Revista
Proceso
No. 2013, 30 de mayo de 2015...
El
telepresidente, por los suelos/JENARO VILLAMIL
En
vísperas de los comicios del 7 de junio, editorial Grijalbo pone en circulación
el libro La caída del telepresidente. De la imposición de las reformas a la
indignación social, con prólogo de Elena Poniatowska. En 280 páginas, el
reportero de Proceso Jenaro Villamil documenta los yerros del mexiquense
Enrique Peña Nieto, sus ambiciones, sus referentes históricos –el dictador
Porfirio Díaz, por ejemplo– y sus desencuentros con el deformante espejo del
poder mediático que durante años lo hizo sentirse famoso y querido. A tres años
de que llegó al poder, su popularidad está por los suelos y la ciudadanía se
muestra cada vez más indignada por los escándalos protagonizados por él y por
sus colaboradores. Proceso adelanta dos fragmentos del libro.
No
terminaba la celebración de las reformas estructurales aprobadas y el
relanzamiento de Peña Nieto en los medios de comunicación, cuando la misma
prensa extranjera dio cuenta de un fenómeno: los mexicanos estaban
“desencantados” con su propio reformador. Todas las encuestas –las públicas y
las privadas que Los Pinos mandó a hacer– reflejaron un bajo índice de
aprobación y apoyo a las reformas.
El
golpe más duro fue el sondeo difundido el 26 de agosto de 2014 por el Pew
Research Center (un think tank con fuerte influencia en los círculos de
Washington): registró 51% de opiniones favorables al gobierno de Peña Nieto
contra un 48% desfavorable. El índice de aprobación fue de seis puntos, más
bajo que en 2013, y la opinión negativa hacia el gobierno federal creció nueve
puntos en un año, según el mismo centro.
El
nivel de desaprobación fue mayor en el terreno económico: 60% está en contra
del manejo de la economía (14% más que en 2013) y sólo el 37% la aprobó (nueve
puntos menos que un año anterior). Los indecisos disminuyeron de 8 a 3%.
Ninguno
de los sondeos se refiere a los temas de las 11 reformas estructurales que
“movieron a México”: 79% consideró el crimen y la inseguridad como el problema
más importante; 72% la corrupción; el mismo porcentaje la violencia de los cárteles;
70% la contaminación del agua, y 69% la contaminación del aire.
La
encuesta del Pew Research Center se difundió el mismo día en que Peña Nieto
realizó su primera visita oficial en territorio norteamericano, tras la
aprobación de las reformas estructurales. En esa encuesta 69% expresó su
descontento con las condiciones del país y sólo 30% se expresó satisfecho. Casi
una tercera parte, 27%, consideró “muy mala” la situación del país. De los
jóvenes entre 18 a 29 años, 51% pensaban como una buena opción migrar a Estados
Unidos.
El
desencanto ya lo venían documentando otras casas encuestadoras que no pueden
ser señaladas como enemigas del peñismo, como es el caso de Consulta Mitofsky,
GEA–ISA, Parametría, o los periódicos Reforma y El Universal, este último a
través de Buendía & Laredo. En casi todos estos sondeos no son la reforma
energética ni la de telecomunicaciones las que mencionan los mexicanos
encuestados como las preocupaciones centrales. Son el desempleo, la corrupción
y la inseguridad lo que más demandan resolver. El desempeño de Peña Nieto es
menor a 50% de aprobación en la mayoría de los casos.
Consulta
Mitofsky, en su sexta encuesta trimestral del 31 de mayo de 2014, reveló que
50% aprobó el gobierno de Peña Nieto, contra el 49% que lo desaprueba. Es el
índice más bajo en comparación con los dos primeros años de otros gobiernos:
Carlos Salinas (75% de aprobación), Vicente Fox (63%) y Felipe Calderón (61%).
Sólo Ernesto Zedillo registró 34% de aprobación, como resultado de la aguda
crisis económica de 1995, de acuerdo con la misma medición de Consulta
Mitofsky.
Las
encuestas de los periódicos Reforma y El Universal han arrojado cifras
similares: la calificación del gobierno es menor a seis; más de 50% de los
encuestados tienen una opinión negativa sobre la conducción de la economía; más
de 65% cree que con la reforma energética no bajarán los precios de la luz ni
de la gasolina (los dos temas que más se promovieron en spots durante 2013); y
más de 60% tiene percepciones negativas sobre la violencia y el combate a la
corrupción.
