La tiranía del expediente /Jesús Silva-Herzog Márquez
Reforma, 14 Feb. 11;
El ámbito judicial es tan importante para una democracia como el espacio de las elecciones. No me refiero aquí a la función del poder judicial como el gran órgano del equilibrio institucional, el último defensor de la legalidad, la voz que resuelve las controversias entre los poderes. Hablo del proceso judicial como prueba crucial de ciudadanía. Ante un tribunal se comprueba si una persona pertenece realmente a un orden político como sujeto de derechos -o si es un súbdito, un objeto, un nadie. Paul W. Kahn, constitucionalista de la Universidad de Yale, lo pone en estos términos: el voto le da poder a la mayoría, el litigio le da poder a cada ciudadano.
Tenemos hoy la mejor oportunidad para ver que el proceso penal mexicano es una sorda máquina de arbitrariedad.
Que la arbitrariedad es el sistema, no una anomalía en el sistema. Dentro de unos días se estrenará en México la película Presunto culpable. No recuerdo ninguna película en la historia reciente de México que haya generado, aún antes de su estreno, tal revuelo. Los diarios, la televisión, el radio, los nuevos canales de comunicación han estado repletos de menciones a esta extraordinaria producción de Roberto Hernández y Layda Negrete que retrata la historia de Antonio Zúñiga, un hombre que tuvo la desgracia de caer entre las engranajes del sistema judicial mexicano. No hay ficción en la cinta pero podría pensarse que es producto de un libreto perfectamente cuidado. Un personaje cautivador, la aparición de la fortuna, el dramatismo de la libertad que cuelga de la irracionalidad de un sistema. El gran tino de Presunto culpable es su capacidad para mostrar el funcionamiento normal de la justicia mexicana. La cinta pesca un caso como pudo pescar mil otros. La arbitrariedad que se retrata no es producto de la corrupción, no es tampoco la brutalidad de la tortura. Es, por el contrario, un caso ordinario de la árida rutina legal que ha perdido de vista lo esencial: el deber de encontrar la verdad para aplicar la ley. El juicio penal en México, lejos de ser una batalla de argumentos y de pruebas, resulta del afán de engordar un expediente y de compensar la impunidad reinante con medallas de encarcelados. Sin el menor asomo de la ciencia, dejando a los acusados sin abrigo alguno, con jueces que sólo ven papel y repiten frases, la ley mexicana consagra el atropello. Un hombre puede ser condenado a vivir 20 años bajo las rejas sin haber visto jamás al juez que resuelve su castigo, sin un abogado que defienda profesionalmente su causa, sin nadie que interprete los hechos con la frialdad de un dictamen técnico, sin prueba que lo ligue al delito. Mucho se habla en estos días de la impunidad, de los muchos delincuentes sin castigo. Esta cinta nos pide no perder de vista la otra cara de nuestra penuria legal: los inocentes aprisionados durante años. Roberto Hernández y Layda Negrete han logrado darle cara a esa injusticia que consume la vida de miles de mexicanos.
Presunto culpable retrata una tiranía dispersa pero implacable. Es la tiranía del expediente. El papel no es muestra del proceso judicial, es el ídolo al que todos tienen la obligación de rendir tributo. El acusado, los testigos, el acusador están impedidos de expresarse con naturalidad: han de dictar palabras extranjeras para la engorda del Santo Expediente. La policía no pierde el tiempo con investigaciones. Su trabajo es coleccionar hojas de papel. Las preguntas del interrogatorio judicial tienen una muralla infranqueable, lo asentado en el expediente. Todo conspira en contra de un acusado que está forzado a hablar tras las rejas y vestir como reo: presunto culpable.
Esta demoledora crítica al sistema legal mexicano es también un instrumento de defensa. El equipo de abogados-cineastas filma, al tiempo que discute con los jueces. El lente toma partido y habla a favor de ese hombre sin patria que es el acusado. Las cámaras del abogado son empleadas para reparar la indefensión de un convicto. Siendo todo esto, una denuncia y una cuerda de auxilio, la película es algo más: una admirable pieza cinematográfica. Una narración que trasciende una justísima demanda política y una astuta estrategia de presión. Cine sin ficción y sin actores pero cargado de emblemas, peripecias, personajes, enseñanzas. El protagonista es retratado con sutileza pero deja ver una inteligencia sólida y una fuerza a prueba de fuego. El entorno personal y social imprime emoción y calidez a la historia; el resto de los personajes encuentra su tono y su cuadro memorable. El compás de la narración no suelta al espectador. Y el pantano de abogadismos que arrebata país a tantos mexicanos es expuesto con inclemencia y pizcas de sarcasmo.
El próximo viernes 18 se estrena Presunto culpable. Véala. Después de verla, pensará en la justicia mexicana de otra manera.
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