20 feb 2011

Malos presagios

Malos presagiosJavier Sicilia
Revista proceso # 17190, a 20 de febrero de 2011;
El despido de Carmen Aristegui de MVS, al igual que la fallida campaña mediática contra Proceso a raíz de la publicación del reportaje Testigo estelar (Proceso 1777) de Ricardo Ravelo, es un signo preocupante de la violencia que se ha instalado en el país y que parece haber entrado en una espiral ascendente. No importa si en el momento en que aparece este artículo Carmen, bajo las presiones de la sociedad civil, se encuentre de nuevo en el sitio que injustamente se le arrebató o que la fortaleza de Proceso haya remontado la tormenta de Televisa y del gobierno. Los golpes se dieron y el signo debe preocuparnos porque golpea duramente la libertad de expresión. 

Ni el presidente de la República ni MVS ni el consorcio Televisa soportan que las noticias pongan en entredicho al presidente. Hacerlo –aunque hayan sido declaraciones de un testigo protegido o la divulgación de un suceso en la Cámara Baja en donde un diputado, de dudosa reputación, aludió al supuesto alcoholismo de Calderón– se responde con una violencia tan ilegal, absurda y  desmesurada como la que acompaña diariamente a México.

Esas reacciones, lejos de poner en duda lo absurdo de la noticia, parecen confirmarla. Si Calderón no está involucrado con el narcotráfico, que combate muy mal, o no es alcohólico –muchos grandes políticos, como Churchill, lo fueron y su alcoholismo no restó nada a sus grandezas–, ¿por qué entonces reaccionar con la difamación y la censura a periodistas de alta solvencia moral cuya única tarea fue hacer un reportaje, dar una noticia y, en el caso de Aristegui, pedir una respuesta de la Presidencia a un rumor que la manta de Fernández Noroña simplemente magnificó? ¿Por qué el enojo vengativo del presidente y el juego infantil de mostrarse días después montando una yegua sobre Paseo de la Reforma, subiendo en un avión caza F-5, lanzando una pichada de beisbol y diciéndonos mediáticamente que no se halla en estado inconveniente? ¿Por qué no responder con grandeza?
En medio de la violencia que va convirtiéndose en el clima natural del país, en un México donde la corrupción y la ilegalidad campean por todas partes, en una república en donde los partidos políticos no tienen proyecto alguno y su único interés es el mismo de las mafias: mantener o conquistar por cualquier medio el poder y acallar –esos sí con manifestaciones no cruentas, pues hay que decir, en su descargo, que nuestros políticos y nuestros empresarios monopólicos han adquirido cierto grado de civilidad– a quienes disienten, la reacción contra Ravelo y Aristegui es grave. No sólo desliza la sospecha de que el rumor del río sí lleva agua y que la estatura de Calderón está –lo sabemos de sobra– muy lejos de la de Churchill; muestra también la incapacidad política que hay en el país para responder a los grandes problemas que nos aquejan.
Desprestigiar, intentar acallar la noticia y la crítica, como se ha intentado hacer con Ravelo, Proceso y Aristegui; hacer alianzas innaturales entre los partidos y reciclar políticos en función de su popularidad, de sus nexos con las grandes mafias sindicales, los grandes monopolios o los grandes cárteles; reducir la vida política al agandalle, al cochupo, al juego mediático y sus gastos millonarios, son las muestras más claras de que, como sucede con el crimen organizado, al gobierno, a los partidos y a las grandes empresas mediáticas el país y los ciudadanos les valemos madre.
No se trata de crear grandes proyectos ni de montar espectáculos llenos de triunfalismo. Los problemas nacionales son enormes y ninguna buena política se hace de manera espectacular. Se trata, en todo caso, de poner en la agenda política cuatro o cinco cosas fundamentales sobre las que gobierno y partidos trabajen a conciencia y cabalidad. Por desgracia, nadie está pensando en eso.
Es más fácil, entrados ya en la guerra y en la lógica de la violencia, agandallar, montar espectáculos, aterrorizar, hacer trampa, mostrar el garrote y asestar con él unos buenos golpes mediáticos para decirles a todos que la violencia va en serio y que no habrá miramientos si el asunto desagrada al poder. Lo demás no es asunto del gobierno ni de las empresas.
En un país “democrático” –recordemos la república de Weimar–, los periodistas dan información, los gobiernos la controlan después y, en ocasiones, como lo hacen los criminales, suprimen a los periodistas para controlarla mejor. Llega finalmente un día en que un puñado de militares y de industriales pueden decir “nosotros” al dar noticias y hablarle a la nación. No hemos llegado todavía allí, pero los signos del ataque a Ravelo –a Proceso, a través de él– y ahora a Carmen Aristegui –entre uno y otro median apenas cuatro meses de diferencia–, que se aúnan al estado de violencia y descomposición que vive el país, y a la falta de proyectos de los partidos, inquietan.
Esos signos nos dicen que detrás del berrinche presidencial, de la obediencia bovina e interesada de las grandes empresas mediáticas, por debajo de los operativos militares, del terrorismo del crimen organizado, del temor ciudadano y de la incapacidad del presidente para escuchar y hacerse una autocrítica siempre necesaria y siempre benéfica, la tentación autoritaria se incuba y trae malos presagios.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar todos los presos de la APPO y hacerle juicio político a Ulises Ruiz. 

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