Romanos y cartagineses/Francesc de Carreras
Publicado en LA VANGUARDIA, 08/01/09;
Al contemplar durante estos días la tragedia de Gaza, no he podido evitar el recuerdo de aquellos versos de García Lorca en los que, tras evocar una reyerta, dice:
Señores guardias civiles:
aquí pasó lo de siempre.
Han muerto cuatro romanos
y cinco cartagineses.
Señores guardias civiles:
aquí pasó lo de siempre.
Han muerto cuatro romanos
y cinco cartagineses.
Naturalmente, existe hoy una no pequeña diferencia: en esta ocasión, por el momento, han sido cuatro romanos y seiscientos cartagineses. En efecto, en estos días el ejército israelí ha convertido a la estrecha franja de Gaza, donde apretujadamente malviven un millón y medio de palestinos, en un auténtico infierno, atacando a sus habitantes indiscriminadamente por tierra, mar y aire, no sólo de forma desproporcionada sino también implacable y hasta salvaje. Ahora bien, ello no sería una versión rigurosa de los hechos si, a lo dicho, no añadiéramos que el partido político palestino Hamas, mayoritario en Gaza, ha facilitado con sus acciones terroristas buenas excusas al Gobierno de Israel.
Ello nos plantea un problema de culpabilidad histórica. En este trágico conflicto, ¿quién es el culpable? Descartemos, antes que nada, a dos sujetos que no son culpables aunque con frecuencia así son considerados: los palestinos y los judíos. El conflicto no es entre etnias, razas o religiones, no es entre judíos y palestinos, sino entre aquellos que los han utilizado y engañado durante más de medio siglo para favorecer sus intereses. Considerar culpables a judíos y palestinos, en sentido genérico, sería confundir a las víctimas con los verdugos. Ni todos los judíos son sionistas dispuestos a expulsar a los palestinos de suelo israelí, ni mucho menos todavía todos los palestinos son peligrosos terroristas islámicos.
Sin embargo, en ambas partes, tanto en la palestina como en la israelí, hay grupos muy poderosos cuyo objetivo es hacer creer que unos y otros son y serán siempre enemigos irreconciliables. Mientras estos grupos fundamentalistas tengan el apoyo de sus poblaciones respectivas, el problema no tendrá una solución viable, ya que la lucha entre enemigos sólo puede resolverse con la eliminación del otro, lo cual en este caso no parece posible. La disputa sólo podrá resolverse si ambas partes están lideradas por políticos moderados, es decir, aquellos que estén dispuestos a considerar al otro no un enemigo sino un adversario, una parte contraria con la cual se puede pactar. Ello no es una utopía.
En algún momento de la historia reciente se ha vislumbrado esta posibilidad: recordemos las buenas relaciones entre el presidente de la OLP Yasir Arafat y el primer ministro de Israel Yitzhak Rabin, en los primeros años noventa, que dieron lugar a los acuerdos de Oslo y a la creación de la Autoridad Nacional Palestina, tan pronto deteriorada. Hasta el asesinato de Rabin por un fanático nacionalista judío ortodoxo que, como toda la derecha israelita, consideraba a Rabin un traidor, la paz no parecía estar lejos pese a las dificultades, entre ellas, los atentados indiscriminados de Hamas en Jerusalén o Tel Aviv. Recordemos también a Arafat, entonces presidente de la Autoridad Nacional Palestina, bajo arresto domiciliario en Ramala, asediado por las tropas israelíes. Fue un breve periodo de un cierto optimismo, auspiciado por Clinton, pero abortado por fuerzas israelíes radicales, que acabó en frustración. Ahora la situación es distinta.
Efectivamente, hoy los palestinos están divididos, desbordada el ala moderada y laica por el islamismo religioso de Hamas, y los israelíes unidos, incluidos los laboristas, en torno del nacionalismo ortodoxo que no admite en el fondo un Estado palestino. No parece haber posibilidades de entendimiento, sólo queda la esperanza Obama y su posible influencia cerca del Gobierno israelí. Pero esta última esperanza es muy débil si recordamos la trayectoria de las posiciones de Israel en el conflicto. Y aquí debemos retomar el hilo de la responsabilidad histórica, de la que hemos exonerado a los pueblos judío y palestino.
Gaza, en los últimos tiempos, se había convertido en una ratonera humanamente catastrófica. Este pequeño territorio superpoblado se encuentra desde hace un año absolutamente bloqueado por los israelíes, el 70% de las familias vive con menos de un euro al día por persona y el 80% de la alimentación depende de la ayuda humanitaria. El director de Intermón Oxfam dijo hace unos meses que Gaza era una cárcel, supongo que no se atrevió a llamarla gueto o campo de concentración. En un informe de hace un año elaborado por diversas prestigiosas ONG se decía que el Gobierno israelí está llevando a cabo “un castigo colectivo contra los habitantes de Gaza”. En este caldo de cultivo el radicalismo prende con facilidad. Alguien, por las dos partes, quiere mantener el conflicto.
