Baltasar Garzón ingresó el pasado viernes 20 de febrero en urgencias de una clínica de Madrid debido a un fuerte dolor de pecho por presión alta; de inmediato fue sometido a un electrocardiograma y a varios análisis.
El polémico juez de la Audiencia Nacional fue dado de alta de la clínica privada en la que estaba ingresado; los médicos aseguraron que se encontraba fuera de peligro y que su estado no revestía gravedad.
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REPORTAJE: OBJETIVO EL JUEZ GARZÓN
Van a por élLUIS GÓMEZ Y JOSÉ YOLDI
Publicado en El País (http://www.elpais.com/), 01/03/2009;
Después de 21 años de carrera brillante y polémica, a Baltasar Garzón le quedan pocos apoyos. En cuanto toca asuntos de corrupción, la parte afectada de la política se remueve para apartarle del caso; ayer, desde las filas del PSOE; hoy, desde el PP. El juez lo sabe y está preparado
Utilizando un símil deportivo, el partido se está jugando en el terreno que mejor domina el juez Baltasar Garzón: sumario polémico, indignación de los afectados y feroz campaña solicitando su recusación. Estamos en una nueva edición del acoso a Garzón. Conocidos la existencia de la instrucción y los apellidos de los primeros imputados, llega el contraataque. Nada nuevo en las portadas informativas cuando este magistrado entra en acción. Nada que el personaje no tenga perfectamente asumido ni sepa administrar, como reconoce en un libro que recoge buena parte de sus pensamientos y sus respuestas (Un mundo sin miedo, Plaza y Janés, 2005): "Atraes la atención y a partir de ahí te conviertes o te convierten en 'estrella', 'vedette', 'protagonista', 'mediático', 'polémico', 'controvertido'. Es decir, en alguien que actúa a impulsos de popularidad o de encuesta, en alguien que delinque, prevarica. Miente o conspira para mantenerse en alza, para que le reconozcan o le premien. En fin, en un monstruo, sólo que para algunos es un monstruo bueno y para otros malo, pero siempre monstruo".
Deberían tenerlo en cuenta Mariano Rajoy y sus asesores en el Partido Popular si no quieren verse reflejados en las hemerotecas, dentro de unos años, como personajes secundarios que han servido para realzar la ya abundante y fuera de lo común trayectoria de un juez que, a la vista de sus propios escritos, parece convencido de que ha venido a este mundo a interpretar un papel. La cuestión es que, dado el escenario, Baltasar Garzón se interpreta a sí mismo. Así que domina el personaje. Y conoce el guión, que parece escrito para él. Son los demás quienes ejercen labores de actores de reparto. Si hubiera que juzgar la serie judicial que tiene a Garzón como protagonista y que se mantiene 21 años en cartel, habría que reconocer que, siendo la trama un tanto monótona, sigue cosechando elevados índices de audiencia. ¿Quién no está interesado en conocer qué es lo que realmente ha sucedido en las entrañas del Partido Popular allá donde ha disfrutado de un poder absoluto? ¿A cuántos españoles no les gustaría saber el paradero de los cuerpos de sus familiares represaliados durante la Guerra Civil y el franquismo?
Los primeros calificativos dirigidos a Baltasar Garzón como juez estrella datan de hace casi 20 años (Garzón accede a la Audiencia Nacional en enero de 1988, desde la inspección del Consejo General del Poder Judicial). Y fue por el caso Amedo. El 13 de julio de ese año ordenó la prisión de los dos policías, el propio Amedo y Michel Domínguez, acusados de varios asesinatos frustrados de los GAL, que años más tarde supusieron su condena a 108 años de prisión para cada uno. Ese caso fue el detonante, porque por primera vez un juez se atrevía a investigar a la cúpula del Ministerio del Interior por hacer la guerra sucia contra los terroristas de ETA. El Gobierno de Felipe González digirió mal el asunto.
Paralelamente, el magistrado instruía varios sumarios por actividades terroristas de ETA y los GRAPO. A finales de 1989, el magistrado había procesado al entonces jefe del aparato militar de ETA, Santi Potros; había sido el primer juez español en desplazarse a Francia para interrogar a presos etarras (entre ellos, al número uno de la banda, Josu Ternera), y había experimentado sus primeras polémicas con el Gobierno socialista a consecuencia de sus indagaciones sobre el destino de los fondos reservados del Ministerio del Interior. Las presiones desde el Ejecutivo obligaron a Garzón a pedir amparo al Consejo General del Poder Judicial, que, con mayoría de vocales elegidos por los socialistas, "tomó conocimiento de la importancia de los hechos", pero no le respaldó. Era la primera vez. Ha habido otras. Un periodista, por entonces 20 años más joven, escribía estas frases sobre la incipiente carrera de un juez de 34 años: "Ya hay quien dice que tiene gafe. Baltasar Garzón, uno de los cuatro jueces que instruyen causas por delitos de terrorismo en España, no tiene mucha suerte. Le tocan todos los huesos duros de roer".
Hay una leyenda de que Garzón elige los casos. No es verdad. Ocurre que los policías valoran su osadía para intentar llevar la investigación hasta el final y cómo respalda sus pesquisas, por lo que aprovechan las fechas del calendario para judicializar las operaciones cuando Garzón está de guardia. Son los policías, altos cargos de todas las épocas, socialistas o populares, los que mejor aprecian su trabajo.
Así que un año más tarde, nadie hablaba de gafe. Garzón dirigía la actuación de 350 agentes de policía contra el narcotráfico gallego desde la comisaría de Villagarcía de Arousa, donde firmaba decenas de órdenes de registro. Su imagen se hizo famosa al abordar un barco o al montar en un helicóptero. Era la Operación Nécora. Luego, vinieron otras más. Otros sumarios. Todos ellos impactantes. Entre los casos de Garzón figuraban tanto éxitos policiales como actividades que ponían de manifiesto la corrupción en las fuerzas de seguridad, tal y como sucedió con la UCIFA, la unidad antidroga de la Guardia Civil, cuyos miembros pagaban con droga a confidentes. El contraataque de los imputados fue feroz, contra Garzón y los mandos de Interior. Hubo una campaña de desprestigio, pero el juez salió incólume.
Los sumarios de Garzón tocaron al Gobierno socialista de la época. Y en alguna menor medida, al poder financiero (casos Privanza, Expo, Tele 5 o BBV). Unos le criticaban y otros le alababan. Era ya el monstruo. Como él dice, bueno para unos y malo para otros, pero monstruo al fin y al cabo. Sentó en el banquillo a terroristas, narcotraficantes, traficantes de armas, altos cargos; y pretendió que el Tribunal Supremo lo hiciera con ex ministros como José Barrionuevo y el propio Felipe González, cuando ya no era presidente del Gobierno. Todos han sentido deseos de eliminarle, de alguna u otra manera. Han sido los personajes secundarios de la trama, que han ido abandonando la serie (unos, para purgar sus penas en la cárcel; otros, para retirarse de la actividad pública con mayor o menor decoro), mientras el titular del número 5 de la Audiencia Nacional ha seguido siendo Baltasar Garzón. Lo curioso del caso es que el guión no se ha modificado. Cambian los personajes, pero no el protagonista.
Eso debe tenerlo en cuenta Rajoy. Todo cuanto está sucediendo durante estas últimas semanas está escrito en el guión de Garzón. Así escribe en su libro: "Hay casos en los que la vida del juez no vale más que el precio que estés dispuesto a pagar al sicario de turno. Aunque lo más normal es que el juez sea neutralizado a través de medios de comunicación afines, mediante campañas de desprestigio y descrédito que acaben con la ecuanimidad de su juicio, con su tranquilidad familiar o personal, y desemboquen en su silencio, inactividad o retirada. (...) Pienso que los ataques a la independencia de los jueces siempre existirán cuando investiguen a responsables políticos o económicos, pero lo importante es superarlos y rechazarlos. Al menos, yo lo he intentado cuando me han presionado, denunciado, recusado maliciosamente, expedientado, y me han odiado y despreciado. Miro a mi hijo y recuerdo todos y cada uno de los ataques sufridos desde dentro y desde fuera en unas y otras investigaciones, las denuncias, las presiones, las recusaciones instrumentales, los expedientes abiertos sin haber intentado siquiera una indagación previa, los odios, los desprecios".
Garzón ya no tiene 34 años. Tiene 53. Ya no es un joven juez. Y no le ha faltado suerte. Tras cada caso complicado en el que investigaba a poderosos había alguien que le necesitaba. El Partido Popular celebró que Garzón instruyera la segunda parte del caso GAL para acabar con el último Gobierno de Felipe González, y que quisiera acabar con ETA atacando su vía de financiación (con los papeles del Proyecto Udaletxe en la mano, Garzón sostuvo que ETA no sólo son sus comandos, sino todo un entramado de estructuras y plataformas creadas para apoyar a la banda y perseguir sus fines desde la legalidad o alegalidad). Al PSOE le pareció maravilloso, sin embargo, que Garzón procesase y pidiese la extradición del ex dictador chileno Augusto Pinochet, y que atacase públicamente a José María Aznar por su apoyo a George W. Bush en la guerra de Irak.
No parece un hombre cansado aunque haya ingresado en un hospital el pasado fin de semana aquejado de una crisis de ansiedad. Hace 15 años respondía con firmeza a todas aquellas entrevistas que le interrogaban por la eventualidad de una retirada de la Audiencia Nacional. Hace 15 años ya. No se ha producido ese hecho. Sus intentos de acceder a la presidencia de la Sala de lo Penal han fracasado por idéntico motivo: sea la mayoría socialista del Poder Judicial o la mayoría conservadora, nunca ha gozado de los apoyos suficientes. Ahora tiene intención de presentarse a la presidencia de la Audiencia Nacional, pero le faltan apoyos. Nadie le quiere. Otros jueces de la Audiencia, sin embargo, señalan que sería la forma más fácil de desactivarle, porque como presidente de la Audiencia no tiene función jurisdiccional, es decir, no podría investigar nada, ni meter a nadie en la cárcel.
Ha ganado enemigos y ha perdido amigos. El número y trascendencia de los casos instruidos por este juez son tan amplios que han terminado por traspasar fronteras. Recuérdense el caso Pinochet o la imputación a Berlusconi. O su orden de detención sobre Osama Bin Laden, en el caso de la célula española de Al Qaeda. Una de sus aspiraciones ha sido ser fiscal en el Tribunal Penal Internacional: él está convencido de que su escaso dominio del inglés ha sido un factor determinante en el fracaso de su candidatura -con ese fin estuvo año y medio en Estados Unidos-; otros piensan que el estilo Garzón, tenido en algunos foros por una especie de justiciero, es demasiado arriesgado para darle rienda suelta a escala internacional. La cuestión es que, mientras su trayectoria pública ha sido espectacular, su biografía personal y privada se ha mantenido muy discreta.
En ese sentido, Garzón es un monolito. Todas las referencias a su vida personal permanecen invariables en el tiempo: su mujer, Yayo, es su novia de toda la vida; sus tres hijos (el primero de los cuales le permitió eludir el servicio militar), sus aficiones: el esquí, el fútbol (donde juega de portero), las coplas, las sevillanas (se lanza con estilo al escenario en cualquier tablao improvisado); su torpeza al inundar de chistes fáciles a la audiencia de cualquier reunión social, la asistencia a capeas. Es curioso: ninguno de los cientos de perfiles escritos en la prensa durante años da importancia a su actividad como cazador. Le gusta el campo, cierto (es hijo de agricultores de Jaén), pero poco se sabía de la caza hasta que saltó a las portadas la noticia de su coincidencia en una cacería junto al ya ex ministro de Justicia Mariano Bermejo.
Esa coincidencia ha acabado con Bermejo, pero no con Garzón.
Entre otras cosas, porque Garzón conoce el riesgo al que está expuesto. Violentaron su domicilio en varias ocasiones: en una de ellas drogaron a su perro, un pastor alemán, y le dejaron una piel de plátano sobre la cama de matrimonio a modo de aviso. Le han seguido. Han confeccionado dossiers infamantes sobre su vida privada. Tiene permanentemente auditadas sus cuentas corrientes para evitar ingresos de dinero de sospechosa procedencia que puedan implicarle. Vive desde hace 20 años bajo una fuerte escolta policial. Conoce las reglas del juego en el que se ha metido y hasta ahora nadie ha podido demostrarle nada.
Su vida pública es otra cosa. Le han criticado. Le han etiquetado, como a los actores con demasiado éxito a los que se acusa de un exceso de afectación: busca el espectáculo y no instruye adecuadamente. Sin embargo, la opinión generalizada de magistrados que han trabajado a su lado, no siendo amable, abunda en sus claros y oscuros de otra manera. "Garzón probablemente sea el mejor jefe de prensa de sí mismo, pero no es cierto que instruya mal. Eso es una leyenda urbana. Es un juez que sabe manejar los papeles y exprime a los fiscales, que son quienes generalmente llevan la instrucción. Gestiona bien el sumario, maneja bien los tiempos. Sabe crear equipos, que no le duran mucho tiempo porque es autoritario, arrogante y vanidoso. Agota a los equipos y no reconoce su trabajo. Trata mal a los funcionarios. Pero tiene olfato. Huele cuándo un caso puede dar mucho juego, puede serle útil. Lo que pasa es que es un mal político metido a juez de instrucción".
La política. No siempre Garzón ha sido un personaje incómodo para los Gobiernos. Para el poder político. Algunos le reprochan su falta de contundencia con el poder económico: no ha sido tan duro con los grandes empresarios como con los altos cargos, sostienen algunos críticos. Pero sí los de calado político. Durante un año (entre 1993 y 1994) dejó la judicatura y pasó a la política: participó en las elecciones legislativas de 1993 con el PSOE. Cuentan que ambicionaba crear una especie de FBI a la española. Que ésa ha sido su máxima ambición, la de ser un fiscal a la americana. Algo de ello se desprende de sus libros. Por ejemplo, su admiración no disimulada -quizá la única que profesa- al juez Giovanni Falcone, que tuvo amplios poderes para combatir a la Mafia en Italia hasta que fue asesinado. Aquella ambición no fue satisfecha. No hubo amplios poderes para Garzón. Regresó a su trabajo y se convirtió en el martillo de aquel Gobierno socialista a consecuencia de los GAL y los fondos reservados.
Odiado por los socialistas y alabado por los populares. Ésas fueron las condiciones de juego durante varios años. Con el PP en el poder, su trabajo para arrinconar a todo el entorno de ETA rindió grandes frutos. Conocida fue su gran relación con el ministro del Interior, Jaime Mayor Oreja. Luego vino el caso Pinochet, que incomodó a Aznar. Y finalmente, su crítica pública a la participación española en la guerra de Irak.
Actualmente, con el caso de la Operación Gürtel (Correa, en alemán), el Partido Popular se ha revuelto en contra del juez. Los términos se han invertido. Son los populares quienes le critican descaradamente, emitiendo frases muy parecidas a las que proclamaban los socialistas en su momento. Se le acusa de filtraciones interesadas, de manipulación, de prevaricación. Los argumentos para recusarle, antes y ahora, se parecen como dos gotas de agua. Nada nuevo.
Nada que Garzón no tenga en su guión. De nuevo, el libro El mundo sin miedo (escrito hace cuatro años) resulta esclarecedor. Son sus palabras: "¡Cuántas veces las imputaciones de filtraciones a la prensa se hubieran paralizado de inmediato con la simple comparecencia del juez explicando los hechos! En mi caso, en muy contadas ocasiones he podido hacerlo, pero no he dudado en dar explicaciones en situaciones límite y cuando la información era paladinamente falsa y manipulada. Si no he acudido -sólo una vez lo hice- en más ocasiones a los tribunales, ha sido porque desconfiaba de mis propios compañeros. No estaba muy seguro de que fueran capaces de enfrentarse a eventuales campañas de presión mediática, con lo que estoy afirmando que esa circunstancia se ha producido. Hay expertos en la coacción y extorsión mediática que utilizan la profesión de periodista como mercenarios o para obtener ventajas del poder político. Son falsos profesionales, cuya ética profesional es similar a la de los capos mafiosos".
La actualidad en los albores de 2009 está marcada por un nuevo acoso a Baltasar Garzón. Es la tercera parte, luego de la experimentada durante el denominado caso Sogecable y la que protagonizaron los socialistas mediados los años noventa. La orquesta recusadora la dirige hoy Mariano Rajoy al frente de los populares.
La Operación Gürtel ha destapado una trama de corrupción que ha alcanzado a varios aforados, entre ellos, el presidente valenciano, Francisco Camps, y el tesorero del Partido Popular, Luis Bárcenas. La réplica del PP no es nueva: es la misma que siguieron en CiU (caso Banca Catalana) o en el PSOE (caso Filesa). El mismo estribillo en todos los casos: primero, la defensa (todos como una piña, no hay familias, sino defensa a ultranza del partido y los afiliados imputados), y luego, el contraataque (se ataca al juez, se le acusa de parcialidad y se le presiona para que abandone el caso).
Como hasta ahora no ha dado resultado, los populares han presentado una querella por prevaricación contra el juez. No parece que vaya a tener éxito, pues hasta un enemigo irreconciliable de Garzón, el ex juez Javier Gómez de Liaño, la ha criticado. Y es que los querellantes no han tenido en cuenta la doctrina del Tribunal Supremo sobre inhibiciones. Garzón la conoce bien, pues el alto tribunal le dio un sonoro varapalo cuando por segunda vez dirigió una exposición razonada por si los hechos que supuestamente implicaban a Felipe González en los GAL eran constitutivos de delito. El Supremo dijo entonces que los jueces tienen la obligación de determinar bien los delitos (es decir, instruir la causa hasta que no quede más remedio que llamar a declarar como imputado al aforado).
Posteriormente, el PP ha ampliado la querella por revelación de secretos, porque Garzón desmintió que Esteban González Pons fuera uno de los aforados a los que estaba investigando. La queja es que, al negar los hechos respecto a Pons y no hacerlo respecto del tesorero, Luis Bárcenas, estaba confirmando que le tenía por imputado. Una especie de comisión por omisión que no tiene ningún futuro, salvo el ruido de un partido político que pretende ocultar que está siendo investigado por corrupción. Otro varapalo: el vicepresidente del Consejo del Poder Judicial, De Rosa, atacó a Garzón por haber imputado a su ex jefe político Francisco Camps. El Poder Judicial le ha obligado a pedir disculpas al juez.
Buscan la recusación.
Pero Garzón se inhibirá en próximas fechas.
Garzón lo tiene escrito hace cuatro años: "Además, era consciente de que, en muchas ocasiones, los ataques eran parte de una estrategia de provocación de los propios afectados con el fin de inutilizarme como instructor".
Por eso, Rajoy, también aficionado a los símiles deportivos, debería tener en cuenta que quizá esté jugando en el terreno que mejor domina Garzón. -
Deberían tenerlo en cuenta Mariano Rajoy y sus asesores en el Partido Popular si no quieren verse reflejados en las hemerotecas, dentro de unos años, como personajes secundarios que han servido para realzar la ya abundante y fuera de lo común trayectoria de un juez que, a la vista de sus propios escritos, parece convencido de que ha venido a este mundo a interpretar un papel. La cuestión es que, dado el escenario, Baltasar Garzón se interpreta a sí mismo. Así que domina el personaje. Y conoce el guión, que parece escrito para él. Son los demás quienes ejercen labores de actores de reparto. Si hubiera que juzgar la serie judicial que tiene a Garzón como protagonista y que se mantiene 21 años en cartel, habría que reconocer que, siendo la trama un tanto monótona, sigue cosechando elevados índices de audiencia. ¿Quién no está interesado en conocer qué es lo que realmente ha sucedido en las entrañas del Partido Popular allá donde ha disfrutado de un poder absoluto? ¿A cuántos españoles no les gustaría saber el paradero de los cuerpos de sus familiares represaliados durante la Guerra Civil y el franquismo?
Los primeros calificativos dirigidos a Baltasar Garzón como juez estrella datan de hace casi 20 años (Garzón accede a la Audiencia Nacional en enero de 1988, desde la inspección del Consejo General del Poder Judicial). Y fue por el caso Amedo. El 13 de julio de ese año ordenó la prisión de los dos policías, el propio Amedo y Michel Domínguez, acusados de varios asesinatos frustrados de los GAL, que años más tarde supusieron su condena a 108 años de prisión para cada uno. Ese caso fue el detonante, porque por primera vez un juez se atrevía a investigar a la cúpula del Ministerio del Interior por hacer la guerra sucia contra los terroristas de ETA. El Gobierno de Felipe González digirió mal el asunto.
Paralelamente, el magistrado instruía varios sumarios por actividades terroristas de ETA y los GRAPO. A finales de 1989, el magistrado había procesado al entonces jefe del aparato militar de ETA, Santi Potros; había sido el primer juez español en desplazarse a Francia para interrogar a presos etarras (entre ellos, al número uno de la banda, Josu Ternera), y había experimentado sus primeras polémicas con el Gobierno socialista a consecuencia de sus indagaciones sobre el destino de los fondos reservados del Ministerio del Interior. Las presiones desde el Ejecutivo obligaron a Garzón a pedir amparo al Consejo General del Poder Judicial, que, con mayoría de vocales elegidos por los socialistas, "tomó conocimiento de la importancia de los hechos", pero no le respaldó. Era la primera vez. Ha habido otras. Un periodista, por entonces 20 años más joven, escribía estas frases sobre la incipiente carrera de un juez de 34 años: "Ya hay quien dice que tiene gafe. Baltasar Garzón, uno de los cuatro jueces que instruyen causas por delitos de terrorismo en España, no tiene mucha suerte. Le tocan todos los huesos duros de roer".
Hay una leyenda de que Garzón elige los casos. No es verdad. Ocurre que los policías valoran su osadía para intentar llevar la investigación hasta el final y cómo respalda sus pesquisas, por lo que aprovechan las fechas del calendario para judicializar las operaciones cuando Garzón está de guardia. Son los policías, altos cargos de todas las épocas, socialistas o populares, los que mejor aprecian su trabajo.
Así que un año más tarde, nadie hablaba de gafe. Garzón dirigía la actuación de 350 agentes de policía contra el narcotráfico gallego desde la comisaría de Villagarcía de Arousa, donde firmaba decenas de órdenes de registro. Su imagen se hizo famosa al abordar un barco o al montar en un helicóptero. Era la Operación Nécora. Luego, vinieron otras más. Otros sumarios. Todos ellos impactantes. Entre los casos de Garzón figuraban tanto éxitos policiales como actividades que ponían de manifiesto la corrupción en las fuerzas de seguridad, tal y como sucedió con la UCIFA, la unidad antidroga de la Guardia Civil, cuyos miembros pagaban con droga a confidentes. El contraataque de los imputados fue feroz, contra Garzón y los mandos de Interior. Hubo una campaña de desprestigio, pero el juez salió incólume.
Los sumarios de Garzón tocaron al Gobierno socialista de la época. Y en alguna menor medida, al poder financiero (casos Privanza, Expo, Tele 5 o BBV). Unos le criticaban y otros le alababan. Era ya el monstruo. Como él dice, bueno para unos y malo para otros, pero monstruo al fin y al cabo. Sentó en el banquillo a terroristas, narcotraficantes, traficantes de armas, altos cargos; y pretendió que el Tribunal Supremo lo hiciera con ex ministros como José Barrionuevo y el propio Felipe González, cuando ya no era presidente del Gobierno. Todos han sentido deseos de eliminarle, de alguna u otra manera. Han sido los personajes secundarios de la trama, que han ido abandonando la serie (unos, para purgar sus penas en la cárcel; otros, para retirarse de la actividad pública con mayor o menor decoro), mientras el titular del número 5 de la Audiencia Nacional ha seguido siendo Baltasar Garzón. Lo curioso del caso es que el guión no se ha modificado. Cambian los personajes, pero no el protagonista.
Eso debe tenerlo en cuenta Rajoy. Todo cuanto está sucediendo durante estas últimas semanas está escrito en el guión de Garzón. Así escribe en su libro: "Hay casos en los que la vida del juez no vale más que el precio que estés dispuesto a pagar al sicario de turno. Aunque lo más normal es que el juez sea neutralizado a través de medios de comunicación afines, mediante campañas de desprestigio y descrédito que acaben con la ecuanimidad de su juicio, con su tranquilidad familiar o personal, y desemboquen en su silencio, inactividad o retirada. (...) Pienso que los ataques a la independencia de los jueces siempre existirán cuando investiguen a responsables políticos o económicos, pero lo importante es superarlos y rechazarlos. Al menos, yo lo he intentado cuando me han presionado, denunciado, recusado maliciosamente, expedientado, y me han odiado y despreciado. Miro a mi hijo y recuerdo todos y cada uno de los ataques sufridos desde dentro y desde fuera en unas y otras investigaciones, las denuncias, las presiones, las recusaciones instrumentales, los expedientes abiertos sin haber intentado siquiera una indagación previa, los odios, los desprecios".
Garzón ya no tiene 34 años. Tiene 53. Ya no es un joven juez. Y no le ha faltado suerte. Tras cada caso complicado en el que investigaba a poderosos había alguien que le necesitaba. El Partido Popular celebró que Garzón instruyera la segunda parte del caso GAL para acabar con el último Gobierno de Felipe González, y que quisiera acabar con ETA atacando su vía de financiación (con los papeles del Proyecto Udaletxe en la mano, Garzón sostuvo que ETA no sólo son sus comandos, sino todo un entramado de estructuras y plataformas creadas para apoyar a la banda y perseguir sus fines desde la legalidad o alegalidad). Al PSOE le pareció maravilloso, sin embargo, que Garzón procesase y pidiese la extradición del ex dictador chileno Augusto Pinochet, y que atacase públicamente a José María Aznar por su apoyo a George W. Bush en la guerra de Irak.
No parece un hombre cansado aunque haya ingresado en un hospital el pasado fin de semana aquejado de una crisis de ansiedad. Hace 15 años respondía con firmeza a todas aquellas entrevistas que le interrogaban por la eventualidad de una retirada de la Audiencia Nacional. Hace 15 años ya. No se ha producido ese hecho. Sus intentos de acceder a la presidencia de la Sala de lo Penal han fracasado por idéntico motivo: sea la mayoría socialista del Poder Judicial o la mayoría conservadora, nunca ha gozado de los apoyos suficientes. Ahora tiene intención de presentarse a la presidencia de la Audiencia Nacional, pero le faltan apoyos. Nadie le quiere. Otros jueces de la Audiencia, sin embargo, señalan que sería la forma más fácil de desactivarle, porque como presidente de la Audiencia no tiene función jurisdiccional, es decir, no podría investigar nada, ni meter a nadie en la cárcel.
Ha ganado enemigos y ha perdido amigos. El número y trascendencia de los casos instruidos por este juez son tan amplios que han terminado por traspasar fronteras. Recuérdense el caso Pinochet o la imputación a Berlusconi. O su orden de detención sobre Osama Bin Laden, en el caso de la célula española de Al Qaeda. Una de sus aspiraciones ha sido ser fiscal en el Tribunal Penal Internacional: él está convencido de que su escaso dominio del inglés ha sido un factor determinante en el fracaso de su candidatura -con ese fin estuvo año y medio en Estados Unidos-; otros piensan que el estilo Garzón, tenido en algunos foros por una especie de justiciero, es demasiado arriesgado para darle rienda suelta a escala internacional. La cuestión es que, mientras su trayectoria pública ha sido espectacular, su biografía personal y privada se ha mantenido muy discreta.
En ese sentido, Garzón es un monolito. Todas las referencias a su vida personal permanecen invariables en el tiempo: su mujer, Yayo, es su novia de toda la vida; sus tres hijos (el primero de los cuales le permitió eludir el servicio militar), sus aficiones: el esquí, el fútbol (donde juega de portero), las coplas, las sevillanas (se lanza con estilo al escenario en cualquier tablao improvisado); su torpeza al inundar de chistes fáciles a la audiencia de cualquier reunión social, la asistencia a capeas. Es curioso: ninguno de los cientos de perfiles escritos en la prensa durante años da importancia a su actividad como cazador. Le gusta el campo, cierto (es hijo de agricultores de Jaén), pero poco se sabía de la caza hasta que saltó a las portadas la noticia de su coincidencia en una cacería junto al ya ex ministro de Justicia Mariano Bermejo.
Esa coincidencia ha acabado con Bermejo, pero no con Garzón.
Entre otras cosas, porque Garzón conoce el riesgo al que está expuesto. Violentaron su domicilio en varias ocasiones: en una de ellas drogaron a su perro, un pastor alemán, y le dejaron una piel de plátano sobre la cama de matrimonio a modo de aviso. Le han seguido. Han confeccionado dossiers infamantes sobre su vida privada. Tiene permanentemente auditadas sus cuentas corrientes para evitar ingresos de dinero de sospechosa procedencia que puedan implicarle. Vive desde hace 20 años bajo una fuerte escolta policial. Conoce las reglas del juego en el que se ha metido y hasta ahora nadie ha podido demostrarle nada.
Su vida pública es otra cosa. Le han criticado. Le han etiquetado, como a los actores con demasiado éxito a los que se acusa de un exceso de afectación: busca el espectáculo y no instruye adecuadamente. Sin embargo, la opinión generalizada de magistrados que han trabajado a su lado, no siendo amable, abunda en sus claros y oscuros de otra manera. "Garzón probablemente sea el mejor jefe de prensa de sí mismo, pero no es cierto que instruya mal. Eso es una leyenda urbana. Es un juez que sabe manejar los papeles y exprime a los fiscales, que son quienes generalmente llevan la instrucción. Gestiona bien el sumario, maneja bien los tiempos. Sabe crear equipos, que no le duran mucho tiempo porque es autoritario, arrogante y vanidoso. Agota a los equipos y no reconoce su trabajo. Trata mal a los funcionarios. Pero tiene olfato. Huele cuándo un caso puede dar mucho juego, puede serle útil. Lo que pasa es que es un mal político metido a juez de instrucción".
La política. No siempre Garzón ha sido un personaje incómodo para los Gobiernos. Para el poder político. Algunos le reprochan su falta de contundencia con el poder económico: no ha sido tan duro con los grandes empresarios como con los altos cargos, sostienen algunos críticos. Pero sí los de calado político. Durante un año (entre 1993 y 1994) dejó la judicatura y pasó a la política: participó en las elecciones legislativas de 1993 con el PSOE. Cuentan que ambicionaba crear una especie de FBI a la española. Que ésa ha sido su máxima ambición, la de ser un fiscal a la americana. Algo de ello se desprende de sus libros. Por ejemplo, su admiración no disimulada -quizá la única que profesa- al juez Giovanni Falcone, que tuvo amplios poderes para combatir a la Mafia en Italia hasta que fue asesinado. Aquella ambición no fue satisfecha. No hubo amplios poderes para Garzón. Regresó a su trabajo y se convirtió en el martillo de aquel Gobierno socialista a consecuencia de los GAL y los fondos reservados.
Odiado por los socialistas y alabado por los populares. Ésas fueron las condiciones de juego durante varios años. Con el PP en el poder, su trabajo para arrinconar a todo el entorno de ETA rindió grandes frutos. Conocida fue su gran relación con el ministro del Interior, Jaime Mayor Oreja. Luego vino el caso Pinochet, que incomodó a Aznar. Y finalmente, su crítica pública a la participación española en la guerra de Irak.
Actualmente, con el caso de la Operación Gürtel (Correa, en alemán), el Partido Popular se ha revuelto en contra del juez. Los términos se han invertido. Son los populares quienes le critican descaradamente, emitiendo frases muy parecidas a las que proclamaban los socialistas en su momento. Se le acusa de filtraciones interesadas, de manipulación, de prevaricación. Los argumentos para recusarle, antes y ahora, se parecen como dos gotas de agua. Nada nuevo.
Nada que Garzón no tenga en su guión. De nuevo, el libro El mundo sin miedo (escrito hace cuatro años) resulta esclarecedor. Son sus palabras: "¡Cuántas veces las imputaciones de filtraciones a la prensa se hubieran paralizado de inmediato con la simple comparecencia del juez explicando los hechos! En mi caso, en muy contadas ocasiones he podido hacerlo, pero no he dudado en dar explicaciones en situaciones límite y cuando la información era paladinamente falsa y manipulada. Si no he acudido -sólo una vez lo hice- en más ocasiones a los tribunales, ha sido porque desconfiaba de mis propios compañeros. No estaba muy seguro de que fueran capaces de enfrentarse a eventuales campañas de presión mediática, con lo que estoy afirmando que esa circunstancia se ha producido. Hay expertos en la coacción y extorsión mediática que utilizan la profesión de periodista como mercenarios o para obtener ventajas del poder político. Son falsos profesionales, cuya ética profesional es similar a la de los capos mafiosos".
La actualidad en los albores de 2009 está marcada por un nuevo acoso a Baltasar Garzón. Es la tercera parte, luego de la experimentada durante el denominado caso Sogecable y la que protagonizaron los socialistas mediados los años noventa. La orquesta recusadora la dirige hoy Mariano Rajoy al frente de los populares.
La Operación Gürtel ha destapado una trama de corrupción que ha alcanzado a varios aforados, entre ellos, el presidente valenciano, Francisco Camps, y el tesorero del Partido Popular, Luis Bárcenas. La réplica del PP no es nueva: es la misma que siguieron en CiU (caso Banca Catalana) o en el PSOE (caso Filesa). El mismo estribillo en todos los casos: primero, la defensa (todos como una piña, no hay familias, sino defensa a ultranza del partido y los afiliados imputados), y luego, el contraataque (se ataca al juez, se le acusa de parcialidad y se le presiona para que abandone el caso).
Como hasta ahora no ha dado resultado, los populares han presentado una querella por prevaricación contra el juez. No parece que vaya a tener éxito, pues hasta un enemigo irreconciliable de Garzón, el ex juez Javier Gómez de Liaño, la ha criticado. Y es que los querellantes no han tenido en cuenta la doctrina del Tribunal Supremo sobre inhibiciones. Garzón la conoce bien, pues el alto tribunal le dio un sonoro varapalo cuando por segunda vez dirigió una exposición razonada por si los hechos que supuestamente implicaban a Felipe González en los GAL eran constitutivos de delito. El Supremo dijo entonces que los jueces tienen la obligación de determinar bien los delitos (es decir, instruir la causa hasta que no quede más remedio que llamar a declarar como imputado al aforado).
Posteriormente, el PP ha ampliado la querella por revelación de secretos, porque Garzón desmintió que Esteban González Pons fuera uno de los aforados a los que estaba investigando. La queja es que, al negar los hechos respecto a Pons y no hacerlo respecto del tesorero, Luis Bárcenas, estaba confirmando que le tenía por imputado. Una especie de comisión por omisión que no tiene ningún futuro, salvo el ruido de un partido político que pretende ocultar que está siendo investigado por corrupción. Otro varapalo: el vicepresidente del Consejo del Poder Judicial, De Rosa, atacó a Garzón por haber imputado a su ex jefe político Francisco Camps. El Poder Judicial le ha obligado a pedir disculpas al juez.
Buscan la recusación.
Pero Garzón se inhibirá en próximas fechas.
Garzón lo tiene escrito hace cuatro años: "Además, era consciente de que, en muchas ocasiones, los ataques eran parte de una estrategia de provocación de los propios afectados con el fin de inutilizarme como instructor".
Por eso, Rajoy, también aficionado a los símiles deportivos, debería tener en cuenta que quizá esté jugando en el terreno que mejor domina Garzón. -
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