Las trampas de la fe democrática*/Javier SiciliaPublicado en la revista Proceso # 1832, 11 de diciembre de 2011
La tradición judía produjo una presencia poética tan maravillosa como extraña: el profeta, que tenía una rara misión. No predecir el futuro, como el imaginario popular le ha atribuido, sino restituir los significados originales que el pueblo extravió y, a partir de ellos, anunciar la llegada de un mesías o, para usar el término latino, de un redentor. Es quizás este anuncio el que, a partir de la exégesis cristiana, identificó a Jesús de Nazaret con el mesías, el que hizo que a la profecía se le atribuyera el sentido de predecir el futuro. Sin embargo, dicho anuncio no hablaba ni del tiempo ni de la manera ni de la forma que tendría o tendrá esa redención. La palabra del profeta, que como todo poeta expresa ese “nosotros” social, ese “yo” plural, que es el alma de un pueblo, giraba y continúa girando para el mundo judío alrededor del mensaje de que todo lo que sucede en la historia o se ve en la naturaleza es un presagio de la llegada de un acontecimiento