La
Sexta Encuesta Nacional realizada por GEA-ISA fue muy reveladora: 65% de los
consultados está a favor de una consulta popular en materia energética, contra
17% que cree que la reforma constitucional de diciembre de 2013 debe ser
modificada. Este sondeo se dio a conocer antes de que se aprobaran las 22 leyes
secundarias en los temas de hidrocarburos, energía eléctrica, Pemex, CFE y
organismos reguladores.
Para
la mayoría de los mexicanos encuestados por estas empresas, la reforma
energética no acabará con la corrupción que ha dominado durante años el manejo
de empresas como Pemex o CFE. La privatización, por el contrario, la alentará.
Esa es la percepción más generalizada.
Parametría
documentó que 74% de sus 800 encuestados opinan que no disminuirá la corrupción
en los contratos a compañías privadas derivados de la nueva Ley de
Hidrocarburos, y 64% opinó que las trasnacionales petroleras “sí influirán” en
los asuntos políticos del país. Parametría midió la percepción de los
ciudadanos sobre el impacto ambiental de la reforma energética, uno de los
temas menos debatidos y más preocupantes para muchos jóvenes, debido a la
legalización del uso del fracking como técnica para extraer el gas shale o gas
de lutitas; 37% cree que “habrá más daños” frente a 34% que considera que
“seguirá igual”; y sólo 19% cree que habrá “menos daños”. En otras palabras,
71% tiene una percepción negativa en este tema.
Éstas
han sido las encuestas que se conocen públicamente. Al interior del gobierno y
del PRI existen mediciones mucho más negativas, con índices de calificación de
3 puntos al gobierno de Peña Nieto y casi 80% que desaprueba el manejo de la
economía. Los datos de este desencanto se conocieron en el momento que el
peñismo preparó una batería de entrevistas a modo en programas matutinos de
Televisa (Hoy) o patrocinadas por el Fondo de Cultura Económica (Conversaciones
a Fondo) para darle a Peña Nieto una plataforma de popularidad y de aceptación.
La estrategia resultó ser un fiasco. Y contraproducente.
Peña
Nieto apareció en una entrevista múltiple el 19 de agosto de 2014 con seis
comunicadores afines a Los Pinos, en la que justificó la corrupción en México
(“es un problema cultural”) y advirtió que los beneficios de las reformas
estructurales no se verán en el corto plazo, sino hasta dentro de dos años y al
final de su mandato.
“Usted
arriesgó su capital político. ¿De dónde sacó ese valor?”, le preguntó de forma
calculada la comentarista de Tv Azteca Lilly Téllez. Peña Nieto evadió una
respuesta, pero insistió en que él no gobernaba para quedar bien con las
encuestas. Fue la misma respuesta que reiteradamente daban sus dos principales
vicepresidentes: Miguel Ángel Osorio Chong, titular de Gobernación; y Luis
Videgaray, secretario de Hacienda. Nadie creyó esta respuesta. Es más
documentado y conocido que el ascenso peñista ha venido de la mano de una
intensa medición de sus índices de popularidad y de aceptación. Nadie como Peña
Nieto conoce el valor de los datos de las encuestas y cómo maquillarlos a su
favor.
Optaron
por no volver a mencionar las promesas incumplidas para justificar estas
reformas. Ya no se volvió a mencionar –más que tangencialmente– que disminuirán
las tarifas de luz, gas y otros servicios cuando “venga la competencia”. En sus
distintas entrevistas e intervenciones previas a su Segundo Informe de
Gobierno, Peña Nieto insistió en que los efectos positivos de estas reformas se
verán “de manera gradual”.
El
24 de agosto de 2014, en el periódico El País, Peña Nieto insistió en que las
reformas impulsadas en tan sólo 20 meses constituyen “un logro histórico”. Para
él, “pasamos de las reformas en la ley a las reformas en acción. En esta nueva
etapa, el gobierno de la República continuará trabajando para que estas
modificaciones legislativas se conviertan en beneficios concretos. El camino no
será fácil, ni los resultados llegarán de inmediato”.
Peña
Nieto no explicó cómo se traducirán en beneficios concretos. Ni tampoco cuáles
serán los resultados a mediano plazo. El artículo pasó sin pena ni gloria. El
gran reformador no recibió los aplausos esperados por la audiencia en vísperas
de su Segundo Informe de Gobierno. Por el contrario, la inesperada crisis
provocada por la desaparición de 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa y el
pésimo manejo de esta tragedia desde el poder presidencial provocó que el
desencanto se transformara en una profunda ira social. Soterrada durante los
meses anteriores, desmovilizada la sociedad frente a la imposición de las
reformas peñistas, la crisis del 26 y 27 de septiembre en Iguala abrió una caja
de Pandora. El gobierno de Peña Nieto ha ensayado tres estrategias que
resultaron contraproducentes y alentaron la molestia social, al grado que la
agenda política, informativa y social sigue dominada en 2015 por Ayotzinapa:
1.
