Marcelino Perelló: “Nos importaba poco el poder o la democracia”
Andrés Becerril, reportero
Andrés Becerril, reportero
Durante meses, los compas de Marcelino Perelló lo chotearon refiriéndose a él como Marcelino Peregón, igual que lo llamó un policía la madrugada del 28 de julio de 1968, cuando lo dejaron en libertad frente a una enorme y chirriona puerta de acero gris, que él pensó era la entrada a la cámara de torturas, aunque en realidad era la salida de las mazmorras de la policía en Tlaxcoaque.
Seis meses después de ese episodio preludió de la matanza del 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas, y ante el aviso-amenaza de Miguel Nazar Haro, de que la policía secreta no lo andaba buscando para encarcelarlo, sino para matarlo, Perelló cruzó otra puerta, la del exilio, que desde enero de 1969 se prolongó 16 años.
A diferencia de muchos líderes de ese movimiento estudiantil, Perelló tuvo una fugaz estancia en prisión. Apenas fueron 16 horas. Tiempo en el que su mamá, la profesora Edelmira Valls, pudo hablar con la esposa del general Alfonso Corona del Rosal, y zafar a su hijo, quien estaba metido en el tuétano del Consejo Nacional de Huelga (CNH), pues era uno de sus 210 líderes.
Perelló quien a 40 años del 68 se niega a que el recuerdo de la matanza de Tlatelolco oscurezca la memoria y los alcances del movimiento estudiantil señala que “los enterradores, como los llamo, son aquellos que confunden el movimiento del 68 con el 2 de octubre, y son los que le han sacado provecho durante todo este tiempo”.
Explica que el del 68 “fue un movimiento social de gran importancia y una agresividad terrible. ¡Éramos unos hijos de la chingada! Éramos unos escuincles de 20 años, intransigentes, incorruptibles, con los que el puto gobierno no sabía qué hacer; con nosotros todas sus tácticas no le funcionaron”.
En entrevista, el ex líder estudiantil, entonces alumno de la Facultad de Ciencias de la UNAM, recuerda que para el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz la situación era “muy preocupante”.
Después del 2 de octubre y con toda la carga de lo que implicaba la represión desatada en contra de quien fuera joven, Perelló aceptó reunirse en Cuernavaca con Norberto Aguirre Palancares, un funcionario muy cercano a Díaz Ordaz.
“En medio de la comida de chiles en nogada le pregunté ‘¿ingeniero por qué Tlateloco, qué onda?’ ‘Marcelino, ningún gobierno en el mundo soporta una manifestación más como las que ustedes hacen’. Había ahí un estado de emergencia dentro del gobierno. Por eso es criminal que haya sido olvidada la memoria del movimiento y convertida en nota roja por los concretitos, los que sólo piensan en el 2 de octubre de forma mezquina: primero fuimos mártires y luego de héroes pasamos a delegados, asambleístas, diputados.”
Después del 4 de diciembre del 68, cuando se levantó la huelga y Perelló y otros líderes disolvieron el CNH para que no se convirtiera en un botín político, la dirigencia estudiantil tuvo los arrestos para organizar una marcha con la que pretendía retomar la calle y continuar el movimiento ya sin huelga.
Fue el 14 de diciembre del 68. Unos cuatro mil estudiantes se reunieron en Ciudad Universitaria para salir rumbo a Zacatenco, por toda avenida Insurgentes, pero el Ejército les ganó la mano y antes de la salida cercaron el campus, impidiendo el acto.
“Entonces unas muchachas de la Prepa 6 y 7 llevaban confeti y serpentinas y empezaron a aventárselas a los soldados en sus tanques y les gritaban: ‘¡Bravo, soldados de México, defensores de la patria, héroes!, son ustedes unos valientes’. Y los soldados serios, con sus caras de mármol, llenos de confeti y serpentinas, ni se movían. Ese es el último momento del 68”, cuenta Perelló quien, tras eso, empezó a hacer maletas hacia el exilio en Francia, Rumania y Cataluña.
A 40 años, este ex líder, metido en la vida académica, cuenta algunos detalles de aquellos momentos que le cambiaron la vida para siempre.
“Estuve 16 horas en la cárcel, porque mi mamá vivía, y cuando vive la mamá, uno puede estar tranquilo. La soledad aparece cuando se queda uno huérfano”, dice Perelló que sigue siendo un apasionado del futbol y sobre todo del Barcelona, donde nació su padre, Marcelino Perelló Domingo, jefe guerrillero del Partido Estado Catalán.
