Antonio Machado y Soria: amor que cien años dura/José María Martínez Laseca, profesor de Literatura y experto en Antonio Machado. Recientemente ha publicado el libro Antonio Machado: su paso por Soria
Publicado en EL MUNDO, 07/07/2007;
Soria es una de las capitales más poéticas de España. A ello ha contribuido el paso por la ciudad de vates tan definidos de nuestra lírica como Bécquer y Gerardo Diego. Sobre la de ambos despunta la figura de Antonio Machado, el mayor poeta español del pasado siglo XX, por ser quien dejó una huella más profunda con un puñado de palabras verdaderas. Por eso su recuerdo permanece todavía vivo
Hace ahora poco más de un siglo, en la primavera de 1907, con esa luz dudosa del frío amanecer, un viajero especial llegaba en el tren de la línea Torralba-Soria, procedente de Madrid, a la estación de ferrocarril de San Francisco, en las afueras de Soria. Era corpulento, un corpachón naturalmente terroso, y vestía su tamaño con unos ropones negros, ocres y pardos. Se llamaba Antonio Machado Ruiz. Pronto cumpliría 32 años. Acudía -le dijo al mozo de equipajes, que lo acercó hasta una céntrica casa de huéspedes en la calle de El Collado, 50- a tomar posesión de su plaza de Catedrático de francés, recién ganada en las oposiciones, en el instituto General y Técnico. Tramitó sus credenciales en la secretaría del viejo caserón, que otrora fue colegio de jesuitas, ante el director del centro, Gregorio Martínez y en presencia del secretario Miguel Liso y Torres. Y, dado lo avanzado del curso 1906-1907, les manifestó su intención de no incorporarse a sus tareas docentes hasta pasadas las vacaciones de verano.
Aún quiso permanecer unos días más en la nueva ciudad. Para ir conociéndola mejor. Su traza era medieval, pues el casco urbano apenas había sobrepasado el cinturón de su muralla semiderruida y contaba con una población de poco más de 7.000 habitantes. A él, tan cosmopolita, le pareció una de esas viejas ciudades de Castilla, abrumadas por la tradición, con una catedral gótica y varias iglesias románicas, donde apenas se encuentra un rincón sin leyenda ni una casa sin escudo. Lo que más le impresionó fue el recorrido que realizó por las afueras. Descendiendo, desde la plaza mayor, hacia el viejo puente de piedra sobre el río Duero. Prolongando, luego, la caminata por su margen izquierda, entre San Polo y San Saturio, junto a los álamos erguidos que acompañan el agradable paseo hasta la ermita del patrón colgada sobre la roca. Era el tiempo de la primavera, cuando el paisaje soriano se encontraba en plena regeneración de la naturaleza.
El encuentro con Soria resultó trascendental. Al entrecruzarse los caminos, la suerte de su destino quedaba echada. Machado será para el resto de su vida activa profesor de instituto; pero tanto su obra literaria como su vida afectiva vendrían a dar un vuelco inesperado. También la ciudad quedaría marcada por él.
¿Cómo podía olvidar Antonio Machado su primera toma de contacto con la Soria chiquita y con su asombrosa panorámica? De ahí que plasmara esa visión prístina del paisaje en su poema Orillas del Duero (IX). De vuelta a Madrid, Machado se apresuró en incorporar ese lienzo verbal a su segundo libro poético: Soledades. Galerías. Otros poemas, entonces en prensa, que refundía y ampliaba el anterior de Soledades de 1903, y que saldría publicado a finales de 1907 en la editorial de Gregorio Pueyo.
Se trata de un poema de exaltado afecto hacia la ciudad que, generosa, lo acogía. Sintiéndola en el brotar de la primavera que es ya mística en ésa su primera apreciación, en el rendir del campo adolescente, parco de aderezo floral. Toda la descripción que Machado realiza parece aglutinar la impresión global del término de su viaje en tren con pinos, cigüeñas y campanarios, para acabar en la hoz del río Duero, terso y manso, con el fondo de montañas todavía con nieve. Es la primera vez que los nombres de Soria y España aparecen emparejados en su poesía. La pobre tierra soriana que acaba de salir de los hielos invernales se convierte por la gracia del Sol y la estación primaveral en la hermosa tierra de España del final del poema.
Manuel Alvar advierte que es en este momento cuando vira en redondo: todos los cambios que descubríamos en sus versos se iniciaron -y arraigaron para siempre- en una fecha definitiva: 1 de mayo de 1907. A la poesía española le nacían nuevos temas y nuevos modos. En tal sentido, Orillas del Duero resulta un caso excepcional dentro de la poesía de un autor colocado, como él mismo reconoce, al margen de la vida. El poema supone uno de los síntomas de que esa nueva poética se está fraguando en Antonio Machado, en contradicción fecunda con una poética modernista…
El poeta sabrá descubrir en el mirador de Soria un punto de vista de especial valor. La Soria alejada de los caminos de España, una de las provincias menos populosas, de vida tradicional, sin el contagio de las grandes ciudades, era el punto de observación idóneo para encontrar la esencia del alma española. Desde aquí aprenderá a mirar hacia fuera, hacia el paisaje, hacia los grandes problemas nacionales, sin perder por entero la intensa veta intimista de los poemarios anteriores. Una proyección sobre el propio medio social que confirman sus colaboraciones en la prensa local como Tierra Soriana.
