Más sobre el caso Chiapas 1993; Rosillo, y Manuel Camacho Solís.
Primero fue Leopoldo Mendivil, después Jorge Castañeda; hubo reacciones a finales de diciembre y todo había quedado ahí.
Hoy Bertrand de la Grange, publica un texto "Las añejas intrigas de Manuel Camacho", quien a decir verdad fue el primero que publico sobre el tema -junto con Maite Rico-, en su libro: Marcos, la genial impostura; Ed. El País Aguilar, Madrid, 1998, 472 páginas.
¡Seguramente habrá nuevas reacciones!
- Las añejas intrigas de Manuel Camacho/Bertrand de la Grange
Me entero con retraso de que algunos medios, empezando por Crónica, han resucitado en estas últimas semanas una añeja intriga de Manuel Camacho. Leopoldo Mendívil señalaba, el 2 de enero en este periódico, la existencia de “cinco memorandos que podrían llegar a probar una trama desarrollada a lo largo del año 1993, desde el entonces Departamento del Distrito Federal, para recibir el año electoral de 1994 con el levantamiento del EZLN en Chiapas”.
El columnista explicaba que Camacho Solís y varios de sus colaboradores habrían apoyado, “con dinero, equipo y vestuario”, a la guerrilla zapatista a través del obispo de San Cristóbal de Las Casas, Samuel Ruiz. El autor agregaba: “La historia alrededor de los famosos memorandos Martínez Rosillo que acaban de abandonar su condición de secretos de Estado, apenas comienza…”.
Lamento discrepar de mi colega, no tanto sobre el fondo del asunto —la ilimitada capacidad de intriga de Camacho— pero sí sobre la supuesta novedad de esos documentos. Publiqué esos memorandos hace casi diez años en el libro Marcos, la genial impostura, firmado también por Maite Rico. Y no fuimos los primeros, porque varios periódicos habían ya señalado la existencia de esos documentos, que habían sido filtrados a algunos medios y cuya factura nos había parecido sospechosa. El capítulo “Las intrigas del poder” molestó entonces muchísimo a Camacho, que nos reclamó airadamente por haber tomado en cuenta esas cartas. He aquí el análisis que hicimos entonces del asunto:
“¿Había tenido Camacho algo que ver con el levantamiento zapatista? ¿Había contribuido a la financiación del EZLN, bien directamente o a través de una ayuda entregada al obispo de San Cristóbal, Samuel Ruiz? Sin ser originario de Chiapas, Camacho mantenía una estrecha relación con un antiguo gobernador de ese estado, su suegro, quien, a diferencia de sus sucesores, estaba en buenos términos con algunas organizaciones de izquierda y con Samuel Ruiz. Disponía así de información de primera mano sobre el Ejército Zapatista y no podía ignorar lo que pasaba en la Selva Lacandona”.
“¿No había declarado Camacho que, de haber sido candidato a la presidencia, hubiera comenzado su campaña en Chiapas para desactivar una eventual revuelta? Desde octubre de 1993, es decir, tres meses antes del levantamiento, había preparado, como él mismo ha reconocido después, un blitz que consistía en ‘apoyar a Samuel Ruiz para resolver los problemas sociales, y quitar así al EZLN una buena parte de su base’. ¿Se debe inferir de esta confesión que Camacho contaba con la amenaza del levantamiento zapatista para aparecer ante los ojos de Salinas como el único candidato capaz de desactivar el problema? ¿Maquiavélico? Sin duda […]”.
“Una correspondencia confidencial atribuida al entorno de Camacho parecía, además, confirmar esta hipótesis. Los documentos demostraban que el ex regente financiaba en secreto al Ejército Zapatista a través del obispo de San Cristóbal, al que enviaba cada mes sumas considerables —¡más de 300 mil dólares a partir de marzo de 1993!— para cubrir ‘la compra de productos alimentarios, sistemas de radiocomunicaciones, botas’ y otros artículos. Estos fondos procedían de los beneficios obtenidos por la principal sociedad de estacionamientos de México, administrada por un amigo de Camacho, Jorge Rosillo, cuya vida parece sacada de una novela de aventuras: participó en la guerrilla de Fidel Castro en Sierra Maestra en los años cincuenta, estuvo encarcelado en Chiapas por contrabando de maderas preciosas y sirvió de intermediario, en varias ocasiones, entre el poder y la oposición de izquierda a partir de 1988”.
