De andar buscando llego.
Nadie, que sepa yo, quedó esperándome.
#
Ámbito de la cita a que no llegas;
la cita a la que acaso vas llegando
cuando ya no te espero. Hemos perdido
otra ocasión para morirnos juntos.
#
A tu puerta llamé. No estabas.
...¿Quién volverá cuando regreses?
Viento sin recuerdos, en la noche
se envuelve de inútiles presagios....
Desde aquí, junto a la oreja sorda
amo en secreto, y enmudezco.
Dicen que la vida no perdona.
A tu puerta llego, y sin mirarte,
maravillado te contemplo.
¿Regresaste, vives, te escondiste?
Frente a tu casa silenciosa
-pienso que estás-, no llamo. Espero.
Y pasa la vida, y se detiene.
#
Alguna vez te alcanzará el sonido
de mi apagado nombre, y nuevamente
algo en tu ser me sentirá presente:
más no tu corazón; sólo tu oído.
#
Yo ya me voy. Deslúmbrame
el metal decadente de la barca
que habrá de conducirme. Y el camino.
Porque me voy mañana. Yo me parto.
Vengo a decirte adiós para olvidarte. ,,
#
Amiga a la que amo: no envejezcas.
Que se detenga el tiempo sin tocarte;
que no te quite el manto
de la perfecta juventud. Inmóvil
junto a tu cuerpo de muchacha dulce
quede, al hallarte, el tiempo.
Si tu hermosura ha sido
la llave del amor, si tu hermosura
con el amor me ha dado
la certidumbre de la dicha,
la compañía sin dolor, el vuelo,
guárdate hermosa, joven siempre.
No quiero ni pensar lo que tendría
de soledad mi corazón necesitado,
si la vejez dañina, prejuiciosa
cargara en ti la mano,
y mordiera tu piel, desvencijara
tus dientes, y la música
que mueves, al moverte, deshiciera.
Guárdame siempre en la delicia
de tus dientes parejos, de tus ojos,
de tus olores buenos,
de tus brazos que me enseñas
cuando a solas conmigo te has quedado
desnuda toda, en sombras,
sin más luz que la tuya,
porque tu cuerpo alumbra cuando amas,
más tierna tú que las pequeñas flores
con que te adorno a veces.
Guárdame en la alegría de mirarte
ir y venir en ritmo, caminando
y, al caminar, meciéndote
como si regresaras de la llave del agua
llevando un cántaro en el hombro.
Y cuando me haga viejo,
y engorde y quede calvo, no te apiades
de mis ojos hinchados, de mis dientes
postizos, de las canas que me salgan
por la nariz. Aléjame,
no te apiades, destiérrame, te pido;
hermosa entonces, joven como ahora,
no me ames: recuérdame
tal como fui al cantarte, cuando era
yo tu voz y tu escudo,
y estabas sola, y te sirvió mi mano.
#
Centímetro a centímetro
-Piel, cabello, ternura, olor, palabras-
mi amor te va tocando.
Voy descubriendo a diario, convenciéndome
de que estás junto a mí, de que es posible
y cierto; que no eres,
ya, la felicidad imaginada,
sino la dicha permanente,
hallada, concretísima; el abierto
aire total en que me pierdo y gano.
Y después, qué delicia
la de ponerme lejos nuevamente.
Mirarte como antes
y llamarte de "usted", para que sientas
que no es verdad que te haya conseguido;
que sigues siendo tú, la inalcanzada;
que hay muchas cosas tuyas
que no puedo tener.
Qué delicia delgada, incomprensible,
la de verte lejos,
y soportar los golpes de alegría
que de mi corazón ascienden
al acercarse a ti por vez primera;
siempre por primera, a cada instante.
Y al mismo tiempo, así, juego a perderte
y a descubrirte, y sé que te descubro
siempre mejor de como te he perdido.
Es como si dijeras:
"Cuenta hasta diez, y búscame", y a oscuras
yo empezara a buscarte, y torpemente
te preguntara: ¿estás allí?", y salieras
riendo del escondite,
tú misma, sí, en el fondo; pero envuelta
en una luz distinta, en un aroma
nuevo, con un vestido diferente.
#
Voy y vengo delante
de ti, sobre mis pasos, en tu orilla,
cómplice de tu cuerpo silencioso;
soy, en tus bordes, atalaya
que te cubre de lejos; voz velando,
llamando, transmitiendo
su noticia nocturna
de centinela sobre el muro.
No para ti los perros de la furia
ni los enrojecidos
humeantes jinetes al asalto;
no la puerta rajada, ni el relámpago
de la espada en la alcoba,
ni el temblor de las sábanas terribles
bajo la violación, ni los gemidos.
Aquí velo, aquí estoy, aquí me aguanto
mi corazón. Clavado a la mirada
mía, y a mis pasos,
y al grito de mi boca, y a mi oreja.
#
Allí donde vivimos,
en el lugar en que nos conocemos;
donde la noche oscura, que amanece
de las cinco prensiles
advocaciones ávidas del alma.
Y era como el silencio que tú sabes;
como de casa grande, como ramas
de anochecido pueblo solo.
Yo soy hombre, y me callo tantas cosas
que tendremos que hablar cuanto tú quieras;
la orquestada pasión y las raíces
de aquellos ojos míos que me miren
desde el sembrado sitio de tus ojos.
Me sobrevivo en vela, mereciendo
que al corazón me apunten al matarme.
#
Amiga, no me olvides; no me olvides,
amigo; no te pierdas, espérame.
