que tiene que aclarar es si hubo o no conflicto de intereses, porque todos los contratos, de pura casualidad, se entregaron sin mediar una licitación” como lo ordena la ley. Mouriño se quejó de que es “mezquino” que lo acusen de beneficiarse de la política, “inmoral y doloso” culparlo de obtener beneficios gracias a sus puestos oficiales. “No perderé el tiempo debatiendo públicamente con mis detractores”, dijo Mouriño al perder el tiempo debatiendo públicamente con sus detractores. “Es por ello que pondré a disposición de las autoridades competentes toda información que se me requiera. Yo soy el principal interesado en que se aclare esta acusación dolosa”. Por entrar al servicio público dijo Mouriño el jueves: “El precio que pagué no fue menor. Le he arrebatado tiempo a mi familia, renuncié a las acciones de 80 empresas y dejé muchas de las comodidades que tienen los que viven en el interior del país”. Tendrá que usar argumentos más sólidos.Mientras el secretario de Gobernación sirve en charola de plata la polémica llevándola a las primeras planas de los diarios y hasta a las mínimas y tímidas menciones de televisión y radio, los coordinadores del Frente Amplio Progresista en las dos cámaras preparan una denuncia penal por tráfico de influencias. Es inevitable la investigación a fondo por la presunción de un posible delito. A López Obrador le ha caído maná del cielo. Dijo en Nayarit el jueves pasado: “Estamos haciendo la denuncia de que Juan Camilo Mouriño con su jefe el pelele y con el director de la CFE están metidos en negocios. Que el secretario de Gobernación diga si firmó contratos que beneficiaron a su familia cuando fue presidente de la Comisión de Energía de la Cámara de Diputados, subsecretario de Energía y asesor de Calderón. Hoy dice que no. Lo único que pedimos es que haga una declaración de cuándo firmó los contratos, que responda que no tiene nada que ver. Pero quién sabe quién le va a creer, yo ando buscando un tonto que se lo crea”.
El daño puede ser mayor pero el ya recibido mengua la fuerza y por tanto la capacidad operativa indispensable en un secretario de Gobernación. Quien dirige la política interior del país, a la fuerza derivada de su nombramiento, debe agregar el aval de su propia conducta. Juan Camilo Mouriño está lastimado, perdió facultades con la publicación de los contratos, y después al mostrar que el colmillo crece con la experiencia de la que él carece. Su autodefensa la tarde de la denuncia de sus negocios provoca entre muchos mexicanos cierta duda sobre su madurez profesional como político. Y si eso es cuando toma la tribuna para rechazar ataques que pueden poner fin a su vida pública, es lógico dudar sobre el desempeño de su función, crucial, en los grandes problemas a los que se enfrenta México.
La ley de medios. Frente al desafío de los consorcios electrónicos que apuestan al tortuguismo para seguir en lo suyo y en lo de los demás, un grupo de senadores impulsa el proceso legislativo con el fin de llegar a conclusiones cuanto antes. Santiago Creel, quien encabeza al grupo del PAN en la Cámara Alta, destaca en esta labor convencido de que “el proceso de transición democrática que vive el país pasa necesariamente por el reordenamiento de las leyes en materia de telecomunicaciones, radio y televisión”. Manlio Fabio Beltrones, del PRI, presidente de la junta de coordinación política de los senadores, admite “un interés especial, por no decir prisa, en llegar a conclusiones en esta legislación”. Si la política es un juego de fuerzas, en éste participan las más influyentes y es necesaria la mano de un secretario de Gobernación recio y hábil para conducirlo. Mouriño se ha vuelto vulnerable.
El Estado laico. La Iglesia ha iniciado una ofensiva a fondo para intervenir en la educación pública y privada, en el uso y concesión de los medios electrónicos, en las manifestaciones de culto externo. En lo que es de Dios, que ya lo tienen, y en lo que es del César que lo quieren tener. Demasiado peso para los hombros de un secretario debilitado.
