“Liberté”, “égalité”, más.../Diego Petersen Farah
El Universl, 19 de febrero de 2011
A Christine, lectora en Francia
A Christine, lectora en Francia
Liberté: El caso Cassez es ante todo un asunto de libertad. El gobierno francés demanda, con todo derecho, la libertad de su connacional por los vicios de origen en el proceso penal seguido a la ciudadana francesa. A estas alturas hay pocas dudas, incluso en Francia, de que la señora participó en una banda de secuestradores. Nadie alega su inocencia, sino la violación a su derecho a un proceso penal justo y pulcro y, sobre todo, una pena que, fuera de México, parece absolutamente exagerada. No es distinto a los casos que, todos los días, los consulados mexicanos pelean para compatriotas condenados a muerte en Estados Unidos: los argumentos nunca apelan a la inocencia de los inculpados, sino a que no tuvieron un proceso justo, con pleno respeto de sus derechos, y a una pena que vista desde México, es desproporcionada, la muerte.
Égalité: No por ser francesa, inglesa o china, la ciudadana Cassez tiene derechos distintos a los de cualquier persona. El problema es que mientras que para México la igualdad consiste en que la señora que vino de Francia a secuestrar en México debe purgar la misma pena que todos los secuestradores mexicanos, para Francia la igualdad consiste en el respeto del derecho a un proceso justo y sin vicios que toda persona tiene, independientemente de su nacionalidad y del delito que haya cometido. ¿Cuál es el criterio de igualdad que debe prevalecer? Normalmente en estos casos suele contraponerse, el falso dilema, el derecho de los delincuentes con el derecho de las víctimas; la forma y el fondo. En este caso fueron las autoridades mexicanas las que se equivocaron, como sucede de un hilo, en la forma de procesar a la ciudadana francesa. Por eso las cárceles están llenas de inocentes y las calles de delincuentes. No es un asunto pues de quién es más macho, sino cómo se resuelve un asunto de derechos e intereses encontrados.
Imbecilité: Un dilema complejo manejado por dos testarudos acabó de un plumazo con la fraternité. El presidente francés Nicolas Sarkozy hizo de una caso estrictamente judicial un asunto de Estado, y el presidente mexicano hizo de un affaire diplomático un tema de nacionalismo. No hay duda que en este caso el que sacó el balón de la cancha fue el presidente francés con su locura de recordar a la Cassez en cada evento cultural, pero el presidente Calderón lejos de bajarlo y regresarlo al terreno que le correspondía, lo envió aún más lejos, exacerbando el nacionalismo y la ridiculez (no ha faltado quien apele al 5 de mayo que, por cierto y para pena de los mexicanos, no hay francés que sepa qué sucedió en esa fecha). La imbecilité de dos gobiernos incapaces de dimensionar un asunto judicial terminó por poner las relaciones en su nivel más tenso desde hace 150 años. Lo paradójico es que por un asunto de una secuestradora los gobiernos de Calderón y Sarkozy terminaron por secuestrar a la cultura.
L’imbecilité a tué la fraternité.
Égalité: No por ser francesa, inglesa o china, la ciudadana Cassez tiene derechos distintos a los de cualquier persona. El problema es que mientras que para México la igualdad consiste en que la señora que vino de Francia a secuestrar en México debe purgar la misma pena que todos los secuestradores mexicanos, para Francia la igualdad consiste en el respeto del derecho a un proceso justo y sin vicios que toda persona tiene, independientemente de su nacionalidad y del delito que haya cometido. ¿Cuál es el criterio de igualdad que debe prevalecer? Normalmente en estos casos suele contraponerse, el falso dilema, el derecho de los delincuentes con el derecho de las víctimas; la forma y el fondo. En este caso fueron las autoridades mexicanas las que se equivocaron, como sucede de un hilo, en la forma de procesar a la ciudadana francesa. Por eso las cárceles están llenas de inocentes y las calles de delincuentes. No es un asunto pues de quién es más macho, sino cómo se resuelve un asunto de derechos e intereses encontrados.
Imbecilité: Un dilema complejo manejado por dos testarudos acabó de un plumazo con la fraternité. El presidente francés Nicolas Sarkozy hizo de una caso estrictamente judicial un asunto de Estado, y el presidente mexicano hizo de un affaire diplomático un tema de nacionalismo. No hay duda que en este caso el que sacó el balón de la cancha fue el presidente francés con su locura de recordar a la Cassez en cada evento cultural, pero el presidente Calderón lejos de bajarlo y regresarlo al terreno que le correspondía, lo envió aún más lejos, exacerbando el nacionalismo y la ridiculez (no ha faltado quien apele al 5 de mayo que, por cierto y para pena de los mexicanos, no hay francés que sepa qué sucedió en esa fecha). La imbecilité de dos gobiernos incapaces de dimensionar un asunto judicial terminó por poner las relaciones en su nivel más tenso desde hace 150 años. Lo paradójico es que por un asunto de una secuestradora los gobiernos de Calderón y Sarkozy terminaron por secuestrar a la cultura.
L’imbecilité a tué la fraternité.
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