5 dic 2021

El papa Francisco en Lesbos, alza la voz de nuevo...

 El papa Francisco en Lesbos, alza la voz de nuevo...

  • Como lo hizo en abril de 2016, el Papa visitó Lesbos para poner bajo los reflectores del mundo una crisis  “que nos concierne a todos”.


El papa Francisco viajó este domingo 5 de diciembre a la isla griega de Lesbos para visitar un centro de migrantes donde viven miles de refugiados, y rezó ahí para que el Señor “nos sacuda del individualismo”, porque “la fe nos pide compasión y misericordia” con el que sufre.

Esta segunda visita del papa jesuita a ese lugar inició por la mañana cuando viajó en avión de Atenas al aeropuerto de Mitilene, en la isla de Lesbos. Luego se dirigió en auto al Centro de acogida e identificación de Mitilene, bajó del vehículo y caminó durante 20 minutos para saludar a numerosos refugiados, muchos de ellos, mujeres y niños.

Fue nota Mustafá, un niño refugiado de Afganistán que se las ingenió para  saludar al Papa dos veces . En efecto, cómo se aprecia en el video en Youtube https://www.youtube.com/watch?v=IbQPqN4HogY al inicio del encuentro el Papa se acercó a una de las vallas en las que estaban apostados varios refugiados, llegados de Medio Oriente, Asia y África, deseosos de saludarlo.

 El Papa lo abrazó y le preguntó en inglés ¿cuál es tu nombre?-, a lo que el pequeño respondió sonriendo: “Mustafá”. Luego de saber que llegó desde Afganistán, el Pontífice se despide de forma afectuosa y siguió recorriendo la valla para saludar a más refugiados.

Sin embargo, metros más adelante, el Papa se detiene sorprendido al reconocer a “Mustafá”. ¡Dos veces!, le dijo el Papa señalando hacia atrás; ambos  ríen y el Pontífice volteó hacia su seguridad personal para bromear, como diciéndole que no se le vaya a colar por tercera vez. (nota de ACI-prensa).

Después, fue trasladado a una amplia tienda con vista al mar y a los numerosos contenedores en donde viven las más de dos mil personas que esperan recibir algún tipo de documento que les permita vivir en un país europeo.

Esta es la segunda ocasión en que el Papa Francisco visita Lesbos. La primera vez fue en abril de 2016, junto con otros líderes religiosos, para expresar cercanía y solidaridad a los miles de refugiados que arriban con la esperanza de ingresar a Europa y lograr un futuro mejor.


Tras escuchar las palabras de la presidenta de Grecia, el saludo del Obispo local, los testimonios de un refugiado y de un voluntario, y las canciones entonadas por un coro formado principalmente por personas africanas, el papa Francisco  pronunció su discurso: ¡muy fuerte!, vale la pena léelo completo.

Desde el  Reception and Identification Centre de Mytilene, la capital de esta isla del Mar Egeo ubicada a apenas 20 kilómetros de Turquía, dijo:

Queridos hermanos y hermanas:

Gracias por sus palabras. Le agradezco, señora Presidenta, por su presencia y sus palabras. Hermanas, hermanos, estoy nuevamente aquí para encontrarme con ustedes; estoy aquí para decirles que estoy cerca de ustedes de corazón; estoy aquí para ver sus rostros, para mirarlos a los ojos: ojos cargados de miedo y de esperanza, ojos que han visto la violencia y la pobreza, ojos surcados por demasiadas lágrimas. Hace cinco años, el Patriarca Ecuménico y querido hermano Bartolomé dijo en esta isla algo que me impactó: «El que les tiene miedo no los ha mirado a los ojos. El que les tiene miedo no ha visto sus rostros. El que les tiene miedo no ve a sus hijos. Olvida que la dignidad y la libertad trascienden el miedo y la división. Olvida que la migración no es un problema del Oriente Medio y del África septentrional, de Europa y de Grecia. Es un problema del mundo» (Discurso, 16 abril 2016).

Sí, es un problema del mundo, una crisis humanitaria que concierne a todos. La pandemia nos ha afectado globalmente, nos ha hecho sentir a todos en la misma barca, nos ha hecho experimentar lo que significa tener los mismos miedos. Hemos comprendido que las grandes cuestiones se afrontan juntos, porque en el mundo de hoy las soluciones fragmentadas son inadecuadas. Pero mientras se llevan adelante las vacunaciones a nivel planetario y —aun en medio de muchos retrasos e incertezas— algo parece que se está moviendo en la lucha contra el cambio climático, todo parece terriblemente opaco en lo que se refiere a las migraciones. Y, sin embargo, están en juego personas, vidas humanas. Está en juego el futuro de todos, que sólo será sereno si está integrado. El futuro sólo será próspero si se reconcilia con los más débiles. Porque cuando se rechaza a los pobres, se rechaza la paz. Cierres y nacionalismos —nos enseña la historia— llevan a consecuencias desastrosas. En efecto, como ha recordado el Concilio Vaticano II, «es absolutamente necesario el firme propósito de respetar a los demás hombres y pueblos, así como su dignidad, y el apasionado ejercicio de la fraternidad en orden a construir la paz» (Const. past. Gaudium et spes, 78). Es una ilusión pensar que basta con salvaguardarnos a nosotros mismos, defendiéndonos de los más débiles que llaman a la puerta. El futuro nos pondrá cada vez más en contacto unos con otros; para orientarlo hacia el bien no sirven acciones unilaterales, sino políticas más amplias. La historia, repito, nos enseña, pero todavía no hemos aprendido. Que no se vuelvan las espaldas a la realidad, que termine el continuo rebote de responsabilidades, que no se delegue siempre a los otros la cuestión migratoria, como si a ninguno le importara y fuese sólo una carga inútil que alguno se ve obligado a soportar.

Hermanas, hermanos, sus rostros, sus ojos nos piden que no miremos a otra parte, que no reneguemos de la humanidad que nos une, que hagamos nuestras sus historias y no olvidemos sus dramas. Elie Wiesel, testigo de la tragedia más grande del siglo pasado, escribió: «Me acerco a los hombres, mis hermanos, porque recuerdo nuestro origen común, porque me niego a olvidar que su futuro es tan importante como el mío» (From the Kingdom of Memory, Reminiscenses, Nueva York, 1990, 10). En este domingo, ruego a Dios que nos despierte del olvido de quien sufre, que nos sacuda del individualismo que excluye, que despierte los corazones sordos a las necesidades del prójimo. Y ruego también al hombre, a cada hombre: superemos la parálisis del miedo, la indiferencia que mata, el cínico desinterés que con guantes de seda condena a muerte a quienes están en los márgenes. Afrontemos desde su raíz al pensamiento dominante, que gira en torno al propio yo, a los propios egoísmos personales y nacionales, que se convierten en medida y criterio de todo.

Han pasado cinco años desde la visita que realicé con los queridos hermanos Bartolomé y Ieronymos. Después de todo este tiempo constatamos que poco ha cambiado sobre la cuestión migratoria. Ciertamente, muchos se han comprometido en la acogida y en la integración, y quisiera agradecer a los numerosos voluntarios y a cuantos, a todo nivel —institucional, social, caritativo, político—, han asumido grandes esfuerzos, haciéndose cargo de las personas y de la cuestión migratoria. Reconozco el compromiso en la financiación y construcción de dignas estructuras de acogida y agradezco de corazón a la población local por todo el bien que ha hecho y los numerosos sacrificios que han aceptado. Asimismo, quisiera agradecer a las autoridades locales, que reciben, custodian y ayudan a salir adelante a esta gente que viene a nosotros. Gracias por lo que hacen. Pero debemos admitir amargamente que este país, como otros, está atravesando actualmente una situación difícil y que en Europa sigue habiendo personas que persisten en tratar el problema como un asunto que no les incumbe. Esto es trágico. Recuerdo sus últimas palabras [dirigiéndose a la Presidenta]: “Que Europa haga lo mismo”. Y, ¡cuántas condiciones indignas del hombre! ¡Cuántos puntos críticos donde los migrantes y refugiados viven en situaciones límite, sin vislumbrar soluciones en el horizonte! Y, sin embargo, el respeto a las personas y a los derechos humanos —especialmente en el continente que no cesa de promoverlos en el mundo— debería ser salvaguardado siempre, y la dignidad de cada uno debería ser antepuesta a todo. Es triste escuchar que el uso de fondos comunes se propone como solución para construir muros, para construir alambres de púas. Estamos en la época de los muros y de los alambres de púas. Ciertamente, los temores y las inseguridades, las dificultades y los peligros son comprensibles. El cansancio y la frustración, agudizados por la crisis económica y pandémica, se perciben, pero no es levantando barreras como se resuelven los problemas y se mejora la convivencia, sino uniendo fuerzas para hacerse cargo de los demás según las posibilidades reales de cada uno y en el respeto de la legalidad, poniendo siempre en primer lugar el valor irrenunciable de la vida de todo hombre, de toda mujer, de toda persona. Cito una vez más a Elie Wiesel: «Cuando las vidas humanas están en peligro, cuando la dignidad humana está en peligro, los límites nacionales se vuelven irrelevantes» (Discurso de aceptación del Premio Nobel de la paz, 10 diciembre 1986).