Como a la máscara del baile,
vengo de lejos a ocupar mi cara;
por detrás y en silencio, a mis balcones
lacrimales, al sabor de mi boca,
al olor de las cosas que esperabas.
Estoy sin tierra firme; estoy saliendo,
a donde quiero, de estas últimas
lentas horas de viaje que termina;
sombra larguísima, pantano
de silbatos, de ruedas que repiten
su palabra distinta a cada uno;
estaciones mendigas, como fechas
alumbradas apenas, donde duele
lo que se aprende dormitando.
No me olvides, espérame.
Yo, el de las cartas sin destino;
el de palabras no creídas,
el que siembra en lo oscuro, te lo pido.
#
Me aconsejo, me advierto, me amenazo;
soy pues, aquí, yo mismo.
Y otro será el que salga, y no me importa,
por el zaguán de madrugada,
y cogerá los cantos que sembramos.
#
Ha llegado el olor, el filo
de su dental caricia; la preciosa
amarga flor nocturna: madre nuestra,
collar que junta nuestros cuellos.
Y voy corno embriagado, como en dicha;
como herido me llevan; como sueño
póstumo al despertar, como si hubiera
bebido hasta embriagarme, estoy viviendo.
Como en vino saciado.
¿Dónde el agobio, dónde la pobreza?
Era, de pronto, levantarse
descalzo y con temor, y a media noche,
y a recorrer la casa despoblada
-yo mismo el enemigo-, con la inútil
esperanza de que fuera sólo
un paso de ladrón el escuchado.
Mujer salobre y única,
desnuda irresistiblemente,
que camina, simplísima y desnuda
debajo de sus ropas, madurando
la cosecha de aceites y de humo.
Único día de la vida.
Como en halo de lámpara,
como en regazo tuyo, como en tibio
paladar, sujetado, me someto;
librado a la fortuna, reconquisto
mis brazos y mis deudas, y levanto
mi victoria terrestre.
Yo te regalo ahora
lo que me liga a ti; yo me pregunto,
en medio, qué seguimos; qué pretende
tu corazón.
Acaso yo te miro
en verdad; acaso donde el siempre
y el nunca vuelven comprensibles
la granada y el orden de las uvas
y el gregario esplendor de la mazorca,
y la miel colectiva.
No sin trabajo y guerra me divido
por dentro, y tú me asilas y reúnes
debajo de tu brazo. Y no es en vano.
#
-Ya no sufras, corazón; a nadie
le va a importando lo que alumbras;
fuera mejor que te apagaras,
mejor que se acabara esta querencia.-
Desvelado, te sueño; insomne
me apasiono por soñarte sola.
Y se me cargan la premiosa
verdad, y la cantina espesa,
y los licores del recuerdo.
Tú me das en qué pensar. Y mientras
yo pienso, puedes tú reírte.
Vas a vivir sin mí. Ya alguno
te dice -y mejor- lo que te dije.
Tú, como nueva; tú, sin pena.
Y no negaré que te he querido.
En tu lección de despedidas,
aprendo cuanto soy. Decrépito,
cabizbajo y sin llorar, me miro
en los agujeros del zapato.
De agujeros en mi espejo ahora.
Desencordado y sin guitarra,
hago segunda a tus adioses
con mi desgracia. Estás conmigo.
Hablo nada más por darte el gusto
de ver cumplidas mis habladas.
Al otro lado de este puente
roto, de esta puerta clausurada.
Y me hago el dormido, porque quiero
pensar que no vuelvo a despertarme.
Un orgullo tan sólo tengo:
no me encontrarán cuando me busquen
de espaldas, porque estoy de frente.
#
Por encima de todo, tu mirada
te devuelve una imagen que no existe.
Y llamas con dolor, y a nadie nombras.
#
Ningún otro cuerpo como el tuyo
vino a salir sobre la tierra,
porque él es tú. Domingo diario,
simposio y lecho y mesa puesta
para los sentidos no platónicos.
Sin verte ni oírte, voy formándole
el molde de un instante tuyo;
el estuche justo, tu morada.
Espacio puro, impenetrable,
donde guardarlo aprisionado.
Siguiendo los innumerables
peldaños infinitesimales
de tu olor, bajando y ascendiendo,
las superficies reconozco,
maravilladas, de tu cuerpo.
Hueles a escollo soleado,
a huertas en la sombra, a tienda
de perfumes; a desierto hueles,
tierra grávida, a llovizna;
a carne de nardo macerada,
a impulsos de ansias animales.
Y cada aroma halla respuesta
en un sabor que lo sostiene,
y el regusto de la sal, el agrio
del fruto en agraz; dulcísimo,
el del fruto maduro y pleno,
el amargor donde floreces,
mezclándose, ardiendo, disolviéndose,
hacen de ti un sabor; el único
sabor, el que te vuelve en suya.
Y con él completo la armadura
del perfecto espacio: tu recinto
inequívoco, el sitio de ti misma.
Arturo Bonifaz Nuño..., Poeta mexicano nacido en Veracruz en noviembre de 1923, difunto en enero de 2013. Humanista, traductor, investigador, crítico de arte y dibujante, obtuvo la maestría y el Doctorado en Letras por la UNAM...
Fue miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua y Doctor Honoris Causa de varias universidades.
Su obra se encuentra traducida a varios idiomas y ha merecido entre otros, los siguientes premios:
Premio Nacional de Letras 1974..
Ego sum qui sum; analista político, un soñador enamorado de la vida y aficionado a la poesía.
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