La riqueza petrolera. Ávidos negociantes se lanzan con todo para quedarse con todo. No parece Mouriño, miembro de una empresa que vende servicios a Pemex, el más indicado para defender lo que muchos consideramos patrimonio que los mexicanos no debemos enajenar.
A esto agregue la militancia del hombre que encarna la oposición y que es feliz nadando contra la corriente como los salmones. Como los pejelagartos.
Y la pelea apenas empieza.
¿A qué nos referimos? Muy fácil, a esa facultad metaconstitucional que tienen los presidentes mexicanos —en realidad de casi todo el mundo— para sembrar, cuidar y cosechar saludables los frutos de lo que será su herencia política. A su sucesor, en pocas palabras. ¿Pero qué es lo que ordena esa ortodoxia política? Bueno, que al o los potenciales sucesores se les debe preparar cuidadosamente, deben pasar por el gabinete, pero de preferencia alejados de la línea de fuego; deben conocer las entrañas de su partido pero también los secretos del Congreso. Deben asumir hasta donde sea posible responsabilidades de primer nivel, pero estar lejos de los costos y riesgos que ello implica. La lista es larga.
Y viene a cuento el tema porque todos sabemos que apenas cumplido un año del gobierno de Felipe Calderón, el Presidente hizo cambios en su gabinete que colocaron al todopoderoso Juan Camilo Mouriño como el “hombre del Presidente”. Es decir, el brazo operador de Los Pinos, pero en la casona de Covián. Al nombramiento de Iván como secretario de Gobernación, casi todas las voces lo colocaron como potencial sucesor de Calderón, a pesar de que las señales enviadas iban precisamente en sentido contrario a la ortodoxia de la que hablamos líneas arriba. ¿Por qué?
Porque para empezar, el señor Mouriño está muy lejos del prototipo del panista que es y que ha dibujado el presidente Calderón para el futuro no sólo en su partido, sino en el gobierno. Porque los antecedentes y el pasado académico, político, de nacionalidad y ahora hasta empresarial lo convierten en un político endeble, frágil, poco confiable y, por si fuera poco, riesgoso para el propio gobierno de Calderón.
Pero si no fuera suficiente con todo lo anterior, ahora se confirma que para Felipe Calderón los secretarios de Estado no son más que lo que siempre han sido —según, claro, la enseñanza de esa vieja ortodoxia creada y probada por el PRI— fusibles intercambiables de un sistema creado para que cualquiera de esos fusibles se reviente sin que el cortocircuito deje sin energía al que manda en Los Pinos. Aquí dudamos de la seriedad de la opinión de quienes aseguraron que Mouriño fuera considerado el “hombre de la sucesión”. ¿Por qué? Por eso, porque era muy pronto para quemarlo, porque su cargo es —en el ejemplo de los fusibles— el de un transformador; el que recibe debe resistir y regular todas las descargas políticas, y porque de suyo tenía y tiene muchos flancos de alta fragilidad.
Dicen algunos que fue un error llevarlo a Gobernación. Dicen otros que las descargas de alta tensión a las que ha sido sometido en los días recientes lo harán reventar y que esa será una derrota para Felipe Calderón. En tanto que los malquerientes del Presidente ya le dan al legítimo la cabeza de Mouriño. Es posible cualquiera de esas hipótesis.
Sin embargo, aquí sostenemos —como lo hicimos desde que fue nombrado como secretario de Gobernación— que el señor Mouriño fue llevado a ese cargo para eso, para recibir las descargas políticas que van destinadas al Presidente, para fundirse si es necesario —en cuyo caso sería reemplazado—, y para hacer el trabajo sucio del gobierno de Calderón. Un dato para ilustrar la hipótesis. ¿En cuántas de las reformas aprobadas por el Congreso se ha hablado de que el presidente Calderón metió la mano?
