Columna Día con Día/Héctor Aguilar Camín
A veces las historias viejas rechinan de nuevas. Es el caso del recuento de la guerra de Colombia contra el narco que hizo el lunes en MILENIO José Antonio Álvarez Lima, ex embajador mexicano en ese país precisamente a partir del día fatal que refiere en su artículo, el día 6 de noviembre de 1985 en que el M-19 tomó el Palacio de Justicia de Bogotá, a resultas de lo cual fue volado el edificio, con jueces y ministros adentro.
Doloroso pero elocuente el camino de tantos años y tantos muertos para que los colombianos llegaran a entender que debían cerrar filas en su guerra contra el narco.
Los cárteles de la droga colombianos le declararon la guerra al gobierno cuando este aprobó la extradición de narcotraficantes a Estados Unidos. Mataron al procurador de justicia del país, asesinaron periodistas y políticos –nada menos que al dueño de El Espectador y a tres candidatos presidenciales–, pusieron bombas en aviones, calles y centros comerciales.
“Tres diferentes gobiernos colombianos”, recuerda Álvarez Lima, “lo intentaron todo durante 12 años: combatir, amnistiar, negociar, asociarse. Pero nada funcionó. Al contrario, los enemigos se multiplicaron: las guerrillas izquierdistas se corrompieron y se asociaron con el narco. La oligarquía formó su propio ejército paramilitar, también contaminado, y asesinó a guerrilleros, simpatizantes de la izquierda, periodistas, sindicalistas y universitarios críticos. El país, al fin del siglo, parecía destinado a sumergirse sin remedio en la venganza, el odio y la ingobernabilidad”. (MILENIO, 6/9/08)
Las cosas no han llegado tan lejos en México como llegaron en Colombia antes de que aquel país cerrara filas en torno a sí mismo. Quizá por eso muchos sectores de la sociedad y del Estado mexicanos no asumen aún la realidad de esa guerra, ni sus obligaciones en ella.
Acaso nos falta llegar al punto de saturación en que no hay clase social ni profesión que no sepa lo que es la violencia del narco. El espejo colombiano nos dijo hace unos años a dónde íbamos con el auge de la droga en México. Nos dice ahora hacia donde debemos ir para contenerlo, como sucede en Colombia desde que el Estado y la sociedad decidieron “ponerse de pie, enfrentar y combatir a los violentos”.
Concluye pedagógicamente Álvarez Lima: “La negociación, el acercamiento o la amnistía con los delincuentes no funcionan. Sólo la determinación para luchar unidos y la férrea voluntad de victoria de la mayoría sobre los violentos lograrán la paz”.
Doloroso pero elocuente el camino de tantos años y tantos muertos para que los colombianos llegaran a entender que debían cerrar filas en su guerra contra el narco.
Los cárteles de la droga colombianos le declararon la guerra al gobierno cuando este aprobó la extradición de narcotraficantes a Estados Unidos. Mataron al procurador de justicia del país, asesinaron periodistas y políticos –nada menos que al dueño de El Espectador y a tres candidatos presidenciales–, pusieron bombas en aviones, calles y centros comerciales.
“Tres diferentes gobiernos colombianos”, recuerda Álvarez Lima, “lo intentaron todo durante 12 años: combatir, amnistiar, negociar, asociarse. Pero nada funcionó. Al contrario, los enemigos se multiplicaron: las guerrillas izquierdistas se corrompieron y se asociaron con el narco. La oligarquía formó su propio ejército paramilitar, también contaminado, y asesinó a guerrilleros, simpatizantes de la izquierda, periodistas, sindicalistas y universitarios críticos. El país, al fin del siglo, parecía destinado a sumergirse sin remedio en la venganza, el odio y la ingobernabilidad”. (MILENIO, 6/9/08)
Las cosas no han llegado tan lejos en México como llegaron en Colombia antes de que aquel país cerrara filas en torno a sí mismo. Quizá por eso muchos sectores de la sociedad y del Estado mexicanos no asumen aún la realidad de esa guerra, ni sus obligaciones en ella.
Acaso nos falta llegar al punto de saturación en que no hay clase social ni profesión que no sepa lo que es la violencia del narco. El espejo colombiano nos dijo hace unos años a dónde íbamos con el auge de la droga en México. Nos dice ahora hacia donde debemos ir para contenerlo, como sucede en Colombia desde que el Estado y la sociedad decidieron “ponerse de pie, enfrentar y combatir a los violentos”.
Concluye pedagógicamente Álvarez Lima: “La negociación, el acercamiento o la amnistía con los delincuentes no funcionan. Sólo la determinación para luchar unidos y la férrea voluntad de victoria de la mayoría sobre los violentos lograrán la paz”.