En Soria, Antonio Machado gozará la dicha, intensa y breve, del amor con la joven Leonor Izquierdo Cuevas -hija de los patronos de su pensión en la calle Estudios, 7-, con quien se casó el 30 de julio de 1909. Aunque sufrirá, temprano, el infortunio de perderla -boda y mortaja del cielo bajan-, víctima de la tuberculosis, el 1 de agosto de 1912. Empero, los cinco años de su estancia en Soria fermentaron su meditación serena mediante esa poesía diferente. Abandonó los ecos becquerianos para centrarse en las voces que dicen de la intrahistoria del paisaje y del paisanaje.
El fruto maduro es el innovador Campos de Castilla (1912), su tercer poemario, del que el poema Orillas del Duero era un claro presagio. Se trata de un libro emblemático que se sumará a los de sus compañeros de generación: Unamuno, Azorín y Baroja, quienes, aunque desde perspectivas diferentes, coincidían en poner el dedo sobre la llaga del problema de España. Partiendo del maestro Giner de los Ríos, pretendían una reforma moral de los españoles basada en la educación. Machado asumió también el mensaje regeneracionista de Joaquín Costa de escuela y despensa, traduciéndolo por el de educación y trabajo igual a renovación del país, en un compromiso patriótico, dada la situación degradada de España. Campos de Castilla suponía, por eso, la ofrenda más alta que podía hacer entonces un poeta meridional a la Castilla materna.El gran filósofo José Ortega y Gasset opinaría al respecto: «…Antonio habita las altas márgenes del Duero y empuja meditabundo el volumen de su canto como si fuera una fatal dolencia». Lo que rubricó el rector de Salamanca Miguel de Unamuno añadiendo: «Es todo un poeta y Soria le ha suscitado un fondo del alma que acaso de no haber ido allí dormiría en él».Gracias a la buena acogida del libro, que acaparó en aquellos momentos la atención de la crítica, Machado logró sobreponerse al desgarro ocasionado en su espíritu por la muerte de su angelical esposa. A su vez, la ciudad de Soria, tan dejada de la mano de todos, pasaba a un primer plano en el mundillo cultural de Madrid.
Las almas huyen para dar canciones. Y Antonio Machado se marchó de Soria el 8 de agosto de 1912, deambulando, viudo y pensativo, por los institutos de Baeza y Segovia hasta regresar, con la Segunda República, a Madrid, donde le sorprendió el atroz cainismo de la Guerra Civil en 1936. Desde ese largo horizonte de ausencia, el poeta, que se decía acabado, compondrá algunos de sus más bellos poemas como son los del ciclo de Leonor o aquellos otros en los que, desde Baeza, contrapone los paisajes de su tierra natal a los de su tierra de adopción. Son paisajes del alma, nunca olvidados. De ahí que se señale que el mejor cantor de Soria se encuentra en la distancia.
Con todo, las tierras de Soria dejaban de ser para siempre hoscas y vulgares. Como escribió el periodista y buen amigo José María Palacio: «Nadie ha puesto más alto el nombre de Soria, ni ha sugerido mayores estimaciones por su tierra árida y fría que Antonio Machado. Y nadie ha despertado mejor que él un hondo sentido admirativo hacia las cosas y el ambiente de la meseta del Alto Duero».
Agradecido, el Ayuntamiento soriano lo nombró hijo adoptivo y le hizo regresar el 5 de octubre de 1932 para rendirle público homenaje. La ciudad y las tierras de Soria se habían consagrado como el ámbito machadiano trascendido por antonomasia.
Ése fue el milagro del poeta, cuyo efecto benéfico perdura hasta nuestros días. Una ciudad memorable: «Soria, ciudad castellana / ¡tan bella! bajo la luna». Y ésta, la razón por la que instituciones y pueblo soriano celebran el centenario de su llegada.
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El centenario nacional de Machado y Soria/Manuel Núñez Encabo, catedrático y presidente de la Fundación Antonio Machado
Publicado en EL PAÍS, 30/04/07;
La magna obra de Antonio Machado se fue elaborando en su itinerario por las siete ciudades españolas donde habitó el poeta a lo largo de una vida que comenzó en Sevilla en el entorno de una familia progresista que formaba parte de la mejor ilustración española enraizada en el krausismo y la Institución Libre de Enseñanza y que se truncó en el exilio y muerte en Collioure a causa de la barbarie franquista. En este itinerario vital machadiano, Soria ocupa el lugar central de su vida y de su obra, porque su influjo fue decisivo en el hombre, el pensador y el poeta universal. Su llegada a Soria en la primavera de 1907 para tomar posesión de su cátedra de francés en el Instituto de Enseñanza Media, fue un encuentro mágico de cinco años hasta 1912 entre una ciudad y un poeta que marcaron el resto de su obra. En Soria encontró Machado los elementos fundamentales que le convirtieron en un poeta universal. En primer lugar, el amor de Leonor del que surgieron versos del máximo esplendor vital que se transformaron en elegía profunda a causa de la temprana muerte de su joven esposa: “Mi corazón está donde ha nacido, no a la vida, al amor, cerca del Duero”.
En Soria encontró también otros componentes fundamentales. Por una parte un estilo esencial soriano hecho de la serenidad, profundidad, claridad y sencillez que van a caracterizar su poesía y su pensamiento. Otro componente fundamental en la obra machadiana que se encuentra en Soria es la visión y la mirada del otro, de los otros, de las personas, más allá del yo de Soledades. En Soria, el poeta dio el paso de la poesía intimista de Soledades a la poesía exteriorizada de Campos de Castilla. Es un cambio que comienza a través de la percepción del paisaje. Antonio Machado es el primer paisajista lírico de Castilla, donde la profundidad del páramo soriano, a la vez que la grandiosidad de su cielo claro y diáfano, prestan al poeta una singular precisión, dotándole de una increíble concisión dramatizadora de la realidad. En sus versos se plasma, según Oreste Macrí, “toda una ética humana que se refleja en el relato de La tierra de Alvargonzález”.
El reconocimiento unánime del valor poético de Campos de Castilla fue además decisivo para salvar su vida como él mismo reconoce: “Cuando perdí a mi mujer, el éxito del libro me salvó. Pensé pegarme un tiro y no por vanidad, bien lo sabe Dios, sino porque pensé que si hubiera en mí aún algo útil no tenía derecho a aniquilarlo”. En Soria encontró también al otro como persona desde la dignidad de la propia persona. Precisamente fue en Soria donde comprobó que esta “maestra de castellanía” nos invita a ser lo que somos, y nada más. ¿No es esto bastante?… Hay un breve aforismo castellano -yo lo oí en Soria por primera vez- que dice así: “Nadie es más que nadie”. En Soria formuló el poeta y el pensador una concepción humanista de la patria que será base posteriormente de la concepción de la dignidad humana del pueblo, que nadie en la literatura elevó a más alto nivel. La dignidad de la persona, la dignidad del pueblo es la base de su ideología progresista. Precisamente, y esto no se ha señalado en el estudio de su obra, es en Soria donde Machado se reconoce ya como poeta y pensador con esa ideología. Una ideología que más tarde iba a explicitar con el compromiso heroico de sus hechos: “Más de una vez he dicho, y nunca me cansaré de repetirlo, que mi ideario político se ha limitado siempre a aceptar como legítimo solamente el Gobierno que representa la voluntad del pueblo, libremente expresada. Por eso estuve siempre al lado de la República española”. El Machado camino del exilio hacia la muerte junto con su pueblo, miles de españoles expulsados y exterminados por defender la democracia, es el mejor ejemplo de que es posible la unión al mismo tiempo de la estética sublime de su poesía universal con la ética heroica de la dignidad humana.
Machado es ya un clásico con el reconocimiento de su poesía universal y de su pensamiento más allá de modas y modos literarios. Así lo ha testimoniado recientemente en Collioure ante su tumba la presencia de poetas y escritores actuales y tan importantes como Ángel González, Luis García Montero, Almudena Grandes y el cantante Joaquín Sabina, quienes nos emocionaron leyendo diversos poemas machadianos. Así lo ha declarado oficialmente la Unesco con motivo del 50º aniversario de la muerte del poeta en 1989, “recordando el valor universal de su obra, conscientes de que la obra literaria de Antonio Machado continúa siendo hoy una fuente de inspiración para las nuevas generaciones”.
Conocer y recordar la decisiva etapa soriana del poeta es imprescindible para comprender las señas de identidad de Antonio Machado como poeta universal, la filosofía de su pensamiento y su propia ideología. El Gobierno ha acertado constituyendo recientemente una Comisión Nacional del Centenario soriano presidida por la vicepresidenta primera del Gobierno para conmemorar un aniversario de dimensión nacional e internacional que Machado y Soria merecen.
Como escribió en Soria el propio poeta: “No tiene una sociedad valores más altos que sus hombres preclaros”. Machado es el hombre y el poeta preclaro que cualquier país de nuestro entorno europeo convertiría en el símbolo de su mejor historia.
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