Recuerda que fue Renán Cárdenas, avisado por Rosa Luz Alegría, quien informó a la profesora Valls que Marcelino había sido arrestado cuando entró a la sede del Partido Comunista Mexicano (PCM), la tarde del 27 de julio, un día después del primer acto de represión del gobierno contra estudiantes, en la Ciudadela, que pretendía ser un mitin de apoyo a Cuba.
“Con toda precaución fui al partido, que estaba en la calle de Mérida, casi esquina con Álvaro Obregón. Iba con la que entonces era mi novia, Rosa Luz Alegría, y Emilio, otro compañero. Todo se veía tranquilo. Vi que no había patrullas, que el vidrio de la puerta estaba roto y pensé, ya se fueron, sabía que la policía se había llevado a unos camaradas la noche del 26.
“Le dije a Rosa Luz y a Emilio: ‘Espérense aquí’. Entonces toco el timbre, y en lugar de salir Panchito, el eterno portero del partido, sale un güey joven, muy bien vestido, de chaleco, encorbatado y me dije ‘ingue a su… están aquí todavía estos cabrones’. Le dije: ‘¿Es la casa de la señora Consuelo Quiñones?’ Y me dice ‘Sí, pásele’. Di un paso atrás y le digo: ‘¿Es el número 215?’, que no era. Y saca la pistola, y me dice ‘¡Pásele!’. Y pasé. Ahí me detuvieron.”
El local del PCM estaba destruido, habían sacado los cables de las paredes, había una alfombra de un palmo de espesor de libros, incluso a Perelló le tocó recibir un libro de Karl Marx, su máximo icono ideológico.
“Me llevaron a los separos de la siniestra policía secreta en Tlaxcoaque. Ahí me encontré con todos los compas que habían sido detenidos el día anterior, las crujías estaban hasta la madre de gente. En ese momento ninguno de nosotros suponía que aquello iba a durar, para la mayoría de ellos casi tres años”.
Cuando la profesora Valls se enteró que Marcelino había sido arrestado, siendo directora de la Nueva Escuela Primaria de México, con sede en Polanco, “ella se movió enseguida. Ella no sabía que tenía influencias, pero las tenía. Entre sus alumnos estaban hijos de políticos importantes y entonces empezó a hablarle a los papás abogados si le podían ayudar, y uno de ellos le dijo ‘pero entre sus alumnos, ¿no está el hijo del general Corona del Rosal?’ ‘Sí’. ‘Pues entonces no busqué abogados, háblele al general’. Mi mamá era de armas tomar y habló con la señora de Corona del Rosal y como el retoño era un poco tonto y necesitaban estar bien con la directora de la escuela, le dijo: ‘No se apure, maestra, yo arreglo esto’.
“Dicho y hecho. A las cuatro de la madrugada sacaron a muchos de los detenidos el día 26 y a mí, ‘¡Marcelino Peregón, a la reja!’. Los compañeros y hasta desconocidos me dieron papelitos para avisarle a su respectiva familia.
“Nos llevaron, y a mí me separan y me llevan frente a una gran puerta gris de acero. Pensé ‘Aquí empezó lo bueno, es la cámara de torturas, aquí viene el interrogatorio en serio’, porque en la tarde me habían interrogado con mucha fineza. Lo único atemorizante fue que el despacho estaba lleno de armas colgadas en la pared, y el tipo que me interrogó, estaba muy pulcro.
“Abren la pinche puerta esa y detrás estaba la calle, la plaza, y me dicen: ‘¡Pélate!’. Y pienso ‘!Ah, no, esto es la ley fuga, cabrón!’, y me echo pa’trás. Me agarraron entre dos y me aventaron, caí a horcajadas y no me quise mover hasta que oí el golpe de la puerta que se cerraba.”
Aunque fueron sólo unas horas, Perelló dice que estar en la cárcel “se siente muy gacho”, incluso sin conocer lo que iba a pasar.
“Me fui como pude a mi casa. No tenía agujetas en los zapatos, se me caían los pantalones, porque tampoco traía cinturón. Caminé un rato hasta que pasó un taxi y llegué a la casa, en la colonia Anáhuac. Y ahí me contaron la aventura.”
