21 may 2011

J. W. Goethe - El juego de las nubes

CRÍTICA: 70ª FERIA DEL LIBRO DE MADRID -
EL LIBRO DE LA SEMANA J. W. Goethe - El juego de las nubes
Goethe, ilusionista de cielos
LUIS FERNANDO MORENO CLAROS
Babeliia, 21/05/2011
Johann Wolfgang von Goethe (1749- 1832), Goethe a secas, es sin duda el autor alemán por excelencia, al igual que Cervantes es el español. En castellano contamos con excelentes traducciones de sus obras más señeras: Poesía y verdad, Las penas del joven Werther, Fausto o Las afinidades electivas; también, con una magnífica traducción del inagotable volumen que reúne sus conversaciones con Eckermann, considerado por Nietzsche "el mejor libro alemán que existe".
En el año 1945 el esforzado Rafael Cansinos Assens escribió una completa biografía de Goethe y tradujo unas supuestas Obras completas para la editorial Aguilar en un lenguaje todavía decimonónico; hoy se traduce a Goethe con cuentagotas, con temor a que otras obras suyas sólo interesen a los germanistas. Sería deseable, eso sí, una gran edición completa y rigurosa de su poesía.
De cuando en cuando aparecen rarezas goethianas como este breve tratado sobre nubes y meteorología que reseñamos. La madrileña editorial Nordicalibros lo publica con bellas ilustraciones luminosas y algunos dibujos del propio Goethe, quien asimismo cultivó el arte de la pintura; viajó a Italia para mejorar su destreza, mas luego de algunos intentos infructuosos decidió que carecía de talento; aunque dejó unas bellas acuarelas de trazos delicados y románticos que lo cuestionan. Lo que Goethe no conseguía plasmar con los pinceles lo expresaba con la palabra como poeta, pero también trataba de comprenderlo como científico al observar la "grandiosa Naturaleza" en todas sus formas y facetas. La mirada del poeta hallaba un complemento idóneo en la del científico. A Goethe, ejemplo de hombre curioso, vital y optimista, le atraía la ciencia, otra de sus grandes pasiones junto al amor y la literatura: nada hubiera deseado más que pasar a la posteridad como un gran científico. Pero su idea de ciencia fue muy particular: consideraba la Naturaleza como un todo animado y el mundo como un organismo vivo que respira y se transforma sin cesar (algo así como la voluntad de Schopenhauer, su admirador, o el célebre planeta Solaris de Stanislaw Lem). A Goethe lo fascinaba Spinoza, quien proclamó que Dios y la Naturaleza son lo mismo; esgrimiendo el nombre del judío anatemizado, se declaraba panteísta y reiteraba que "Todo es Uno": el corazón humano late al unísono con el núcleo íntimo del universo. En mayor o menor escala, lo mismo en los astros que en las plantas y los seres humanos, rigen principios comunes, formas y símbolos que delatan la verdad más evidente de todas: la vida es perpetuo cambio y transformación, lo igual se atrae y los opuestos se separan y el todo busca su acomodo en el equilibrio de los contrarios. Ideas e ilusiones semejantes constituyeron la base de los diversos trabajos científicos de Goethe, de su Teoría de los colores o de sus intentos de establecer una metamorfosis de las plantas a partir de una "protoplanta" ideal. El gran hombre dedicó media vida a estudiar la naturaleza y a meditar sobre sus observaciones: recolectaba plantas, minerales y piedras, le interesaba la anatomía (descubrió el hueso intermaxilar en los seres humanos), medía las temperaturas y observaba los cielos mientras pasaba los días entre experimentos cromáticos o de química y física. ¿Corroboraban los resultados mensurables sus bellos pensamientos sobre afinidades, armonías y discordias universales? Su portentosa imaginación se encargaba de que así fuera.
El juego de las nubes -en excelente traducción- reúne estudios de campo de Goethe sobre las nubes y el estado de los cielos. El poeta los tomó entre los años 1820 y 1825, durante algunos de sus viajes a los balnearios de moda. Son plásticas descripciones del incesante juego cambiante de los cielos y que ilustran bien el método científico de Goethe: "Atenerse a lo más cierto para llegar cuanto antes, poco a poco, a lo incierto". Y lo incierto era lo que él imaginaba: un duelo de titanes cósmico; la lucha entre el bien y el mal, la luz y la oscuridad. Y la electricidad, como "alma del mundo", gobernándolo todo, el latigazo que despide el trueno de Júpiter antes de lanzar el agua de Neptuno sobre Gea adormecida, que respira y transpira como una mortal.
En su estudio meteorológico Goethe recogía cuanto en la época se sabía de esta ciencia en ciernes; y mientras discurre sobre la eficacia de los barómetros, termómetros y manómetros, sostiene también que las nubes se asemejan a organismos vivos cuyos movimientos y formaciones responden a la atracción de la tierra, que podrían corresponderse con súbitos cambios de humor telúrico. Un bello y curioso tratado, que hoy parece más cercano a la imaginación que a la ciencia, testimonio del esforzado mago de la naturaleza que fue Goethe, en este caso, un ilusionista de cielos.

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