- El riesgo de la neurosis/Jorge G. Castañeda.
La semana pasada publiqué en este espacio un articulo titulado "Cuba en Chiapas" que ha suscitado diversas reacciones. Quienes colaboramos en estas páginas tan generosamente abiertas a la diversidad y al debate, nos hemos sujetado voluntariamente a varias reglas -sensatas y atinadas- que entre otras obligaciones exigen abstenerse de utilizar la oportunidad de escribir en Reforma para polémicas individuales. Por ello no volveré sobre los temas evocados hace ocho días pero sí quisiera abordar en esta entrega un asunto de fondo y que subyace a ese artículo y a muchos otros propios y de otros colaboradores: ¿qué hacemos con el pasado en México?
Durante el sexenio de Fox fue un problema que dividió al gabinete: primero a favor o en contra de una Comisión de la Verdad sobre violaciones a los derechos humanos en el pasado; sobre el Pemexgate y otras investigaciones de corrupción; sobre la publicación del fiscal especial de crímenes en el pasado. En sexenios anteriores dilemas semejantes se han presentado: con Zedillo el error de noviembre o de diciembre, asesinato individual de Posadas, Colosio y Ruiz Massieu o complot; alzamiento o provocación zapatista. El sexenio de Salinas transcurrió bajo la sombra de la madre de todas las preguntas: fraude electoral en 88 o elección reñida. Incluso el sexenio de Calderón, ya tiene su agenda, puesto que cualquier reconciliación con Cuba implicará el esclarecimiento de las acusaciones formuladas por Santiago Creel y Luis Ernesto Derbez a propósito de la intervención clandestina de los servicios de inteligencia habaneros en México (caso Ahumada). Ninguna democracia carece de cadáveres en el armario; ninguna sociedad vive sin pecados en su pasado; ningún Estado democrático puede o debe evitar el ajuste de cuentas con su historia. Todo consiste en saber cómo y cuándo, pero sin jamás olvidar que la historia es como el inconsciente: los complejos no resueltos hacen crisis; nadie está a salvo del retour du refoulé.
A todos les conviene resolverlos. Las víctimas de los atropellos pasados obtienen justicia y quietud; los verdaderos culpables expían sus culpas y, en su caso, siguen adelante una vez purgadas sus penas; los falsos culpables limpian su nombre. Abundan ejemplos en la historia reciente de México. El primero que viene a la mente: yo creo que López Portillo y Díaz Serrano no robaron. Uno llevó el estigma de la corrupción hasta su muerte; el otro pasó años en la cárcel por un delito que todos sabemos que no cometió; pero esta creencia mía puede no compartirla nadie o sólo algunos; ¿existe alguna razón para confiar en los mecanismos mediáticos y judiciales que condenaron a estas dos figuras? El segundo: no creo que Carlos Salinas haya matado a Colosio; pero de acuerdo con las encuestas una enorme mayoría de los mexicanos sí lo piensa; no bastaron las investigaciones realizadas hace ya más de 10 años. No creo que los cubanos fomentaron la rebelión zapatista, pero sí creo que estaban enterados de su inminencia; no creo que los cubanos apoyaron a López Obrador (salvo con la deportación de Ahumada) aunque sí creo que Chávez lo hizo; pero muchos otros, seguramente más calificados e imparciales que yo albergan opiniones distintas. Y ya ni hablemos del Fobaproa, de las privatizaciones, de los pactos secretos con el narco o de los acuerdos en lo oscurito con Estados Unidos.
Según la intensidad y la vigencia del tema existen mecanismos distintos, obstáculos diferentes y artífices diversos: a veces una Comisión de la Verdad, a veces una Fiscalía Especial, a veces el Poder Legislativo, a veces el Ministerio Público, a veces los medios de comunicación, a veces la academia. Por ejemplo, el IFAI decidió no imponer la apertura de los paquetes electorales del 2006; por ejemplo, los archivos relativos a Fernando Gutiérrez Barrios en la Federal de Seguridad en los hechos no están disponibles: cuando Jeff Morley y Michael Scott trataron de consultarlos incluso con la recomendación del ex vocero de la Presidencia, no pudieron, aunque efectivamente ahí se encuentran. Lo que quedaba de la reputación de Pinochet en Chile fue demolido por el hallazgo de sus cuentas millonarias en el Riggs National Bank en Washington, hallazgo en el sentido estricto: un Comité del Congreso Americano que investigaba transacciones financieras ilícitas se topó con el nombre de Pinochet por pura casualidad. Y así sucesivamente con Cavallo, el Oro de Moscú, la tragedia de los Rosemberg, más lo que se acumule en Cuba cuando, algún día, se divulguen los videos, fotos, grabaciones, y documentos de dos generaciones de políticos de la izquierda latinoamericana que pasaron por La Habana desde 1959. Dentro de cinco días entra en vigor la valiente decisión tomada por Bill Clinton hace algunos años de abrir todos los archivos de Estados Unidos anteriores a 1981, salvo aquellos expresamente reservados por motivos de seguridad nacional. Se dirá que de nada sirve tanto archivo y tanta investigación, ya nada se sabe de la muerte de Kennedy por ejemplo, pero si no se cree lo que se sabe, por lo menos se tiene que saber lo que se intentó.Es mejor saber que no saber. No se puede exigir transparencia en los comicios del 2006 sin contribuir a lograrla para el 88; es iluso pedir investigaciones sobre Oaxaca 2006 sin realizarlas en Chiapas 1994.
Es imposible combatir la corrupción presente y futura sin husmear y escudriñar la pasada: la verdadera, la inventada y la incierta. La tesis conservadora según la cual no conviene hacer olas ni remover el avispero es peor que falsa: es ingenua -siempre habrá quien lo haga- y perniciosa. Los conflictos psíquicos no resueltos siempre se convierten en neurosis.
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