Pero, además, vale recordar que durante el gobierno de Vicente Fox los problemas de esa gestión pegaban directamente en el Presidente, en tanto que sus secretarios de Estado se escondían detrás de Fox. Hoy las cosas son en sentido contrario. Para Calderón casi todos en su gabinete son sacrificables, porque la prioridad es mantener intocada la figura presidencial y, de manera especial, sus objetivos y sus reformas. Por eso también insistimos en que más allá de la suerte del señor Mouriño, la reforma energética va. El problema, y también hay que insistir, es qué tipo de reforma, una de gran alcance o una que sólo sea un parche.
Y no faltan, por supuesto, los que en el debilitamiento del señor Mouriño quieren ver una suerte de “marcha atrás” a la reforma energética, o incluso otros quieren adivinar un recule del PRI, a partir de que Manlio Fabio Beltrones, el poderoso jefe en el Senado de los tricolores, dijo que “no hay condiciones” para la inversión extranjera en materia energética. Está claro que no conocen a Calderón y menos entienden la importancia que para su gobierno tiene el asunto de la energía y sobre todo Pemex. Por eso la pregunta inicial: ¿cuánto vale Juan Camilo Mouriño? Su posición como secretario de Gobernación vale mucho menos que una reforma a Pemex.
Y para los que hablan del supuesto recule del PRI en la reforma energética, vale recordar —y aquí lo revelamos en su momento— que fue el senador Manlio Fabio Beltrones quien en una reunión de priístas con el presidente Calderón dijo que él y su partido se negaban a una reforma constitucional en materia petrolera, “porque si tú cambias la Constitución lo haces presidente”, en referencia al petróleo y al legítimo. También se equivocan muchos de los que en forma gratuita se han comprado el cuento no sólo de la privatización de Pemex y de la intención de permitir la intervención de empresas extranjeras.
No, los señores del PRI, del PAN y hasta uno que otro del PRD tienen puesta la mira precisamente en una reforma a las leyes secundarias, que permiten la participación de empresas mexicanas —sin que para ello se tenga que modificar la Constitución—, porque las empresas mexicanas vinculadas con la energía han abierto sus puertas precisamente a fuertes inversiones foráneas y a la participación de socios vinculados con la política. Y si no, al tiempo.aleman2@prodigy.net.mx
Columna Bucareli/Jacobo ZabludovskyEl Universal, 3 de marzo de 2008
La mujer del César no sólo debe ser honrada, debe parecerlo.Juan Camilo Mouriño, secretario de Gobernación, no sólo debe ser honrado, debe parecerlo, y mientras se demuestra o no su culpa, ha perdido la apariencia de funcionario inmaculado.
Mouriño era coordinador general de Asesoría y Enlace Institucional en la Secretaría de Energía cuando, el 29 de diciembre de 2003, firmó un contrato de transporte de derivados del petróleo con duración hasta el 31 de diciembre de 2004. El 20 de diciembre de 2002 era presidente de la Comisión de Energía de la Cámara de Diputados cuando firmó su primer negocio con Pemex.
Además de posible tráfico de influencias, hay un evidente conflicto de intereses. Andrés Manuel López Obrador exhibió los documentos que había ofrecido en la entrevista que le hice por radio, algunos de cuyos fragmentos presenté en Bucareli de hace tres semanas.
