EDITORIAL/El País.
Otro
golpe a Brasil
La
detención temporal de Lula es un mazazo para la imagen del país
4
MAR 2016
Lula,
durante la rueda de prensa que dio en São Paulo al terminar su declaración ante
la policía.
La
detención ayer del expresidente de Brasil Luiz Inácio Lula Da Silva —que, tras
un registro de madrugada en su domicilio, fue conducido a una comisaría de São
Paulo para declarar sobre las acusaciones de corrupción y lavado de dinero que
pesan sobre él en la ingente trama corrupta de Petrobras— supone un mazazo para
una etapa política importantísima en la historia reciente de Brasil y para la
imagen del gigante sudamericano en el exterior.
La
fiscalía acusa al exmandatario de recibir dinero de empresas relacionadas en el
escándalo que sacude los cimientos institucionales del país. Las compañías son
investigadas por sobornar a altos cargos a cambio de contratos jugosos con la
petrolera. Resulta particularmente demoledor para la figura del primer
sindicalista que llegó a la presidencia el hecho de que, según la fiscalía, dos
de estas empresas le pagaran un apartamento de tres plantas en la playa y una
casa de campo. Además, costearon las reformas de las dos viviendas, el pago de
electrodomésticos y muebles de lujo y el almacenamiento de enseres del expresidente
por un valor que asciende como mínimo a unos 730.000 euros, que Lula recibió
sin que exista una justificación expresa. Ninguna de las propiedades está a
nombre de Lula, que ha negado siempre que sean suyas; la fiscalía asegura tener
pruebas de lo contrario.
El
peso de estas acusaciones es muy grave, aunque no pueden cuestionar el hecho de
que Lula es el político que encarna el despegue definitivo de Brasil, el éxito
de la lucha contra la pobreza, con la incorporación de 30 millones de pobres a
la clase media, y con un crecimiento económico sin parangón en su historia. Más
allá de lo que suponga para la imagen personal de este referente de la lucha
por la justicia social, el escándalo llega en un momento particularmente
delicado para el país, con una crisis económica, política e institucional
agravada día a día. El PIB retrocedió en 2015 un 3,8% y las previsiones más
optimistas apuntan que este año lo hará en torno a un 3%.
Y
no acaba ahí la cascada de consecuencias. La presidenta, Dilma Rousseff —a quien
el mismo Lula eligió como sucesora—, encarará en las próximas semanas un
proceso de destitución por parte del Congreso que, inevitablemente, se verá
afectado por las acusaciones contra Lula. Por si esto fuera poco, el atomizado
Congreso se encuentra prácticamente paralizado en medio de una tormenta de
acusaciones cruzadas de corrupción. Pero la implicación de Lula, que ha
defendido siempre su honradez y se considera víctima de un linchamiento
político, va incluso más allá y afecta el futuro de Brasil. El expresidente
sopesaba volver a presentarse a las elecciones dentro de dos años y suceder a
Rousseff. “Me gustaría que fuese otro el candidato, pero si tengo que
presentarme para evitar que alguien acabe con la inclusión social conseguida
estos años, lo haré”, declaró en una entrevista a EL PAÍS en diciembre.
Mientras,
la opinión pública asiste al desmoronamiento de una clase política que ha
marcado una época y a una parálisis institucional que hace imposible afrontar
la crisis económica. Brasil tiene que salir del atolladero y deben ser sus
políticos los que encuentren la solución.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario