La sucesión en la FGR: entre el "manotazo" y la "Causa Grave"
La respuesta ofrecida por la Presidenta en la mañanera de hoy, ante la abrupta salida del Fiscal Alejandro Gertz Manero, resulta, por decir lo menos, pueril. Ante una operación política de esta magnitud, la narrativa oficial recurre a la simplificación, apelando a una supuesta legalidad de fachada que se desmorona bajo el análisis.
La mandataria sostiene que el relevo se dio de forma natural: Ernestina Godoy asume el interinato "por orden de Gertz", presentándolo como un mero automatismo burocrático de prelación. Sin embargo, esta explicación omite convenientemente la ingeniería política detrás del movimiento: no fue el destino, fue una instrucción emanada de Palacio Nacional. Para que Godoy pudiera asumir, no bastaba la orden de Gertz; la funcionaria que legalmente ocupaba ese cargo (Cristina Reséndiz) tuvo que renunciar, limpiando así el camino para la designación de Godoy a última hora.
Aquí surgen las tres preguntas incómodas que la versión oficial evita responder:
¿Dónde está la "Causa Grave"?
La Constitución exige una causa grave para la renuncia del Fiscal General, cuyo cargo debe durar nueve años. ¿Desde cuándo la cortesía de una invitación a ser Embajador —un premio político— constituye una gravedad tal que amerite abandonar la titularidad de la procuración de justicia del país? La ausencia de una causa legítima convierte la renuncia en una coacción política o, en el mejor de los casos, en un acuerdo cupular.
¿Y la Autonomía de la Fiscalía?
Mientras la Presidenta lee la ley sobre suplencias para justificar la llegada de Godoy, ignora intencionalmente el contexto: la carta del Senado que anunciaba la inminente destitución de Gertz por incumplimiento de informes. La realidad política, expuesta en primeras planas, es que a Gertz lo "tumbaron con un ultimátum". El acto no fue de renuncia institucional, sino de obediencia forzada.
Decir que "todos están felices" y que Gertz se va a una Embajada es un intento torpe de tapar con un dedo el manotazo autoritario que aseguró el control de la FGR. El resultado no es un relevo institucional, sino la imposición de una incondicionalidad a través de maniobras que violentan el espíritu de autonomía y el fondo constitucional.
Lástima que la vida institucional de la República se reduzca a estos actos de simulación. Como reza la frase de la película de Bob Fosse, "la vida es un cabaret", y ahora, el circo se traslada al Senado para validar este último acto
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