Recuerda el ex líder estudiantil que el lunes siguiente a su liberación, la esposa de Corona del Rosal habló con su mamá y le dijo: “Oiga, maestra, usted me dijo que su hijo no tenía nada que ver… y tengo aquí su expediente: es un bicho de cuidado, dígale que se calme por favor, porque me está metiendo en un compromiso”.
Dos semanas después del suceso, a la primaría que dirigía su mamá llegaron unos policías a amenazarla: “Su hijo está en un complot para tomar Palacio Nacional y le va ir muy mal a él y a usted. Lo pone en cintura o no nos hacemos responsables”, le dijeron.
“Ahí sí mi mamá se asustó y mando a mi cuñada a decirme que me calmara”, recuerda. Asume que el mensaje a su mamá fue porque él nunca tuvo ninguna deferencia con Corona del Rosal, entonces regente de la Ciudad de México.
“En aquel tiempo salió una cerveza, Corona de Barril embotellada, y la publicidad en televisión, con una chica en bikini, decía ‘¿Qué es lo que todos queremos?’ Y un corito respondía ‘¡Corona de Barril em-bo-te-lla-da!’. Me acuerdo de la tonada 40 años después. Y en las manifestaciones no faltaba el cábula que gritaba, ‘¿Qué es lo que todos queremos?’ Y la raza contestaba ‘¡A Corona del Rosal em-bo-te-lla-do!’. Corona del Rosal fue el primer funcionario público que nos propuso negociar, insistió mucho, incluso los dirigentes del partido (comunista) decían: ‘Hay que ir hablar con el general’. ‘No, ni madres’. decíamos. Nos negamos terminantemente. O sea como no lo traté bien, se emputó y mandó aquel mensaje.”
Perelló asegura que el 68 fue un movimiento libertario, donde los estudiantes se enfrentaron al poder. “No fue un movimiento democrático ni prodemocrático. Nos valía absolutamente madre la democracia y si había fraude en las elecciones. Para nosotros la democracia no era más que un código, las reglas del juego entre quienes detentan el gobierno, no era nuestro interés.”
Insiste en que los miles y miles que estuvieron en todo el movimiento del 68, “no perseguíamos el poder, como sí lo hicieron después gente de movimientos como el CEU y el CGH. De los miles y miles que fuimos protagonistas, muy pocos siguieron la carrera política y quienes la siguieron lo hicieron con bajo perfil. Nosotros no nos convertimos nunca en un movimiento político”.
Seis meses después de ese episodio preludió de la matanza del 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas, y ante el aviso-amenaza de Miguel Nazar Haro, de que la policía secreta no lo andaba buscando para encarcelarlo, sino para matarlo, Perelló cruzó otra puerta, la del exilio, que desde enero de 1969 se prolongó 16 años.
A diferencia de muchos líderes de ese movimiento estudiantil, Perelló tuvo una fugaz estancia en prisión. Apenas fueron 16 horas. Tiempo en el que su mamá, la profesora Edelmira Valls, pudo hablar con la esposa del general Alfonso Corona del Rosal, y zafar a su hijo, quien estaba metido en el tuétano del Consejo Nacional de Huelga (CNH), pues era uno de sus 210 líderes.
Perelló quien a 40 años del 68 se niega a que el recuerdo de la matanza de Tlatelolco oscurezca la memoria y los alcances del movimiento estudiantil señala que “los enterradores, como los llamo, son aquellos que confunden el movimiento del 68 con el 2 de octubre, y son los que le han sacado provecho durante todo este tiempo”.
Explica que el del 68 “fue un movimiento social de gran importancia y una agresividad terrible. ¡Éramos unos hijos de la chingada! Éramos unos escuincles de 20 años, intransigentes, incorruptibles, con los que el puto gobierno no sabía qué hacer; con nosotros todas sus tácticas no le funcionaron”.
En entrevista, el ex líder estudiantil, entonces alumno de la Facultad de Ciencias de la UNAM, recuerda que para el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz la situación era “muy preocupante”.
Después del 2 de octubre y con toda la carga de lo que implicaba la represión desatada en contra de quien fuera joven, Perelló aceptó reunirse en Cuernavaca con Norberto Aguirre Palancares, un funcionario muy cercano a Díaz Ordaz.