A la publicación de los contratos millonarios y el consecuente escándalo, el secretario de Gobernación respondió a botepronto, cometiendo un error táctico tanto en la precipitación como en el contenido y el estilo de su respuesta. Apenas había concluido la reunión de la Alianza para la Seguridad y Prosperidad de América del Norte, en San José del Cabo, Baja California, cuando, sin afeitarse, sin corbata y con cierto aire de enfado y descontrol, se presentó ante los periodistas para hacer un poco de historia familiar pintoresca pero inútil ante el hecho del que se le acusa. López Obrador había dicho: ”Lo único que tiene que aclarar es si hubo o no conflicto de intereses, porque todos los contratos, de pura casualidad, se entregaron sin mediar una licitación” como lo ordena la ley. Mouriño se quejó de que es “mezquino” que lo acusen de beneficiarse de la política, “inmoral y doloso” culparlo de obtener beneficios gracias a sus puestos oficiales. “No perderé el tiempo debatiendo públicamente con mis detractores”, dijo Mouriño al perder el tiempo debatiendo públicamente con sus detractores. “Es por ello que pondré a disposición de las autoridades competentes toda información que se me requiera. Yo soy el principal interesado en que se aclare esta acusación dolosa”. Por entrar al servicio público dijo Mouriño el jueves: “El precio que pagué no fue menor. Le he arrebatado tiempo a mi familia, renuncié a las acciones de 80 empresas y dejé muchas de las comodidades que tienen los que viven en el interior del país”. Tendrá que usar argumentos más sólidos.Mientras el secretario de Gobernación sirve en charola de plata la polémica llevándola a las primeras planas de los diarios y hasta a las mínimas y tímidas menciones de televisión y radio, los coordinadores del Frente Amplio Progresista en las dos cámaras preparan una denuncia penal por tráfico de influencias. Es inevitable la investigación a fondo por la presunción de un posible delito. A López Obrador le ha caído maná del cielo. Dijo en Nayarit el jueves pasado: “Estamos haciendo la denuncia de que Juan Camilo Mouriño con su jefe el pelele y con el director de la CFE están metidos en negocios. Que el secretario de Gobernación diga si firmó contratos que beneficiaron a su familia cuando fue presidente de la Comisión de Energía de la Cámara de Diputados, subsecretario de Energía y asesor de Calderón. Hoy dice que no. Lo único que pedimos es que haga una declaración de cuándo firmó los contratos, que responda que no tiene nada que ver. Pero quién sabe quién le va a creer, yo ando buscando un tonto que se lo crea”.
El daño puede ser mayor pero el ya recibido mengua la fuerza y por tanto la capacidad operativa indispensable en un secretario de Gobernación. Quien dirige la política interior del país, a la fuerza derivada de su nombramiento, debe agregar el aval de su propia conducta. Juan Camilo Mouriño está lastimado, perdió facultades con la publicación de los contratos, y después al mostrar que el colmillo crece con la experiencia de la que él carece. Su autodefensa la tarde de la denuncia de sus negocios provoca entre muchos mexicanos cierta duda sobre su madurez profesional como político. Y si eso es cuando toma la tribuna para rechazar ataques que pueden poner fin a su vida pública, es lógico dudar sobre el desempeño de su función, crucial, en los grandes problemas a los que se enfrenta México.
La ley de medios. Frente al desafío de los consorcios electrónicos que apuestan al tortuguismo para seguir en lo suyo y en lo de los demás, un grupo de senadores impulsa el proceso legislativo con el fin de llegar a conclusiones cuanto antes. Santiago Creel, quien encabeza al grupo del PAN en la Cámara Alta, destaca en esta labor convencido de que “el proceso de transición democrática que vive el país pasa necesariamente por el reordenamiento de las leyes en materia de telecomunicaciones, radio y televisión”. Manlio Fabio Beltrones, del PRI, presidente de la junta de coordinación política de los senadores, admite “un interés especial, por no decir prisa, en llegar a conclusiones en esta legislación”. Si la política es un juego de fuerzas, en éste participan las más influyentes y es necesaria la mano de un secretario de Gobernación recio y hábil para conducirlo. Mouriño se ha vuelto vulnerable.
El Estado laico. La Iglesia ha iniciado una ofensiva a fondo para intervenir en la educación pública y privada, en el uso y concesión de los medios electrónicos, en las manifestaciones de culto externo. En lo que es de Dios, que ya lo tienen, y en lo que es del César que lo quieren tener. Demasiado peso para los hombros de un secretario debilitado.
La riqueza petrolera. Ávidos negociantes se lanzan con todo para quedarse con todo. No parece Mouriño, miembro de una empresa que vende servicios a Pemex, el más indicado para defender lo que muchos consideramos patrimonio que los mexicanos no debemos enajenar.
A esto agregue la militancia del hombre que encarna la oposición y que es feliz nadando contra la corriente como los salmones. Como los pejelagartos.
Y la pelea apenas empieza.
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