2 ene 2012

Discursos de Juan Pablo II en su Tercera visita a México

Retrospectiva
Discursos de Juan Pablo II en su  Tercera visita a México
Mérida, Yucatán, 11 de agosto de 1993.
Fue su viaje número 60, y se dio en el marco del V Centenario de la evangelización del nuevo mundo (previa VIII Jornada Mundial de la Juventud en Denver), y a sólo meses de la muerte del Cardenal Posadas Ocampo. Fue una visita relámpago.
CEREMONIA DE BIENVENIDA
DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
Aeropuerto internacional de Mérida
Miércoles 11 de agosto de 1993
Señor Presidente de los Estados Unidos Mexicanos,
venerables hermanos en el episcopado,
autoridades,
amadísimos hermanos y hermanas:
1. Me llena de gozo encontrarme nuevamente en esta bendita tierra de México, que por los designios de Dios recibió la Buena Nueva de salvación hace cinco siglos y que, a lo largo de su historia, ha dado tantas muestras de vigorosa fe cristiana y de fidelidad a la Iglesia.
Al evocar las entrañables jornadas compartidas con los amadísimos hijos e hijas de este noble País, durante mis precedentes visitas pastorales, vienen a mi mente y a mi corazón el recuerdo de los grandes valores que adornan al pueblo mexicano: sus acendradas raíces cristianas, la fe y piedad de sus gentes, en especial la devoción mariana, su sentido de acogida, de hospitalidad, su tesón ante la adversidad, su espontáneo cariño al Sucesor de Pedro.
2. Me complace saludar, en primer lugar, al Señor Presidente de la República, que acaba de recibirme en nombre también del Gobierno y del pueblo de esta querida Nación, y le expreso mi viva gratitud por las amables palabras de bienvenida que ha tenido a bien dirigirme, así como por la invitación a visitar esta entrañable tierra yucateca. Saludo igualmente a las demás Autoridades civiles y militares, a quienes manifiesto también mi reconocimiento por su presencia y por su colaboración en la preparación de los actos programados.
Mis expresiones de gratitud se convierten en abrazo afectuoso a mis Hermanos Obispos; en particular, al Señor Cardenal Ernesto Corripio Ahumada, Arzobispo de México, a Monseñor Adolfo Suárez Rivera, Arzobispo de Monterrey y Presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano, y al Arzobispo de esta Arquidiócesis de Yucatán, Monseñor Manuel Castro Ruiz. En esta circunstancia, no puedo por menos de dedicar un recuerdo emocionado a otro benemérito Pastor, que hoy habría estado aquí presente entre nosotros si la bárbara e injustificable violencia no hubiera segado su vida: el Cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, Arzobispo de Guadalajara.
Mi pensamiento se dirige también a los queridos sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles cristianos, así como a todos los hijos de la gran Nación mexicana, desde Yucatán hasta Baja California, a quienes envío a través de la radio y la televisión mi saludo lleno de afecto.
3. Con este viaje apostólico –siendo todavía recientes las conmemoraciones del V Centenario de la llegada del Evangelio al Nuevo Mundo– quiero, sobre todo, rendir homenaje a los descendientes de los hombres y mujeres que poblaban el continente americano cuando la Cruz de Cristo fue plantada aquel 12 de octubre de 1492. Ellos son continuadores de nobles pueblos y culturas, que con legítimo orgullo pueden gloriarse de poseer una visión de la vida permeada de sentido religioso. Doy fervientes gracias a Dios que me concede el tan deseado encuentro con los hermanos indígenas, a quienes presento ya desde ahora mi saludo entrañable.
Vengo como heraldo de Cristo y en cumplimiento de la misión confiada al apóstol Pedro y a sus Sucesores de confirmar en la fe a los hermanos (cf. Lc 22, 32). Vengo como peregrino de amor y esperanza, con el deseo de alentar el impulso evangelizador y apostólico de la Iglesia en México. Vengo también para compartir vuestra fe, vuestros afanes, alegrías y sufrimientos. Vengo a celebrar, en esta bendita tierra del Mayab –cuna de una gloriosa civilización–, a Jesucristo, que confió a su Iglesia la tarea de proclamar en todo el mundo su mensaje de salvación.
4. La Iglesia católica, que ha acompañado la vida de esta Nación durante cinco siglos de su historia, renueva su voluntad de servicio a la gran causa del hombre, a la edificación de la civilización del amor, que haga posible una sociedad más justa y fraterna en la que el ideal de solidaridad triunfe sobre la caduca pretensión de dominio. Con esta visita quiero también reafirmar el empeño de los católicos mexicanos en pro del bien común y animarlos a un esfuerzo aún más generoso.
Con la confianza puesta en Dios y sintiéndome muy unido a los amados hijos de México, doy inicio a mi visita apostólica que encomiendo a la maternal protección de Nuestra Señora de Guadalupe, mientras bendigo a todos, pero de modo particular a los pobres, a los enfermos, a los marginados, a cuantos sufren en el cuerpo o en el espíritu.
¡Alabado sea Jesucristo!

CEREMONIA DE DESPEDIDA
DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
Aeropuerto internacional de Mérida
Jueves 12 de agosto de 1993


Excelentísimas autoridades,
venerables hermanos en el episcopado,
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Mi tercer viaje pastoral a México toca a su fin. De nuevo he sentido el gozo inmenso de encontrarme con un pueblo de hondas raíces cristianas, que tan estrechos lazos de comunión y sintonía estableció con el Sucesor del apóstol Pedro, durante las visitas que en 1979 y 1990 me permitieron recorrer gran parte de la geografía de este querido país, como peregrino de evangelización.
Llega a su término un nuevo viaje apostólico que, en el nombre del Señor, he tenido el gozo de realizar, cumpliendo así mi ferviente deseo de rendir homenaje a los descendientes de los hombres y mujeres que poblaban el continente americano a la llegada del Evangelio al Nuevo Mundo. Llevo grabado en mi corazón el entrañable encuentro en Izamal con las comunidades indígenas de América, a quienes he querido hacer patente el amor preferencial del Papa y de la Iglesia, y a la vez, reiterarles una vez más el firme repudio de las injusticias, violencias y abusos de que han sido objeto a lo largo de la historia. Pido insistentemente a Dios que las resoluciones en favor de los indígenas, aprobadas por mis Hermanos Obispos de América Latina en la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano –que tuve el gozo de inaugurar el pasado mes de octubre en Santo Domingo, con motivo de la conmemoración del V Centenario de la Evangelización– sean decididamente llevadas a la práctica, poniendo especial énfasis en “promover en los pueblos indígenas sus valores culturales autóctonos mediante una inculturación de la Iglesia para lograr una mayor realización del Reino” (Santo Domingo, III, 3.2.1).
2. En estos momentos de despedida mi pensamiento hecho plegaria se dirige a Dios, rico en misericordia, que me ha concedido la gracia de compartir una jornada de intensa comunión en la fe y en la caridad con representantes de las diversas etnias indígenas de América en esta bendita tierra del Mayab, junto con los muy queridos hijos yucatecos. A todos ellos he querido proclamar la esperanza que viene de Dios y alentarlos a consolidar la fe recibida.
Dirigiéndome ahora también a todo el amadísimo pueblo mexicano, repito: ¡Reavivad vuestras raíces cristianas! ¡Sed fieles a la fe católica que ha iluminado el camino de vuestra historia! No dejéis de testimoniar valientemente vuestra condición de creyentes, actuando con coherencia en el ejercicio de vuestras responsabilidades familiares, profesionales y sociales.
3. He comprobado cómo el pueblo de México va consiguiendo positivos logros en el desarrollo cívico e institucional. Movido por el amor que os profeso, mi oración se dirige a Dios para que os asista en vuestra voluntad de afrontar con ánimo sereno y con gran esperanza los problemas que os aquejan, haciendo lo que esté en vuestra mano para encontrar soluciones por el camino de la fraternidad, el diálogo y el respeto mutuo, y fomentando los valores evangélicos como factor de cohesión social, de solidaridad y de progreso. Que los sacrificios que comportan la superación de las actuales dificultades económicas sean compartidos por todos con equidad, con espíritu de solidaridad y con entrega al trabajo. Por mi parte, además de animaros, pido al Señor que vuestros esfuerzos, vuestra actitud constructiva y vuestra capacidad creadora os lleve a alcanzar la ansiada meta de un nuevo México en el que reine la paz, la justicia, la solidaridad.
4. Antes de terminar, deseo expresar mi más vivo agradecimiento a las Autoridades de la Nación, así como a las del Estado de Yucatán, por la colaboración prestada para el buen desarrollo de mi visita pastoral. Que el Señor premie los esfuerzos que realizan por el bien común de todos los mexicanos. Este agradecimiento se dirige al Señor Presidente de la República de los Estados Unidos Mexicanos, a la Señora Gobernadora aquí presente y a todos vuestros colaboradores.
A mis Hermanos Obispos, junto con mi gratitud por su presencia y por su dedicación pastoral para dar en sus Iglesias particulares un vigoroso impulso a las tareas de la nueva evangelización, les pido que transmitan a los amadísimos hijos de sus respectivas diócesis el saludo entrañable del Papa, que ruega fervientemente a Dios para que inspire en todos un renovado compromiso de vida cristiana, de fidelidad a Cristo, de voluntad de servicio y ayuda a los hermanos, particularmente a los más necesitados. Igualmente, mi profundo agradecimiento a los sacerdotes, religiosos y religiosas, así como a tantos laicos que tan generosamente han contribuido a la preparación y realización de las diversas celebraciones. Aunque mi viaje se ha circunscrito a Yucatán, mi espíritu ha estado siempre muy cercano a todos y cada uno de los mexicanos: familias, jóvenes y niños, campesinos y obreros, intelectuales y dirigentes, minorías étnicas, pobres y enfermos. A todos llevo en mi corazón y de todos guardaré un imborrable recuerdo. Muchas gracias; sí, sé que todo el mundo quiere al Papa, todos los mexicanos quieren al Papa, todos, especialmente los de Yucatán. Se escucha bien a los ciudadanos de Yucatán. Bien, bien, sí, en esta aclamación se pueden distinguir los mexicanos en todo el mundo. Sí, pero se debe terminar; bien, pienso que los pueden escuchar también en Denver. Esta aclamación se podía escuchar en Denver. El Papa estará allí.
Mi última mirada desde tierras yucatecas, antes de partir para Denver, se dirige al Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe. A Ella encomiendo los frutos eclesiales de la Jornada Mundial de la Juventud y a sus pies me postro espiritualmente para pedirle fervientemente que proteja siempre a todos los mexicanos, y que acreciente en ellos su fe cristiana, que es parte de la noble alma de México, tesoro de su cultura, aliento y fuerza para construir un futuro mejor en la libertad, la justicia y la paz.
¡Que Dios bendiga a México!
¡Que Dios bendiga a todos los hijos e hijas de esta amada Nación!
¡Alabado sea Jesucristo!

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