“En medio de la comida de chiles en nogada le pregunté ‘¿ingeniero por qué Tlateloco, qué onda?’ ‘Marcelino, ningún gobierno en el mundo soporta una manifestación más como las que ustedes hacen’. Había ahí un estado de emergencia dentro del gobierno. Por eso es criminal que haya sido olvidada la memoria del movimiento y convertida en nota roja por los concretitos, los que sólo piensan en el 2 de octubre de forma mezquina: primero fuimos mártires y luego de héroes pasamos a delegados, asambleístas, diputados.”
Después del 4 de diciembre del 68, cuando se levantó la huelga y Perelló y otros líderes disolvieron el CNH para que no se convirtiera en un botín político, la dirigencia estudiantil tuvo los arrestos para organizar una marcha con la que pretendía retomar la calle y continuar el movimiento ya sin huelga.
Fue el 14 de diciembre del 68. Unos cuatro mil estudiantes se reunieron en Ciudad Universitaria para salir rumbo a Zacatenco, por toda avenida Insurgentes, pero el Ejército les ganó la mano y antes de la salida cercaron el campus, impidiendo el acto.
“Entonces unas muchachas de la Prepa 6 y 7 llevaban confeti y serpentinas y empezaron a aventárselas a los soldados en sus tanques y les gritaban: ‘¡Bravo, soldados de México, defensores de la patria, héroes!, son ustedes unos valientes’. Y los soldados serios, con sus caras de mármol, llenos de confeti y serpentinas, ni se movían. Ese es el último momento del 68”, cuenta Perelló quien, tras eso, empezó a hacer maletas hacia el exilio en Francia, Rumania y Cataluña.
A 40 años, este ex líder, metido en la vida académica, cuenta algunos detalles de aquellos momentos que le cambiaron la vida para siempre.
“Estuve 16 horas en la cárcel, porque mi mamá vivía, y cuando vive la mamá, uno puede estar tranquilo. La soledad aparece cuando se queda uno huérfano”, dice Perelló que sigue siendo un apasionado del futbol y sobre todo del Barcelona, donde nació su padre, Marcelino Perelló Domingo, jefe guerrillero del Partido Estado Catalán.
Recuerda que fue Renán Cárdenas, avisado por Rosa Luz Alegría, quien informó a la profesora Valls que Marcelino había sido arrestado cuando entró a la sede del Partido Comunista Mexicano (PCM), la tarde del 27 de julio, un día después del primer acto de represión del gobierno contra estudiantes, en la Ciudadela, que pretendía ser un mitin de apoyo a Cuba.
“Con toda precaución fui al partido, que estaba en la calle de Mérida, casi esquina con Álvaro Obregón. Iba con la que entonces era mi novia, Rosa Luz Alegría, y Emilio, otro compañero. Todo se veía tranquilo. Vi que no había patrullas, que el vidrio de la puerta estaba roto y pensé, ya se fueron, sabía que la policía se había llevado a unos camaradas la noche del 26.
“Le dije a Rosa Luz y a Emilio: ‘Espérense aquí’. Entonces toco el timbre, y en lugar de salir Panchito, el eterno portero del partido, sale un güey joven, muy bien vestido, de chaleco, encorbatado y me dije ‘ingue a su… están aquí todavía estos cabrones’. Le dije: ‘¿Es la casa de la señora Consuelo Quiñones?’ Y me dice ‘Sí, pásele’. Di un paso atrás y le digo: ‘¿Es el número 215?’, que no era. Y saca la pistola, y me dice ‘¡Pásele!’. Y pasé. Ahí me detuvieron.”
El local del PCM estaba destruido, habían sacado los cables de las paredes, había una alfombra de un palmo de espesor de libros, incluso a Perelló le tocó recibir un libro de Karl Marx, su máximo icono ideológico.
“Me llevaron a los separos de la siniestra policía secreta en Tlaxcoaque. Ahí me encontré con todos los compas que habían sido detenidos el día anterior, las crujías estaban hasta la madre de gente. En ese momento ninguno de nosotros suponía que aquello iba a durar, para la mayoría de ellos casi tres años”.
