Salve, jefe: un saludo alternativo/Norman Birnbaum
Publicado en EL PAÍS, 23/01/09):
No hay nada que ejemplifique tanto el carácter monárquico de la presidencia de Estados Unidos como los rituales de investidura, en los que se oye el himno presidencial Hail To The Chief (Salve, jefe). Ahora bien, una hipotética composición alternativa tendría muchas notas disonantes: nuestra monarquía no es absoluta.
El presidente Obama ha nombrado ministros del Gabinete y a los asesores de la Casa Blanca que los supervisarán. Ha negociado con los líderes del Congreso y el Senado la posibilidad de asignar más dinero para ayudar a los grandes bancos norteamericanos con problemas, y no cabe duda de que tiene planes (aún no revelados) para hacer algo respecto a nuestro autodestructivo Estado amigo, Israel. El sector financiero, los legisladores y el omnipresente lobby israelí le habrán recordado que su poder tiene límites. Tal vez cuenta ahora con una aprobación general del 70% en las encuestas de opinión pública (su miserable predecesor tiene alrededor del 27%), pero eso no garantiza necesariamente los triunfos legislativos y políticos.
La ciencia política estadounidense sabe que hay un triángulo de hierro que enlaza el Congreso, los ministerios y el poder organizado de los grupos ideológicos y económicos. Los presidentes vienen y van; el sistema permanece.
De hecho, el presidente de un grupo de demócratas conservadores de la Cámara (llamados los Perros azules, tal vez porque ladran y muerden) recordó en público al presidente electo que podrían unirse a los republicanos para detener cualquier propuesta que él haga. Por supuesto, añadió, no era una amenaza: estaba seguro de que Obama coincidía con ellos en la necesidad de disciplina fiscal.
Obama ha intentado hacer su plan económico de emergencia de 850.000 millones de dólares más agradable a los ideólogos de mercado de los dos partidos mediante la asignación de una tercera parte a recortes de impuestos e incentivos al capital, en vez de inversiones a largo plazo o ayuda al número, en rápido aumento, de ciudadanos en paro.
Además, las mayorías demócratas en el Congreso y el Senado fueron mucho más amplias bajo otros presidentes recientes, tanto demócratas como republicanos. Si los demócratas obtienen finalmente 59 de los 100 escaños del Senado, todavía les faltará un voto para poder aprobar leyes, y hay unos cuantos demócratas que no están en sintonía con las tradiciones reformistas del New Deal ni la Gran Sociedad.
Lo que consiga hacer el nuevo presidente dependerá, más que de su impresionante talento político y retórico y su evidente dominio de gran parte de la política moderna como obra de arte total, del equilibrio de fuerzaspolíticas y sociales en el país. Al fin y al cabo, el envejecido e intelectualmente limitado McCain y su ignorante y resentida candidata a la vicepresidencia obtuvieron el 46% de los votos. Un buen 25% del país se considera perjudicado por tener que soportar a la familia Obama en la Casa Blanca.
Los medios de comunicación estadounidenses están llenos de exhortaciones al presidente para que no preste atención a la “izquierda”; como si nuestro semanario de izquierdas, The Nation, vendiera dos millones de ejemplares, en vez de unos modestos 200.000. El grupo progresista del Congreso tiene unos 80 miembros -la mitad de ellos, afroamericanos apegados por razones obvias a nuestro Estado de bienestar-, de 435 escaños en la Cámara de Representantes. Hay alrededor de 25 senadores (de un total de 100) que son el equivalente norteamericano a los socialdemócratas. La izquierda estadounidense es una alianza desordenada de grupos de intereses culturales, económicos, ambientales, étnicos y raciales sin ningún denominador común ni proyecto histórico unificador.
La mayoría de los ciudadanos estaba de acuerdo, ya antes de la crisis económica actual, en que el Gobierno tuviera un papel regulador y de redistribución importante, pero no se organizó para transformar en leyes esa opinión pública. Los asesores electorales de Obama, que van a trabajar con él en la Casa Blanca, son maestros de la comunicación y la movilización por Internet, pero sólo ven su funcionamiento en una dirección, la suya.
Obama acaba de señalar que no va a respaldar el plan de los sindicatos para aprobar una ley que facilite el reclutamiento de miembros y la obtención de derechos de negociación, después de haber dicho lo contrario durante la campaña. Sus asesores legales han insinuado que se va a cerrar Guantánamo, pero no de inmediato. El nuevo presidente no enviará la Sexta Flota en misión humanitaria a Gaza, ni suspenderá las entregas de armas a Israel para examinar si es legal, con arreglo a las leyes nacionales e internacionales, que se utilicen contra los palestinos.
En cambio, es posible que haya un progreso muy lento hacia la racionalidad en nuestra política para Oriente Próximo, pero no una liberación inmediata de nuestra extraña versión del cautiverio en Babilonia… con los israelíes como dueños de la situación.
El otro día, el ministro británico de Exteriores, David Miliband, reclamó el fin de las simplificaciones vulgares de la “guerra contra el terror”. No parece que Obama vaya a emprender rápidamente una terapia política para curar al país de sus obsesiones imperiales. John Kennedy esperó para hacerlo hasta cinco meses antes de su muerte, posiblemente causada por su valentía (recuérdese su discurso del 10 de junio de 1963 sobre la necesidad de terminar con la guerra fría).
Existen profundos argumentos económicos para reducir nuestro hinchado presupuesto de armamento. La CIA advierte en el informe del Consejo Nacional de Inteligencia, Global 2025, que el fin de la hegemonía de Estados Unidos es ya una realidad. Obama, que ha leído mucho y es muy inteligente, es perfectamente consciente de la situación (como lo son su brillante secretaria de Estado y el muy preparado general que es su Consejero Nacional de Seguridad). Obama ha decidido claramente que la crisis del capitalismo norteamericano, cada vez más aguda, es su principal preocupación. Ha llegado a la conclusión de que nuestras instituciones políticas disfuncionales no permiten que se comuniquen demasiadas verdades inquietantes al mismo tiempo.
En su autobiografía relata que, cuando era estudiante, dedicaba noches y días enteros a leer los clásicos contemporáneos en relación con la posibilidad de transformación social. Expresémosle nuestros mejores deseos en el momento más difícil de su vida y confiemos en que el estadista de mediana edad que se sumerge en las turbulencias de la historia no olvide al joven que buscaba la esperanza.
No hay nada que ejemplifique tanto el carácter monárquico de la presidencia de Estados Unidos como los rituales de investidura, en los que se oye el himno presidencial Hail To The Chief (Salve, jefe). Ahora bien, una hipotética composición alternativa tendría muchas notas disonantes: nuestra monarquía no es absoluta.
El presidente Obama ha nombrado ministros del Gabinete y a los asesores de la Casa Blanca que los supervisarán. Ha negociado con los líderes del Congreso y el Senado la posibilidad de asignar más dinero para ayudar a los grandes bancos norteamericanos con problemas, y no cabe duda de que tiene planes (aún no revelados) para hacer algo respecto a nuestro autodestructivo Estado amigo, Israel. El sector financiero, los legisladores y el omnipresente lobby israelí le habrán recordado que su poder tiene límites. Tal vez cuenta ahora con una aprobación general del 70% en las encuestas de opinión pública (su miserable predecesor tiene alrededor del 27%), pero eso no garantiza necesariamente los triunfos legislativos y políticos.
La ciencia política estadounidense sabe que hay un triángulo de hierro que enlaza el Congreso, los ministerios y el poder organizado de los grupos ideológicos y económicos. Los presidentes vienen y van; el sistema permanece.
De hecho, el presidente de un grupo de demócratas conservadores de la Cámara (llamados los Perros azules, tal vez porque ladran y muerden) recordó en público al presidente electo que podrían unirse a los republicanos para detener cualquier propuesta que él haga. Por supuesto, añadió, no era una amenaza: estaba seguro de que Obama coincidía con ellos en la necesidad de disciplina fiscal.
Obama ha intentado hacer su plan económico de emergencia de 850.000 millones de dólares más agradable a los ideólogos de mercado de los dos partidos mediante la asignación de una tercera parte a recortes de impuestos e incentivos al capital, en vez de inversiones a largo plazo o ayuda al número, en rápido aumento, de ciudadanos en paro.
Además, las mayorías demócratas en el Congreso y el Senado fueron mucho más amplias bajo otros presidentes recientes, tanto demócratas como republicanos. Si los demócratas obtienen finalmente 59 de los 100 escaños del Senado, todavía les faltará un voto para poder aprobar leyes, y hay unos cuantos demócratas que no están en sintonía con las tradiciones reformistas del New Deal ni la Gran Sociedad.
Lo que consiga hacer el nuevo presidente dependerá, más que de su impresionante talento político y retórico y su evidente dominio de gran parte de la política moderna como obra de arte total, del equilibrio de fuerzaspolíticas y sociales en el país. Al fin y al cabo, el envejecido e intelectualmente limitado McCain y su ignorante y resentida candidata a la vicepresidencia obtuvieron el 46% de los votos. Un buen 25% del país se considera perjudicado por tener que soportar a la familia Obama en la Casa Blanca.
Los medios de comunicación estadounidenses están llenos de exhortaciones al presidente para que no preste atención a la “izquierda”; como si nuestro semanario de izquierdas, The Nation, vendiera dos millones de ejemplares, en vez de unos modestos 200.000. El grupo progresista del Congreso tiene unos 80 miembros -la mitad de ellos, afroamericanos apegados por razones obvias a nuestro Estado de bienestar-, de 435 escaños en la Cámara de Representantes. Hay alrededor de 25 senadores (de un total de 100) que son el equivalente norteamericano a los socialdemócratas. La izquierda estadounidense es una alianza desordenada de grupos de intereses culturales, económicos, ambientales, étnicos y raciales sin ningún denominador común ni proyecto histórico unificador.
La mayoría de los ciudadanos estaba de acuerdo, ya antes de la crisis económica actual, en que el Gobierno tuviera un papel regulador y de redistribución importante, pero no se organizó para transformar en leyes esa opinión pública. Los asesores electorales de Obama, que van a trabajar con él en la Casa Blanca, son maestros de la comunicación y la movilización por Internet, pero sólo ven su funcionamiento en una dirección, la suya.
Obama acaba de señalar que no va a respaldar el plan de los sindicatos para aprobar una ley que facilite el reclutamiento de miembros y la obtención de derechos de negociación, después de haber dicho lo contrario durante la campaña. Sus asesores legales han insinuado que se va a cerrar Guantánamo, pero no de inmediato. El nuevo presidente no enviará la Sexta Flota en misión humanitaria a Gaza, ni suspenderá las entregas de armas a Israel para examinar si es legal, con arreglo a las leyes nacionales e internacionales, que se utilicen contra los palestinos.
En cambio, es posible que haya un progreso muy lento hacia la racionalidad en nuestra política para Oriente Próximo, pero no una liberación inmediata de nuestra extraña versión del cautiverio en Babilonia… con los israelíes como dueños de la situación.
El otro día, el ministro británico de Exteriores, David Miliband, reclamó el fin de las simplificaciones vulgares de la “guerra contra el terror”. No parece que Obama vaya a emprender rápidamente una terapia política para curar al país de sus obsesiones imperiales. John Kennedy esperó para hacerlo hasta cinco meses antes de su muerte, posiblemente causada por su valentía (recuérdese su discurso del 10 de junio de 1963 sobre la necesidad de terminar con la guerra fría).
Existen profundos argumentos económicos para reducir nuestro hinchado presupuesto de armamento. La CIA advierte en el informe del Consejo Nacional de Inteligencia, Global 2025, que el fin de la hegemonía de Estados Unidos es ya una realidad. Obama, que ha leído mucho y es muy inteligente, es perfectamente consciente de la situación (como lo son su brillante secretaria de Estado y el muy preparado general que es su Consejero Nacional de Seguridad). Obama ha decidido claramente que la crisis del capitalismo norteamericano, cada vez más aguda, es su principal preocupación. Ha llegado a la conclusión de que nuestras instituciones políticas disfuncionales no permiten que se comuniquen demasiadas verdades inquietantes al mismo tiempo.
En su autobiografía relata que, cuando era estudiante, dedicaba noches y días enteros a leer los clásicos contemporáneos en relación con la posibilidad de transformación social. Expresémosle nuestros mejores deseos en el momento más difícil de su vida y confiemos en que el estadista de mediana edad que se sumerge en las turbulencias de la historia no olvide al joven que buscaba la esperanza.
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