Revista Semana, sábado, 30 de Mayo de 2015
Edición
1726
El
cartel de la FIFA
Cómo
un grupo de empresarios y dirigentes corrompieron el fútbol mundial y lo
llevaron a la crisis más grande de su historia.
La
plana mayor de la Justicia estadounidense revela la investigación que tiene en
vilo a la Fifa. En la imagen aparecen la fiscal general, Loretta E. Lynch, y a
la derecha de esta, el director del FBI, James Comey, y el jefe de
investigaciones del IRS, Richard Weber.
La plana mayor de la Justicia estadounidense revela la investigación que
tiene en vilo a la Fifa. En la imagen aparecen la fiscal general, Loretta E.
Lynch, y a la derecha de esta, el director del FBI, James Comey, y el jefe de
investigaciones del IRS, Richard Weber.
Tras
una victoria contundente en las elecciones del viernes de la Fifa en Suiza,
Joseph Blatter seguirá dirigiendo el destino de la organización durante los
próximos cuatro años. El presidente de
la Federación Colombiana de Fútbol, Luis Bedoya, deberá explicar, entre otras
cosas, si hubo irregularidades en la contratación de la transmisión de la Copa
América de 2001, celebrada en Bogotá
Vivía
al borde. Poseía aviones, refugios de lujo en islas secretas y cuentas
millonarias en paraísos fiscales. Trabajaba en un piso entero de la Torre Trump
de Nueva York, y ahí mismo, unos niveles más arriba, mantenía un apartamento
solo para sus gatos. Gastaba 4 millones de dólares al año con su tarjeta de
crédito, y cuando quería salir a comer o beber lo hacía a bordo de una lujosa
Hummer. Chuck Blazer, secretario general de la Confederación de Fútbol de
América del Norte, América Central y el Caribe (Concacaf), era un hombre sin
límites.
Pero
una noche de noviembre de 2011, mientras conducía una moto por la Quinta
Avenida, su vida de repente cambió. Un agente del FBI y otro del Servicio
Interno de Impuestos (IRS) lo hicieron orillarse, se identificaron y le
dijeron: “Podemos ponerle ya mismo unas esposas. O puede cooperar con
nosotros”. En ese instante Blazer, uno de los hombres más poderosos del fútbol,
perseguido por evadir impuestos, recibir sobornos y lavar activos, decidió
convertirse en un informante.
El
pasado miércoles, tres años y medio después de la escena en la Gran Manzana, el
mundo conoció el resultado de las pesquisas desatadas por Blazer. Apenas los
relojes de Zúrich, Suiza, dieron las seis de la mañana, una docena de fiscales
sin uniforme entró a la recepción del Baur au Lac, un hotel de cinco estrellas
en el centro de la ciudad con vista a los Alpes. Los agentes pidieron los
números de habitación de siete funcionarios de la Fifa, los sacaron de sus
camas y los llevaron presos.
Horas
después, la fiscal general de Estados Unidos, Loretta E. Lynch, apareció
rodeada de la plana mayor de la Justicia de su país: el fiscal del Distrito de
Nueva York, Kelly Currie; el director del FBI, James Comey, y el jefe de
investigaciones del IRS, Richard Weber. En una hora, los cuatro presentaron una
investigación que revela cómo un grupo de empresarios y de dirigentes de la
Fifa usó los métodos de una mafia para manipular contratos, corromper durante
24 años el fútbol y extraer ilegalmente más de 150 millones de dólares. “Se
trata de un mundial del fraude”, dijo Currie. Y Comey añadió: “Hoy le estamos
sacando una roja directa a la Fifa”.
Lynch
explicó luego las claves de la acusación. Los siete detenidos de Zúrich hacen
parte de una lista de 14 personas, entre funcionarios de la Fifa y ejecutivos
de empresas de marketing deportivo (la mayoría latinoamericanos), acusados de
pagar millones de dólares en sobornos con el fin de obtener los derechos de
transmisión y promoción de torneos internacionales. Dijo también que pediría en
extradición a los detenidos, que allanaría las oficinas de la Concacaf en Miami
–hecho que ya ocurrió– y que también investiga los mundiales de Rusia 2018 y
Qatar 2022. Al final anunció, con tono desafiante, que el trabajo continuará.
Desde
entonces, el fútbol está estremecido: tanto sus directivos, patrocinadores y
protagonistas, como sus miles de millones de seguidores en los cinco
continentes de la Tierra. Las reacciones de exfutbolistas, empresarios y
políticos no se hicieron esperar. Y el nombre en boca de todos ha sido el del
presidente de la Fifa, Joseph Blatter, quien salió en un primer momento a la
defensiva, pero con el paso de los días empezó a revelar su nerviosismo e
inseguridad. Así y todo, y aunque suene increíble, el viernes fue reelegido
presidente de la entidad para que maneje sus destinos durante cuatro años más.
Los
señalamientos contra Blatter son apenas lógicos. Desde su fundación en 1904, la
Fifa no había vivido un escándalo semejante. Aunque la Justicia gringa aún no
ha dicho si él está o no involucrado en la red criminal, la mafia que envenenó
al fútbol se ha fortalecido durante los 17 años que lleva al frente de la
organización. Durante ese tiempo, la otrora prestigiosa institución impulsora
del balompié global se convirtió en una banda de estafadores y criminales.
Resulta
increíble que unos dirigentes, dueños de uno de los activos más rentables y
populares del mundo como el fútbol y gobernantes de un conglomerado de naciones
más grande que la ONU, se dejaran carcomer de esa manera por la codicia y la
sed de poder. Durante la era Blatter, la idea de que la Fifa no necesita
controles y que puede resolver sus problemas por sí misma ha terminado siendo
su apocalipsis. La dirigencia, representada en el poderoso comité ejecutivo, no
ha sido capaz de renovarse y aplicar normas de ética. Así, terminó ahora en la
mira de la temida y eficaz justicia de Estados Unidos.
El
caso, como lo insinuó la fiscal Lynch y como lo dijo melancólico el propio
Blatter durante un discurso, promete “nuevas malas noticias”. Y si se llega a
más capturas y se aborda con el mismo ímpetu otros temas espinosos como la
elección de sedes para el Mundial, podría terminar de configurar la tormenta
perfecta para el negocio del fútbol. La investigación ha causado un temblor
solo equiparable al escándalo que acabó con la carrera del ciclista
estadounidense Lance Armstrong y sacudió ese deporte, o a la caída del
legendario presidente del Comité Olímpico Internacional Juan Antonio Samaranch,
después de conocerse que escogía las sedes a cambio de sobornos.
Pero
esta crisis es también una oportunidad para reformar un modelo de negocio que
entre 2010 y 2014 le generó ingresos a la Fifa por 5.718 millones de dólares,
de los cuales 70 por ciento entraron solo por los derechos de transmisión y
comercialización del Mundial de Brasil de 2014. Ese dinero debería servir no
para enriquecer a algunos y quebrar la ley, sino realmente para cumplir con los
principios fundacionales de la entidad: “Desarrollar y promover el juego del
fútbol a nivel global”.
Vergüenza
Latina
El
fútbol del continente americano, agrupado en la Concacaf y la Confederación
Suramericana de Fútbol (Conmebol), resultó ser el nido de mayor corrupción en
el interior de la Fifa. La investigación hace graves acusaciones a dirigentes
del calibre del paraguayo Nicolás Leoz, exmiembro del comité ejecutivo; del
uruguayo Eugenio Figueredo, exsecretario general de la Conmebol; del venezolano
Rafael Esquivel, presidente de la Federación Venezolana de Fútbol; y de los
menos conocidos, pero quizá más poderosos Jack Warner, oriundo de Trinidad y
Tobago y exvicepresidente de la Fifa, y Jeffrey Webb, de las Islas Caimán,
actual vicepresidente.
Todos
ellos y los demás investigados tendrán que enfrentar cargos. Entre otros,
concierto para delinquir, fraude, lavado de activos y obstrucción de la
Justicia. Podrían purgar penas de hasta 20 años en una cárcel federal. Todo
gracias a la cooperación de Chuck Blazer, que durante años había sido una de
las fichas clave de Blatter en el continente y que, después de aceptar la
oferta del FBI en Nueva York, espió a sus colegas con ayuda de un micrófono
oculto en un llavero.
