La maternidad llega al poder/Judith Astelarra, profesora de Sociología de la Universidad Autónoma de Barcelona
Publicado en EL PAÍS (www.elpais.com) , 08/10/0;
La foto de Carme Chacón embarazada y pasando revista a las fuerzas militares dio la vuelta al mundo. La elección de Sarah Palin incorporó al ticket electoral republicano a una soccer mom (según Wikipedia, un término del discurso político de Estados Unidos que se refiere a una mujer de clase media suburbana, ama de casa, que utiliza la mayor parte de su tiempo transportando sus hijos al colegio, a las actividades deportivas y a las clases de música, y que se hizo popular durante la campaña presidencial de 1996). Su incorporación le dio a McCain, según las encuestas, un gran incremento en la cantidad de mujeres blancas de más de cuarenta años que dicen que le votarían.
Estos dos ejemplos son novedosos porque hasta hace poco se solía decir que las mujeres políticas, a diferencia de los hombres, tenían que sacrificar su vida familiar para poder hacer carrera. En realidad, esto no ha cambiado tanto si se miran los datos; las mujeres con cargos políticos siguen teniendo menos hijos o cónyuges que los hombres. Pero como estos nuevos modelos ya comienzan a aparecer, parece oportuno plantearse dos preguntas. ¿Es una muestra de la normalización de la participación política de las mujeres? ¿Se ha convertido la maternidad en un factor que contribuye a que las mujeres tengan un plus en la competencia política? Para responderlas, quizá convenga comenzar por mirar el fondo de la cuestión: la organización social que ha sustentado la participación política de las mujeres y los cambios que se han producido en los últimos años.
Las únicas diferencias insalvables entre los hombres y mujeres residen en la biología de la reproducción humana: sólo las mujeres pueden parir. Pero más importante que el embarazo es el cuidado de los pequeños, que ha sido y sigue siendo realizado casi en exclusiva por las mujeres. En la sociedad moderna esta actividad se hizo a través de un modelo familiar en que el hombre es el proveedor y la mujer la cuidadora. Las mujeres, a través del movimiento feminista, lo cuestionaron porque las excluía del acceso a los recursos económicos, sociales y de prestigio. Demandaron igualdad y ello comportó su acceso al mercado de trabajo y a la política. Al comienzo, la corrección de la ausencia de las mujeres en estos ámbitos se abordó como si las mujeres no hicieran nada más, es decir, con criterio masculino. Pero, en la medida en que esta incorporación se hizo mayoritaria apareció en el escenario social la presencia femenina, el trabajo doméstico y de cuidado, al que no se le reconocía valor económico y que tenía poco prestigio social. Sin embargo, sin el cuidado de las personas, en especial de las nuevas generaciones, no existe la vida social ni la sociedad tiene cohesión. Por ello fue necesario plantearse la necesidad de la conciliación entre la vida familiar y la laboral, un tema central en la vida de la mayor parte de las familias.
No hay actividad laboral más demandante que la política. En tiempo, pero también en dedicación y esfuerzos. La expresión “Detrás de todo gran hombre hay una gran mujer” muestra, en realidad, que quienes más apoyo doméstico requieren son quienes se dedican a la política. Por eso la política se hacía especialmente difícil para las mujeres si querían conciliarla con la vida familiar. Muchas veces se ha dicho que las mujeres políticas se masculinizaban y se convertían en “hombres”, y Margaret Thatcher se utilizó como un buen ejemplo de ello. Pero ni siquiera la señora Thatcher contaba con un “amo de casa” que la apoyara como, en cambio, tiene cualquier político en ejercicio. No es extraño por ello que las pocas mujeres que sobrevivían en la política fuera a costa de sacrificar cualquier forma de vida familiar. A pesar de ello, la familia también ha sido una fuente de reclutamiento de mujeres que provenían de familias con una fuerte inserción política. Muchas viudas accedieron al poder cuando morían sus maridos, que eran líderes políticos, y aún hoy, aunque tengan una carrera propia, el matrimonio con uno de ellos es una buena carta de presentación. Estas mujeres, por supuesto, no responden al perfil de mujer sin hijos y sin familia, sino todo lo contrario. De modo que la combinación de maternidad y política no es nueva: siempre ha habido mujeres con liderazgo político que realizaban ambas actividades. ¿Por qué de pronto el tema adquiere relevancia?
Una primera respuesta es que las mujeres han logrado poner su “presencia” en un lugar destacado de la vida social. Al comienzo, desde la perspectiva de la igualdad de las mujeres en el mercado laboral, el trabajo doméstico y el cuidado fueron vistos como un problema. La “doble jornada” impedía que las mujeres tuvieran éxito en su vida profesional. Para abordar estas dificultades, muchas mujeres resolvieron no tener hijos, aun cuando los quisieran. Al igual que pasaba con las mujeres políticas, su carrera laboral les hacía sacrificar, si no toda la vida familiar, por lo menos la maternidad. Ello condujo al grave problema de la reducción de las tasas de natalidad, que llevó a los poderes públicos a considerar que se trataba de un asunto que no sólo concernía a las mujeres sino a toda la sociedad. Aunque, en teoría, esto llevó a plantear que los hombres también deberían ser responsables de la conciliación, en la práctica lo que se ha hecho es buscar formas de que las mujeres puedan combinar maternidad y vida política, social y económica. (Nada más ilustrativo que el reportaje de EL PAÍS, del 1 de octubre de 2008: ¿Queremos niños? Protejamos a sus madres).
La política no se podía quedar fuera de este proceso y esta normalidad también ha llegado a ella. Ahora se reivindica una mujer que destine a la política el tiempo y el esfuerzo que ello requiere, sin que esto sea incompatible con la maternidad y la vida familiar. ¿Da esta perspectiva un plus político? Aquí habría que distinguir entre la oferta y la demanda política. El centro de la democracia son las elecciones y éstas son competitivas. Vivimos momentos de crisis de la legitimidad de la política y de los políticos. Esto ha abierto puertas a colectivos antes desplazados de los altos niveles y las mujeres han sido uno de ellos. Pero, además, si la presencia femenina en la actividad social es bien valorada, entonces se produce un plus en esta oferta política. Ello tiene consecuencias tanto en la selección de mujeres políticas como en la comunicación. Algo de esto es lo que está sucediendo en los tiempos que corren.
Examinado desde la demanda, la pregunta es: ¿cómo ven este plus los electores? La respuesta la suelen buscar los analistas en lo que se ha denominado “el gap de género”, esto es, las diferencias entre el voto masculino y el femenino. ¿Las mujeres valoran este plus? El ejemplo de Sarah Palin es interesante. En las elecciones americanas, el gap de género lo producían las mujeres profesionales que reivindicaban las políticas de igualdad, y esto había favorecido a los demócratas. Las soccer moms solían preferir para los cargos políticos a un hombre, porque consideraban que eran los más adecuados. Es lo que se llama el “conservadurismo” de las amas de casa, no frente a las opciones políticas, sino a la reivindicación del modelo familiar tradicional. Pero, al parecer, según las encuestas recientes, las soccer moms han decidido que les parece muy bien que una de ellas llegue a uno de los dos más altos cargos políticos de su país.
Mirar las tendencias de participación política de las mujeres en Estados Unidos suele ser interesante porque lo que sucede allí, en muchas ocasiones, ha sido una avanzadilla de lo que pasará en otros países occidentales. Ello se debe a la enorme fuerza que tiene en Estados Unidos el feminismo y a las redes internacionales que ha creado. Por eso, será importante ver cómo, en el futuro, se desarrolla en otros países este fenómeno que vincula la maternidad con la política. De momento, la foto de nuestra ministra de Defensa podría indicar que algo similar comienza a pasar en España.
Estos dos ejemplos son novedosos porque hasta hace poco se solía decir que las mujeres políticas, a diferencia de los hombres, tenían que sacrificar su vida familiar para poder hacer carrera. En realidad, esto no ha cambiado tanto si se miran los datos; las mujeres con cargos políticos siguen teniendo menos hijos o cónyuges que los hombres. Pero como estos nuevos modelos ya comienzan a aparecer, parece oportuno plantearse dos preguntas. ¿Es una muestra de la normalización de la participación política de las mujeres? ¿Se ha convertido la maternidad en un factor que contribuye a que las mujeres tengan un plus en la competencia política? Para responderlas, quizá convenga comenzar por mirar el fondo de la cuestión: la organización social que ha sustentado la participación política de las mujeres y los cambios que se han producido en los últimos años.
Las únicas diferencias insalvables entre los hombres y mujeres residen en la biología de la reproducción humana: sólo las mujeres pueden parir. Pero más importante que el embarazo es el cuidado de los pequeños, que ha sido y sigue siendo realizado casi en exclusiva por las mujeres. En la sociedad moderna esta actividad se hizo a través de un modelo familiar en que el hombre es el proveedor y la mujer la cuidadora. Las mujeres, a través del movimiento feminista, lo cuestionaron porque las excluía del acceso a los recursos económicos, sociales y de prestigio. Demandaron igualdad y ello comportó su acceso al mercado de trabajo y a la política. Al comienzo, la corrección de la ausencia de las mujeres en estos ámbitos se abordó como si las mujeres no hicieran nada más, es decir, con criterio masculino. Pero, en la medida en que esta incorporación se hizo mayoritaria apareció en el escenario social la presencia femenina, el trabajo doméstico y de cuidado, al que no se le reconocía valor económico y que tenía poco prestigio social. Sin embargo, sin el cuidado de las personas, en especial de las nuevas generaciones, no existe la vida social ni la sociedad tiene cohesión. Por ello fue necesario plantearse la necesidad de la conciliación entre la vida familiar y la laboral, un tema central en la vida de la mayor parte de las familias.