La responsabilidad histórica de estos trágicos acontecimientos recae, en primer lugar, en el Gobierno de Israel, que ha llevado conscientemente la situación a un callejón sin salida para evitar que los palestinos tengan un Estado. Y, en segundo lugar, a unos fanáticos religiosos que luchan por imponer su fe mediante la conquista de este mismo Estado. Romanos y cartagineses, siempre lo mismo.
Ello nos plantea un problema de culpabilidad histórica. En este trágico conflicto, ¿quién es el culpable? Descartemos, antes que nada, a dos sujetos que no son culpables aunque con frecuencia así son considerados: los palestinos y los judíos. El conflicto no es entre etnias, razas o religiones, no es entre judíos y palestinos, sino entre aquellos que los han utilizado y engañado durante más de medio siglo para favorecer sus intereses. Considerar culpables a judíos y palestinos, en sentido genérico, sería confundir a las víctimas con los verdugos. Ni todos los judíos son sionistas dispuestos a expulsar a los palestinos de suelo israelí, ni mucho menos todavía todos los palestinos son peligrosos terroristas islámicos.
Sin embargo, en ambas partes, tanto en la palestina como en la israelí, hay grupos muy poderosos cuyo objetivo es hacer creer que unos y otros son y serán siempre enemigos irreconciliables. Mientras estos grupos fundamentalistas tengan el apoyo de sus poblaciones respectivas, el problema no tendrá una solución viable, ya que la lucha entre enemigos sólo puede resolverse con la eliminación del otro, lo cual en este caso no parece posible. La disputa sólo podrá resolverse si ambas partes están lideradas por políticos moderados, es decir, aquellos que estén dispuestos a considerar al otro no un enemigo sino un adversario, una parte contraria con la cual se puede pactar. Ello no es una utopía.
En algún momento de la historia reciente se ha vislumbrado esta posibilidad: recordemos las buenas relaciones entre el presidente de la OLP Yasir Arafat y el primer ministro de Israel Yitzhak Rabin, en los primeros años noventa, que dieron lugar a los acuerdos de Oslo y a la creación de la Autoridad Nacional Palestina, tan pronto deteriorada. Hasta el asesinato de Rabin por un fanático nacionalista judío ortodoxo que, como toda la derecha israelita, consideraba a Rabin un traidor, la paz no parecía estar lejos pese a las dificultades, entre ellas, los atentados indiscriminados de Hamas en Jerusalén o Tel Aviv. Recordemos también a Arafat, entonces presidente de la Autoridad Nacional Palestina, bajo arresto domiciliario en Ramala, asediado por las tropas israelíes. Fue un breve periodo de un cierto optimismo, auspiciado por Clinton, pero abortado por fuerzas israelíes radicales, que acabó en frustración. Ahora la situación es distinta.
Efectivamente, hoy los palestinos están divididos, desbordada el ala moderada y laica por el islamismo religioso de Hamas, y los israelíes unidos, incluidos los laboristas, en torno del nacionalismo ortodoxo que no admite en el fondo un Estado palestino. No parece haber posibilidades de entendimiento, sólo queda la esperanza Obama y su posible influencia cerca del Gobierno israelí. Pero esta última esperanza es muy débil si recordamos la trayectoria de las posiciones de Israel en el conflicto. Y aquí debemos retomar el hilo de la responsabilidad histórica, de la que hemos exonerado a los pueblos judío y palestino.
Gaza, en los últimos tiempos, se había convertido en una ratonera humanamente catastrófica. Este pequeño territorio superpoblado se encuentra desde hace un año absolutamente bloqueado por los israelíes, el 70% de las familias vive con menos de un euro al día por persona y el 80% de la alimentación depende de la ayuda humanitaria. El director de Intermón Oxfam dijo hace unos meses que Gaza era una cárcel, supongo que no se atrevió a llamarla gueto o campo de concentración. En un informe de hace un año elaborado por diversas prestigiosas ONG se decía que el Gobierno israelí está llevando a cabo “un castigo colectivo contra los habitantes de Gaza”. En este caldo de cultivo el radicalismo prende con facilidad. Alguien, por las dos partes, quiere mantener el conflicto.
La responsabilidad histórica de estos trágicos acontecimientos recae, en primer lugar, en el Gobierno de Israel, que ha llevado conscientemente la situación a un callejón sin salida para evitar que los palestinos tengan un Estado. Y, en segundo lugar, a unos fanáticos religiosos que luchan por imponer su fe mediante la conquista de este mismo Estado. Romanos y cartagineses, siempre lo mismo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario