La deriva de las relaciones transatlánticas/Joschka Fischer, ex ministro de Relaciones Exteriores y vicecanciller de Alemania desde 1998 hasta 2005.
Traducción de David Meléndez Tormen.
© Project Syndicate/Institute of Human Sciences, 2009
Publicado en EL PAÍS (www.elpais.com) , 02/04/09;
En las riberas del Rin y en Praga, la OTAN y la Unión Europea rinden en los últimos días de esta semana su homenaje al nuevo presidente estadounidense. Habrá hermosas fotografías y pomposos discursos acerca del futuro de la relación transatlántica: lo de siempre. Sin embargo, antes de las cumbres de Estrasburgo y Praga, las relaciones transatlánticas van a verse sometidas a una prueba de fuego en la cumbre del G-20 que hoy, jueves, se celebra en Londres.
Se esperaba que la elección de Barack Obama iba a mejorarlo todo. Se suponía que la deriva en las relaciones transatlánticas ocurrida durante los ocho años de la presidencia de George Bush se iba a detener y hasta revertir. Pero esas esperanzas se diluyen a medida que la crisis económica global pone de relieve las diferencias entre EE UU y Europa.
Por supuesto, al término de la cumbre de Londres los líderes reunidos harán una declaración conjunta, porque nadie puede permitirse el lujo de que ésta fracase obviamente. Pero persistirán las diferencias. Estados Unidos desea solucionar la crisis global proporcionando una cantidad de ayuda financiera sustancialmente mayor. Europa se niega a comprometerse a eso, prefiriendo hacer hincapié en la reforma financiera. En cualquier caso, lo que quedará de lado es una respuesta global y contundente a la crisis más grave desde 1929. Para esa batalla no hay liderazgo a la vista.
La principal razón de que prosiga la deriva transatlántica es que la crisis se está viviendo de manera diferente. Estados Unidos teme a la deflación; Europa -impulsada por su mayor economía, Alemania- teme a la inflación y al endeudamiento nacional. Estados Unidos ha dado media vuelta en términos prácticos e ideológicos, confiando en Keynes y en una enorme demanda pública financiada a través de la deuda para poner freno al declive económico. Sin embargo, los europeos, si bien han puesto en marcha planes nacionales de recuperación, siguen poco dispuestos a asumir el riesgo de un endeudamiento similar. Piensan que el Estado de bienestar europeo, más extenso y sólido que el norteamericano, servirá de amortiguador, al menos durante cierto tiempo.
Pero la táctica política también tiene su papel. Obama acaba de ser elegido por cuatro años, y su destino político depende de su capacidad de lograr la recuperación económica. En Europa, los líderes tienen imperativos muy diferentes. El primer ministro británico, Gordon Brown, tiene serios problemas. La crisis económica en Reino Unido es al menos tan grave como en Estados Unidos, y ha obligado al Gobierno a recurrir casi enteramente al gasto deficitario para evitar el total colapso del sistema financiero. A Brown le quedan pocas opciones, y lo peor es que Reino Unido está lejos de haber sufrido lo peor de la crisis. Sólo un milagro podría salvarlo.
El destino de Brown tendrá efectos en Alemania y Francia, donde el británico es visto como un ejemplo de lo que puede pasar. La canciller alemana, Angela Merkel, y el presidente francés, Nicolas Sarkozy, no quieren jugarse sus propios futuros políticos. Merkel tendrá el papel central en la decisión de qué postura adopta Europa en el G-20 y en el futuro inmediato, no sólo porque es líder de la mayor economía de la UE, sino también porque desea ser reelegida en septiembre. Merkel está en una posición muy incómoda que podría terminar convirtiéndose en un gran dilema. Si opta por un gasto deficitario sustancial, perderá apoyo en su país, y de hecho este apoyo ya está debilitándose a causa de la mayor deuda estatal, las nacionalizaciones, los programas de estímulo, etcétera. Pero si el desempleo aumenta y algunas empresas conocidas quiebran, hay quienes podrían decir que no ha hecho lo suficiente, lo que podría llevar a que los socialdemócratas triunfaran. Está por ver si lo que decidirá el resultado electoral en Alemania es el desempleo o la deuda estatal, pero Merkel hará todo lo posible por evitar comprometerse, y la cumbre de Londres le llega demasiado temprana.
Este tipo de razonamiento con bases egoístas tiene serias consecuencias internacionales. El desacuerdo entre Europa y Estados Unidos está bloqueando una acción concertada de las dos principales zonas económicas, con lo que se debilita a Occidente como un todo. Esto socavará todavía más la relación transatlántica, dará un mayor peso a China y, con toda probabilidad, hará posible que los chinos emerjan como los grandes ganadores de la crisis.
El mundo habrá cambiado una vez que la crisis global haya pasado, y entonces los europeos ya no podrán quejarse. El mundo será más pacífico y menos transatlántico, y el nuevo eje de la política mundial estará formado por el dúo sino-estadounidense.
Parece ser que la esperanza secreta en Berlín, París y otras capitales europeas es que Obama logre arreglar las cosas. Si tiene éxito como un súper-Keynes, nadie en Europa habrá tenido que arriesgar su propio futuro político. Si fracasa, bueno, gracias a Dios que uno no estaba metido en eso.
Esas posturas son peligrosas para los intereses vitales de Europa. Si Europa piensa que su papel en la solución de esta crisis es el de un polizón, en el futuro será tratada de manera acorde.
Se esperaba que la elección de Barack Obama iba a mejorarlo todo. Se suponía que la deriva en las relaciones transatlánticas ocurrida durante los ocho años de la presidencia de George Bush se iba a detener y hasta revertir. Pero esas esperanzas se diluyen a medida que la crisis económica global pone de relieve las diferencias entre EE UU y Europa.
Por supuesto, al término de la cumbre de Londres los líderes reunidos harán una declaración conjunta, porque nadie puede permitirse el lujo de que ésta fracase obviamente. Pero persistirán las diferencias. Estados Unidos desea solucionar la crisis global proporcionando una cantidad de ayuda financiera sustancialmente mayor. Europa se niega a comprometerse a eso, prefiriendo hacer hincapié en la reforma financiera. En cualquier caso, lo que quedará de lado es una respuesta global y contundente a la crisis más grave desde 1929. Para esa batalla no hay liderazgo a la vista.
La principal razón de que prosiga la deriva transatlántica es que la crisis se está viviendo de manera diferente. Estados Unidos teme a la deflación; Europa -impulsada por su mayor economía, Alemania- teme a la inflación y al endeudamiento nacional. Estados Unidos ha dado media vuelta en términos prácticos e ideológicos, confiando en Keynes y en una enorme demanda pública financiada a través de la deuda para poner freno al declive económico. Sin embargo, los europeos, si bien han puesto en marcha planes nacionales de recuperación, siguen poco dispuestos a asumir el riesgo de un endeudamiento similar. Piensan que el Estado de bienestar europeo, más extenso y sólido que el norteamericano, servirá de amortiguador, al menos durante cierto tiempo.
Pero la táctica política también tiene su papel. Obama acaba de ser elegido por cuatro años, y su destino político depende de su capacidad de lograr la recuperación económica. En Europa, los líderes tienen imperativos muy diferentes. El primer ministro británico, Gordon Brown, tiene serios problemas. La crisis económica en Reino Unido es al menos tan grave como en Estados Unidos, y ha obligado al Gobierno a recurrir casi enteramente al gasto deficitario para evitar el total colapso del sistema financiero. A Brown le quedan pocas opciones, y lo peor es que Reino Unido está lejos de haber sufrido lo peor de la crisis. Sólo un milagro podría salvarlo.
El destino de Brown tendrá efectos en Alemania y Francia, donde el británico es visto como un ejemplo de lo que puede pasar. La canciller alemana, Angela Merkel, y el presidente francés, Nicolas Sarkozy, no quieren jugarse sus propios futuros políticos. Merkel tendrá el papel central en la decisión de qué postura adopta Europa en el G-20 y en el futuro inmediato, no sólo porque es líder de la mayor economía de la UE, sino también porque desea ser reelegida en septiembre. Merkel está en una posición muy incómoda que podría terminar convirtiéndose en un gran dilema. Si opta por un gasto deficitario sustancial, perderá apoyo en su país, y de hecho este apoyo ya está debilitándose a causa de la mayor deuda estatal, las nacionalizaciones, los programas de estímulo, etcétera. Pero si el desempleo aumenta y algunas empresas conocidas quiebran, hay quienes podrían decir que no ha hecho lo suficiente, lo que podría llevar a que los socialdemócratas triunfaran. Está por ver si lo que decidirá el resultado electoral en Alemania es el desempleo o la deuda estatal, pero Merkel hará todo lo posible por evitar comprometerse, y la cumbre de Londres le llega demasiado temprana.
Este tipo de razonamiento con bases egoístas tiene serias consecuencias internacionales. El desacuerdo entre Europa y Estados Unidos está bloqueando una acción concertada de las dos principales zonas económicas, con lo que se debilita a Occidente como un todo. Esto socavará todavía más la relación transatlántica, dará un mayor peso a China y, con toda probabilidad, hará posible que los chinos emerjan como los grandes ganadores de la crisis.
El mundo habrá cambiado una vez que la crisis global haya pasado, y entonces los europeos ya no podrán quejarse. El mundo será más pacífico y menos transatlántico, y el nuevo eje de la política mundial estará formado por el dúo sino-estadounidense.
Parece ser que la esperanza secreta en Berlín, París y otras capitales europeas es que Obama logre arreglar las cosas. Si tiene éxito como un súper-Keynes, nadie en Europa habrá tenido que arriesgar su propio futuro político. Si fracasa, bueno, gracias a Dios que uno no estaba metido en eso.
Esas posturas son peligrosas para los intereses vitales de Europa. Si Europa piensa que su papel en la solución de esta crisis es el de un polizón, en el futuro será tratada de manera acorde.
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