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Columna Heterodoxia/José Antonio Alvarez Lima
Drama…
Milenio, lunes, 6 Octubre, 2008;
Milenio, lunes, 6 Octubre, 2008;
A propósito del atentado en Morelia, sólo un breve recuento del drama narcoterrorista colombiano: a finales de 1984, el gobierno de ese país, harto de la cínica y cruel violencia que los narcotraficantes ejercían sobre la sociedad (asesinatos, secuestros, chantajes) y de su creciente infiltración en la política (Pablo Escobar llegó al Congreso) anunció, a través del ministro de Justicia Lara Bonilla, que iniciaría procesos de extradición de narcotraficantes presos. Días después, Lara fue ametrallado y muerto dentro de su vehículo cuando se dirigía al trabajo. Poco después, un grupo de guerrilleros descontrolados del M-19 tomó a sangre y fuego el Palacio de Justicia de la Nación, sede de la Suprema Corte y de muchos otros juzgados, y quemó todos los expedientes criminales. Resultaron más de 300 muertos, incluidos todos los miembros de la Suprema Corte, jueces, abogados, empleados y cuantos ahí se encontraban.
Los cárteles de la droga declararon la guerra al gobierno, hasta que suspendiera las extradiciones. Asesinaron periodistas, hicieron estallar bombas en aviones comerciales, volaron el edificio del Ministerio de Seguridad. Asesinaron a tres candidatos a la Presidencia, dos postulados por la izquierda, y al que parecía seguro ganador: Luis Carlos Galán. Mataron al procurador general de la República y a miles de policías, militares y civiles inocentes. Ante ese panorama desolador, tres diferentes gobiernos colombianos lo intentaron todo durante 12 años: combatir, amnistiar, negociar, asociarse. Pero nada funcionó. Al contrario, los enemigos se multiplicaron: las guerrillas izquierdistas se corrompieron y se asociaron con el narco. La oligarquía formó su propio ejército paramilitar, también contaminado, y asesinó a guerrilleros, simpatizantes de la izquierda, periodistas, sindicalistas y universitarios críticos. El país, al fin del siglo, parecía destinado a sumergirse sin remedio en la venganza, el odio y la ingobernabilidad.
Parece un milagro, pero hoy casi todo aquello ha cambiado. En una década, cuando todo parecía perdido, la sociedad colombiana decidió ponerse de pie, enfrentarse y combatir a los violentos con las armas de la determinación y la inteligencia. El apoyo económico, tecnológico y militar de los estadunidenses y la dirección de un Presidente controvertido pero de singular valor y tenacidad: Álvaro Uribe. Hoy, Colombia empieza a disfrutar de una creciente reconciliación. El gobierno, el Ejército, la policía nacional y la sociedad organizada han ido arrinconando, de manera lenta pero firme y constante, la violencia social y delictiva que durante 60 años devastó al país.
El temor hace una década era que México se colombianizara. Ahora, sin embargo, los papeles han cambiado: mientras Colombia sale del hoyo de la ingobernabilidad y la violencia, México parece que apenas entra, sin remedio, en ese negro túnel. Más nos vale aprender pronto la lección y aplicar los remedios. La negociación, el acercamiento o la amnistía con los delincuentes no funcionan. Sólo la determinación para luchar unidos y la férrea voluntad de victoria de la mayoría sobre los violentos lograran la paz. Lo veremos…
Los cárteles de la droga declararon la guerra al gobierno, hasta que suspendiera las extradiciones. Asesinaron periodistas, hicieron estallar bombas en aviones comerciales, volaron el edificio del Ministerio de Seguridad. Asesinaron a tres candidatos a la Presidencia, dos postulados por la izquierda, y al que parecía seguro ganador: Luis Carlos Galán. Mataron al procurador general de la República y a miles de policías, militares y civiles inocentes. Ante ese panorama desolador, tres diferentes gobiernos colombianos lo intentaron todo durante 12 años: combatir, amnistiar, negociar, asociarse. Pero nada funcionó. Al contrario, los enemigos se multiplicaron: las guerrillas izquierdistas se corrompieron y se asociaron con el narco. La oligarquía formó su propio ejército paramilitar, también contaminado, y asesinó a guerrilleros, simpatizantes de la izquierda, periodistas, sindicalistas y universitarios críticos. El país, al fin del siglo, parecía destinado a sumergirse sin remedio en la venganza, el odio y la ingobernabilidad.
Parece un milagro, pero hoy casi todo aquello ha cambiado. En una década, cuando todo parecía perdido, la sociedad colombiana decidió ponerse de pie, enfrentarse y combatir a los violentos con las armas de la determinación y la inteligencia. El apoyo económico, tecnológico y militar de los estadunidenses y la dirección de un Presidente controvertido pero de singular valor y tenacidad: Álvaro Uribe. Hoy, Colombia empieza a disfrutar de una creciente reconciliación. El gobierno, el Ejército, la policía nacional y la sociedad organizada han ido arrinconando, de manera lenta pero firme y constante, la violencia social y delictiva que durante 60 años devastó al país.
El temor hace una década era que México se colombianizara. Ahora, sin embargo, los papeles han cambiado: mientras Colombia sale del hoyo de la ingobernabilidad y la violencia, México parece que apenas entra, sin remedio, en ese negro túnel. Más nos vale aprender pronto la lección y aplicar los remedios. La negociación, el acercamiento o la amnistía con los delincuentes no funcionan. Sólo la determinación para luchar unidos y la férrea voluntad de victoria de la mayoría sobre los violentos lograran la paz. Lo veremos…
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