Francisco tuvo hace unos días un encuentro con muchachos del Movimiento Schoenstatt: ahí, le
transmitieron sus inquietudes ante las amenazas del mundo de hoy, y le pidieron
que les contara cuál es su secreto para mantener la esperanza y la alegría en
los momentos difíciles, cómo persevera en el servicio al enfermo, al pobre y al
desamparado.
Gracias a Radio Vaticana, la pregunta de los jóvenes de
Schoenstatt y la respuesta del Pontífice que, entre otras cosas, alentó a ser
“caraduras” como Abrahán y Moisés.
Pregunta:
–Buenas
tardes Santo Padre, en este año en que conmemoramos el inicio de la Primera
Guerra Mundial, nos vuelve a sorprender la amenaza del odio y la división de
aquellos que siguen repitiendo las palabras de Caín, como usted nos recordaba,
‘a mí, qué me importa mi hermano’. Schoenstatt nace en aquel contexto adverso,
y ya, desde ese momento nuestro fundador nos invita una y otra vez a tener la
mano en el pulso del tiempo y el oído en el corazón de Dios, a escuchar en los
acontecimientos de la historia y de nuestra vida, en los luminosos y en los
también más oscuros, la voz de Dios que nos llama a colaborar en la realización
de su proyecto de amor. Nosotros, queremos responder hoy a las voces de Dios en
nuestro tiempo. Santo Padre, ¿compartiría con nosotros un secreto? ¿Compartiría
con nosotros su secreto? ¿Cómo mantiene usted la alegría y la esperanza a pesar
de las dificultades y las guerras de nuestro tiempo? ¿Cómo persevera en el
servicio al enfermo, al pobre y al desamparado?
Respuesta:
“Bueno
no tengo la más pálida idea pero no importa… Un poco por personalidad, yo diría
que soy medio inconsciente, ¿no? Entonces la inconsciencia lleva a veces a ser
temerario, pero no sé explicar eso que usted me pregunta.
Eh,
no sé sinceramente, ¿no? Eh, rezo y me abandono. Pero me cuesta hacer planes.
No sé. Esas dos cosas me atrevo a decir, ¿no? Que el Señor me dio la gracia de
tener una gran confianza. De abandonarme a su bondad. Incluso en los momentos
de mucho pecado, ¿no? Y como Él no me abandonó, entonces es como que eso me
hace más confianzudo, ¿no? Y entonces ir adelante con Él. Tengo mucha
confianza. Yo sé que Él no me va a abandonar. Y rezo, ¿no? Eso sí, pido. Porque
también soy consciente que de tantas cosas malas y de tantas “macanas” que
hice, eh, cuando no me abandoné y quise yo controlar el timón, ¿no? Quise
entrar en ese camino tan ‘embromado’ que es el auto salvarse, ¿no?, es decir,
‘no, yo me salvo cumpliendo’, con el cumplimiento, ‘cumplo y miento’,
cumplimiento, ¿no? El cumplimiento, ¿no?, que era la salvación de los Doctores
de la Ley, de los saduceos, de esa gente que le hacía la vida imposible a
Jesús, ¿no? Pero no sé. Sinceramente, en serio, no sabría explicarlo. Me
abandono, rezo. Pero nunca me falla eh. Él no falla. Él no falla. Y he visto
que Él es capaz, a través, no digo a través mío, sino a través de la gente de
hacer milagros. Yo he visto milagros que el Señor hace a través de la gente que
va por este camino de abandonarse en sus manos, ¿no?
Una
cosa que también diría, cuando dije que soy un poco inconsciente, ¿no? La
audacia. ¿No? La audacia es una gracia. El coraje. San Pablo decía dos grandes
actitudes que tiene que tener el cristiano para predicar a Jesucristo: el
coraje y el aguante, ¿no? O sea el coraje de ir adelante y el aguante de soportar
el peso del trabajo. Ahora es curioso. Esto que se da en la vida apostólica
debe, debe ¡eh!, darse en la oración también. O sea una oración sin coraje es
una oración ‘chirle’, que no sirve.