Según
la acusación de 164 páginas publicada por el Departamento de Justicia, los 14
acusados y un grupo de 25 cooperantes desarrollaron un sistema de corrupción
que se volvió “endémico” y que les sirvió para decidir a quién venderle
derechos de transmisión y comercialización de las competencias durante casi
medio siglo. No hay un torneo que se haya salvado de su influencia: todas las
Copas América desde 1991; las Copas Libertadores desde 1996; las Copas de Oro y
los campeonatos suramericanos de categorías menores.
Uno
de los esquemas mejor investigados por el FBI es el que involucra a la Copa
América. En 1991, la empresa brasileña Traffic obtuvo los derechos para manejar
la transmisión en televisión y radio y la comercialización de esa competencia.
Para ello, el entonces presidente de la Conmebol Nicolás Leoz habría exigido un
jugoso soborno. La idea era establecer una colaboración por varias ediciones de
la copa y renovar cada vez las condiciones de las coimas. Traffic accedió y,
así, obtuvo los contratos hasta 2010. Esto es interesante para Colombia (ver
recuadro), pues, según la acusación, Traffic también recibió la Copa América de
2001, organizada por la Federación Colombiana de Fútbol, por medio de dineros
calientes.
Pero
la relación Traffic-Conmebol vivió un giro en 2010. Ese año Leoz, presionado
por el deseo de algunas federaciones de recibir mayores ingresos, decidió
contratar a otra empresa para la prestación de esos servicios. Se trata de la
argentina Full Play, que se mostró dispuesta a desembolsar una cifra más
tentadora que la de Traffic. Así, Full Play y la Conmebol firmaron un contrato
que les daba a los argentinos los derechos de transmisión y comercialización de
las Copas América de 2015, 2019 y 2023. Traffic se sintió traicionado,
reaccionó con ira y demandó a la Conmebol ante la justicia norteamericana.
La
pelea, sin embargo, terminó pronto. Y todas las partes salieron felices. Como
por arte de magia, en 2013, Traffic, Full Play y una empresa más llamada
Torneos y Competencias (TyC) pasaron a unirse para conformar la firma Datisa.
Esta surgió en una reunión el 21 de mayo de 2013, y solo cuatro días después,
en Londres, los dirigentes de la Conmebol y los socios de la recién nacida
empresa pusieron sus firmas en un contrato que les daba el control sobre los
derechos de transmisión y comercialización no solo de las tres copas en
cuestión, sino también de una nueva edición especial: la Copa América
Centenario, para celebrar los 100 años del evento en Estados Unidos en 2016.
La
repentina paz entre las compañías, según el FBI, tiene una explicación: la
Conmebol propuso acabar el pleito dejando participar a todas a través de la
nueva empresa y exigió por ello un paquete de 100 millones de dólares en
sobornos. El negocio se cerró en una reunión el 1 de mayo tras una conferencia
de prensa en el sur de la Florida. Acordaron pagar los 100 millones en cinco
tandas: dos inmediatamente y las tres restantes a lo largo de los años. Por
cada pago, el hoy fallecido jefe máximo del fútbol argentino Julio Grondona,
Leoz y Figueredo debían recibir 3 millones de dólares cada uno, y los restantes
siete presidentes de las federaciones suramericanas 1,5 millones cada uno. A
esto se sumó un pago adicional de 10 millones de dólares para la dirigencia de
la Concacaf. Se trataba de un robo multimillonario, y todos parecían saberlo.
Según la acusación, al final de la reunión Alejandro Burzaco, el accionista
mayoritario de TyC, dijo: “Todos podemos salir afectados por este asunto (…).
Todos podemos ir a la cárcel”.
El
maletín del sudafricano
Otro
caso escandaloso reseñado en la investigación de Estados Unidos tiene que ver
con Jack Warner, no solo el segundo hombre de Blatter en el poder de la Fifa
durante años, sino también presidente de la Concacaf hasta ser suspendido en
2011. Los gringos están convencidos de que Warner aprovechó una relación que su
familia tenía con funcionarios sudafricanos para organizar partidos amistosos y
votar por la candidatura de Sudáfrica por la organización del Mundial de 2010.
Las pesquisas contienen detalles impresionantes, pues el FBI logró reconstruir
cómo Warner se paseó por varios países para recibir ofertas de sobornos antes
de decidir por quién votar.
