Aristegui: impostura e impostores
No tienen derecho ni la señora Carmen y menos sus corifeos a engañar a la sociedad con el cuento de la violentada libertad de expresión.
Columna Itinerario político/Ricardo AlemánExcélsior, 14 de febrero de 2011;
Los ciudadanos en general, pero en especial los profesionales de la información, debieran aplaudir y dar gracias a los patrocinadores del circo mediático llamado “el caso Aristegui”. ¿Por qué? Por la ocurrencia de llevar el tema hasta el extremo de “la protesta callejera”.
Y es que gracias a ese exceso confirmaron que toda la patraña montada detrás del despido de la señora Aristegui no es más que una vulgar y grosera impostura, promovida por los mismos impostores de siempre: los que de manera cíclica engañan a la sociedad con supuestas reivindicaciones sociales, pero que en el fondo sólo persiguen el poder por el poder. ¿De qué hablamos?
Sí, del mismo grupo político-social bien identificado desde hace años, con tentáculos mediáticos harto conocidos, cuyo interés político partidista ha sido y es alcanzar el poder presidencial por todos los medios posibles, y que hoy engaña con el cuento de la libertad de expresión violentada, pero que ayer pretendió confundir con el “No más Sangre”, antier inventó a “la viejita violada por los militares”; antes de antier le dio vida artificial a la mentira del “fraude electoral” en 2006, y que años antes elevó a la calidad de mártir social al subcomandante Marcos…
Lo sorprendente, en todo caso, no es que hayan recurrido al expediente clásico del chantaje y la manifestación callejera, la presión dizque ciudadana y la arenga de los puros contra los malignos. No, lo que llama la atención es que aún existan incautos que, de un bocado, y sin digerir, se comen completo el anzuelo para luego pregonar que el de Aristegui es un caso ejemplar de la reacción social contra todos los poderes perversos de nuestro tiempo.
No, bastó presenciar la manifestación de apoyo a la señora Aristegui —y reportear el tema en plazas provincianas—, para confirmar no sólo la vulgar y grosera impostura, sino que en el fondo del espectáculo están los impostores de siempre: los seguidores de AMLO, que de tanto en tanto ocupan el Zócalo, el Hemiciclo a Juárez; los mismos que movilizan en todas las plazas del país a un puñado de simpatizantes, seguidores o protestantes a sueldo; engañabobos que hacen creer que son una fuerza capaz de paralizar a todo el territorio nacional. ¿Y quiénes están detrás de esa gran impostura?
Todos lo saben, Andrés Manuel López Obrador, de quien es vocera la señora Aristegui, un grupo de amigos, intelectuales, académicos y periodistas, y un puñado de políticos panistas que desde hace muchos años persiguen el favor público para beneficiarse de una concesión de radio y/o televisión. Y por supuesto que desde AMLO, pasando por toda su claque de cardenales y oficiantes, sin olvidar, claro, a la señora Aristegui y a sus amigos, todos tienen el derecho de creer en lo que les plazca, buscar el poder que les convenga y acomode y hacerlo de la manera que crean conveniente.
Pero a lo que no tienen derecho ni la señora Aristegui y menos sus corifeos es a engañar a la sociedad con el cuento de la violentada libertad de expresión, sobre todo porque en México mueren muchos periodistas y otros tantos no pueden ejercer esa libertad de expresión, a causa de la violencia, el crimen y las condiciones imposibles para el ejercicio de las libertades básicas. Esos periodistas no juegan a la libertad de expresión como lo hacen Aristegui y sus amigos; esos periodistas la ejercieron y están muertos, y los que viven, no hablan y no fanfarronean con circos mediáticos. Y en la mayoría de los casos, los muertos no merecieron ni una lágrima de la llamada “prensa nacional”: de ese coro inmoral de aplaudidores.
En cambio, sin pudor alguno, los aplaudidores de la señora Aristegui pretenden convertirla en mártir de la libertad de expresión y ella, feliz, estimula el circo. ¿Y la ética? ¿Y el pudor? ¿Y la vergüenza?
Es ridículo y sería de risa la impostura de Aristegui, si no es porque el periodismo mexicano vive —en casi todo el territorio nacional, pero sobre todo en el norte del país— una tragedia no contada, no explicada y no comprendida por la sociedad mexicana: decenas de periodistas muertos, cientos callados por el dilema de “silencio o plomo”, mientras que, cínicos, un puñado de militantes partidistas metidos a periodistas se rasgan las vestiduras.