Minimizó el impacto de la tragedia. La redujeron a una crisis “municipal” y
posteriormente a un fenómeno propio de Guerrero, entidad a la que el mismo Peña
Nieto le destinó más de 30 mil millones de pesos del presupuesto, giras
constantes, programas emergentes de apoyo a damnificados de las tormentas del
2013, pero que ha sido minado por la narcocorrupción imperante y consentida
desde las instancias federales.
2.
A partir de la reacción tardía –en medio de crecientes movilizaciones sociales
en el país y en el extranjero–, Peña Nieto ensayó un encuentro con los padres
de familia que resultó contraproducente. El telepresidente no fue capaz de
salir de su guión y, hasta el momento de redactar este texto, de realizar un
encuentro directo en la Escuela Normal Isidro Burgos de Ayotzinapa.
3.
Desde el 7 de noviembre de 2014, el gobierno aceleró una versión de los sucesos
trágicos de Iguala para darle “carpetazo” a la demanda de encontrar vivos a los
estudiantes desaparecidos e investigar a elementos del Ejército presuntamente
involucrados por omisión o comisión en los delitos. La PGR, con Jesús Murillo
Karam al frente, insistió desde entonces que los 43 normalistas fueron
secuestrados, interrogados, asesinados e incinerados en un basurero local de
Cocula –municipio aledaño a Iguala– por sicarios del grupo Guerreros Unidos,
sin que ningún elemento del 27 Batallón de Iguala se diera cuenta o evitara la
masacre. Todavía el 27 de enero de 2015, Murillo Karam abundó en esta versión,
tomando como aceptables los testimonios de sicarios detenidos. Afirmó que se
trataba de una “verdad histórica”, aunque luego trató de matizar.
La
crónica de este episodio que cimbró a México la exponemos en el capítulo seis.
Sin embargo, es inevitable destacar que esta tragedia y la furia social desatada
marcaron un punto de inflexión en el gobierno de Peña Nieto. De la narrativa
triunfalista pasó a la reacción autoritaria. En más de tres ocasiones seguidas,
el primer mandatario insistió en que era necesario “superar” la tragedia, darle
“vuelta a la página” y seguir con el Mexican moment que ya sólo existe como una
versión nostálgica de la administración federal en el primer círculo peñista.
Por
si fuera poco, a la tragedia de Iguala se sumaron los escándalos de corrupción.
Y las evidencias de que el “grupo en el poder” pretende emular no a Porfirio
Díaz, sino a Miguel Alemán Valdés para convertir a los amigos contratistas en
los nuevos beneficiarios de la bonanza presupuestal. Un núcleo de siete
empresas (Grupo Higa, Prodemex, OHL-México, Grupo Hermes, Pinfra, Grupo Prodi y
GIA-A) había acaparado 95 mil 329 millones de pesos en los más importantes
contratos de obras de infraestructura y de transporte en los dos primeros años
del gobierno.
El
escándalo del contratismo entre los amigos del presidente provocó una dura
reacción de la prensa internacional, especialmente de los medios más
influyentes en el mundo financiero y empresarial de Estados Unidos y Gran
Bretaña: The Wall Street Journal, The Washington Post, The Economist, Financial
Times y Der Spiegel.
La
cancelación del proyecto del tren de alta velocidad México-Querétaro, el 30 de
enero de 2015, le restará 50 mil 820 millones de pesos a esta bolsa
multimillonaria de 95 mil 329 millones de pesos, pero no aminoró las críticas y
la percepción de que el “grupo en el poder” ha beneficiado a un grupo
minoritario de contratistas que son compadres y amigos del presidente de la
República con el presupuesto público. Los nombres de estos empresarios salieron
a la luz tras el escándalo de la Casa Blanca y la cancelación del tren de alta
velocidad: Juan Armando Hinojosa Cantú, Carlos Hank Rhon, David Peñaloza,
Olegario Vázquez Raña, José Miguel Bejos, José Andrés de Oteyza, quien preside
en México el consorcio español OHL.
