Un encuentro cara a cara con las FARC
Publicado en El Comercio, (de Quito) 6/7/2008
Arturo Torres. Desde El Ají, Sucumbíos
Arturo Torres. Desde El Ají, Sucumbíos
El estruendo de las balas irrumpe la paz de la selva. Huele a explosivos y se respira miedo. Un grupo de 11 guerrilleros acaba de ser detectado por militares ecuatorianos, junto a la quebrada de El Ají, en territorio nacional. Miércoles 4 de junio. Mediodía. Los guerrilleros descansaban en la cima de un monte selvático. Esa zona, en plena frontera con Colombia, es utilizada por los irregulares de las FARC para replegarse, luego de los combates con las fuerzas colombianas.Eran las 12:30. Los subversivos, incluidas dos mujeres trigueñas, una fornida y otra delgada de ojos expresivos, almorzaban. A sus alrededores colocaron sus mochilas plásticas verdes, con ropa, útiles de aseo y material doctrinario (libros y folletos). Para calentar los alimentos instalaron cocinas que a esa hora estaban encendidas. Repentinamente, mientras trataba de recoger un recipiente, una de las guerrilleras se encontró, cara a cara, con un soldado ecuatoriano que guiaba a la patrulla de 15 hombres. Al verlo, ella le apuntó con un revólver recortado calibre 38 mm, mientras cinco militares reaccionaban direccionando sus fusiles HK 5,56. Las primeras escaramuzas fueron verbales: “No disparen, somos de las FARC, no vamos a hacerles nada”, gritaba uno de los irregulares, que junto a cuatro de sus compañeros se puso en guardia y con su fusil M-16 apuntaba a los militares ecuatorianos. “Bajen las armas, este es territorio ecuatoriano, somos del Ejército”, replicó el coronel René Paredes, quien encabezaba el operativo con el capitán Albert Ger. “Puta, puta, tranquilos, solo muertos dejaremos nuestras armas”, gritó el que parecía ser el jefe de la cuadrilla. Junto a él estaba otro subversivo que tenía una granada en cada mano.
De repente, las balas silenciaron el combate verbal. Los militares ecuatorianos dispararon cinco veces al aire y los guerrilleros se escabulleron, fusil en mano, como felinos entre la tupida selva.Una cosa es recibir información sobre un combate en la frontera y otra, muy distinta, vivirlo. Ante los primeros gritos que anunciaban combates, buscando protegerme de alguna bala perdida, me deslicé ladera abajo, junto a cinco soldados ecuatorianos. Estábamos a 10 metros de la embestida. El miedo a un desenlace violento podía sentirse en ambos bandos, aunque en teoría están entrenados para dejar su vida en el campo de batalla. Para alguien sin este entrenamiento, este instante parece una eternidad, el desconcierto es total, mientras miles de imágenes y preguntas se agolpan en la mente: cómo me oculto de los tiros, cuánto durará la escaramuza…
Desde el día anterior, yo acompañaba a esa patrulla por la selva. Iba con el equipo encabezado por el coronel René Paredes, comandante del Batallón de Selva 56 Tungurahua. Minutos antes, el grupo había descubierto una base guerrillera a orillas del río Ají, que se estaba reinstalando, de unas dos cuadras de superficie.
Allí encontramos tres morteros caseros, varias granadas, cordón detonante y cápsulas explosivas. También estaba levantada una precaria cocina, cubierta con un toldo militar de camuflaje y varias ramas de chonta seca. Luego de descubrir el campamento, que además tenía varias letrinas, Paredes ordenó que sus hombres siguieran monte arriba en busca del grupo armado. Tras el enfrentamiento, los uniformados encontraron 11 mochilas y una carabina Remington con mira telescópica.
En los alrededores había legumbres, fundas de arroz, cebollas, zanahorias, frascos de aceite, lenteja, paquetes de fideo y fréjol, radios a pilas, papel higiénico, barras de chocolate.Sobre dos cocinas había ollas de humeante arroz caliente, mezclado con atún, que sirvieron para aplacar el hambre de los soldados, que no dejaban de comentar lo ocurrido entre risas y un gran alivio, porque no hubo ninguna baja o herido que lamentar.
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