Y, en efecto, querido Álvaro Cueva, podrán decir misa, pero la gente no se moviliza por los periodistas: los políticos usan a los periodistas. Al tiempo.
EN EL CAMINO
Está en juego la cabeza del contralor del IFE, Gregorio Guerrero. Vale 300 millones de pesos.
Twitter: @laotraopinion
Y es que gracias a ese exceso confirmaron que toda la patraña montada detrás del despido de la señora Aristegui no es más que una vulgar y grosera impostura, promovida por los mismos impostores de siempre: los que de manera cíclica engañan a la sociedad con supuestas reivindicaciones sociales, pero que en el fondo sólo persiguen el poder por el poder. ¿De qué hablamos?
Sí, del mismo grupo político-social bien identificado desde hace años, con tentáculos mediáticos harto conocidos, cuyo interés político partidista ha sido y es alcanzar el poder presidencial por todos los medios posibles, y que hoy engaña con el cuento de la libertad de expresión violentada, pero que ayer pretendió confundir con el “No más Sangre”, antier inventó a “la viejita violada por los militares”; antes de antier le dio vida artificial a la mentira del “fraude electoral” en 2006, y que años antes elevó a la calidad de mártir social al subcomandante Marcos…
Lo sorprendente, en todo caso, no es que hayan recurrido al expediente clásico del chantaje y la manifestación callejera, la presión dizque ciudadana y la arenga de los puros contra los malignos. No, lo que llama la atención es que aún existan incautos que, de un bocado, y sin digerir, se comen completo el anzuelo para luego pregonar que el de Aristegui es un caso ejemplar de la reacción social contra todos los poderes perversos de nuestro tiempo.
No, bastó presenciar la manifestación de apoyo a la señora Aristegui —y reportear el tema en plazas provincianas—, para confirmar no sólo la vulgar y grosera impostura, sino que en el fondo del espectáculo están los impostores de siempre: los seguidores de AMLO, que de tanto en tanto ocupan el Zócalo, el Hemiciclo a Juárez; los mismos que movilizan en todas las plazas del país a un puñado de simpatizantes, seguidores o protestantes a sueldo; engañabobos que hacen creer que son una fuerza capaz de paralizar a todo el territorio nacional. ¿Y quiénes están detrás de esa gran impostura?
Todos lo saben, Andrés Manuel López Obrador, de quien es vocera la señora Aristegui, un grupo de amigos, intelectuales, académicos y periodistas, y un puñado de políticos panistas que desde hace muchos años persiguen el favor público para beneficiarse de una concesión de radio y/o televisión. Y por supuesto que desde AMLO, pasando por toda su claque de cardenales y oficiantes, sin olvidar, claro, a la señora Aristegui y a sus amigos, todos tienen el derecho de creer en lo que les plazca, buscar el poder que les convenga y acomode y hacerlo de la manera que crean conveniente.
Pero a lo que no tienen derecho ni la señora Aristegui y menos sus corifeos es a engañar a la sociedad con el cuento de la violentada libertad de expresión, sobre todo porque en México mueren muchos periodistas y otros tantos no pueden ejercer esa libertad de expresión, a causa de la violencia, el crimen y las condiciones imposibles para el ejercicio de las libertades básicas. Esos periodistas no juegan a la libertad de expresión como lo hacen Aristegui y sus amigos; esos periodistas la ejercieron y están muertos, y los que viven, no hablan y no fanfarronean con circos mediáticos. Y en la mayoría de los casos, los muertos no merecieron ni una lágrima de la llamada “prensa nacional”: de ese coro inmoral de aplaudidores.
En cambio, sin pudor alguno, los aplaudidores de la señora Aristegui pretenden convertirla en mártir de la libertad de expresión y ella, feliz, estimula el circo. ¿Y la ética? ¿Y el pudor? ¿Y la vergüenza?
Es ridículo y sería de risa la impostura de Aristegui, si no es porque el periodismo mexicano vive —en casi todo el territorio nacional, pero sobre todo en el norte del país— una tragedia no contada, no explicada y no comprendida por la sociedad mexicana: decenas de periodistas muertos, cientos callados por el dilema de “silencio o plomo”, mientras que, cínicos, un puñado de militantes partidistas metidos a periodistas se rasgan las vestiduras.
Y, en efecto, querido Álvaro Cueva, podrán decir misa, pero la gente no se moviliza por los periodistas: los políticos usan a los periodistas. Al tiempo.
EN EL CAMINO
Está en juego la cabeza del contralor del IFE, Gregorio Guerrero. Vale 300 millones de pesos.
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