Símbolo universal de la libertad/Editorial
El Mundo, 11 de diciembre de 2025
El Premio Nobel de la Paz eleva a a María Corina Machado a baluarte de la batalla democrática contra los autoritarismos
La hija de María Corina Machado recibió ayer el Nobel de la Paz en nombre de su madre, convertida en símbolo universal de la defensa de la democracia, hoy amenazada por el auge de los autoritarismos. La líder opositora venezolana, que vive en la clandestinidad y logró escapar de Venezuela a través de la isla holandesa de Curazao, no pudo llegar a la ceremonia en Oslo. Pero precisamente su ausencia sirvió para mostrar ante el mundo la odisea en la que está embarcada y para proyectar su figura como encarnación de la batalla global a favor de las libertades. En pleno cerco estadounidense al chavismo, su mensaje, leído por su hija Ana Corina Sosa, fue rotundo: Venezuela será libre y saldrá adelante. Y la lucha de los venezolanos es la esperanzadora prueba de que, incluso en las peores condiciones, una sociedad puede reconstruir su pulso democrático.
Tanto el discurso leído por su hija, emblema generacional de la Venezuela del cambio, como el del presidente del Comité noruego del Nobel, Jorgen Watne Frydnes, trazaron un preciso retrato del régimen de Nicolás Maduro. Un Estado «brutal y autoritario sumido en una profunda crisis humanitaria y económica» que ha expulsado a ocho millones de personas mientras «una pequeña élite protegida por el poder, las armas y la impunidad se enriquece», en palabras de Frydnes. Una autocracia sostenida internamente a través de un cruel aparato de represión y, en el exterior, gracias a su alianza con el eje dictatorial de Cuba, Rusia, Irán y China y a la inacción de las democracias occidentales.
Las palabras escritas por Machado sonaron con fuerza y emoción en la ceremonia. Venezuela, antes un país libre, rico en recursos y apuntalado por la democracia más estable de América Latina, vive hoy un presente de resistencia cívica contra la tiranía chavista: marchas, caceroladas, primarias organizadas sin recursos, voluntarios amedrentados por custodiar votos en las urnas y actas trasladadas en canoas como pruebas de una victoria electoral que finalmente les fue robada. Una lucha «existencial», como la describió, que atraviesa un momento geopolítico crítico, marcado por la creciente presión militar, política y económica de EEUU sobre Maduro y la incipiente esperanza en una transición hacia la democracia.
«Venezuela volverá a respirar, abriremos las cárceles, saldrán los inocentes y yo estaré ahí», prometió la dirigente opositora. Esa transición requerirá del liderazgo unificador que Machado ya demostró al reunir a todos los sectores de la disidencia en una candidatura única para las presidenciales y que será crucial para cerrar las heridas de una sociedad traumatizada. «El régimen se propuso dividirnos: por nuestras ideas, por raza, por origen, por la forma de vida. Quisieron que los venezolanos nos viéramos como enemigos...», recordó Machado en su discurso, para hacer un emotivo llamamiento al exilio: «Yo estaré allí, nuevamente, en el puente Simón Bolívar, en la frontera con Colombia, donde una vez lloré entre los miles que se iban, para recibirlos de vuelta a la vida luminosa que nos espera».
Su valiente compromiso ejemplifica la lucha por la democracia y la concordia, una lucha que compromete a Europa y en especial a España.
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