No hay actividad laboral más demandante que la política. En tiempo, pero también en dedicación y esfuerzos. La expresión “Detrás de todo gran hombre hay una gran mujer” muestra, en realidad, que quienes más apoyo doméstico requieren son quienes se dedican a la política. Por eso la política se hacía especialmente difícil para las mujeres si querían conciliarla con la vida familiar. Muchas veces se ha dicho que las mujeres políticas se masculinizaban y se convertían en “hombres”, y Margaret Thatcher se utilizó como un buen ejemplo de ello. Pero ni siquiera la señora Thatcher contaba con un “amo de casa” que la apoyara como, en cambio, tiene cualquier político en ejercicio. No es extraño por ello que las pocas mujeres que sobrevivían en la política fuera a costa de sacrificar cualquier forma de vida familiar. A pesar de ello, la familia también ha sido una fuente de reclutamiento de mujeres que provenían de familias con una fuerte inserción política. Muchas viudas accedieron al poder cuando morían sus maridos, que eran líderes políticos, y aún hoy, aunque tengan una carrera propia, el matrimonio con uno de ellos es una buena carta de presentación. Estas mujeres, por supuesto, no responden al perfil de mujer sin hijos y sin familia, sino todo lo contrario. De modo que la combinación de maternidad y política no es nueva: siempre ha habido mujeres con liderazgo político que realizaban ambas actividades. ¿Por qué de pronto el tema adquiere relevancia?
Una primera respuesta es que las mujeres han logrado poner su “presencia” en un lugar destacado de la vida social. Al comienzo, desde la perspectiva de la igualdad de las mujeres en el mercado laboral, el trabajo doméstico y el cuidado fueron vistos como un problema. La “doble jornada” impedía que las mujeres tuvieran éxito en su vida profesional. Para abordar estas dificultades, muchas mujeres resolvieron no tener hijos, aun cuando los quisieran. Al igual que pasaba con las mujeres políticas, su carrera laboral les hacía sacrificar, si no toda la vida familiar, por lo menos la maternidad. Ello condujo al grave problema de la reducción de las tasas de natalidad, que llevó a los poderes públicos a considerar que se trataba de un asunto que no sólo concernía a las mujeres sino a toda la sociedad. Aunque, en teoría, esto llevó a plantear que los hombres también deberían ser responsables de la conciliación, en la práctica lo que se ha hecho es buscar formas de que las mujeres puedan combinar maternidad y vida política, social y económica. (Nada más ilustrativo que el reportaje de EL PAÍS, del 1 de octubre de 2008: ¿Queremos niños? Protejamos a sus madres).
La política no se podía quedar fuera de este proceso y esta normalidad también ha llegado a ella. Ahora se reivindica una mujer que destine a la política el tiempo y el esfuerzo que ello requiere, sin que esto sea incompatible con la maternidad y la vida familiar. ¿Da esta perspectiva un plus político? Aquí habría que distinguir entre la oferta y la demanda política. El centro de la democracia son las elecciones y éstas son competitivas. Vivimos momentos de crisis de la legitimidad de la política y de los políticos. Esto ha abierto puertas a colectivos antes desplazados de los altos niveles y las mujeres han sido uno de ellos. Pero, además, si la presencia femenina en la actividad social es bien valorada, entonces se produce un plus en esta oferta política. Ello tiene consecuencias tanto en la selección de mujeres políticas como en la comunicación. Algo de esto es lo que está sucediendo en los tiempos que corren.
Examinado desde la demanda, la pregunta es: ¿cómo ven este plus los electores? La respuesta la suelen buscar los analistas en lo que se ha denominado “el gap de género”, esto es, las diferencias entre el voto masculino y el femenino. ¿Las mujeres valoran este plus? El ejemplo de Sarah Palin es interesante. En las elecciones americanas, el gap de género lo producían las mujeres profesionales que reivindicaban las políticas de igualdad, y esto había favorecido a los demócratas. Las soccer moms solían preferir para los cargos políticos a un hombre, porque consideraban que eran los más adecuados. Es lo que se llama el “conservadurismo” de las amas de casa, no frente a las opciones políticas, sino a la reivindicación del modelo familiar tradicional. Pero, al parecer, según las encuestas recientes, las soccer moms han decidido que les parece muy bien que una de ellas llegue a uno de los dos más altos cargos políticos de su país.
Mirar las tendencias de participación política de las mujeres en Estados Unidos suele ser interesante porque lo que sucede allí, en muchas ocasiones, ha sido una avanzadilla de lo que pasará en otros países occidentales. Ello se debe a la enorme fuerza que tiene en Estados Unidos el feminismo y a las redes internacionales que ha creado. Por eso, será importante ver cómo, en el futuro, se desarrolla en otros países este fenómeno que vincula la maternidad con la política. De momento, la foto de nuestra ministra de Defensa podría indicar que algo similar comienza a pasar en España.
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