“En una carta dirigida a una tercera persona y fechada en noviembre de 1993, Jorge Rosillo anuncia crudamente que, ‘según el plan convenido, las reservas son suficientes para alimentar y equipar a alrededor de tres mil hombres por un periodo de seis meses, según los cálculos proporcionados por el grupo de Chiapas’. ‘Te informo’, añade, ‘que según el camarada Maya, todo está listo para el 1 de enero de 1994 [...] A la espera de nuevas instrucciones, te agradeceré que informes a Manuel Camacho...’. En el lenguaje codificado de esta correspondencia, el grupo era, evidentemente, el EZLN y el camarada Maya no era otro que el obispo Samuel Ruiz”.
“¿Cómo explicar semejante imprudencia por parte de los amigos de Camacho? ¿Por qué dejar huellas tan evidentes de su participación en la insurrección zapatista de Chiapas? En realidad, todos estos documentos son falsos, lo que no impidió que ciertos periódicos mexicanos los presentaran como auténticos. Las cartas pudieron haber sido fabricadas por los servicios de seguridad a petición expresa de algunos de los adversarios de Manuel Camacho en el interior del gobierno. ‘Me inventaron todas esas cosas en función de fines políticos’, protesta él. ‘Puede ser que estén convencidos de que tengo algo que ver con el EZLN, lo que revelaría el nivel de estupidez de los responsables de Gobernación. Soy hijo de militar, y me enseñaron que con la seguridad nacional no se juega. ¿Cómo me iba a poner yo en manos de un guerrillero?’”.
Después de tantos cambios de partido y de haberse puesto en manos de López Obrador, hoy resulta difícil creer a Camacho. El oportunismo político no parece compatible con unos principios muy sólidos. Quizás, al contrario de lo que dice el ex regente, la Secretaría de Gobernación no estaba tan desencaminada en 1994 cuando buscaba pruebas de sus vínculos con el EZLN. Y, al no encontrarlas, algún jefe del CISEN con pocas luces las pudo haber fabricado.
Me parece muy sano que salga de nuevo a la palestra este asunto. Sin embargo, sería mucho mejor si algún periodista o historiador, empezaran a investigar a fondo los vínculos que Camacho Solís, Fernando Gutiérrez Barrios —cuando era secretario de Gobernación, pero también después de haber sido despedido por Carlos Salinas— y algunos otros dirigentes del PRI tuvieron con la insurrección zapatista, o su entorno, antes del 1 de enero de 1994. Lo más probable es que ellos supieran lo que iba a ocurrir y decidieran no informar a Salinas. ¿Por qué? El ex secretario de Gobernación, porque tenía cuentas pendientes con el presidente y sus “neoliberales”; y Camacho, porque necesitaba crear un cierto nivel, controlable, de inestabilidad política, para convencer a Salinas de que él era el mejor candidato a la sucesión presidencial, dada su conocida capacidad negociadora. Son conjeturas y no hay pruebas, por el momento. Ahora, más de diez años después, ya es tiempo de exigir la apertura de algunos archivos, incluyendo los documentos ilegalmente “privatizados” por Gutiérrez Barrios y sus albaceas.
bdgmr@yahoo.com
Lamento discrepar de mi colega, no tanto sobre el fondo del asunto —la ilimitada capacidad de intriga de Camacho— pero sí sobre la supuesta novedad de esos documentos. Publiqué esos memorandos hace casi diez años en el libro Marcos, la genial impostura, firmado también por Maite Rico. Y no fuimos los primeros, porque varios periódicos habían ya señalado la existencia de esos documentos, que habían sido filtrados a algunos medios y cuya factura nos había parecido sospechosa. El capítulo “Las intrigas del poder” molestó entonces muchísimo a Camacho, que nos reclamó airadamente por haber tomado en cuenta esas cartas. He aquí el análisis que hicimos entonces del asunto:
“¿Había tenido Camacho algo que ver con el levantamiento zapatista? ¿Había contribuido a la financiación del EZLN, bien directamente o a través de una ayuda entregada al obispo de San Cristóbal, Samuel Ruiz? Sin ser originario de Chiapas, Camacho mantenía una estrecha relación con un antiguo gobernador de ese estado, su suegro, quien, a diferencia de sus sucesores, estaba en buenos términos con algunas organizaciones de izquierda y con Samuel Ruiz. Disponía así de información de primera mano sobre el Ejército Zapatista y no podía ignorar lo que pasaba en la Selva Lacandona”.