Cuando la profesora Valls se enteró que Marcelino había sido arrestado, siendo directora de la Nueva Escuela Primaria de México, con sede en Polanco, “ella se movió enseguida. Ella no sabía que tenía influencias, pero las tenía. Entre sus alumnos estaban hijos de políticos importantes y entonces empezó a hablarle a los papás abogados si le podían ayudar, y uno de ellos le dijo ‘pero entre sus alumnos, ¿no está el hijo del general Corona del Rosal?’ ‘Sí’. ‘Pues entonces no busqué abogados, háblele al general’. Mi mamá era de armas tomar y habló con la señora de Corona del Rosal y como el retoño era un poco tonto y necesitaban estar bien con la directora de la escuela, le dijo: ‘No se apure, maestra, yo arreglo esto’.
“Dicho y hecho. A las cuatro de la madrugada sacaron a muchos de los detenidos el día 26 y a mí, ‘¡Marcelino Peregón, a la reja!’. Los compañeros y hasta desconocidos me dieron papelitos para avisarle a su respectiva familia.
“Nos llevaron, y a mí me separan y me llevan frente a una gran puerta gris de acero. Pensé ‘Aquí empezó lo bueno, es la cámara de torturas, aquí viene el interrogatorio en serio’, porque en la tarde me habían interrogado con mucha fineza. Lo único atemorizante fue que el despacho estaba lleno de armas colgadas en la pared, y el tipo que me interrogó, estaba muy pulcro.
“Abren la pinche puerta esa y detrás estaba la calle, la plaza, y me dicen: ‘¡Pélate!’. Y pienso ‘!Ah, no, esto es la ley fuga, cabrón!’, y me echo pa’trás. Me agarraron entre dos y me aventaron, caí a horcajadas y no me quise mover hasta que oí el golpe de la puerta que se cerraba.”
Aunque fueron sólo unas horas, Perelló dice que estar en la cárcel “se siente muy gacho”, incluso sin conocer lo que iba a pasar.
“Me fui como pude a mi casa. No tenía agujetas en los zapatos, se me caían los pantalones, porque tampoco traía cinturón. Caminé un rato hasta que pasó un taxi y llegué a la casa, en la colonia Anáhuac. Y ahí me contaron la aventura.”
Recuerda el ex líder estudiantil que el lunes siguiente a su liberación, la esposa de Corona del Rosal habló con su mamá y le dijo: “Oiga, maestra, usted me dijo que su hijo no tenía nada que ver… y tengo aquí su expediente: es un bicho de cuidado, dígale que se calme por favor, porque me está metiendo en un compromiso”.
Dos semanas después del suceso, a la primaría que dirigía su mamá llegaron unos policías a amenazarla: “Su hijo está en un complot para tomar Palacio Nacional y le va ir muy mal a él y a usted. Lo pone en cintura o no nos hacemos responsables”, le dijeron.
“Ahí sí mi mamá se asustó y mando a mi cuñada a decirme que me calmara”, recuerda. Asume que el mensaje a su mamá fue porque él nunca tuvo ninguna deferencia con Corona del Rosal, entonces regente de la Ciudad de México.
“En aquel tiempo salió una cerveza, Corona de Barril embotellada, y la publicidad en televisión, con una chica en bikini, decía ‘¿Qué es lo que todos queremos?’ Y un corito respondía ‘¡Corona de Barril em-bo-te-lla-da!’. Me acuerdo de la tonada 40 años después. Y en las manifestaciones no faltaba el cábula que gritaba, ‘¿Qué es lo que todos queremos?’ Y la raza contestaba ‘¡A Corona del Rosal em-bo-te-lla-do!’. Corona del Rosal fue el primer funcionario público que nos propuso negociar, insistió mucho, incluso los dirigentes del partido (comunista) decían: ‘Hay que ir hablar con el general’. ‘No, ni madres’. decíamos. Nos negamos terminantemente. O sea como no lo traté bien, se emputó y mandó aquel mensaje.”
Perelló asegura que el 68 fue un movimiento libertario, donde los estudiantes se enfrentaron al poder. “No fue un movimiento democrático ni prodemocrático. Nos valía absolutamente madre la democracia y si había fraude en las elecciones. Para nosotros la democracia no era más que un código, las reglas del juego entre quienes detentan el gobierno, no era nuestro interés.”
Insiste en que los miles y miles que estuvieron en todo el movimiento del 68, “no perseguíamos el poder, como sí lo hicieron después gente de movimientos como el CEU y el CGH. De los miles y miles que fuimos protagonistas, muy pocos siguieron la carrera política y quienes la siguieron lo hicieron con bajo perfil. Nosotros no nos convertimos nunca en un movimiento político”.
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