En varias sociedades los conceptos de seguridad y solidaridad, local y universal, tradición y apertura se están oponiendo de modo ideológico. Más que sostener unas ideas, puede ayudar partir de la realidad, detenerse, ampliar la mirada, sumergirse en los problemas de la mayoría de la humanidad, de tantas poblaciones víctimas de emergencias humanitarias que no han provocado sino sólo padecido, a menudo después de largas historias de explotación todavía en curso. Es fácil arrastrar a la opinión pública, fomentando el miedo al otro; ¿por qué, en cambio, con el mismo tono, no se habla de la explotación de los pobres, o de las guerras olvidadas y a menudo generosamente financiadas, o de los acuerdos económicos que se hacen a costa de la gente, o de las maniobras ocultas para traficar armas y hacer que prolifere su comercio? ¿Por qué no se habla de esto? Hay que enfrentar las causas remotas, no a las pobres personas que pagan las consecuencias de ello, siendo además usadas como propaganda política. Para remover las causas profundas no se puede sólo resolver las emergencias. Se necesitan acciones concertadas. Es necesario acercarse a los cambios históricos con amplitud de miras. Porque no hay respuestas fáciles para problemas complejos; existe más bien la necesidad de acompañar los procesos desde dentro, para superar los guetos y favorecer una lenta e indispensable integración, para acoger las culturas y las tradiciones de los otros de una manera fraterna y responsable.

Sobre todo, si queremos recomenzar, miremos el rostro de los niños. Hallemos la valentía de avergonzarnos ante ellos, que son inocentes y son el futuro. Interpelan nuestras conciencias y nos preguntan: “¿Qué mundo nos quieren dar?”. No escapemos rápidamente de las crudas imágenes de sus pequeños cuerpos sin vida en las playas. El Mediterráneo, que durante milenios ha unido pueblos diversos y tierras distantes, se está convirtiendo en un frío cementerio sin lápidas. Esta gran cuenca de agua, cuna de tantas civilizaciones, ahora parece un espejo de muerte. ¡No dejemos que el mare nostrum se convierta en un desolador mare mortuum, ni que este lugar de encuentro se vuelva un escenario de conflictos! No permitamos que este “mar de los recuerdos” se transforme en el “mar del olvido”. Hermanos y hermanas, les suplico: ¡detengamos este naufragio de civilización!

Dios se hizo hombre en las orillas de este mar. Su Palabra ha resonado llevando consigo el anuncio de Dios, que es «Padre y guía de los hombres» (S. Gregorio Nacianceno, Sermón 7, en honor de su hermano Cesario, 24). Él nos ama como hijos y quiere que seamos hermanos. Y, en cambio, ofendemos a Dios, despreciando al hombre creado a su imagen, dejándolo a merced de las olas, en lamarea de la indiferencia, a veces justificada incluso en nombre de presuntos valores cristianos. La fe nos pide compasión y misericordia —no nos olvidemos que este es el estilo de Dios: cercanía, compasión y ternura—. La fe exhorta a la hospitalidad, a aquella filoxenia que impregnó la cultura clásica, encontrando luego en Jesús su propia manifestación definitiva, especialmente en la parábola del Buen Samaritano (cf. Lc 10,29-37) y en las palabras del capítulo 25 del Evangelio de Mateo (cf. vv. 31-46). No es ideología religiosa, son raíces cristianas concretas. Jesús afirma solemnemente que está allí, en el forastero, en el refugiado, en el que está desnudo y hambriento; y el programa cristiano es estar donde está Jesús. Sí, porque el programa cristiano, escribió el Papa Benedicto, «es un corazón que ve» (Carta enc. Deuscaritasest, 31).

Y no quisiera terminar este mensaje sin agradecer al pueblo griego por el recibimiento, pues tantas veces la acogida se convierte en un problema porque no encuentra camino de salida para la gente, para desplazarse a otro lado. Gracias, hermanos y hermanas griegos, gracias por esta generosidad. Y ahora pidamos a la Virgen María que nos abra los ojos ante los sufrimientos de los hermanos. Ella se puso en camino rápidamente al encuentro de su prima Isabel, que estaba encinta. ¡Cuántas madres embarazadas encontraron la muerte rápidamente, estando de viaje, mientras llevaban la vida en su vientre! Que la Madre de Dios nos ayude a tener una mirada materna, que ve en los hombres hijos de Dios, hermanas y hermanos que acoger, proteger, promover e integrar; y a amar con ternura. Que María Santísima nos enseñe a anteponer la realidad del hombre a las ideas e ideologías, y a dar pasos ágiles al encuentro del que sufre.

Al margen: Según datos del Alto Comisionado de Naciones Unidas para Refugiados, en Lesbos hay 2487 refugiados y solicitantes de asilo, de los cuales 2144 viven en el campo de Mavrovouni. La mayor parte, el 68 por ciento, llegó de Afganistán, aunque hay muchos de Somalia (11%) y de la República Democrática del Congo. Los niños representan al 27%, tres de cada cuatro tienen menos de 12 años y hay un 8% que está solo. (LA NACION).

El número de inmigrantes ha disminuido. Hace cinco años había casi 25 mil, pero ahora son evidentes los signos de medidas de seguridad mucho más estrictas.

Imágenes de Vatican News..

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El papa Francisco, en Lesbos: “Detengamos este naufragio de civilización”

Daniel Verdú

El Pa´si, Lesbos - 05 DIC 2021 - 05:10 CST

La explanada de barracones y pequeños cubículos blancos bordea a lo lejos una de las idílicas bahías de la isla. El lugar, sin embargo, es espantoso visto de cerca. No hay electricidad ni agua todas las horas del día. Hace frío y de noche la humedad muele los huesos. Aquí se malvive de forma indefinida. Pero peor era Moria, el otro campo de refugiados, que ardió el 9 de octubre de 2020. O quedarse en Afganistán. O no digamos morir en el mar, como alguno de los 20.000 migrantes que en los últimos años trataron de cruzar en precarias embarcaciones las aguas que separan Turquía y esta isla griega. Jila Alizahi llegó aquí después de viajar a pie desde Kabul. Tiene 16 años y lleva casi tres en Lesbos atrapada. Media vida. Suficiente para poder resumir con esta secuencia creciente de calamidades sus días en Mavrvovouni, el lugar donde sobrevive con otras 2.200 personas.