Acordémonos
de Abrahán cuando, como buen judío, le regatea a Dios. Que si son 45, que si
son 40, que si son 30, que si son 20. O sea es ‘caradura’. Él tiene coraje en
la oración.
Acordémonos
de Moisés cuando Dios le dice ‘mirá a este pueblo yo no lo aguanto más, lo voy
a destruir, pero quedáte tranquilo que a vos te voy a hacer líder de otro
pueblo mejor’.
‘No,
no, si borrás a este pueblo, me borrás a mí también’. ¡Coraje eh! En la oración
con coraje. Rezar con coraje. ‘Todo lo que ustedes pidan en mi nombre, si lo
piden con fe, y creen que lo tienen, ya lo tienen’. ¿Quién reza así? ¡Somos
flojos! El coraje, ¿no? Y después el aguante. Aguantar las contradicciones, ¿no
es cierto? Aguantar los fracasos en la vida. Los dolores, las enfermedades, no
sé, las situaciones duras de la vida, ¿no?
A
mí me impresionó que el Padre Superior General de ustedes, o Director General
haya hecho referencia a la incomprensión que tuvo que padecer el Padre
Kentenich y al rechazo, ¿no? Ese es signo de que un cristiano va adelante.
Cuando el Señor le hace pasar la prueba del rechazo. Porque es el signo de los
Profetas, los falsos profetas nunca fueron rechazados, porque les decían a los
reyes o a la gente lo que querían escuchar. Así que todo ‘ah qué lindo’, ¿no? Y
nada más. No. El rechazo, ¿no?
Ahí
está el aguante. Aguantar en la vida hasta ser dejado de lado, rechazado, sin
vengarse con la lengua, la calumnia, la difamación. Y después una cosa que es
inevitable, no ver, un poco para… o sea vos me preguntabas cuál era mi secreto,
no sé, pero a mí me ayuda no mirar las cosas desde el centro, ¿no?
Hay
un solo centro. Es Jesucristo. Sino mirar las cosas desde las periferias, ¿no?
Porque se ven más, más claras, ¿no?
Cuando
uno se va encerrando en el pequeño mundito, el mundito del movimiento, de la
parroquia, del arzobispado, o acá, el mundito de la Curia, entonces no se capta
la verdad. Sí se la capta quizás en teoría, pero no se capta la realidad de la
verdad en Jesús, ¿no? Entonces la verdad se capta mejor desde la periferia que
desde el centro, ¿no? Eso a mí me ayuda.
No
sé si es mi secreto o no, pero ciertamente… Me acuerdo cómo cambió la
concepción, la cosmovisión del mundo, desde Magallanes en adelante, o sea una
cosa era ver el mundo desde Madrid, o Lisboa, y otra cosa era verlo desde allá,
desde el Estrecho de Magallanes. Ahí empezaron a entender otra cosa, ¿no?
Esas
revoluciones que hacen entender la realidad de otro lado. Lo mismo pasa con
nosotros, si nos quedamos encerrados en nuestro mundito, que nos defiende y
todo, bueno, no terminamos de entender, ¿no? Y no terminamos de saber cuál es
la verdadera situación de una verdad.
Me
decía en estos días, que hubo un gran encuentro acá de penalistas, mundial,
¿no? Uno de ellos, hablando de experiencias, en privado estábamos hablando en
ese momento, me decía ‘y a veces me sucede Padre, cuando voy a la cárcel, de
llorar junto con un preso’.
Entonces
ahí tenés un ejemplo. O sea, él ve la realidad, ¿no?, del derecho, de lo que
tiene que juzgar, como juez penalista, sino desde la llaga que está allá y esta
verdad la ve allá, la ve mejor y para mí es una de las cosa más lindas de estos
días, que un juez te diga que tuvo la gracia, tiene la gracia a veces de llorar
con un preso, ¿no? O sea ir a la periferia, ¿no es cierto?
Entonces
yo te diría: Una sana inconciencia, o sea que Dios hace las cosas, rezar y
abandonarse. Coraje y aguante y salir a la periferia. No sé si ese es mi
secreto. Pero es lo que se me ocurre decirte de lo que a mí me pasa”.
Fuente: ACI
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