Porfiriato,
“dictadura benévola”
La
admiración más grande de Peña Nieto no es hacia el gran caudillo sonorense
Álvaro Obregón, sino al dictador Porfirio Díaz, cuyo régimen considera una
“dictadura benévola” que podía desenvolverse “en medio del asentamiento
general, formado de respeto y admiración, de temor y desconfianza, de sugestión
transmitida, hasta de costumbre aceptada y aún de preocupación contagiosa”.
Denota una clara atracción por ese modelo de perpetuidad en el poder
presidencial del dictador:
La
extraordinaria duración de su gobierno fue resultado del buen éxito, y no es
presumible que fuese un propósito deliberado desde el primer día; los
procedimientos seguidos venían aconsejados por las circunstancias sucesivas y
dictados por una habilidad suma; pero el sistema de gobierno, implantado desde
el principio, a pesar de los obstáculos, de asumir todo el poder, era producto
de la convicción y fruto de la experiencia. El general Díaz, por el alto
sentido práctico con que juzgaba la historia que había vivido, sabía quizá
tanto como Lerdo de Tejada por sus estudios de ciencia política; conocía los
peligros constitucionales del gobierno, los amagos de los gobiernos locales,
las asechanzas de los congresistas…
Peña
Nieto describe un estilo porfirista de cooptar a todos los otros actores del
poder político que, a la distancia, parece anunciar su propio ejercicio del
poder personal:
Para
lograr el control y la estabilidad del país, Díaz se apoderó de los Estados por
la ligazón con sus amigos que se habían hecho gobernadores. Los que se
manifestaron en su contra los atrajo o los destruyó. Otorgó facilidades a los
terratenientes, ya numerosos desde la conversión de los “bienes de manos
muertas” en bienes circulantes, por efecto de la Ley Lerdo y las Leyes de
Reforma dictadas por Juárez. A los caciques o jefes de bandas locales los
nombró miembros del ejército regular y les dio amplias facultades para aplicar
la ley y mantener el orden. Con el clero llegó al acuerdo de mantener una
política de conciliación, buscando el respeto en las jurisdicciones de ambas
entidades: Estado e Iglesia. Permitió ataques contra la Constitución de 1857, y
a la “clase media” intelectual la absorbió dentro de la burocracia
gubernamental y en el servicio exterior. Además, se mostró complaciente con los
monopolios comerciales, con los sistemas de trabajo forzado en las minas y
haciendas y sostuvo los ilegales impuestos de Estados y municipios.
Con
respecto a la política exterior, Díaz consiguió, en 1878, el reconocimiento
norteamericano a su gobierno. El segundo periodo de Díaz se inauguró con buenos
augurios.
Con
ese aparato de dominación Díaz aseguró un periodo de gobierno que iba a durar
más de veinticinco años (a partir de su segundo periodo de gobierno), sin que
hubiese nadie que le disputase el mando de la nación.
Es
innegable la admiración en estos otros pasajes donde Peña Nieto describe al
dictador de la frase “mátenlos en caliente”:
Libre
de principios extremos, repugnando la intolerancia y dotado de un espíritu de
benevolencia para el que no había falta imperdonable ni error que posibilitara
el olvido, planteó una política de conciliación que no tuvo la aprobación de
todos, pero con ella quitó las barreras a los tradicionalistas de nacimiento,
de la creencia y de la historia, y los hizo entrar en el campo neutral o promiscuo
de su política (sic), en que si no se fundían, se mezclaban todas las
convicciones. Desde entonces su poder, que había sido siempre dominador, pero
no exento de violencia, no encontró obstáculo alguno en un camino que el
interés común le allanaba. Guardó siempre las formas, que son la cortesía de la
fuerza. Todas las clases, todos los grupos que clasifica una idea, un estado
social o un propósito estaban con él, no como vencidos, sino cobijados; así,
cuando el elemento social estaba de su parte, el político no podía ser ya
objeto de preocupaciones.
No
explica en ningún párrafo el joven egresado de derecho cómo fue que con tanto
éxito, sabiduría y “buenas maneras”, el dictador acabó repudiado, defenestrado
y expulsado del poder por una de las revoluciones sociales más sangrientas del
siglo XX. Es claramente justificatorio acerca de la permanencia y de las
reelecciones sucesivas de Díaz, al grado tal que llega a confundir dictadura
con presidencialismo. Peña Nieto hace suyas las reflexiones del historiador
conservador José María Calderón:
La
presencia de un presidente fuerte, un dictador, había sido el derivado de la
necesidad de sostener al gobierno contra los preceptos legales de una
Constitución idílica, frente a las condiciones que imponía una estructura
social, económica y política desquiciada e inorgánica y frente a la presencia
de un exterior amenazante.
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