Tras
los juegos amistosos, y después de mostrar una buena disposición hacia la
“causa sudafricana”, Warner mandó a un familiar suyo a París a recoger un
regalo que le habían dejado en un hotel. El familiar llegó a Francia, tomó un
taxi, entró al cuarto y tomó un maletín repleto de fajos de 10.000 dólares. De
inmediato volvió al aeropuerto y tomó un vuelo a Trinidad y Tobago, donde la
plata, después de un par de operaciones para evitar rastreos, terminó en una
cuenta de Warner.
Luego,
pocos meses antes de la elección final de la sede mundialista, programada para
mayo de 2004, Warner y un socio hasta ahora anónimo viajaron a Marruecos, país
que también quería organizar el certamen. Allá, luego de ver la presentación
que le tenían preparada, él y sus interlocutores llegaron al tema de los
sobornos. Los marroquíes le ofrecieron 1 millón de dólares si les aseguraba la
totalidad de los votos de las 41 asociaciones de la Concacaf.
La
cifra, sin embargo, no parecía suficiente. Y Warner, además, se acababa de
enterar de que la asociación de fútbol de Sudáfrica estaba dispuesta a pagarle
nada menos que 10 millones de dólares si le daba los votos a ese país. Warner
tomó la decisión de apoyar a Sudáfrica, cuya federación, preocupada de que los
sobornos salieran de recursos públicos y desataran un escándalo, le pidió ayuda
a la Fifa: esta le pagó los 10 millones a Warner y los descontó del dinero que,
luego, le giró a Sudáfrica por la organización de la Copa Mundo.
La
Justicia de Estados Unidos considera que este esquema de corrupción es común a
lo largo y ancho del mundo. Las 209 asociaciones representadas en la Fifa
tienen cada una derecho a un voto, y estos votos tienen el mismo valor sin
importar el tamaño del país que representan o la relevancia que tiene el fútbol
en sus naciones. Así, un voto de las Islas Cook, país de 10.000 habitantes
donde muy poca gente practica el fútbol profesional, es igual de valioso al de
la Federación Alemana de Fútbol, la más grande del mundo con más de siete
millones de agremiados. Cuando quieren comprar mundiales o votos para
elecciones de la dirigencia, los corruptos se concentran en países pequeños,
donde los controles al fútbol son prácticamente inexistentes, o en lugares como
América Latina, donde la corrupción ha permeado la cultura de los negocios.
Está
por verse qué nuevas noticias le traerá al mundo este escándalo. Pero algo que
debería significar es el fin de la Fifa como una entidad que se considera a sí
misma superior a los Estados, las leyes y la ética. Ya dentro de la misma Fifa
soplan vientos de revolución. Michel Platini, presidente de la Uefa, anunció
que el próximo 6 de junio, después de la final de la Copa de Campeones de
Europa, se reunirá con los suyos para definir si quieren seguir haciendo parte
de la institución. Y patrocinadores como Visa y Master Card insinuaron estar
dispuestos a tomar medidas. Pero, por ahora, lo paradójico es que el cambio
tendría que ser liderado por Joseph Blatter, el hombre sobre el cual hoy
reposan las miradas sospechosas del mundo entero.
¿Y
Colombia qué?
La
investigación de la Fiscalía de Estados Unidos menciona en dos oportunidades a
la Federación Colombiana. Ahora esta deberá explicar sus actuaciones.
La
acusación que la Justicia gringa publicó el pasado miércoles pone el foco en la
Federación Colombiana de Fútbol (FCF) en dos ocasiones. La primera se da en el
punto 128 del documento. Allí se habla de un contrato de 1991 entre la Conmebol
y la empresa Traffic, que le permitía a esta última manejar los derechos de
transmisión de la Copa América hasta 2011. Este poderoso acuerdo se logró
mediante el pago de sobornos y se renovaba cada cuatro años mediante anexos.
Uno de estos tiene que ver con la celebrada en Colombia en 2001. “Todos fueron
conseguidos mediante el pago de coimas”, escriben los investigadores.
El
segundo cuestionamiento a la FCF surge en el punto 249 de la acusación. Allí
los investigadores hablan sobre el pago de 100 millones de dólares en sobornos
por la adjudicación de los derechos de transmisión y comercialización de las
copas de 2015, 2019 y 2023, así como la edición especial de 2016: la Copa
América Centenario. Esa plata debía pagarse en cinco tandas de 20 millones, y
de cada tanda los presidentes de las asociaciones de cada país debían recibir
una tajada. Colombia parece estar entre los países que debían recibir cuatro
pagos de sobornos de 1,5 millones de dólares cada uno.
Tras
la publicación de la acusación, la FCF expidió un escueto comunicado en el que
dice que “el comité ejecutivo y su presidente manifiestan que están a
disposición de los organismos nacionales e internacionales para aclarar
cualquier duda y colaborar abierta y decididamente en el desarrollo de las
investigaciones”. Y el viernes, antes del cierre de esta edición, Jorge
Perdomo, miembro del comité ejecutivo de la FCF, dijo que efectivamente
recibieron 1,5 millones de dólares y que están registrados por concepto de
derechos de televisión de la Copa América.
Más
allá de las dudas en torno a si la dirigencia del fútbol colombiano está
involucrada en los sobornos, es claro que dentro del país este deporte se
maneja bajo parámetros muy parecidos a los que han regido a la Fifa: un pequeño
grupo de personas toman las decisiones y administran millonarios recursos sobre
los que no hablan públicamente. La selección de patrocinios, de operadores de
televisión, entre otros, se hace de forma silenciosa.
Hoy,
la FCF y la Dimayor manejan dineros que pueden llegar a los 200.000 millones de
pesos al año, pero solo rinden las cuentas entre ellos y reportan lo que les
toca por ley. Nadie sabe cuánto reciben sus dirigentes en salarios y
bonificaciones. Y algo parecido ocurre con los equipos de fútbol, en los que
los recursos se manejan en la mayoría de los casos como si fueran las cuentas
de empresas familiares. Si la Fifa debe cambiar, también lo debe hacer la forma
como hasta ahora se ha gobernado el balompié nacional.
Las
extravagancias de los capos del fútbol
La
cuenta de uno de ellos en el club de ‘striptease’ Scores, uno de los más
exclusivos de Manhattan, llegó una vez a los 130.000 dólares.
El
exsecretario de la Concacaf Chuck Blazer tuvo una camioneta Hummer parqueada
durante tantos días en Nueva York que pagó 21.000 dólares para sacarla.
El
expresidente de la Conmebol Nicolás Leoz pidió el título de Caballero del
Imperio Británico como condición para votar por Inglaterra para el Mundial de
2018.
El
exvicepresidente de la Fifa Jack Warner, oriundo de Trinidad y Tobago, usó
buena parte del dinero que la Fifa le envió a la Concacaf para fomentar el
fútbol para comprar condominios en Florida.
La
mañana en que las autoridades detuvieron a siete de ellos, todos se alojaban en
el hotel Baur au Lac de Zúrich, donde la noche más económica cuesta 2.500
dólares.
Los
escándalos de la era Blatter
1998:
Blatter es elegido presidente de la Fifa, pero de inmediato lo acusan de haber
comprado votos de delegados africanos, cada uno por 50.000 dólares.
2001:
La fachada suiza International Sports and Leisure se derrumba debido al
millonario pago de sobornos que la Fifa hacía a través de ella.
2006:
Jack Warner, vicepresidente de la Fifa, se mete al bolsillo 1 millón de dólares
por las entradas a los estadios del Mundial de Alemania en 2006.
2010:
Aparece una grabación del director de la Asociación de Fútbol Británico, David
Triesman, hablando sobre la intención de España y Rusia de sobornar árbitros
durante el Mundial de 2010.
2010:
Denuncian que el paraguayo Nicolás Leoz y el brasileño Ricardo Teixeira habrían
recibido sobornos por los derechos de transmisión de los mundiales en los años
noventa.
2011:
Blatter debe admitir que Qatar, España y Portugal ofrecieron sobornos a funcionarios
suyos para quedarse con la sede del Mundial de 2018 y 2022.
2012:
La Fiscalía suiza revela que el expresidente de la Fifa João Havelange recibió
al menos 1,5 millones de dólares en sobornos.
2014:
Señalan al dirigente trinitario Jack Warner, exvicepresidente de la Fifa, de
recibir varios millones de dólares después de la elección de Qatar como sede
del Mundial de 2022.
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