En Mavrovouni casi nunca pasa nada. Ni se avanza ni se retrocede. El lugar forma parte del conjunto de campos de refugiados que se construyeron en Grecia con fondos europeos tras la crisis de 2015. “No sabemos nada de nuestros papeles. Tenemos que salir. Mi mujer está enferma y necesitamos un buen hospital”, lamenta Mohamen Amini, afgano de 36 años. Un lugar cada vez más invisible. Excepto este domingo, cuando apareció el Papa con la prensa de medio mundo y pidió detener “este naufragio de civilización”. No es habitual que un pontífice repita un destino. Y menos si se encuentra en una pequeña esquina de Europa. Pero esta es la principal obsesión de Francisco. “Estoy nuevamente aquí para encontrarme con ustedes; estoy aquí para decirles que estoy cerca de ustedes; estoy aquí para ver sus rostros, para mirarlos a los ojos: ojos cargados de miedo y de esperanza, ojos que han visto la violencia y la pobreza, ojos surcados por demasiadas lágrimas”, anunció rodeado de los habitantes del campo.

Lesbos, la tercera isla más grande de Grecia, se ha convertido en un símbolo de este pontificado. Muchos refugiados llevan atrapados aquí desde 2016. Niños, como la propia Jila, que no han podido ir a la escuela. Vidas varadas en una montaña de documentación en la mesa del algún tribunal europeo. Solicitudes de asilo rechazadas hasta cinco veces mientras siguen encerrados, como denunció este domingo al Papa la comunidad africana del campo. Las cinco islas del mar Egeo se convirtieron de este modo en enormes prisiones al aire libre a partir de 2015, en el apogeo de los desembarcos. Un año más tarde, Francisco visitó la isla. Tanto tiempo que algunos, como la mayoría afgana, han podido incluso ver desde la distancia el inimaginable regreso de los talibanes. “Han pasado cinco años desde la visita que realicé. Después de todo este tiempo constatamos que poco ha cambiado sobre la cuestión migratoria”, lamentó el Papa.

Algunas cosas no son exactamente iguales. El viejo campo de Moria (que fue el más grande de Europa), donde miles de familias vivían hacinadas en condiciones miserables, ardió en 2020. Un grupo de refugiados afganos quemó un contenedor como protesta por las condiciones en las que vivían y el fuego se extendió rápidamente por las chabolas donde dormían los migrantes. Las concertinas siguen ahí. Pero la nueva instalación es algo mejor y los refugiados viven de un modo sensiblemente más digno. Algo que reconoció, con matices, el Papa. “Reconozco el compromiso en la financiación y construcción de dignas estructuras de acogida y agradezco de corazón a la población local por todo el bien que ha hecho y los numerosos sacrificios que han aceptado. Pero debemos admitir amargamente que este país, como otros, está atravesando actualmente una situación difícil y que en Europa sigue habiendo personas que persisten en tratar el problema como un asunto que no les incumbe”.

La UE invirtió 276 millones de euros para construir cinco nuevos campos en las islas. Como el de Mavrovouni. Centros cerrados, sin libertad de movimientos. Con tornos y un algoritmo que controla las entradas y las salidas, permitidas hoy solo pocas horas al día o por motivos como visitar al médico. Ese era el problema. No es lo que se había acordado con la Unión Europea. Pero el plan consistió cada vez más en invisibilizar el problema, criticó el Papa. Desde 2016, la UE ha pagado 6.000 millones de euros a Turquía ―a solo 20 kilómetros de Mytiliene, capital de Lesbos― para que frenase los flujos migratorios que llegaban a las costas griegas. “Es triste escuchar que el uso de fondos comunes se propone como solución para construir muros. Los temores y las inseguridades son comprensibles. El cansancio y la frustración, agudizados por la crisis económica y pandémica, se perciben, pero no es levantando barreras como se resuelven los problemas, sino uniendo fuerzas para hacerse cargo de los demás según las posibilidades reales de cada uno y en el respeto de la legalidad, poniendo siempre en primer lugar el valor irrenunciable de la vida de todo hombre”.

El Papa subrayó así de nuevo las dos grandes prioridades de su agenda. Primero se refirió al cambio climático con cierto optimismo, tema en el que aseguró “algo parece que se está moviendo”. Pero respecto a la inmigración, el otro frente que abrió nada más llegar a la silla de Pedro en 2013, denunció que “todo parece terriblemente opaco”. “Están en juego personas, vidas humanas. Está en juego el futuro de todos, que solo será sereno si está integrado. Cuando se rechaza a los pobres, se rechaza la paz”, señaló.



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