“¿No había declarado Camacho que, de haber sido candidato a la presidencia, hubiera comenzado su campaña en Chiapas para desactivar una eventual revuelta? Desde octubre de 1993, es decir, tres meses antes del levantamiento, había preparado, como él mismo ha reconocido después, un blitz que consistía en ‘apoyar a Samuel Ruiz para resolver los problemas sociales, y quitar así al EZLN una buena parte de su base’. ¿Se debe inferir de esta confesión que Camacho contaba con la amenaza del levantamiento zapatista para aparecer ante los ojos de Salinas como el único candidato capaz de desactivar el problema? ¿Maquiavélico? Sin duda […]”.
“Una correspondencia confidencial atribuida al entorno de Camacho parecía, además, confirmar esta hipótesis. Los documentos demostraban que el ex regente financiaba en secreto al Ejército Zapatista a través del obispo de San Cristóbal, al que enviaba cada mes sumas considerables —¡más de 300 mil dólares a partir de marzo de 1993!— para cubrir ‘la compra de productos alimentarios, sistemas de radiocomunicaciones, botas’ y otros artículos. Estos fondos procedían de los beneficios obtenidos por la principal sociedad de estacionamientos de México, administrada por un amigo de Camacho, Jorge Rosillo, cuya vida parece sacada de una novela de aventuras: participó en la guerrilla de Fidel Castro en Sierra Maestra en los años cincuenta, estuvo encarcelado en Chiapas por contrabando de maderas preciosas y sirvió de intermediario, en varias ocasiones, entre el poder y la oposición de izquierda a partir de 1988”.
“En una carta dirigida a una tercera persona y fechada en noviembre de 1993, Jorge Rosillo anuncia crudamente que, ‘según el plan convenido, las reservas son suficientes para alimentar y equipar a alrededor de tres mil hombres por un periodo de seis meses, según los cálculos proporcionados por el grupo de Chiapas’. ‘Te informo’, añade, ‘que según el camarada Maya, todo está listo para el 1 de enero de 1994 [...] A la espera de nuevas instrucciones, te agradeceré que informes a Manuel Camacho...’. En el lenguaje codificado de esta correspondencia, el grupo era, evidentemente, el EZLN y el camarada Maya no era otro que el obispo Samuel Ruiz”.
“¿Cómo explicar semejante imprudencia por parte de los amigos de Camacho? ¿Por qué dejar huellas tan evidentes de su participación en la insurrección zapatista de Chiapas? En realidad, todos estos documentos son falsos, lo que no impidió que ciertos periódicos mexicanos los presentaran como auténticos. Las cartas pudieron haber sido fabricadas por los servicios de seguridad a petición expresa de algunos de los adversarios de Manuel Camacho en el interior del gobierno. ‘Me inventaron todas esas cosas en función de fines políticos’, protesta él. ‘Puede ser que estén convencidos de que tengo algo que ver con el EZLN, lo que revelaría el nivel de estupidez de los responsables de Gobernación. Soy hijo de militar, y me enseñaron que con la seguridad nacional no se juega. ¿Cómo me iba a poner yo en manos de un guerrillero?’”.
Después de tantos cambios de partido y de haberse puesto en manos de López Obrador, hoy resulta difícil creer a Camacho. El oportunismo político no parece compatible con unos principios muy sólidos. Quizás, al contrario de lo que dice el ex regente, la Secretaría de Gobernación no estaba tan desencaminada en 1994 cuando buscaba pruebas de sus vínculos con el EZLN. Y, al no encontrarlas, algún jefe del CISEN con pocas luces las pudo haber fabricado.
Me parece muy sano que salga de nuevo a la palestra este asunto. Sin embargo, sería mucho mejor si algún periodista o historiador, empezaran a investigar a fondo los vínculos que Camacho Solís, Fernando Gutiérrez Barrios —cuando era secretario de Gobernación, pero también después de haber sido despedido por Carlos Salinas— y algunos otros dirigentes del PRI tuvieron con la insurrección zapatista, o su entorno, antes del 1 de enero de 1994. Lo más probable es que ellos supieran lo que iba a ocurrir y decidieran no informar a Salinas. ¿Por qué? El ex secretario de Gobernación, porque tenía cuentas pendientes con el presidente y sus “neoliberales”; y Camacho, porque necesitaba crear un cierto nivel, controlable, de inestabilidad política, para convencer a Salinas de que él era el mejor candidato a la sucesión presidencial, dada su conocida capacidad negociadora. Son conjeturas y no hay pruebas, por el momento. Ahora, más de diez años después, ya es tiempo de exigir la apertura de algunos archivos, incluyendo los documentos ilegalmente “privatizados” por Gutiérrez Barrios y sus albaceas.
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