¿Por qué firmé el Acuerdo?/Leo Zuckermann
Excélsior, 28 de marzo de 2011;
El jueves se anunció el Acuerdo para la Cobertura Informativa de la Violencia. Ese mismo día, lo firmé. Explico por qué.
Parto de la premisa de que México está viviendo una situación extraordinaria, en su acepción de “fuera de lo habitual o común”. La violencia se ha incrementado cuantitativa y cualitativamente. Tenemos entre 200 y 300 ejecuciones en promedio por semana y cada vez con más saña. En este espacio he dicho, y lo sigo sosteniendo, que un problema de esta naturaleza implica el involucramiento activo de toda la sociedad incluidos, desde luego, los medios de comunicación. Esta guerra, lucha, esfuerzo o como quiera llamársele no la va a ganar ni perder sólo el gobierno. La vamos a ganar o perder todos. Por eso debemos comprometernos e involucrarnos para que México vuelva a ser un país seguro.
Me gusta, en este sentido, el Acuerdo porque se trata de un ejercicio voluntario. Es un intento de autorregulación de los medios ante lo extraordinario de la situación. Cuando termine el flagelo de la violencia, el Acuerdo se acaba y punto. O cuando alguien ya no quiera pertenecer a él, pues simplemente lo informa. Incluso algunos medios y periodistas decidieron no firmarlo. Están en su derecho. Este es un ejercicio voluntario no coercitivo. Empresas y comunicadores lo cumplen porque están de acuerdo con los términos suscritos.
¿A qué nos comprometimos los que firmamos? Muchas son cosas que parecen perogrulladas pero que valía la pena ponerlas en blanco y negro. Por ejemplo, el primer criterio editorial al que nos comprometemos es a “tomar postura en contra” de la violencia y la delincuencia organizada. Yo no tengo duda: en el enfrentamiento entre el Estado y el crimen yo quiero que gane el Estado. En este sentido, “bajo ninguna circunstancia, los medios debemos justificar las acciones y los argumentos del crimen organizado y el terrorismo”.
Uno de los temas más polémicos de lo que firmamos tiene que ver con el compromiso de “no convertirse en vocero involuntario de la delincuencia organizada”. En la cobertura noticiosa debemos: “Evitar el lenguaje y la terminología empleados por los delincuentes. Abstenernos de usar inadecuadamente términos jurídicos que compliquen la comprensión de los procesos judiciales en contra de la delincuencia organizada. Impedir que los delincuentes o presuntos delincuentes se conviertan en víctimas o héroes públicos, pues esto les ayuda a construir una imagen favorable ante la población, a convertir en tolerables sus acciones e, incluso, a ser imitados. Omitir y desechar información que provenga de los grupos criminales con propósitos propagandísticos. No convertirse en instrumento o en parte de los conflictos entre grupos de la delincuencia”.
El punto ha causado controversia. El Acuerdo implica, por ejemplo, que no se publiquen las narcomantas o los mensajes que dejan los asesinos junto a los cadáveres. Carlos Marín, director de Milenio, se pregunta qué pasaría si mañana amanece el Palacio Nacional cubierto con una gran narcomanta. ¿Acaso no sería una noticia que tendría que reportarse? A bote pronto uno pensaría que sí. Pero, ¿por qué hacerle el caldo gordo a la propaganda de los criminales? ¿Por qué convertirse en un vehículo gratuito para que ellos difundan sus posturas que muy a menudo son mentiras? Marín dice que él sí publicaría esta macromanta. Pero, ¿qué tal si dijera una mentira como “Carlos Marín es un asesino y pederasta”? Una falsedad que pone en entredicho la fama pública del editor de Milenio de una fuente anónima y deshonesta. ¿Debe un medio publicar este tipo de mensaje aunque cubran todo el Palacio Nacional? Yo creo que no y, por eso, firmé el Acuerdo.
También nos hemos comprometido a presentar la “información en su contexto correcto y en su justa medida”. Esto es parte intrínseca de la labor periodística e incluye la decisión de dónde poner una noticia: ¿ocho columnas o interiores? Héctor Aguilar Camín, por ejemplo, piensa que mucha de la violencia que hoy se reporta en realidad debe ir a en la sección policial de los periódicos para, de nuevo, no hacerles el juego a los criminales.
Y es que los medios tienen la capacidad de modular la percepción de lo que está ocurriendo en el país. Si le suben mucho el volumen a la violencia acabamos con la situación absurda de que los meridenses, que viven en una de las ciudades más seguras del mundo, piensen que su ciudad es igual de violenta que Juárez, la más insegura del planeta. La idea no es bajarle el volumen por completo a lo que está sucediendo. Es ponerlo en el nivel adecuado. Muy alto para Juárez por lo que ahí está ocurriendo. Muy bajo para Mérida. Eso es poner las cosas en contexto.
Los que firmamos el Acuerdo nos comprometimos, además, a “atribuir responsabilidades explícitamente; no prejuzgar culpables; cuidar a las víctimas y a los menores de edad; alentar la participación y la denuncia ciudadana; proteger a los periodistas; solidarizarse ante cualquier amenaza o acción contra reporteros y medios; y a no interferir en el combate a la delincuencia”. Finalmente, “cada medio definirá sus propios procedimientos para verificar el cumplimiento del Acuerdo”. Y se creará “un órgano ciudadano de observación que lleve a cabo reportes periódicos sobre el apego de los medios a los criterios editoriales del Acuerdo”.
Yo lo veo bien. Por eso lo firmé. A los que no les gustó o convenció, pues no lo firmaron, y punto. Que cada quien asuma la responsabilidad que quiere tener frente a la situación extraordinaria que vive este país.
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